lunes, marzo 24, 2008

Si vuelves te contaré el secreto, Mónica Gutiérrez Sanchez

Caballo de Troya, Madrid, 2008. 190 pp. 12 €



Guillermo Busutil



En 1917 apareció en Chicago el sonido dixieland. Una sección rítmica del jazz en la que los instrumentos se iban presentando de uno en uno para después ir apoyándose hasta alcanzar la fusión entre ellos. Ignoro si Mónica Gutiérrez conoce el dixieland, pero la historia que compone en este libro, acerca de los trabajadores y su relación en un extraño Club nocturno, responde a este concepto musical. Al igual que los instrumentos del dixieland, los personajes protagonistas se van presentando individualmente al lector. La dependienta de una tienda de vestidos de novia, la prostituta maltratada con dotes de cantante, una camarera con amplios conocimientos de piano y el viejo portero de un edificio vacío, encuentran diferentes anuncios de trabajo que representan una esperanza de cambio en sus vidas. Estas ofertas, a las que se adecuan sus perfiles y sus sueños, son también el juego con el que la autora busca a los personajes con los que construir una historia bien afinada. Un antiguo juego efectista, apoyado en diferentes estilos y temas musicales muy reconocidos, con el que Mónica Gutiérrez termina orlando a cada uno de ellos en el capítulo del casting que han de pasar los candidatos a trabajar en el Club. Con esta estrategia narrativa, directa en su lenguaje y rica en las sutiles pistas que ofrece acerca de cada personaje, la autora cierra el solo de cada instrumento y da comienzo al concierto de la historia.

Si vuelves te contaré un secreto va entrelazando los miedos, los secretos, las heridas sin cicatrizar y las relaciones que van estableciendo Julia, Simón, Rita, Daniel, Óscar, Sara y Víctor. Cada una de sus historias responden a la atmósfera y a las letras de los temas musicales que acompañan los capítulos y los tranches de vie de su trabajo y de sus emociones, como si fuesen duetos entre instrumentos que le acercan al lector momentos de seducción, ritmos atormentados y el virtuosismo del swing que representan la atracción entre Julia y Víctor, entre Sara, su marido y Adrián, Rita con su oscuro pasado, Simón con cada uno de ellos y las de ellos con los jefes del club. Estas alianzas muestran las aristas del amor, los miedos que no se han dejado atrás, la tentación de la infidelidad, la rutina conyugal, el carácter protector de quién viene de vuelta de la vida, la insatisfacción, la clandestinidad, la prostitución encubierta y la lucha por la supervivencia. Los diferentes temas que componen la trama de una historia en la que se intuye el misterio de una amenaza que sólo desvela al final de esta historia de penumbras y focos de escenario en torno a un Club que no es lo que parece.

Mónica Gutiérrez administra bien la intriga para sorprender al lector, lo mismo que consigue dosificar la información sobre cada personaje, cuya psicología va dibujando sutilmente, poco a poco, dejando que el lector también contribuya a intuir de qué huye cada personaje, qué esconde cada protagonista y especialmente el Club donde trabajan. Otro acierto de esta novela es el lenguaje que emplea, sujeto a un ritmo acompasado por la música de fondo, bien apoyado en la fuerza y credibilidad de los diálogos. Su único desacierto consiste en acelerar los acontecimientos finales, pasando por alto la obligatoriedad de atar ciertos cabos que resultan claves en la comprensión que encierra el relato de las vidas de unos personajes que buscan redimirse, dejar atrás el fracaso y reencontrarse a sí mismos. En cualquier caso, es un libro original y Mónica Gutiérrez Sancho demuestra su prometedora capacidad como narradora.

2 comentarios:

Ernesto Schutz dijo...

Muy interesante tu pagina. Es una buena labor la que haces... invitarnos a la lectura.

Mónica dijo...

Agradezco mucho tu crítica.
Soy asidua al blog, así que es para mí un placer aparecer reseñada en esta tormenta.
Sobre la cuestión que planteas, sí conozco de cerca el dixieland. Mi abuelo era músico profesional y tocaba en una orquesta jazz y swing por aquellos tiempos. Mi padre al que dediqué la obra, me enseñó entre otras historias a adorar el jazz. Me alegro infinito de que mi idea de presentar los personajes tal y como se hacía en el dixieland como meros instrumentos, de manera individual hasta que se mezclan todos se haya visto reflejada ante tus ojos.

Un saludo muy cordial,