lunes, mayo 26, 2008

Inopia, Juan Manuel Gil

El Gaviero, Almería, 2008. 130 pp. 14€

Fernando Sánchez Calvo

No es fácil advertirlo, pero a veces uno debería clasificar sus lecturas narrativas en dos grupos. En el primero incluiríamos las novelas centrípetas, o lo que es lo mismo: aquéllas que por su estructura, su temática o sus intenciones, tiran del lector hasta llevarlo al origen, al principio de todo (por nombrar clásicos, Crónica de una muerte anunciada, El corazón de las tinieblas o la tradicional novela de corte policíaco). En el segundo, sin embargo, reposan las novelas de fuerza centrífuga, o lo que es parecido: aquéllas que más que andar, buscar o perseguir, desaprenden, se autoexpulsan o escupen sobre su propio germen.
Inopia o la última novela del poeta almeriense Juan Manuel Gil, publicada por El Gaviero Ediciones en su colección más anfibia (Troquel) y con prólogo de Enrique Vila-Matas, responde (sin duda o con ella) a las novelas de fuerza centrífuga. Si tuviéramos que comparar, sería obvio entroncarla con todas las ficciones que se erigieron como herederas de Rayuela o Cortázar. Sin negar esta influencia como posible, sin embargo Inopia no es puzzle donde el lector encaje capítulos desordenados con el fin de llegar al sentido completo de la obra. Inopia es una desesperante puesta a punto, una cuenta atrás de cien minutos (o cien capítulos) tras la que el lector y los personajes del libro escaparán de tanta escasez, tanta pobreza y tanta indigencia.
Dichos estados, más espirituales que físicos, están estructurados en tres partes que bien podrían responder a tres preguntas vitales: Extinción (¿Qué pasa cuando uno ya no pinta nada?), Inopia (¿Qué pasa cuando uno se da cuenta de ello?) y Euforia (¿Qué siente uno cuando por fin puede escapar?). A la manera clásica, la parte central se ve arropada por las otros dos, que hacen las veces de prólogo y epílogo. Es en la segunda parte (la misma que da nombre a la novela y la misma donde autor, personajes y lector tomamos conciencia del estado en el que estamos) donde se cruzan todas las historias: un escrupuloso bibliotecario frustrado o un bibliotecario frustrado y escrupuloso vive con mamá y, por no saber valorar la literatura en su justa medida, acabará fracasando en su propia experiencia, en sus propias relaciones amorosas; un escribidor egoísta y con ínfulas de escritor intenta paliar su mediocridad en un viaje a Roma y su pareja, una mujer - diez venida a menos por estar pegada a él durante mucho tiempo, está empezando a darse cuenta de ello; los insípidos inspectores Naldini y Carano investigan el triste final del carismático ciclista Marco Pantani; juegos de amantes, de parejas, de razas, de últimas oportunidades; un asesinato.
Y sobre todo, y por encima de todas las opciones, siempre presente la huida, de la que no puede quedar rastro. Al fin y al cabo hay que estar preparado para no dejar huella alguna de la escasez que nosotros mismos nos propiciamos. Y tras la huida (sin duda o con ella) la novela y la región que nos propone Juan Manuel Gil para leer o vivir es el extrarradio, «el final de la periferia, la frontera con la zona inopia […] marcada a fuego por la imposibilidad de comunicarse mediante cualquier medio tecnológico de tercera o cuarta generación.» Zona con la que coquetean todos los escritores, todos los personajes de este libro y zona con la que coquetean, aunque sea de vez en cuando, todos los lectores.
Cuando uno siente que la sociedad le contamina y a la vez él supone una infección para la sociedad, debe marcharse al lugar más árido posible. No por nada, pero sí para que se produzca la simbiosis entre vacío espiritual y físico. El lugar más árido y propicio para esta empresa es la periferia de la periferia.
Si uno, por el contrario, decide permanecer en el sitio, tiene que ensuciarse, porque las relaciones y la buena literatura también tienen que oler a mierda y no a máquina de pulir los suelos. Parafraseo (permitiéndome la libertad en la cita) lo dicho por Lidia, la pareja ocasional del escrupuloso bibliotecario frustrado. Ella, como Lola, como P., como la inspectora Carano o como el mismísimo Marco Pantani deciden: o practicas la inopia en el centro o te vas a vivir a la inopia.
«Las posibilidades de salir indemne de una lectura, por suerte, son escasas».

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