miércoles, enero 13, 2010

La isla de los perros, Daniel Davies

Trad. Federico Corriente. Anagrama, Barcelona, 2009. 236 pp. 17 €

Jorge Díaz

La foto de una mujer rubia que se desabrocha el sujetador de espaldas dentro de un coche azul que parece clásico ilustra una portada demasiado atractiva como para no fijarse en la novela. Se llama La isla de los perros y en la contraportada se compara al autor con Easton Ellis y con Houellebecq, me gustan los dos, me apetecía leerla.
Jeremy Shepherd, Shep en su ambiente nocturno, era un joven ejecutivo, director de una revista para hombres, bien pagado, con un BMW, un apartamento de lujo en uno de los mejores barrios de Londres y amante de bellas modelos, un triunfador en toda regla. Pero un día entra en crisis —dice Daniel Davies en la novela que crisis es cuando en lugar de preguntarte dónde cenas, te preguntas qué estás haciendo con tu vida— y decide dejarlo todo, contarles a sus amigos que se marcha a ayudar a los nativos en una aldea africana y trasladarse, en realidad, a la pequeña ciudad industrial del interior de Inglaterra en que nació —tan fea que la Luftwaffe no la bombardeó durante la Segunda Guerra Mundial, bah, para qué, pensaron y siguieron de largo— conseguir un empleo de funcionario en una oscura e inútil oficina gubernamental y vivir, otra vez, en casa de sus padres.
Abandona todo menos lo que realmente le importa, el sexo. A Jeremy Shepherd lo que más le gusta en el mundo es follar. Pero no con una amante en la cama después de una cena romántica con velas. A Shep le gusta follar al aire libre, en reuniones multitudinarias donde unos se exhiben y otros miran, donde algunos hombres comparten a sus mujeres con otros hombres y viceversa, donde a algunos les gusta follar mientras les miran y a otros mirar mientras aquellos follan…
En el mundo gay siempre se conoció el cancaneo, para los heterosexuales, aunque no sea algo nuevo —Catherine Millet en La vida sexual de Catherine M. sitúa su versión francesa clásica en el parisino Bois de Boulogne— tiene más que ver con Internet y se usa preferentemente su nombre inglés, dogging: quedadas multitudinarias convocadas en la red para sesiones de sexo con desconocidos en lugares públicos. En España aún se dan poco, pero en Gran Bretaña son una institución: aparcamientos, áreas de descanso de carreteras, polígonos abandonados, parques… Un lugar, una fecha y una hora lanzada al ciberespacio en una de las páginas en las que todos coinciden y los habituales del circuito, la comunidad que le llama Shep, se presentan para cumplir con una ceremonia que tiene todas sus pautas marcadas.
La duda de con quién se encontrará, qué tal se dará —aquella noche conseguí más de lo que esperaba: un polvo, dos pajas y una mamada en el espacio de tres o cuatro horas, dice de una de las citas— la posibilidad de que aparezca la policía y detenga a los participantes acusándoles de ultraje contra la moral pública, la proliferación de cámaras de vigilancia, la existencia de grupos de skins que ocasionalmente aparecen para dar una paliza a los degenerados que se reúnen allí, los intentos de chantaje y los polvos memorables… En todo eso encuentra Shep su placer. Tiene hasta tarjetas de contacto que reparte entre las parejas para ser avisado en futuras quedadas, en ellas está su lema: Seguridad, placer, distinción…
La isla de los perros está estructurada en un prólogo, un epílogo y cinco partes. En el prólogo, el autor, Daniel Davies, narra su encuentro con Jeremy Shepherd, convaleciente en un hospital; Shepherd le cuenta su estilo de vida alternativo y los dos acuerdan que le enviará material para escribir un libro. El material le llega a Davies, que se limita a ordenarlo en lo que constituyen los cinco capítulos de la novela. En el epílogo, Davies vuelve a ser el narrador para contarnos su contacto con Shep tras la publicación. Parece que el autor tiene el empeño de remarcar que no es una novela autobiográfica aunque esté escrita en primera persona.
Los cinco capítulos son episodios sueltos que forman una historia central, aunque la trama no es muy elaborada y no aparece narrada en progresión, da la impresión de ser sólo una excusa para indagar en las costumbres sexuales de la sociedad rural inglesa. En el epílogo, una sorpresa, lo menos afortunado de la novela: no la cuento para no fastidiarle la lectura a nadie, pero de tan anunciada, yo la había descartado.
La isla de los perros es una novela de sexo, pornográfica en algunos fragmentos, pero también es un análisis de la ambición, de las vías de escape de una sociedad y de la vuelta a la vida sencilla. Divertida y fácil de leer. Me alegro de que su portada fuera tan atractiva…

2 comentarios:

O. dijo...

opalazon.blogspot.com

Jesús Garrido dijo...

Me parece de gran interés, para salir en su búsque o encargo