jueves, febrero 03, 2011

El gran diseño, Stephen Hawking y Alexander Mlodinow

Trad. David Jou i Mirabent. Crítica, Barcelona, 2010. 228 pp. 21,90 €

Deni Olmedo

Como licenciado en ciencias que soy, además de voraz seguidor de las últimas novedades científicas, el nombre de Stephen William Hawking ha sido un constante compañero de viaje. Si el concepto de agujero negro les es conocido, es porque este científico de ánimo incombustible (hace más de cuarenta años que, según los médicos que le diagnosticaron esclerosis lateral amiotrófica, debería estar muerto) se ha encargado de hacer de él algo cotidiano. Y conseguir esto de algo que nadie ha visto (aunque científicamente existen pruebas indirectas de su existencia) habla muy bien no ya de su indudable genialidad (y es que estamos ante uno de los grandes pensadores del último cuarto del siglo XX, junto con Richard Feynman o Roger Penrose —este último compañero de andanzas matemáticas durante unos cuantos años—), complementado por una más que notable capacidad como divulgador científico. Títulos como Breve historia del tiempo (Grijalbo, 1988) que consiguió acercar a un tema tan (en apariencia) arduo como es la astrofísica al gran público, y que incluso inspiró Chronologie, uno de los últimos grandes trabajos de Jean Michel Jarre; El universo en una cáscara de nuez (Crítica, 2002) o Brevísima historia del tiempo (Crítica, 2005) en el que ya colaboró con el físico, divulgador científico y guionista de Hollywood Leonard Mlodinow (responsable de la serie Star Trek: The Next Generation).
Ya en Brevísima historia del tiempo, Hawking y Mlodinow retomaban el anterior Breve historia del tiempo, con la intención de condensarla y, a la vez, actualizar el texto con los últimos descubrimientos en el campo de la astrofísica. En El gran diseño han pretendido seguir esta línea marcada en su primera colaboración, e invitarnos a un recorrido por la física y las matemáticas desde los albores de la civilización hasta la teoría de los multi-universos, de una manera más que asequible, sin utilizar ni una sola fórmula matemática (un estilo que contrasta con otro de los grandes divulgadores de la física más actual, su colega Roger Penrose, y su Ciclos del tiempo, en el que apuesta por un estilo más arduo, más matemático y más profundo).
En el primer capítulo intentan retener al lector —¿o quizá provocarlo?— afirmando que «la filosofía ha muerto. La filosofía no se ha mantenido al corriente de los desarrollos modernos de la ciencia, en particular de la física. Los científicos se han convertido en los portadores de la antorcha del descubrimiento en nuestra búsqueda del conocimiento». Fuegos artificiales para enganchar al receptor. ¿O quizá pretenden abrir un debate sobre el papel de la filosofía en la era del conocimiento científico? En cualquier caso, poco prolongan esta reflexión —un primer capítulo— para centrarse enseguida en lo que esperamos de un libro de Hawking: física. Así, el autor nos deleita con su particular punto de vista sobre las reglas que rigen el universo: nos pesenta la teoría del big-bang no ya como punto de partida de nuestro universo, sino como precursor de lo que se ha dado en llamar "Teoría de universos alternativos"; o la tan buscada (y aún no encontrada) "Teoría del todo", de una manera amena y sencilla de entender incluso para los profanos en la materia que se acerquen a este libro llevados por simple curiosidad. Algo a lo que seguramente ha contribuido Alexander Mlodinow, que ha conseguido hacer realidad ese objetivo que persiguen (casi) todos los escritores divulgativos, que es que el libro se lea como una novela. Y en el caso que nos ocupa, una novela coral, con muchos protagonistas que reclaman el interés del lector y que, como un buen agujero negro, una vez que le han atrapado ya no tle dejan escapar.

1 comentario:

Anónimo dijo...

la filosofia no ha muerto, y nunca morirá,es como la flor de loto,estoy feliz de los descubrimientos y Hawking es alguien a quien admiro muchisimo desde que era niño,hoy veo cuan alto ha llegado la ciencia, el vértigo del orgullo tiene unas alas de arrogancia, por mas que lo intentes la ciencia solo es sombra de las creaciones de Dios. Einstein nunca se cayó de la cuerda y nunca le saltó el vertigo porque caminaba seguro por la cuerda de los locos que es Dios.