lunes, diciembre 12, 2011

La quema, Vanessa Gutiérrez

Ed. bilingüe asturiano-castellano. Trea, Gijón, 2011. 120 pp. 12 €

Alba González Sanz

Aunque Vanessa Gutiérrez (Urbiés, Mieres, 1980) no es ni mucho menos una novata en el ámbito de las letras asturianas, este volumen de su poesía en la editorial Trea permite que se dé a conocer más allá de las fronteras precarias de la escritura en asturiano. Así, en La quema la autora ha reunido una selección de poemas ya aparecidos en sus dos publicaciones anteriores (se trata de Onde seca l’agua de 2003 y La danza de la yedra de 2004, ambas en la editorial Trabe) junto con un puñado de inéditos que vienen a confirmar la consistencia y entidad de su universo poético.
Inicio entonces esta lectura como si de un poemario nuevo se tratara, pues de algún modo en ese concepto de incendio, de devastación, que evoca el título se entiende bien que lo que la autora nos ofrece es la selección salvada, un conjunto de textos que configuran su voz y que coherentemente pueden reproducirse aquí lejos del molde que los vio publicarse por primera vez.
La idea que articula la poética de Vanessa Gutiérrez es la pérdida, entendida ésta como un poliedro que afecta a la memoria, a la lengua, al amor y a la propia identidad. No es éste el lugar para ahondar en ello pero sin duda el artefacto lingüístico desde el que la autora se expresa (un idioma que no existe en lo oficial, con todas las complejidades que ello entraña) tiene en su tradición poética una preocupación recurrente por la falta, la ausencia, relativa a la expresión y al habla, pero también por inevitable extensión a las emociones y afectos (y la obra de Berta Piñán, también en Trea, sería el ejemplo perfecto de esto).
En el caso de Gutiérrez esa pérdida es central y sirve para construir un sujeto desprovisto de coordenadas, rotundamente solitario y ensimismado en su universo de palabras, de memoria contra la que lucha y a veces recupera; ante la que se asusta (porque puede ser muerte) pero ante la que no puede dejar de reconocerse. Entonces el amor es menos festejatorio que tímido, menos asidero que zozobra. Oscuridad y desgarro, vacío y dureza se dan la mano en los versos de una poeta que no se apiada de sí y por lo tanto, tampoco tiene miedo al moverse en los terrenos de la angustia.
En todo este componer lo que se salva del incendio, la médula de esa falta y ausencia de un lugar en el mundo, a esta voz poética no le van a servir los grandes discursos sino más bien los detalles, las pequeñas emociones o gestos o palabras que por un segundo rompen el férreo aislamiento en el que se encuentra. Y como muestra, el poema que abre el conjunto, "Patria": «Te escuché hablar con nostalgia / de la tierra que no tienes, / de la niñez perdida. // Yo, lejana, / como siempre, / no acertaba a contestar: / sólo pensaba que, si la patria es un temblor, / tú eres muchas, / muchas veces, / patria mía». Y pequeños temblores como fogonazos de luz en el delirio van tejiendo la trama de todo el poemario.
La pérdida viene de un conflicto que no es nuevo: salir de la historia en la que se nace para construir la propia y hacerlo, de algún modo, sin traicionar ni traicionarse. Paralelamente a La quema, Trea publica La cama, una obra en prosa que no podría definirse como narrativa pero tampoco como poesía (y en este punto, viene como anillo al dedo esa categoría desconocida de la cronilírica, que acuñó y usó únicamente Aurora de Albornoz hace ya algunas décadas) y en la que Vanessa Gutiérrez realiza un ejercicio de confesión y exorcismo donde la genealogía femenina de su memoria es puesta en valor y actualizada en su propia condición de mujer urbana, contemporánea, pero construida en un pasado que es campo y que es tradición. La quema en sus poemas tiene también reflejos del conflicto que genera esa falta de completitud que aqueja por completo a la autora y que es un motor poderosísimo de su literatura.
En La quema la poeta se narra porque desea contenerse, preservarse. En esa relación ambigua que construye con el pasado (lo necesita y lo teme al mismo tiempo), las palabras son el único lenguaje del amparo pero deben invocarse sabiendo que hay que escoger aquellas más ciertas, más auténticas. Y éstas, tratándose de una escritura que como he dicho se elabora desde una lengua sin papeles, ganan peso en cada escenario escogido: desde la familia al amor.
En medio del incendio, con cualquier paraíso pasado o futuro dinamitado por la propia voluntad, la poesía de Vanessa Gutiérrez se sabe necesaria. Saca fuerzas de su propia condena (lingüística, amorosa, filial o vital) y escribe en el poema "Desposesión": «Nunca me había visto antes tan sola. / Tan rastrera y olvidada. // Tan viva sobre todas las cosas». No hay victimismo aunque haya dureza en el propio diagnóstico: ese tránsito de la identidad familiar a la identidad personal se realiza aquí reconstruyendo todas las etapas del dolor, pero sin regodearse en ellas. En último término está en juego ese pronombre peligroso que es el yo, al que la poeta va retirando las máscaras, desnudándolo, para plantearlo en su ternura y debilidad y entonces sí darle un significado completo. En La quema el recorrido es del más al menos: de lo que sobra a lo esencial, de lo que nos oculta y autoengaña a lo que en nuestra desposesión nos hace fuertes.

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