jueves, mayo 31, 2012

Steampunk: Antología retrofuturista, Félix J. Palma (ed.)

Fábulas de Albión, Madrid 2012. 322 pp. 22 €

Victoria R. Gil

Aun siendo devota lectora de los sucesivos mapas de Félix J. Palma (dos hasta ahora, El mapa del tiempo y El mapa del cielo), de Tim Powers y de la serie La liga de los hombres extraordinarios, de Alan Moore, destacados ejemplos del steampunk, no soy una fiel seguidora de este movimiento que nació como un subgénero literario de la ciencia ficción y que hoy alcanza a todo tipo de manifestaciones artísticas y culturales. Quizás por eso he disfrutado de la lectura de esta antología sin buscar en cada párrafo los efluvios del vapor ni el chasquido de los engranajes mecánicos, como seguramente hará un auténtico steampunker, atento a captar cualquier posible traición al espíritu retrofuturista que anima el libro.
Cargados de una atmósfera sugerente y a veces ingenua, como nos parece el siglo XIX visto desde nuestros días, vamos a encontrar en estos cuentos numerosas referencias a la literatura victoriana, la revolución industrial y el cine más moderno. Así, Óscar Esquivias, que abre la antología con “El arpa eólica”, nos invita a contemplar desde una nueva perspectiva al compositor Héctor Berlioz, que adquiere maneras de doctor Frankenstein en una narración fantástica, matizada, sin embargo, con un cierto tono de farsa. Introduce Esquivias personajes históricos, no sólo a Berlioz, sino también al músico Luigi Cherubini y al cirujano Jean Zuléma Amussat, que se mueven en el relato con la naturalidad de la ficción.
Este mismo juego de verdad e impostura es el que propone Care Santos en su provocadora “Aria de la muñeca mecánica”, donde rescata el Teatro Soriano (actual Teatro Victoria), al relojero suizo José Merleti y al domador Henriksen, nombres todos ellos reales en la Barcelona de 1909. Algunos aparecieron ya en su última novela, Habitaciones cerradas, en la que nos avanza la inquietante noticia de que el domador de tigres tuvo que ser resucitado para su debut en la ciudad. Disfruten de esta historia sin prejuicios, y si en algún momento de su lectura se encuentran pensando en Blade Runner y en uno de sus personajes más seductores, no les extrañe, a mí también me ocurrió.
No podía faltar en una antología como ésta uno de los principales nombres de la narrativa fantástica y de ciencia ficción en España como es José Carlos Somoza. Y su cuento, “That way madness lies” (de este modo llegarás a la locura, según advierte Shakespeare en el Rey Lear) no defrauda en absoluto. También aquí se juega con las vidas alternativas de sus personajes, famosos escritores de la época como Arthur Machen, y con la obsesión —y el miedo— que quizás inspiró sus obras.
Mención especial para los que amamos a Clint Eastwood merece la aportación de Fernando Marías a este volumen. En “Gringo Clint” nos vamos a reencontrar con películas como The Wild Wild West, Robocop y hasta Almas de metal, además de todos esos spaghetti westerns en los que actor norteamericano se reconstruyó a sí mismo. Una reconstrucción muy similar a la que llevarán a cabo tres italianos de cinéfilos apellidos, Leone, Solima y Tessari, para convertir al forajido protagonista de este relato en un engendro mecánico sin ayer y sin mañana. Marías mezcla con habilidad de pistolero el polvo de ese paisaje desértico donde mejor hablan las balas con el movimiento obrero que en la Inglaterra de la revolución industrial se opuso a la introducción de las máquinas en los métodos de producción. Y aunque la combinación parezca inestable, el resultado no puede ser más efectivo.
Ingenios portentosos, misteriosos autómatas, fantásticos vehículos de locomoción, enigmas y criptogramas… Nada falta en este inventario del futuro pasado, ni siquiera los guiños cómplices al mundo loco y apresurado en que vivimos, como “London Gardens”, de Juan Jacinto Muñoz Rengel, donde su protagonista se lamenta de que la Oficina de Patentes del Reino Unido invalidara su descubrimiento, un teléfono portable, «por vulnerar la normativa que vela por un progreso deseable y por el bienestar de las sociedades venideras». Y como “Prisa”, de José María Merino, en el que los emergentes vehículos con motor de explosión, «uno de los mayores peligros que ha conocido la humanidad», amenazan con poner fin a una sociedad limpia y silenciosa que viaja feliz en autociclo. Pero también encontramos antídotos para ese futuro distópico, digital y automatizado, como el que propone Andrés Neuman en su “Fahrenheit”: la imprenta, esa «extraña maravilla, el ingenio que cambiaría para siempre nuestra historia».
Fernando Royuela, Luis Manuel Ruiz, Ignacio del Valle, Pilar Vera y Marian Womack completan el listado de firmas que Félix J. Palma ha reunido en esta antología imprescindible, no sólo para los aficionados al steampunk, sino a los cuentos y a la literatura en general. Un libro evocador y quimérico, al que sólo se le puede reprochar la ausencia del propio Palma en el índice de autores. Suya es, y con ella concluye su prólogo al libro, la invitación a disfrutar de sus páginas: «Pasen y sueñen».
Háganle caso. No se arrepentirán.

miércoles, mayo 30, 2012

La tierra dividida, Ramón Muñoz

Ediciones Pàmies, Madrid, 2012. 448 pp. 19,95 €

Julián Díez

Tengo la fortuna de haber seguido la incipiente carrera literaria de Ramón Muñoz desde sus comienzos. Durante lustros, Muñoz fue firmando a ritmo lento una serie de relatos de corte fantástico de calidad incuestionable y aroma reconocible: pausados, de tema enjundioso, prosa un tanto prolija pero siempre precisa. Las mejores cualidades de esos trabajos están presente en su debut novelístico, en el que como muchos autores que arrancaron su carrera en el seno de la ciencia ficción española opta por buscar otro género.
Escoger la novela histórica, como lo hicieran antes siguiendo ese mismo recorrido Javier Negrete, León Arsenal o Juan Miguel Aguilera, no es en absoluto casual. Los pasados que presentan todos ellos son, por momentos, tan alienígenas como los futuros de los relatos con los que debutaron. Las herramientas ya afinadas para describir lo distinto, las mentalidades extrañas, una suerte de parestesia transmitida por la mirada descriptiva de personajes totalmente ajenos a nuestra experiencia, encuentran un acomodo conveniente en el argumento presentado por Muñoz, que da voces a tres personajes de origen totalmente distinto: el monje Fortuno de Monforte, el vikingo Njall Haraldsson y el reyezuelo feudal Musa ibn Musa, el moro Muza de las leyendas.
El escenario es la península ibérica dividida del siglo IX, un periodo poco tratado por la novela histórica española seguramente por la disposición confusa del mapa político de la época. Pero precisamente muy interesante por la misma razón: Muza, musulmán hijo de musulmán y cristiana, hermanastro del rey cristiano de Pamplona, marido de cristiana y vasallo del califa de Córdoba, representa de manera inmejorable el zeitgeist mestizo y salvaje del momento y el lugar. El autor tiene además buen tino a la hora de retratarle desde dentro como un conspirador diestro, una calculador ambicioso que intentará mover las piezas de todo el tablero ibérico en su afán por convertirse en el tercer rey de la península.
Las tramas de los otros protagonistas, también de un noble muy venido a menos que intenta restañar pasadas heridas con un último asalto a la grandeza, confluirán en un final intenso. Entretanto, conoceremos por el camino del monje Fortún los primeros reinos cristianos de la época, en un camino salpicado de picaresca. Con el vikingo Njall nos asomaremos a una mentalidad extraña, en páginas que dan buena muestra del saber hacer del autor para la acción, y en particular su capacidad para resultar brutal con una encomiable economía de recursos.
La tierra dividida viene a reivindicar una época concreta poco conocida de nuestra historia y vuelve a demostrar que en todo el periodo de la Reconquista se encuentra el potencial para crear un género propio, fronterizo y multicultural, una suerte de western de civilizaciones en choque que podría resultar de interés tanto como escenario de aventuras como de reflexiones sobre nuestro propio tiempo. Muñoz, salvado con nota el compromiso del debut en larga distancia, cuenta con el potencial para hacerlo o buscar otros retos.

martes, mayo 29, 2012

La apnea del hipopotamo, Pablo Bujalance

Ediciones Rubeo, Rubí, 2012. 265 pp. 16,50 €

Cristina Consuegra

Asumir, sin fisuras y con determinación, que el mundo está habitado por personas diversas, diferentes, únicas y singulares, es uno de los retos más fascinantes que el ser humano puede afrontar en el siglo 21, especialmente en un escenario tan sectario como el actual. Si en esa búsqueda o camino, encontramos reflejos de nosotros en el Otro, vestigios de un pasado, lugares comunes y divergencias desde los que edificar un mundo distinto, tal como se está reclamando a gritos desde miles de puntos del planeta, y somos capaces de perder el temor al Otro para encontrarnos con él, entonces, ningún avance tecnológico logrará estar a la altura de tamaño descubrimiento.
Ryszard Kapuściński, en Encuentro con el Otro (Anagrama, 2007), afirma que el hombre, ante ese encuentro, siempre ha tenido tres posibilidades: «podía elegir la guerra, aislarse tras una muralla o entablar un diálogo». Pues bien, estas tres opciones se encuentran en la segunda novela de Pablo Bujalance, La apnea del hipopótamo (Ediciones Rubeo), un título en el que su autor busca profundizar en el fenómeno de los nacionalismos, en sus claves y circunstancias, pero muy especialmente, en sus consecuencias. El escritor y periodista malagueño narra la historia de Ada quien, tras la guerra en la Tierra, se establece como ama de cría de los bebés que se encuentran a cargo del gobierno imperante; una guerra o conflicto que acabó con el triunfo del régimen del mariscal Aleksándar y la expulsión de los extranjeros. La novela se define a través de dos partes totalmente diferenciadas; una primera parte de ficción política, apartado en el que Bujalance no sólo presenta el ramillete de personajes que conforma el entramado narrativo, sino también ese tiempo remoto en el que se lleva a cabo la historia, a la vez que emprende, con contundencia, la difícil tarea de mostrar las diversas relaciones de poder que se establecen entre las amas de cría, los gudari y los personajes periféricos que rodean sus devastadas existencias. En la segunda parte, el autor arma, en torno al viaje que Ada emprende en busca de la libertad, toda una mitología fascinante, descarnada, que apabullará al lector por el derroche imaginativo y por su complejidad discursiva.
Con un lenguaje desmesurado que proporciona mayor vigor narrativo, el autor despliega un conjunto de ideas utilizando la ficción a la manera de los grandes —Camus, Sartre, Dostoievski—, buscando, sin complejos, la complicidad del lector, esa persona responsable de la realidad, del presente, de lo que acontece y ha de acontecer. En este título, el autor no mira hacia otro lado en los temas más escabrosos ni se distancia ante elementos que pueden comprometer a quien escribe; Bujalance cuestiona términos tan fundamentales como la identidad, la patria, la ética, la condición humana; realiza una revisión histórica desde la ficción —no confundir con novela histórica— del concepto de nacionalismo para abordar asuntos que atañen al presente, y reclama para la ficción política ese lugar privilegiado que en otros países existe pero que en esta latitud nos empeñamos en entender como mero ocio, olvidando que la ficción, que la literatura, puede ser el instrumento político más contundente e incendiario jamás inventado.

lunes, mayo 28, 2012

El crimen de ayer y otros cuentos, José Fernández Bremón

Renacimiento, Sevilla, 2012. 185 pp. 16 €

Care Santos

Hasta que hace unos días tropecé con este libro en una mesa de novedades, nada sabía de José Fernández Bremón. Y ello a pesar de que hace cuatro años la editorial Lengua de Trapo publicó una recopilación de su narrativa breve bajo el título Un crimen científico y otros cuentos; de hecho ésa fue la única recopilación que su autor preparó en vida, y cuya primera edición data de 1879. Luego, el silencio y el olvido.
Una obligada presentación del autor: Fernández Bremón (1839-1910) fue un madrileño nacido en plena eclosión del Romanticismo, que alcanzó notoriedad como periodista y como dramaturgo, fue amigo personal de Clarín y de ideas profundamente conservadoras. Tengo la impresión que su popularidad eclipsó, durante su vida, sus innegables virtudes como cuentista, y le hizo caer en un olvido del que, por fortuna, se le está rescatando. Lo apunta la especialista en su obra, y autora del prólogo de esta recopilación Rebeca Martín: "La singularidad de sus cuentos más célebres le valió al autor una fama de ingenioso que lo acompañaría hasta el final de sus días, si bien probablemente fuera esa misma singularidad la que contribuyó a expulsarlo de las historias de la literatura". 
Las afinidades literarias de Fernández Bretón, siempre según dicho prólogo -aunque son evidentes en los relatos-, no pueden ser más eclécticas: Dickens, H. G. Wells, Conan Doyle, Dumas, Vélez de Guevara, Zorrilla, Moratín y Cervantes. Es decir: bebía de la tradición y en muchos casos se sumaba a ella -por lo menos en la elección de temas-, era un hijo de las corrientes y modas de la época pero también estaba al día de cuanto ocurría en la literatura más popular e influyente del resto de Europa. Así, entre sus relatos hay hijos legítimos del romanticismo, herederos del costumbrismo más castizo y también el reflejo de los descubrimientos científicos que en vida del autor marcaron toda una tendencia literaria. Es eso que ahora se ha dado en llamar Steampunk: la literatura victoriana tuvo tanta fe en la ciencia y los avances técnicos que llegó a crear un género literario con sus esperanzas. Sólo que el caso de Fernández Bremón ocurre más bien lo contrario: él no alberga esperanza alguna en la ciencia y el progreso y cree -y lo escribe- que las novedades nos han vuelto más incivilizados, hasta devolvernos a nuestro estadio más primitivo.
Sin embargo, dicho así podría parecer que la literatura de Fernández Bremón es anacrónica e indigerible, y nada más lejos de la realidad. Tiene un talento este autor que le hace sobrevivir al paso de los años: el de distanciarse de cuanto cuenta a través de la ironía. Si tuviera que destacar un solo elemento de esta heterogénea colección de cuentos -escritos entre los años 1880 y 1909- éste sería el sentido del humor. No hay cuento que no despierte sonrisas o, directamente, carcajadas. Los hay, desde luego, abiertamente hilarantes, como "Vestir al desnudo", en el que el uso poco cauto de un crecepelo milagroso obliga a los miembros de la Academia francesa a ser esquilados. Y eso es sólo el principio de una trama rocambolesca que preconiza la literatura del absurdo. Pero incluso los de tono más grave, como "El Romance del Astrólogo", basado en un crimen real ocurrido en Madrid en el siglo XVII, contiene buenas dosis de sentido del humor.
Que los intereses del autor eran amplios lo demuestra la variedad de asuntos tratados, su naturaleza de recopilador de curiosidades y rarezas, su plasmación de casos reales, pero también la utilización de un alter ego en forma del narrador-curioso que protagoniza algunos de los relatos, de los mejores de la colección: "En San Isidro" o "Los bolsillos de los muertos" son dos de ellos. El primero parte de una excusa costumbrista -la asistencia a la popular romería madrileña- para presentar un caso, aparentemente real, de joven resucitada. Al respecto de la muerta que cobra vida termina diciendo el autor, muy en su estilo: "La Matilde que encontramos en la pradera no pertenecía al otro mundo. La convidé a rosquillas y se comió más de una libra". "Los bolsillos de los muertos" parece ser un resumen -delicioso- de historias recopiladas por el autor en su contacto con los enterradores. Hay varios cuentos resueltos con este recurso que podríamos considerar periodístico, y son todos estupendos. Además de que aportan la inquietante sensación de que con cualquiera de las maravillosas anécdotas que los forman podría el autor haber urdido un relato entero.
Hay también mucha crítica social y política. En algunos casos, asusta la vigencia de algunas de las feroces críticas. El banquero protagonista de "El futuro dictador", por ejemplo, está dispuesto a cuaquier vileza con tal de enriquecerse. Y el rey protagonista de "Rey, verdugo y antropófago" fenece sólo para demostrar que el poder devora a los gobernantes del mismo modo que él devora a sus súbditos.
El último de los asombros que quiero constatar tiene que ver con la forma. Varios de los relatos de esta colección están tramados a partir de fragmentos: confesiones, cartas, recortes de periódico, diálogos,, anotaciones... hasta formar un mosaico que se completa a los ojos del lector. Estos cuentos, escritos de esta forma, podrían haber sido terminados ayer mismo. Así lo percibe el lector, por lo menos.
Lo único que me queda es desear que alguien rescate de las hemerotecas los muchos cuentos que Fernández Bremón publicó en vida en los periódicos y que aún no están al alcance del lector. Centenares, quizá. 
Ojalá sea pronto.

viernes, mayo 25, 2012

Una sombra en Pekín, José Ángel Cilleruelo

Ilust. Juan Gonzalo Lerma. Ediciones Traspiés, Granada, 2011. 94 pp. 12 €

Victoria R. Gil

Si para disfrutar de la lectura conviene elegir siempre un rincón mudo y sosegado, en el caso de esta novela resulta aún más necesario el retiro para acomodarnos al delicado paisaje que nos ofrecen José Ángel Cilleruelo y Juan Gonzalo Lerma, escritor e ilustrador respectivamente de este sugerente libro, donde tan importantes como las palabra son los dibujos realizados, cómo no, con técnicas, pinceles y tintas chinas, que se ajustan al texto con la precisión de un puzle bien ensamblado.
Cilleruelo, crítico, narrador y poeta, ganador, entre otros premios, del Málaga de Novela en 2009 con su obra Al oeste de Varsovia, nos traslada en esta historia a una China morosa y tradicional que sucumbe ante un mundo moderno, dispuesto a arrasarlo todo sin discriminación: las costumbres de siglos se olvidan, los oficios artesanos desaparecen y las viejas enseñanzas ya no tienen sentido.
Wu Guî, último miembro de una saga de afinadores de pianos que emigra a Pekín desde un pueblo en el que ya no encuentra sustento ni esperanza, se va a estrellar con esa nueva realidad del modo más contundente. «La dignidad ha de superar siempre al interés», le había inculcado su padre, que fijaba el pago que merecía su trabajo dividiendo sus necesidades económicas por el número de pianos que afinaba, de forma que cuantos más encargos recibía, menos dinero cobraba a sus satisfechos clientes. Pero esa máxima resultará «absolutamente inútil, cuando no contraproducente, para la vida que me quedaba por vivir», concluirá Wu Guî al final de un viaje del que sólo guarda un cuaderno de páginas en blanco.
Uno de los aciertos de esta obra es la sutileza con que José Ángel Cilleruelo nos va a revelar la intimidad de su protagonista, a la que sólo nos asomamos a través de esa libreta anotada de fracasos con la que, anciano ya, salda cuentas con el pasado. «¿Me ha engañado Song Shu? ¿Me engañó el joven Shâ Yú? ¿Me ha engañado la vida?» En ese viaje al recuerdo, que se corresponde con el regreso real a la aldea que abandonó en su juventud, el mundo de Wu Guî parece llenarse, como el título de la obra, de sombras chinescas. O de acuarelas diluidas en agua. Y el bálsamo del tiempo le permite, al fin, aceptar lo que fue «sin rencor».
De lectura breve, Una sombra en Pekín guarda para el final un guiño al lector, que encontrará en la nota y los dibujos que cierran la novela una invitación a interpretarla en clave de fábula. Como adelanta la contraportada del libro, el nombre de cada uno de los personajes se corresponde con el de un animal que describe su carácter, lo que convierte la historia de Wu Guî en la de una «tortuga, cuya fortuna arruinó un tiburón, que ama a una rana y desama a una paloma».
Este quiebro que propone el autor refuerza la atmosfera de leyenda antigua que acompaña toda la narración debido al misticismo de que están revestidos los animales en la cultura china, presentes en su mitología y hasta en su zodiaco. En este caso, la tortuga no sólo evoca la evolución espiritual que experimenta Wu Guî, sino que dirige nuestra mirada hacia ese cuaderno que ha permanecido treinta años sin usar, desperdiciado como la vida de su dueño, ya que fue sobre los caparazones de las tortugas donde la escritura china empezó a grabar hace miles de años sus primeros ideogramas.
Aun con hechuras de fábula, Wu Guî —como Cilleruelo— se guarda la moraleja para sí y decide no anotar la última frase de su libreta. «Mientras no la escriba, el cuaderno vivirá pendiente de ella, pues de todos es sabido que no se puede cerrar un relato sin rubricar su enseñanza».
Que cada cual, pues, encuentre la suya.

jueves, mayo 24, 2012

Radio clandestina, Ascanio Celestini

Pref. Alessandro Portelli. Trad- Luis García-Araus. Quatenus, Madrid, 2011. 84 pp. 12 €.

Juan Pablo Heras

Los mejores narradores orales “no enfatizan, no subrayan, no dramatizan. No recitan, no interpretan, no añaden. Más bien sustraen”. Palabra de Alessandro Portelli, prestigioso experto en historia oral, avalado por años de escuchar a cientos de víctimas de acontecimientos pequeños pero trascendentales, que vuelven a la vida en estremecedoras reconstrucciones de lo que fue vida y ahora es Historia. En el prefacio de este libro, Portelli se refiere a los testimonios espontáneos de sus informantes, pero a la vez a lo que Ascanio Celestini aprendió de ellos para construir sus espectáculos. Celestini es el más conocido entre los impulsores de uno de los fenómenos más interesantes de la escena italiana de los últimos años: el teatro de narración oral. Cuando uno se sienta en la butaca para ver un espectáculo de Ascanio Celestini, se lo encuentra subido en el escenario, caracterizado sólo de sí mismo y dispuesto a contar sus historias sin preocuparse apenas de diferenciar las muchas voces que se asoman en un relato marcadamente polifónico. Celestini empieza a hablar a tal velocidad que uno pensaría que se van a quedar atrás los matices y las inflexiones de voz significativas, que va a desperdiciar el texto y a arruinar lo que pudiera haber de dramático en su narración. Y sin embargo, lo que consigue es rescatar el valor inconmensurable que tiene la palabra, la palabra surgida de aquellos que están acostumbrados a “hacer todo con lo menos posible” y que cuentan lo justo para abrirnos una ventana en nuestra imaginación e invitarnos a vivir de nuevo lo que ya pasó.
Radio clandestina es el título de un espectáculo que Celestini estrenó en 2000, inspirado precisamente en un libro de Alessandro Portelli, La orden ya fue ejecutada, que a su vez trataba de reconstruir por medio de testimonios orales lo que de verdad rodeó al turbio asunto de la matanza de las Fosas Ardeatinas. Lo que sabemos es que, en 1944, en una Roma todavía controlada por los nazis, un grupo de treinta y dos soldados alemanes fue aniquilado por una bomba preparada por un comando partisano. Al poco tiempo, Hitler ordenó que diez prisioneros fueran ejecutados por cada uno de los alemanes muertos. 335 personas (se añadieron más víctimas por los nazis que murieron en el hospital) son entonces fríamente eliminadas, acusadas de judaísmo o de simpatizar con movimientos de resistencia, o porque sí, por sumar y llegar de cualquier manera hasta la cifra arcana ordenada desde Berlín. El acontecimiento es muy conocido en Italia, pero durante mucho tiempo ha estado envuelto por interesadas tinieblas, originadas en la primitiva propaganda filofascista. Lo que hace Celestini es dar vida a las voces de los romanos de aquel tiempo, mezclando la memoria de los informantes de Portelli con la de otros que vivieron en la retaguardia de la ciudad, incluidos sus propios padres. Aparecen así pequeños detalles sepultados por los grandes acontecimientos de la Historia. Por ejemplo, que muchos romanos guardaron consigo hasta el final de la guerra las guías de teléfonos de 1937, para tener así a mano los datos de sus amigos judíos, borrados en las ediciones de los años siguientes. O que los niños no podían soplar las velas de sus cumpleaños por el racionamiento de la cera, que Mussolini justificaba en que los esquimales hacían boicot a Italia y no le vendían grasa de foca.
Lo más curioso es que Ascanio Celestini llevaba ya cuatro años de funciones por todo el país cuando se decidió a poner Radio clandestina por escrito. Como quien cuenta la historia de su propia vida, nunca había necesitado un texto al que ceñirse. Cada noche era así verdaderamente diferente y verdaderamente viva: el calor y la risa y las miradas del público modificaban, alargaban o recortaban el orden y la duración del espectáculo. Como complemento de la publicación de Radio clandestina en Italia, en 2005, Celestini grabó un vídeo en el que reprodujo el espectáculo desde el interior de lo que había sido la cárcel nazi de Vía Tasso, en Roma, actual Museo de la Liberación. En el vídeo, accesible también por internet, se aprecian las paredes tapizadas de una habitación de los años 30, interrumpidas en algunos ángulos por rectángulos de ladrillo visto. Y eso es porque antes de cárcel fue casa, y donde ahora hay ladrillos antes hubo ventanas. Como recuerdo de lo que pasó, los romanos decidieron no volver a abrir lo que los nazis tapiaron. Sin embargo, y a pesar de que apenas un par de bombillas dejan ver su rostro, las palabras de los supervivientes nos iluminan a través de la voz de Ascanio Celestini.

miércoles, mayo 23, 2012

Canción de Vic Morrow, Jaime Rodríguez Z.

Trea, Vigo, 2012. 72 pp. 12 €

Recaredo Veredas

Vic Morrow fue un actor de carácter, apenas recordado por mitómanos empedernidos. Aparecía en las series bélicas de nuestra infancia (la infancia de los nacidos en los setenta, que soportamos reposición tras reposición de décadas pasadas). Su rol predilecto era el de héroe de la guerra fría. Sin serlo, murió como un auténtico marine, decapitado por un helicóptero en pleno rodaje. Víctima de un cisne negro que, de repente, se cruzó en su camino y le convirtió en un héroe, en uno de esos fantasmas que cimentan la leyenda negra de Hollywood. Este libro contiene el aliento de esos últimos instantes. O, mejor dicho, una suposición plausible de lo que supone el roce de la muerte. Y no solo de eso, también de otros misterios. Y lo hace mediante una insólita libertad formal, que solo un poeta con el control del lenguaje y del ritmo de Jaime Rodríguez puede mantener. Porque nuestro autor utiliza una métrica fracturada, plena de un ritmo propio, autosuficiente, tan misterioso como la propia esencia del libro.
Vic Morrow es un libro en el que, como en toda obra verdaderamente poética, sea lírica o narrativa, no debe buscarse una comprensión absoluta. Ni mucho menos. Incluso esa búsqueda implicaría una lectura fallida. Y en eso estriba también la poesía. En la capacidad para transmitir lo indescifrable, aquello emplazado más allá de las palabras. Y este es un libro que ahonda en ese enorme misterio. En contradicciones que se enroscan, como la actitud frente a la muerte de un padre a quien se odia. O en la indiferencia de los objetos: la hélice siguió girando durante 3 incómodos segundos. En nuestra nimiedad, pese a que creamos lo contrario.
Ser postmoderno —porque este libro, por su mezcla de registros y miradas, por su desacralización y su combinación de narrativa y pura lírica— y ser trivial no es lo mismo. Y no excluye la aparición de arrebatos del más clásico lirismo: Y tú, tu nombre vive dentro de mi como una tarta de cumpleaños encendida en medio de un bosque donde ya no hay nadie.
En Vic Morrow también brillan destellos de surrealismo, y de una extraña humanidad, casi melviliana: definida por los destinos de las manos que llueven sobre una multitud que saluda desde el desconocimiento o por la apelación a The deer hunter, la más entrañable de las películas bélicas, de la que destaca aquella canción entonada por borrachos que intuyen que nunca más volverán a encontrarse. No puede cerrarse esta reseña sin mencionar la extraña luz de Lima, tan vallejiana y, por lo tanto, tan universal.

martes, mayo 22, 2012

Te vas a reír cuando te lo cuente, Felix J. Velando

La Página Ediciones, Tenerife, 2012. 128 pp. 15 €

Miguel Baquero

El autor de esta colección de relatos, Félix J. Velando (Fuente Álamo, Albacete, 1970) fue, según se nos informa en la introducción del libro, uno de los guionistas de series de éxito como Siete vidas, y asimismo escribió para programas de humor tan ácidos como Las noticias del guiñol. Indudablemente, este currículum garantiza, en la vertiente literaria, no sólo una clave cómica y en gran modo corrosiva, sino también una agilidad y una vivacidad inusuales a la hora de conectar con el lector, o si se quiere con la audiencia. Estos dos factores (el humor cercano a lo cáustico, y el deseo de ganarse a quien lee), bien manejados, como es el caso, dan como resultado un libro que ya desde la primera página traza en el rostro del lector una sonrisa que muy pronto, y muy a menudo, se convertirá en abierta carcajada.
Es el humor que predomina en estos cuentos un humor, ya se ha dicho arriba, incisivo, cercano a la caricatura hasta el justo punto en que amenaza la exageración. Así, en los cuentos “Una noche en la tele”, con que se abre el volumen, y “Pezones” nos encontramos con una clara ridiculización de algunos tipos literarios, a los que no se nombra pero en los que no es difícil reconocer a Fernando Sánchez-Drago, por ejemplo, o a Juan Manuel de Prada, enfrentados a situaciones chuscas y grotescas en que sus altos principios literarios y su todavía más alto concepto de sí mismo se tambalea y amenaza con derrumbarse, ante la amplia sonrisa del lector. Juega Velando a inyectar la realidad, en su estado más descarnado, en medio de situaciones digamos “librescas”, y como resultado nos encontramos con unos relatos en lo que ni aquella, la realidad, es tan fría como suele, ni está, la literatura, tan altisonante como acostumbre. Y el beneficiado de todo ello resulta el lector, que, como digo, asiste casi entre carcajadas a esta irrupción de la realidad en lo novelesco.
Pero no todos son collejas a los “lataratos” y solemnes en este libro. Hay cuentos emotivos, en los que se recuerda el amor inocente de unas vacaciones, relatos en los que de pronto el príncipe azul aparece con la vestimenta menos adecuada, y hay asimismo cuentos (en mi opinión, los mejores, los más originales desde luego) en los que se da salida al disparate, a la escena cercana a lo surrealista, casi fuera de control si no se viese, pese a todo, al autor detrás de ella que ha dado todo el hilo a la cometa pero, al mismo tiempo, vigila y contiene los giros en todo momento para que la historia no se derrumbe de pronto.
En todo caso, desde los relatos más abiertamente caricaturescos y críticos, a los otros más íntimos, a los claramente gamberros, son historias de abierta jovialidad, y al mismo tiempo de un estilo intachable, que suponen una verdadera corriente de aire fresco.

lunes, mayo 21, 2012

Interior metafísico con galletas, Alberto Santamaría

El Gaviero, Almería, 2012. 62 pp. 16 €

Fernando Sánchez Calvo

La metafísica es una parte de la filosofía que investiga acerca del ser y de sus principios, orígenes y causas primeras.
Las galletas, aparte de estar muy buenas, son redondas (la figura preferida por los filósofos) y maleables (la textura preferida por los poetas).
«¿Qué será eso que nos hipnotiza / más allá de la materia?» es una de las grandes preguntas que un incombustible poeta y crítico literario se hace en la última joya de la colección Guairo, quizás (aunque sólo sea por los once títulos ya publicados bajo esta franja) la más conocida de El Gaviero Ediciones. No es la primera vez ni la primera colección, no obstante, en la que metafísica y cotidianeidad comparten escenario en El Gaviero. Otro de los títulos más vendidos de la editorial, ¿Cuánto dura cuánto?, de María Eloy García (Colección “Cuarto Menor”), ya acertó a vislumbrar que es nuestras mascotas, en las cajeras, en las peluqueras y en la gente que nos rodea donde tenemos que buscar (léase, por ejemplo, De cuándo descubrí que la vecina del tercero B es la filosofía). Sea en las personas, como es el caso de la poeta malagueña, o en las cosas, como es el caso de Alberto, la materia prima para “entender” (en el significado literal de la palabra) la tenemos.
Pero volviendo a Alberto Santamaría y a su materia, es ésta, «¿Qué será aquello que nos hipnotiza?», una de las grandes preguntas y seguramente origen del resto de dilemas del libro, el que, a medio camino entre la filosofía (la cual nunca busca respuestas) y la eterna desventura del vivir cotidiano (el cual siempre las busca) encuentran el camino para hacer más visible lo visible. Si hay algo que no quede claro hasta ahora (seguro que todo), el magnífico, preciso y también metafísico prólogo de Rosa Benéitez al poemario dará más luz al lector que se enfrente a esta ni siquiera decena de poemas.
Lo único que esta claro, eso sí, es que hay que mirar de nuevo y mirar de un nuevo modo. Con nuevos ojos, con nuevas actitudes («No existir no es el problema. Tenlo presente / Es su propia naturaleza / la que nos retiene»), con nuevas aptitudes («Chupar /cabezas de marisco / es algo delicioso sólo a partir de los cincuenta») o incluso con nuevas asociaciones (Farfullando como un subastador con problemas de vejiga), con todo aquello que se quiera, pero siempre y cuando incluya la palabra “nuevo”. Al fin y al cabo un poema es eso y un poeta es ése: la nueva realidad que surge gracias a la asociación de dos antiguas realidades porque, eso sí: en la realidad y en la naturaleza de siempre es donde tenemos que mirar, sólo que de un modo distinto. Sólo así podremos comprender cómo una zapatilla de andar por casa puede llorar su soledad al lado de un sofá, cómo una piedra alguna que otra vez puede sufrir por no encontrar su esencia o cómo la misma Angels Barceló es capaz de narrar la noticia más anodina del mundo con la misma profundidad que podría relatarse el fin de nuestros días. Sólo encontrando una luz, una intuición, alguna explicación de soslayo en los agujeros de una galleta, a todo lo que nos rodea, podremos también comprender, maravillados, que dicha periodista merece ese himno.

viernes, mayo 18, 2012

Mitologías, W. B. Yeats

Trad. Javier Marías, Alejandro García Reyes y Miguel Temprano García. Acantilado, Barcelona, 2012. 384 pp. 26 €

José Luis Gómez Toré

Si la reciente publicación en la editorial Pre-Textos de la poesía completa de William Butler Yeats en una cuidada traducción de Rivero Taravillo supuso una importante aportación al conocimiento por parte del lector de habla hispana de una figura fundamental de la poesía europea, la aparición de estas Mitologías nos permite acercarnos a la vertiente narrativa de una obra de una evidente unidad (el tercer pilar de esta obra sería el teatro, de la que se echan en falta ediciones recientes en español). El lector del Yeats poeta no se sorprenderá encontrar aquí motivos tales como la importancia del mito o del ocultismo así como la cuestión de la identidad irlandesa, temas todos que mantienen a su vez entre sí importantes vínculos. Por otra parte, la atracción por el mito, heredada del Romanticismo, es una constante en toda la literatura del cambio de siglo, la que va del Simbolismo a las vanguardias, en la que cabe desde el enfoque paródico de un Joyce a la visión nostálgica y desencantada del Eliot de La tierra baldía, pasando por los intentos de recuperar una suerte de verdad mítica como la que subyace en buena medida en Yeats, en quien no faltan tampoco (y así se aprecia también en este libro) momentos en que dicha empresa parece harto difícil. Si Weber habló del desencantamiento del mundo como uno de los procesos centrales que definen la Modernidad, en buena parte del arte del período se percibe el deseo de una remitologización, de la que no faltan incluso ramificaciones en la literatura popular (pienso, por ejemplo, en Tolkien y en su larga lista de imitadores). No lejos de esta cercanía al mito está esa tradición secreta, que en el presente volumen se refleja en los relatos de La rosa alquímica y en los ensayos incluidos en Per amica silentia lunae, que ha vuelto su mirada hacia las llamadas ciencias ocultas, una tradición que a los ojos de una mentalidad racionalista puede resultar molesta, pero a la que se asocian nombres como los de Nerval, Pessoa o el propio Yeats (y que no está ausente en la tradición hispánica, como nos recuerda, por ejemplo, el Modernismo o la obra más reciente de Ángel Crespo).
No obstante, creo que leer Mitologías como un mero documento de época resulta empobrecedor. El presente libro es ante todo una bellísima recreación de los mitos y creencias irlandeses, de una tradición a un tiempo popular y culta en la que se funden, no siempre de manera armónica, como reflejan algunos de los cuentos de Yeats, las tradiciones paganas de origen celta con la visión del mundo del cristianismo. Si los relatos de El crepúsculo celta, que abren el volumen, dejan un importante espacio al humor (algo sobre lo que reflexionará el propio Yeats, en su “Reprimenda a los escoceses por haberles agriado el carácter a sus fantasmas y duendes”), La rosa secreta y las Historias de Hanrahan el rojo dan paso a una visión más dramática, que refleja en buena medida la fragilidad de esos mitos y sobre todo de la esperanza de salvación puesta en ellos.
Me atrevería a afirmar que para el lector de la poesía de Yeats es este un volumen imprescindible. También para aquel que nunca se haya acercado a su formidable obra lírica, los cuentos y ensayos de Mitologías dibujan una más que recomendable puerta de entrada. Pero más allá de ello, nos encontramos ante una obra que se sostiene por sí misma como una admirable ejercicio de la fantasía y como una respuesta a esa necesidad, siempre renovada, de escuchar y contar historias, ese hilo secreto que une la infancia con eso que llamamos, sin mucha convicción, madurez.

jueves, mayo 17, 2012

Un mundo aparte, Gustaw Herling-Grudzinski

Trad. Agata Orzeszek / Francisco Javier Villaverde González. Prol. Jorge Semprún. Libros del Asteroide, Barcelona, 2012. 360 pp 22,95 €

 
Ángeles Prieto

 
En estos tiempos en que es frecuente encontrar manipulaciones históricas, a manos de opinadores de todo tipo e ideología y sin formación, la durísima lectura de este libro es más que necesaria. Porque estamos ante un desgarrado testimonio de primer orden condenado inquisitorialmente al olvido desde su aparición, pese a que viniera acompañado de un prólogo de Bertrand Russell en su primera edición en lengua inglesa, allá por 1951. El mismo Albert Camus batalló sin éxito alguno a fin de que fuera publicado este libro en Francia. No lo consiguió.
Al mismo Gustaw le resultaría aleccionador, además de irónico, que la difusión de su obra en Rusia no pudiera hacerse realidad hasta 1990, sólo después de la caída del muro y del gran aldabonazo que sobre el régimen soviético diera Solzhenitzyn con su Gulag. Quizá porque tuvieron que ser los propios rusos, y no un polaco, quiénes mostraran a Occidente todo el horror del régimen totalitario que debieron padecer, a idéntico nivel que el nazismo, aunque superado éste en términos estadísticos por los Soviets dado que cuarenta millones de personas fueron deportadas a Siberia. Escasa diferencia encontramos también entre los campos de concentración germanos y la extenuación por hambre y trabajos forzados en aquellos infiernos helados: la destrucción absoluta de la individualidad, los niveles de degradación alcanzados fueron los mismos. Y destaquemos también que la cerrazón de cierta intelectualidad europea a no querer asumir lo que allí estaba ocurriendo, en la proclamada patria de la igualdad y la justicia social, se impuso hasta el final.
El caso es que sumidos en el dolor más absoluto y desesperanzado, junto al testimonio organizado, inteligente y perspicaz que nos transmite Gustaw sobre la supervivencia en los campos, en medio de la traición, la delación y la culpa reinantes, siempre surge algo que nos redime, que nos permite distraer la mirada del horror para hacerlo quizá más ostensible. Porque a lo largo de esta obra autobiográfica se desliza una mirada perspicaz pero también compasiva, conocedora de esa empatía sabia, necesaria piedad, que sólo conseguimos encontrar en la mejor literatura: un libro jalonado de hermosas impresiones personales y de edificantes historias de muchos personajes anónimos que no tuvieron nunca la oportunidad de huir.
Más allá de un documento histórico estamos ante una obra mayor que nos conmueve profundamente. Y también nos debe motivar. Pues no sólo somos las quejumbrosas víctimas de una crisis económica, sino también los herederos de una Europa que se desgarró a sí misma en dos demencias crueles, alcanzando entonces unos niveles de degradación, envilecimiento y abyección jamás vistos y que consiguió remontar el vuelo derrotando utopías, gracias al trabajo, la solidaridad, la justicia y el respeto a los derechos humanos. En esa lucha de la razón, hemos de seguir con firmeza. Y ese es el valiente legado que nos transmite esta obra maestra.

miércoles, mayo 16, 2012

Ramal, Cynthia Rimsky

Fondo de Cultura Económica, Madrid, 2011. 161 pp. 14,50 €

José Morella

Hace más de quince años hice autoestop desde Buenos Aires hasta Jujuy con unos amigos. Tres semanas bastante delirantes. Uno de nosotros era porteño, y recuerdo siempre lo mucho que me sorprendió que la vida del interior de su propio país —los indígenas colla de Salta y de Jujuy, las casas de adobe de familias humildes, la lentitud y la parquedad de la gente de los pequeños pueblos— le resultara a él tan extraña como a mí. Se sentía en su propio país tan extranjero como yo. En ese viaje mi conciencia de la desigualdad social se hizo mucho más fuerte de lo que ya era. Y ahí me ha devuelto Ramal. No es Argentina sino Chile, y el ramal es el de la línea férrea que discurre entre Talca y Constitución. La distancia entre el afuerino ("el que viene de afuera") y los lugareños es tan brutal que al principio el protagonista llega a pensar que no hablan la misma lengua: le pregunta algo a alguien y no recibe respuesta, o eso cree él. La cosa es más simple: la gente se toma tiempo para pensar lo que va a responder, algo inédito en la capital. Al principio el afuerino no sabe interpretarlo. Para escribir su historia, Rimsky, como el afuerino, se ralentiza. Es difícil apresurarse leyendo este libro. Empecé a disfrutarlo mucho cuando dejé de intentar acelerar la lectura y producir sentidos. El lector es también el que viene de afuera. Rimsky gasta muchísimo esfuerzo y talento para que que pocos lectores nos aliviemos del ritmo demencial que, si nos despistamos, solemos vivir como natural.
El tren de Rimsky me recuerda a la idea del espacio típica de los libros de Gaston Bachelard: el espacio verdadero es el que se da en el adentro de los ojos, el espacio soñado; imposible desligarlo de nuestra entraña. En Ramal ese espacio va dibujando -—entre otros— dos mapas, o dos esbozos de mapas, muy claros: el de la nostalgia y el de la miseria. Pasado y futuro. Un mapa místico para transitar el pasado añorado que se desea salvar, y otro económico para transitar el futuro ruinoso. Ambos se viajan en el mismo tren. De este modo, el afuerino se salta siempre el momento presente. Pasa por alto lo único que de verdad existe. Por eso desconoce hasta un punto inimaginable (como tantas personas hoy en día) a su propio hijo neurótico, así como a sí mismo y a sus propias neurosis. Por eso le pasa lo que le pasa. La novela se nutre del choque entre el fluir del tiempo y nuestra torpeza psicológica para dejar de intentar patéticamente adueñarnos de él, para dejar de medirlo y usarlo para algo. Como lector, al principio quieres saberlo todo: quién es el hijo, el hijo de quién, qué dentista vivió dónde, quién arregló qué casa para vivir con qué mujer. Luego te vences al ritmo del libro, a su(s) espíritu(s), y lo disfrutas.
Una lectura económica deja desnuda para quien quiera verla (o tal vez sólo para mí) cierta verdad sobre el turismo. El ramal pasa por lugares que el Estado dejó a su suerte. En algún momento hubo hoteles, pero la bicoca se hundió cuando un aristócrata puso una planta de celulosa que apestó literalmente la zona y no dio tanto trabajo como prometía. De todos modos, todavía hoy los burócratas de la capital van dando "capacitaciones" a los lugareños para vender su vino casero o sus comidas típicas como valores turísticos. La definición exacta de ruina: restos de algo.
El turismo suele crear mundos nuevos que se disfrazan de mundos antiguos. Hace florecer el papanatismo. Lo "auténtico" no es lo que los turistas encuentran cuando llegan ni lo que buscaban cuando partieron. No es lo que hubo ni lo que se produce como supuestamente idéntico a lo que hubo. La experiencia llamada "vino casero" que se da en bodegas particulares de hijos (arruinados) de viejos campesinos no puede evitar modificarse por la propia búsqueda de los turistas y por el deseo de enriquecimiento de los productores. El antiguo vino, que era sólo eso, vino, ya no existe precisamente porque queremos que exista. Lo único que hay son compulsivos deseos colectivos que suelen dejar una melancolía cuya causa queda oculta para quienes la sienten. La existencia del turismo crea la tradición y no al revés. Lo auténtico no existe. Eso que (no) es se va muriendo mientras le chupan o tratan de chuparle la sangre que le queda los burócratas que dan certificados de "apto" a los lugareños para etiquetarse a sí mismos, a sus cerdos de matanza, su vino y las tejas antiguas de sus casas. Pero qué demonio son las tradiciones, dónde está el límite entre la cultura con mayúsculas —si es que existe— y el casposo souvenir de rambla. Qué es el valor de lo nacional o provincial. Qué ficción o ruina de ficción es esa. Y la única pregunta que cuenta: cuánta pasta (plata, guita, cuartos, lana) nos puede dar todavía.
Durante la lectura sabemos de mujeres que trabajan en invernaderos de tomates y que se prostituyen para sacar un extra. Hay gente que denuncia a la policía a adolescentes que están en la calle simplemente por estar en la calle. Hay críos mendigando, envueltos en mantas. Una mujer púber se ofrece a sí misma al afuerino como pareja; la vida de esa niña ha sido tan difícil que confunde ser tratada sin agresividad con ser muy bien tratada. La miseria nos resulta difícil de entender porque se aloja en el cuerpo. Es emocional. Tensa los músculos. Mirarla solamente no es bastante: vemos sólo una cara, como cuando miramos la luna, y la vemos muy mal. Y sí, ya lo sé, nuestra crisis de ahora, el cuarto mundo, etcétera. Pero aun así.

martes, mayo 15, 2012

El libro de Monelle, Marcel Schwob

Trad. Luna Miguel. Demipage, Madrid, 2012. 119 pp. 15 €

Ignacio Sanz

Había leído algún artículo ponderando la fascinación que produce en unos pocos la obra de Marcel Schwob, pero confieso que no conocía nada de él. Es un tipo extraño, un raro, uno de esos escritores atípicos que se salen por la tangente de los campos literarios. No es extraño que haya influido en autores como Cunqueiro, Borges o Vila Matas. Otros que tal bailan. Según leía esta novela, recordaba uno de los primeros libros de Cunqueiro, Flores del año mil y pico de ave, en que se cuenta la vida y milagros de una serie de damas de antaño, gozadoras de la vida con ese regusto ingenuo propio de las calendas medievales. Luna Miguel, la traductora y presentadora de esta novela resulta también fascinante. Imagínense ustedes a una muchacha que a los quince años queda deslumbrada por Monelle, la nínfula que junto con Alicia y Lolita conforma el cogollo de la mejor literatura y a los veintidós, la traduce y la prologa. Como señala Luna Miguel, Carroll y Nabokov los padres de sus respectivas criaturas son muy célebres y ciertamente no lo es tanto el bueno de Marcel Schwob, muerto con 38 años. Pero al tiempo que me venía a la mente Cunqueiro, a ráfagas, me acordada del Libro del Tao, resumen de la filosofía budista. Y de los cuentos tradicionales de la vieja Europa. Todo ello se da en esta novela corta, intensa y extraña, como si los manantiales en los que bebiera su autor fueran ciertamente exóticos.
La novela está dividida en tres partes, “Las palabras de Monelle”, en las que se hace declaración de intenciones y confiesa su condición de prostituta, claro que no prostituta a la manera convencional, sino prostituta sabia, filosófica, curativa. La segunda parte, “Las hermanas de Monelle”, se dibuja la biografía de las once hermanas, como salidas cada una de un cuento maravilloso. Y en la tercera parte, “Monelle”, se nos cuenta en seis capítulos su aparición, su vida, su huída, su paciencia, su reino y su resurrección. Ciertamente resulta fascinante Monelle, como personaje escapado de un cuento tradicional. Aparecen a lo largo del relato muchos elementos cargados de simbolismo. El propio lenguaje restalla en nuestros oídos como una música extraña, envolvente, acariciadora. Cuando cerramos el libro que nos ha llevado por caminos nada convencionales, nos acordamos de la joven Luna Miguel y comprendemos que la lectura de una novela misteriosa como El libro de Monelle marque para siempre.

lunes, mayo 14, 2012

Manifiesto personal, Ana María Moix

Ediciones B, Barcelona, 2011. 272 pp. 18 €

Cristina Davó Rubí

En los tiempos que corren, es un bálsamo leer un libro como este. Y digo bálsamo, aunque no se encuentra optimismo alguno, porque esperanza saber que aún queda gente lúcida que se atreve a decir verdades, a criticar sin sectarismo y a reivindicar la inteligencia de la ciudadanía ante los abusos que se están cometiendo. Manifiesto personal de Ana María Moix (Barcelona, 1947) es, como el título afirma, una exposición propia y personalísima de lo que está sucediendo en nuestro país, pero avalada por el espíritu crítico y observador de una escritora con un amplio bagaje cultural. Su enfoque es el del ciudadano de a pie, cuyo estado de ánimo es ahora mismo la indignación. Moix, en contacto directo con la realidad, recopila anécdotas y abarca ámbitos tan diversos como la juventud, la educación, el paro, el consumismo, la especulación inmobiliaria, los derechos de la mujer, o la ancianidad. Todo ello con un ataque radical a la clase política en general, descastada, falta de ideales y guiada por el poder de los mercados, según su opinión.
El lenguaje utilizado no podría ser más natural y claro, cualquier lector entenderá y se sentirá identificado en alguna de las situaciones que muestra la autora, sino en todas. Sin embargo, se nota el saber hacer que convierte un texto sencillo en una obra de singular calidad humanística. No debería de pasar desapercibido este libro destinado a mover conciencias. Que busca la organización, la solidaridad para cambiar una situación que está arrasando con todas las seguridades que teníamos. Un toque de atención sobre los padres que desatienden la educación de sus hijos, sobre el desamparo en que se encuentran sectores de la sociedad como las viudas o los ancianos, sobre una construcción desaforada que nos ha puesto al límite del abismo, sobre la debilidad de nuestra democracia. Pasado el tiempo de las vacas gordas, Ana María Moix apela al desconcierto y a la desilusión para movilizarnos, para que luchemos por la recuperación de un sistema democrático que es el mejor de los posibles. Si algo positivo encontramos en este manifiesto amargo es la posibilidad del cambio. Que la crisis haga replantearnos nuestros valores y prioridades, ponernos en el lugar del otro, y no seguir dejándonos subyugar por discursos envenenados y arteros.
Ana María Moix es la única mujer incluida por José María Castellet en la antología Nueve novísimos poetas españoles (1968). Llamada por sus amigos cariñosamente “la Nena”, para diferenciarla de su hermano Terenci, reúne numerosos reconocimientos a su carrera literaria, como escritora, periodista, traductora y editora. Siempre ha estado vinculada al compromiso con causas justas y se ha declarado abiertamente feminista y de izquierdas. Ahora, además, está enfadada. Por eso lanza este dardo para quien lo quiera recibir.

viernes, mayo 11, 2012

Al desnudo, Chuck Palahniuk

Trad. Javier Calvo Perales. Mondadori, Barcelona, 2012. 192 pp. 17,90 €

Santiago Pajares

Chuck Palahniuk lleva sobre sus hombros la pesada carga de ser Chuck Palahniuk. Esto es, tras asombrar a medio mundo con su primera novela publicada, El club de la lucha y hacerse el referente de una nueva generación cuando la novela se convirtió en una película de culto, la gente empezó a pedir más de él. Muchos nuevos escritores y lectores comenzaron a fijarse en las nuevas y originales formas que tenía de escribir novela, en las repeticiones de sus frases y sus extravagantes puntos de vista. Esto hace que cuando te dispones a abrir un nuevo libro de Chuck Palahniuk ya sepas que va a ser algo especial y novedoso. Puede que no sea siempre todo lo bueno que tú esperas, pero sabes que el viejo Chuck habrá buscado otra vuelta de tuerca en lo que se refiere a buscar una nueva forma de narración.
Al desnudo, su última novela, no es una excepción.
Hace poco leía en twitter las conversaciones cruzadas de Alex de la Iglesia y Chuck Palahniuk (pues sigo a los dos) en los que Palahniuk decía que no quería escribir guiones para cine, porque es realmente en una novela donde el escritor tiene el poder absoluto. Y razón no le falta.
Es por este comentario que me ha sorprendido la nueva forma de relatar de Palahniuk en su nueva novela, y es que usa un registro que no había visto nunca (no digo que no haya existido, sino que yo no lo he visto), y es el guión novelado. Incluyendo posiciones y movimientos de cámara, relato de las escenas y el uso de negrita para remarcar personajes y elementos importantes. Los capítulos son muy cortos, apenas cuatro o cinco páginas, pero por esto mismo no se hacen pesados. Como secuencias cortas de una película.
El libro trata la historia de una vieja actriz de Hollywood, Katherine Kenton, narrada por su vieja y fiel ama de llaves, Hazie Coogan. Esta es el verdadero talento detrás de la actriz, aquella que ha modelado cada una de sus actuaciones y ha dirigido su carrera hacia el éxito. El cerebro detrás del cuerpo. El libro está plagado de personajes conocidos de la época que se cruzan constantemente con la protagonista, desde escritores a directores de cine, autores teatrales, actores y gente rica del mundo de la farándula. Tantos, y siempre marcados en negrita, que llegado un punto creía que eran invenciones del autor, hasta que los busqué en internet para darme cuenta de que todos son reales. Incluso Lillian Hellman, casi otra protagonista del libro, un personaje tan absolutamente exagerado que abre el libro corriendo campo a través para huir de los nazis con niños judios atados a sus muslos para ser salvados. Como lo cuento. De ahí a más. Siempre a más, estilo Chuck Palahniuk.
Si algo es marca de la casa de este escritor son las situaciones extravagantes, situaciones en las que el lector se dice: Esto sólo se le puede ocurrir a Palahniuk, a nadie más. Y en este libro, esas situaciones son constantes. Cuando el nuevo marido de Katherine Kenton comienza a escribir una biografía de la actriz esperando que esta muera y así poder publicarla, podemos ver escrito y reescrito el último capítulo de esa biografía, donde se narra una nueva muerte de la actriz y una nueva descripción del glorioso y gigantesco miembro viril de su marido. Es por esto que la actriz debe anticiparse al final que le tiene reservado su marido y sobrevivir para que él narre otro final tremendamente divertido y entretenido.
Personalmente, al ser un libro corto (192 páginas) he decidido no leerlo en autobuses y reservarlo para mi lectura nocturna antes de ir a dormir y así disfrutarlo en plenitud. Mejor no os digo lo que he soñado a continuación. Eso es algo entre Chuck Palahniuk y yo.

jueves, mayo 10, 2012

El Sunset Limited, Cormac McCarthy

Trad. Luis Morillo Fort. Mondadori, Barcelona, 2012. 112 pp. 14,90 €

Cristina Consuegra

Cormac McCarthy es uno de esos pocos autores al que la definición de original no le queda grande, especialmente, por la forma descarnada de asimilar y reflejar la condición humana a través de la ficción. El autor de La Carretera (2007) siempre ha mostrado un afán desmesurado por hacer pensar a la persona que sostiene el libro, la misma que tras el ejercicio lector será responsable de una parte de la realidad y del presente en el que está inmersa. El Sunset Limited, publicada en 2006, es la segunda obra de teatro que McCarthy escribe y que Mondadori recupera este año para el público español. Con la prosa seca y contundente a la que nos tiene acostumbrados, en El Sunset Limited, su autor traza una conversación a bocajarro entre dos individuos, Blanco y Negro, cuyas existencias jamás se hubieran cruzado de no ser porque uno de ellos, Negro, decide frustrar el intento de suicidio de Blanco, quien se arroja a las vías por las que circula el tren conocido como el Sunset Limited. Desde esa liberación/prisión, se despliegan dos sistemas morales antagónicos que someten al lector a un ejercicio de profunda lectura activa que se antoja tan inquietante como necesaria.
Formalmente es un título clásico, es decir, la acción dramática transcurre a través del diálogo entre sus protagonistas, ahora bien, gracias a ese sencillo planteamiento, McCarthy articula un complejo entramado discursivo que no hará más que capturar al lector y trazar complicidades entre las posturas éticas de los personajes y el individuo que se encuentra al otro lado de la página. La elección de esos nombres, además de reflejar el contraste del color de la piel de ambos protagonistas, es un juego dicotómico que el autor emplea para desarrollar una de las grandes obsesiones que McCarthy ha tratado en otros títulos: la pugna entre la razón y la fe, entre el conocimiento y la creencia por la creencia. Cada personaje defiende una postura que no es ni sencilla ni pretenciosa, trasladando al lector cierta sensación de ingravidez ética cuyo estado de perturbación hace que se revisen esas cuestiones que suelen yacer en ángulos imprecisos de todo ser humano.
Con el uso de cada palabra, McCarthy refuerza el pensamiento lanzado por los personajes, al tiempo que realiza un trayecto introspectivo gracias a la mirada que cada individuo sostiene hacia el mundo, trayecto que avanza con la línea dramática hacia niveles de mayor profundidad donde se encuentran otros refugios que el autor ha desarrollado explícitamente, sin subterfugios, temas o asuntos como el cuestionamiento de la existencia del individuo contemporáneo, la libertad dentro de un sistema que ha sido diseñado para no hacer partícipe al ser humano, el conocimiento como arma de defensa, pero sobre todo y ante todo, su preocupación por la tríada mundo-persona-educación, tríada que puede entenderse gracias a la frase que Blanco espeta a Negro en un momento concreto de la obra: «La educación y la cultura hacen que el mundo sea personal». Por todo ello, sin estar ante la mejor obra de McCarthy, El Sunset Limited es una obra eficaz para entender el corpus del autor de No es país para viejos.

miércoles, mayo 09, 2012

Los otros mundos, Rosana Alonso

Talentura, Madrid, 2012. 140 pp. 12,50 €

Miguel Baquero

Primera obra de la madrileña Rosana Alonso, Los otros mundos es una colección de relatos de pequeña extensión, desde las dos líneas a la página y media como máximo. Pese a la brevedad de los textos, los casi cien relatos que componen este libro juegan, en todos los casos, a darle la vuelta por completo a la realidad, pasar al otro lado y ver la vida cotidiana, que nos parece tan sencilla y poco jugosa, desde su negativo fotográfico, en que lo oscuro es claro y lo claro, oscuro, desde una posición en que cada página nos reserva una sorpresa. Son mundos posibles o mundos improbables, mundos de ensueño o mundos de pesadilla los que forman estos Otros mundos de Rosana Alonso.
Tanto en la introducción como en la contraportada del volumen se invoca la figura geométrica del fractal, un objeto de forma tan irregular que se escapa a la definiciones tradicionales. En gran medida, los cuentos de Los otros mundos usan de ese concepto para buscar el punto de fuga de la realidad, el momento en el que la historia quiebra por un punto insospechado (a veces sólo transcurridas unas cuantas palabras, a veces en la frase final) y el lector se encuentra ante una realidad distinta. Improbable o imposible si se quiere, pero no por ello menos literaria. Porque la literatura, en fin, y es algo que nos viene a recordar Rosana Alonso, no tiene por qué ceñirse a lo verosímil, a lo tangible, cotidiano y convenido, sino que puede recogerse en dobleces impensables, puede incluso echarse a un lado y encerrarse en una burbuja con sus propias leyes, ¿por qué no? Es evidente que la poesía no tiene límites, o no debería tenerlos, y este es así mismo el objetivo de la autora de estos breves relatos: explorar fuera de cualquier límite.
Aunque quizás haya dicho mal: la poesía, el relato, y en general la literatura sí deberían tener un límite, pero este no puede ser en ninguna manera lo verosímil o lo probable, sino que debería ser la significación: que tanto el poema como el relato en cuestión lleguen a significar algo para el que los lee, lleguen a emocionarle, a sorprenderle o a conmoverle. En el caso de Los otros mundos, la sorpresa está, desde luego, asegurada en la mayoría de los relatos, y en algunos también, en bastantes, se puede encontrar al final de la lectura ese indefinible poético que hace que la escena pintada tenga una extraña belleza:
«Aquel tipo acudió a mi consulta buscando una cara nueva. La mujer de la que estaba enamorado le ignoraba. Le enseñe el catálogo y eligió una cara ovalada, simétrica, de labios sensuales y nariz recta. Pero yo conservé su antiguo rostro y le pedí a un colega que me lo trasplantara; me gustaban esos rasgos pronunciados».
«Nuestra constructora es la única que permite observar cómo será la vida de las futuras parejas», dice con orgullo el vendedor mientras abre la puerta para que entren Inés y Carlos. Desde el recibidor les llega el olor a sopa y tortilla francesa que parte de la cocina. Una mujer en chándal les mira desde el pasillo…”
Una colección de relatos, en resumen, que busca en todo momento la originalidad, que cada página, cada pequeño cuento, tenga algo que ofrecer al lector, sorprendente o emotivo, pero siempre diferente a lo acostumbrado. Y es por este motivo por lo que puede hablarse de un libro de gran nivel literario.

martes, mayo 08, 2012

Cuando Lázaro anduvo, Fernando Royuela

Alfaguara, Madrid, 2012. 389 pp. 18,50 €
 
Ignacio Sanz

«Más paro, más precariedad, más desempleo, más injusticia, menos protección social. Las desigualdades habrían de radicalizarse. Por un lado los muy ricos; por el otro, los muy pobres, y en el medio, una clase media inane, hundiéndose día a día en la miseria con los ojos abiertos de espanto, mirando resignados, como el perro de Goya, al cielo que se va... Todo se vendría abajo, solo era cuestión de tiempo.» (pag. 365)
Recojo este párrafo porque me parece un retrato lúcido de los que está pasando en este momento. Y, sin embargo, pese a su contenido aciago, la novela es una fiesta de la imaginación y del lenguaje.
No conocía a Fernando Royuela ni por referencias; asustaros por la dimensión de mi ignorancia. De manera que esta novela ha sido la primera incursión en su obra. Todo un descubrimiento. Qué magnetismo el de su prosa, con qué facilidad nos absorbe, qué poderoso su estilo y qué estimulante su capacidad fabuladora con cierta tendencia al esperpento y como en Valle, con un dominio absoluto del lenguaje tanto en las descripciones como en los diálogos que parecen plasmación directa del habla de la calle. Como Valle se inspira en la propia realidad que deforma ligeramente, hasta tal punto que cada uno de los capítulo comienzan glosando una noticia extraída de los periódicos o de los telediarios, una noticia que el lector recuerda ligeramente, aunque al removerla nos resulte sorprendente. Estas noticias son de carácter político, religioso, económicos o de sucesos, como los contenidos de la novela.
Lázaro, el personaje central, como su homónimo bíblico, resucita tras su muerte en un hospital donde ha sido llevado por la ambulancia. Unos meses atrás había sido despedido del banco en el que estuvo trabajando durante más de veinte años. Y ahí comienza el carajal. Lázaro tiene una mujer discreta que no está preparada para un acontecimiento de esta magnitud y cuenta también dos hermanas, Marta y María, una meapilas y otra alcohólica. Para completar el cuadro, y al rebufo de la muerte llega su hija, estudiante en París, acompañada por el novio saxofonista. Royuela hace un despliegue imaginativo con estos personajes que se enriquecen con la aparición de curas, banqueros, médicos, políticos, periodistas que, cada cual a su manera, trata de sacar partido de la resurrección de Lázaro. En definitiva Royuela hace un retrato magnífico de nuestro presente, dando papel a personajes secundarios que entran y salen de escena con el desparpajo corrosivo de su prosa imantada. Todo un alarde de imaginación en una estructura compleja perfectamente ensamblada. Como aquel Valle de las comedias bárbaras. No se lo pierdan.

lunes, mayo 07, 2012

Política criminal, Joaquín Lloréns

Baile del Sol, Tenerife, 2011. 383 pp. 20 €

Rubén Castillo Gallego

En el mundo de la novela negra hay tal cantidad de tendencias, líneas de actuación, posibilidades narrativas y mezcla de ingredientes que parece difícil que alguien pueda encontrar un camino personal, distinto, reconocible. Se ha mezclado al asesinato la gastronomía, el esoterismo, la política, la psicología y la psiquiatría, por citar algunos ejemplos paradigmáticos. Pero creo que Joaquín Lloréns (Bilbao, 1962) ha encontrado un sendero muy personal, vertebrado alrededor de Beatriz, una “investigadora licenciosa” que llena de erotismo sus páginas. Así, los lectores irán comprobando cómo su sensual protagonista besa con lengua a la prostituta Mireia (p.22), hace el amor con su padre adoptivo (p.59), se acuesta con el hijo del mayordomo (p.93), le hace una felación a Julio (p.232) o actúa de bisagra en un trío explosivo con un camarero y un policía (p.235). Pero que nadie se llame a engaño imaginándose que los atractivos de esta larga novela se circunscriben a esas pinceladas de sexo explícito. Ni mucho menos. Joaquín Lloréns, con habilidad de buen narrador, nos presenta desde el principio de la trama un enigma magnético y desconcertante: una misteriosa organización que se hace llamar a sí misma “Hermandad para la regeneración democrática” envía una serie de cartas donde lo que brilla no es tanto el idealismo como el chantaje: indica con claridad a los receptores (uno de ellos, el padre adoptivo de Beatriz) que deben sumarse a su campaña de purificación... matando a una persona corrupta del mundo político. Si no lo hacen así serán considerados desafectos a la causa, y ellos o alguna persona de su entorno sufrirán el castigo correspondiente. La pregunta que nos queda entonces a los lectores de la obra es clarísima: ¿cómo actuaríamos nosotros ante una tesitura de tal envergadura? En resumen, ¿qué hacer ante una amenaza de ese orden? ¿Obedecer, denunciar, rebelarse? Usando todas las armas a su alcance (su cuerpo, pero también su habilidad, su intrepidez y su inteligencia), Beatriz viajará por varias ciudades para conocer a los principales sospechosos, que se conectan entre sí por dos vinculaciones chocantes: pertenecen al mundo de las inmobiliarias y han mostrado en algún momento simpatía por el partido UPyD, de Rosa Díez. ¿Es posible que esa organización política se encuentre detrás de la oscura y amenazante hermandad? Cuando empiezan a aparecer las primeras víctimas (un antiguo concejal del PSOE, la esposa de uno de los amenazados, un exministro), los políticos, la prensa, la policía y la opinión pública se alertan escandalosamente: hay que poner coto a esta locura y descubrir a los culpables... Beatriz, moviéndose al margen de la investigación oficial, consigue una pista fiable, de cuyos hilos tira. Lo que descubre es tan sorprendente que ningún lector se sentirá defraudado por haber invertido su tiempo en las casi cuatrocientas páginas de esta fabulación. No hay duda de que Joaquín Lloréns ha elaborado una obra primorosa, que nos hace esperar ansiosos su siguiente entrega, titulada Venganza criminal y que aún no ha visto la luz. Ojalá Baile del Sol no demore demasiado su bautizo.

viernes, mayo 04, 2012

Al oeste con la noche, Beryl Markham

Trad. Miquel Izquierdo. Libros del Asteroide, Barcelona, 2012. 320 pp. 21,95 €

Ariadna G. García

Obra maestra. Al oeste con la noche no admite otros calificativos. Merece la corona del metal más noble, el oro. No es ya que el libro brille por encima de la mayoría de obras que se acumulan en las librerías o en los listados de Amazon, sino que se merece la perdurabilidad en el tiempo, la victoria sobre de lenta oxidación que impone el olvido. Y esto es así porque esta espléndida autobiografía retrata a un personaje cautivador, a una mujer pionera (entrenadora de caballos, piloto), de fuerza arrolladora, de espíritu curioso y de alma aventurera que no conoce límites, que rebasa las fronteras donde se quedan otros. Pero hay más. La obra describe a sus lectores un continente enigmático, lleno de vida, que conmueve tanto por la violencia de sus parajes como por la riqueza de sus tribus, o la sabiduría que encierran sus costumbres y mitos ancestrales. El libro sacia nuestra sed de entretenimiento y de conocimiento histórico del África colonial con la misma exuberancia con que colma nuestra expectativa estética. Sus páginas contienen lúcidas reflexiones de calado y experiencias sensoriales de estreno (el vuelo, la mezcla de la cultura blanca con la negra…) que son contadas con un estilo imponente.
Publicado en 1942, un lustro después de la exitosa Memorias de África (de Karen von Blixen- Finecke), el libro de Beryl Markham pasó de puntillas por el escenario de un mundo entregado a la guerra. Esta fortuna editorial, no obstante, posibilitó el descubrimiento de su innegable calidad literaria, aunque impidió otros logros: como su difusión o el estrellato de su autora. No estaban los súbditos del Imperio Británico para la idealización de la vida en Kenia cuando la artillería inglesa estaba combatiendo sin descanso contra el Africakorps.
La obra se estructura en cuatro partes. En la primera, Markham rememora un rescate que llevó a cabo el 16 de junio de 1935 a bordo de su Avian. Este episodio sirve de prólogo a las aventuras que se narran a continuación. En la segunda, relata su infancia en la granja de Njoro, donde vivía con su padre, en el África Oriental. Aquí asistimos a la forja del carácter de una niña que aprende con los nandis las técnicas de caza. Su amor por los animales queda reflejado en distintas escenas donde cría caballos, asiste a una yegua en el parto o explora los bosques con la ayuda de su perro. El ser humano vive en equilibrio con tu entorno. Respeta la naturaleza. No trata de explotarla, ni de agotar sus recursos. Al mensaje ecológico, suma la autora la reflexión crítica (en boca de un hindú) sobre el impacto de la aviación civil: «Ya no basta con caminar. No basta con montar a caballo. Ahora la gente tiene que ir de un sitio a otro a través del aire. Eso no traerá más que problemas» (p. 60). En la tercera parte, Beryl Markham se centra en su adolescencia. En esta ocasión, narra cómo su padre emigra al Perú mientras ella se traslada al norte, a Molo, en donde exhibe su destreza en el entrenamiento de purasangres para las competiciones ecuestres. Atrás deja a Kibi, su amigo nandi, así como los peligros de una tierra salvaje (estampidas, acoso de leones). Un encuentro fortuito con el piloto Tom Black marcará su destino para siempre. Ahora sueña con ser piloto. En la cuarta parte, Markham, ha desatado el lazo que la unía a las carreras, y a los mandos de su avión, recorre Kenia transportando personas, correo y suministros para safaris. No conoce barreras. El viento no le ofrece resistencia: «Ningún horizonte es tan lejano que no lo podamos alcanzar o superar» (p. 195). Con esta certeza, se convierte en la única mujer en surcar el cielo africano. Desde su atalaya aérea, divisa cazadores heridos que luego rescata, así como manadas de elefantes tras cuya pista pone a la ociosa nobleza imperial, para que canalice su soberbia ejecutando animales. Con la llegada al continente del ejército fascista de Benito Mussolini, la autora decide que es el momento de regresar a Londres. En esta última etapa de su biografía, entrará en los anales de la historia de la aviación al cruzar en solitario el Atlántico.
«Ningún día debería parecerse al anterior». Este es el lema bajo el que vive Markham. Y su obra, lo mismo que su vida, es un mosaico de imágenes, de historias, de leyendas; un friso decorado con hermosos bajorrelieves: «Solo (había) lomas que se ondulaban y avanzaban suavemente y sin fin hasta que rompían contra el tabique del cielo. No había nubes que contemplar. El automóvil recortado contra aquel sobrio lienzo era una intrusión. Parecía como si un crío hubiera pegado la estampa de un juguete absurdo sobre un cuadro que hubieras visto toda la vida» (p. 161). Naturaleza y progreso se miden en el libro, que por ello cobra un valor inaugural; abre un debate cuya repercusión nos alcanza, cuya conclusión exige nuestras respuestas.
Quien tenga por hábito doblar las esquinas de las páginas cuando encuentra en un libro un pensamiento memorable o un hermoso enunciado, será mejor que lea Al oeste con la noche con un cuaderno al lado o una libreta, y que lo ponga por escrito. De lo contrario, mutilará cruelmente esta bella edición (traducida por Miquel Izquierdo), que no por serlo de una obra localizada en África, merece un trato hostil.

jueves, mayo 03, 2012

Obra completa, Lois Pereiro

Trad. Daniel Salgado. Libros del Silencio, Barcelona, 2011. 750 pp. 28 €

Guillermo Ruiz Villagordo

En junio de 2010 se hizo pública una decisión revolucionaria para el futuro del panorama literario gallego: el homenajeado en el tradicional Dia das Letras Galegas del año siguiente sería el poeta Lois Pereiro. La importancia de esta elección se debía a que el perfil de los escritores acreedores de semejante honor en anteriores convocatorias había basculado entre la condición de próceres de la cultura gallega y el anquilosamiento de aquellos que basaban su mérito casi exclusivamente en haber escrito su obra en gallego. En contraste con ambos, Pereiro es un escritor maldito que representa una contracultura la mayor de las veces ignorada a nivel oficial, cultivada en una poesía cosmopolita concomitante con la estética punk y rabiosamente experimental que choca sobremanera con el ambiente rural al que tradicionalmente se asocia la lengua gallega.
Ocurre que, atendiendo a una de las reglas de la Real Academia Galega para poder ser siquiera considerado como posible homenajeado, esto no hubiera sido posible de no haberse dado la trágica circunstancia de que Pereiro hubiera fallecido hacía más de diez años, gracias a una cruel carambola del destino, que le reservó ser uno de los intoxicados por el aceite de colza y contraer el sida años después, por lo que su vida, que comenzó en 1958, no llegó más allá de los treinta y ocho años.
Y he aquí que gracias a este reconocimiento de nuevo la vida se abre paso entre la muerte, sin dejarse amilanar, y reunió las circunstancias que ahora nos permiten acceder a su obra completa recopilada exquisitamente por Libros del Silencio en edición bilingüe. Y también que la atención que ha generado su figura en los medios generalistas hace por una vez justicia a esa otra literatura española ignorada demasiado a menudo por haber sido escrita en cualquiera otra de las lenguas de este país nuestro (ignorancia que nos impide valorar voces actuales tan impresionantes como Estíbaliz Espinosa o Yolanda Castaño, para mí la mejor poetisa erótica en España).
Como es natural, su obra poética, recogida en tres libros (dos de ellos publicados en vida y avalados por la crítica), está transida por la muerte. Pero no a la manera plañidera, ni con una actitud conformista, sino tomándola como el escenario inevitable sobre el que desplegar una energía cansada en una creatividad sin límites, en una vanguardia expresionista que arrolla los sentidos y nos lleva a estados de shock. Particularmente es en Poesía última de amor y enfermedad donde se desarrolla esa lucha agónica que es la convivencia entre el ansia del futuro y la conciencia del pasado en un presente en blanco que hay que llenar como sea, donde la lucidez y la belleza alcanzan un nivel único de iluminación, una rara perfección que abre la mente y estremece al corazón.
Acompañan a su poesía, que constituye la médula de su obra, una suma de textos rescatados de revistas y del archivo personal del autor custodiado por su familia: la novela Náufragos del paraíso; el panfleto libertario Modesta proposición para renunciar a hacer girar la rueda hidráulica de una cíclica historia universal de la infamia; y el diario epistolar Conversación ultramarina, testimonio íntimo del tiempo posterior a la ruptura con la mujer de su vida, Piedad Cabo, donde confirma que no hay mejor manera de vivir que vivir sin más.

miércoles, mayo 02, 2012

El papel pintado amarillo, Charlotte Perkins Gilman

Trad. María José Chuliá. Contraseña, Zaragoza, 2012. 88 pp. 9,90 €

Victoria R. Gil

Confieso que hasta hace un mes no conocía a Charlotte Perkins Gilman, a pesar de que varias de sus obras han sido traducidas al castellano y de saber de la existencia (pero sin haber retenido el nombre de la autora) de esa utopía feminista: De ellas, un mundo femenino, que describe un lugar en el que no existen los hombres y donde las mujeres son libres y autosuficientes. La antología Pioneros: cuentos norteamericanos del siglo XIX me demostró que me estaba perdiendo a una escritora que merecía la pena ser rescatada de una época donde el entorno doméstico asfixiaba a las de sus sexo y del que ella pudo escapar gracias a la literatura, que le dio el aire que necesitaba. Por una de esas casualidades felices que a veces ocurren, mi descubrimiento coincidió con la versión bilingüe que acaba de publicar Contraseña de El papel pintado amarillo, su obra más famosa. Incluida con anterioridad en otras antologías, esta reedición les otorga a Charlotte Perkins y a su inquietante historia el protagonismo que merecen, además de darle visibilidad a una autora poco conocida en nuestro país.
Este cuento se inspira en la depresión posparto que sufrió la propia Perkins tras el nacimiento de su única hija y en el método habitual con el que se trataba en aquel tiempo cualquier síntoma de lo que se consideraba simple histeria femenina: la postración terapéutica, es decir, la inactividad física y, sobre todo, la intelectual. «John dice que lo peor que puedo hacer es pensar en mi estado (…) y tengo absolutamente prohibido ‘trabajar’ hasta que me recupere», escribe, a escondidas de su marido, la protagonista de la narración. Como lejos de mejorar con el tratamiento, la situación personal de la escritora empeoraba, decidió ignorar las recomendaciones de los supuestos expertos y automedicarse, es decir, retomar la escritura. Por supuesto, Charlotte Perkins se recuperó. No así su matrimonio, al que pondría fin, en una decisión insólita (como tantas otras que tomaría a lo largo de su vida) en la Norteamérica del siglo XIX.
De esa experiencia personal nació El papel pintado amarillo, cuento que, por cierto, enviaría al renombrado especialista en enfermedades nerviosas que le había recetado una existencia «tan hogareña» como le fuera posible, «no más de dos horas de vida intelectual al día» y no tocar «nunca más una pluma, un pincel o una lapicero». El médico terminaría por reconocer su error y modificar, gracias precisamente a esta obra, su tratamiento habitual para la neurastenia femenina. La propia autora lo explica en un epílogo en el que desvela que su intención al escribirlo «no era que la gente se volviera loca, sino impedir que a esas mismas personas las volvieran locas, y funcionó». María Ángeles Naval, que firma el prólogo a esta edición, considera El papel pintado amarillo «un relato de neurosis, de espacio moral obsesivo. Un relato de degeneración, incluso de abyección». Es todo eso, como también es, en las sucesivas capas que vamos descubriendo, el reflejo de la sumisión que el matrimonio imponía a la mujer y del largo y accidentado camino que conduce a la independencia, todo ello bajo la aparente descripción de un trastorno mental y vestido con los ropajes del suspense y el misterio. Esa doble visión de la locura y la opresión femenina que tan bien sabe transmitir Charlotte Perkins empieza con ligereza, casi con frivolidad, narrando con humor la decisión del matrimonio protagonista de alquilar una casa en la que la esposa pueda reponerse de un incierto mal. «John es médico y quizá (…) sea uno de los motivos por los que no mejoro. ¡Ya ves que él no cree que yo esté enferma (…) Cuando un médico de renombre, que además es tu marido, afirma a amigos y familiares que no me pasa nada y que lo que tengo es una depresión nerviosa, una mera tendencia histérica, ¿qué puede hacer una?»
Pero lo que parecía un ingenioso divertimento salpicado de comentarios irónicos —«John se ríe de mí, pero eso es algo que una ya espera cuando se casa»—, se transforma de modo gradual en una narración inquietante y tenebrosa, en la que el lector ya no está seguro de asistir al irreversible deterioro mental de la protagonista o al proceso de liberación por el que podrá, al fin, valerse por sí misma y tomar sus propias decisiones. Una ambigüedad que nos recuerda que, durante demasiado tiempo, ambas cosas se consideraron la misma. Y si el texto fascina por la habilidad con que Charlotte Perkins superpone sus diversas interpretaciones, en nada desmerece la portada con la que Elisa Arguilé consigue sugerir en una misma ilustración la complejidad de la mente, la prisión femenina y el empapelado amarillo.
Una pura delicia.