viernes, junio 29, 2012

FrICCIONES, Pablo Martín Sánchez

E.D.A. Libros, Benalmádena, 2011. 184 pp. 15 €

Juan Soto Ivars

FrICCIONES es el primer libro de Pablo Martín Sánchez, en adelante Pablo Martín, editado por E.D.A, un sello malagueño. Es uno de esos libros que uno se alegra de tener y que si la cosa funciona se convertirá en algo perseguido en el futuro, aquella rareza del autor Pablo Martín, ¿lo habéis leído? ¡Aquel libro que se llamaba FrICCIONES! Publicar en una editorial pequeña con la que está cayendo puede convertir un libro en un mito más rápido de lo que uno quisiera.
Pero sigamos. Sigamos por el principio. FrICCIONES es un título que remite a dos elementos que uno encuentra en el libro, así que Pablo no engaña a nadie: las ficciones de Borges, de un lado, y la fricción que el escritor sufre al pasar rozando a otros escritores. De una cosa y de otra hay entre sus páginas, lleva Borges el estandarte pero Pablo es un alumno díscolo y se le escapa. Las páginas se ensucian, aunque ésta no es la palabra adecuada, con las lecturas que el autor ha ido leyendo. Y no son pocas ni magras.
Lo primero que llama la atención al terminar el libro es que Pablo Martín tiene una capacidad enorme para cambiar de estilo. El libro lo componen 27 relatos tan distintos como las 27 letras del abecedario, que vienen divididos en tres partes: Roces, Caricias y Abrazos. El error que le veo yo al libro es esta partición triple que trata de orientar en busca de una estructura. FrICCIONES no tiene estructura ni debe aspirar a tenerla, aunque resulta comprensible que el autor se esfuerce en justificarla, y eso que se excusa muy bien con un prólogo que le hizo Monterroso antes de que él escribiera el libro, quiero decir que Pablo Martín usa como prólogo algo que ya había escrito Monterroso. Nos advierte de que la unidad ha dejado de ser una condición para un libro de relatos. ¡Y tanto!
Aunque a simple vista no parece que haya nada autoconfesional, este libro es una gran forma de conocer a su autor. Se trata de la ventana a una cabeza que se promete siempre audaz y dispuesta al experimento. Esta mezcolanza sí crea una unidad, como las especies de una latitud crean una zoología, sobre la forma en la que Pablo Martín se acerca a la literatura. La cantidad de información sobre el lector que ha escrito el libro sí que crea una unidad.
Los cuentos más brillantes dependerán de quien lea el libro y, sobre todo, de lo que haya leído antes. Como muestra, un botón que me causa especial admiración: un cuento con aires de realismo en que el protagonista ve a Bolaño en un bar. Trata desesperadamente de acercarse al escritor y finalmente se encuentran en la puerta del cuarto de baño. Como no se atreve a decirle nada, el protagonista escribe una frase de Bolaño en la pared y le cede el paso al urinario. La gracia de este cuento es que podría haberlo escrito Bolaño. Pablo Martín pide prestado el estilo de Bolaño. Usa la frase larga, poco común en el resto del libro, y adopta el nervio del chileno para crear una atmósfera donde el escritor está realmente dentro, en fondo y forma.
Así funcionan los relatos. Hay acercamientos a la intensidad a través de las redacciones de colegio de un niño bastante listo con una profesora gilipollas. Hay ideas disparatadas como la vida de Nemesio, «nací el día que Armstrong pisó la luna y creo que lo hizo para que yo pasara desapercibido». Hay literatura dentro de la literatura, como en el cuento Poesía Métrica que más que cuento es un ensayo donde el autor nos enseña a crear poesía entre estación y estación de metro, o en Ósculos Vía Oral, donde el relato toma forma de prospecto farmacéutico.
Y es que hay, sobre todo, humor. Una sana distancia con la literatura y con el lector, un ensimismamiento y una prueba de resistencia hecha desde dentro de la literatura.
Pablo Martín Sánchez sigue la estela de Monterroso, Borges y Raymond Queneau y aunque es catalán, bien podría pasar por latinoamericano. Y si algo queda claro, es que no hay forma de adivinar cómo será su siguiente libro. ¡Buena patada en la cara a los que se sientan tentados de llamarlo prometedor sólo por ser un autor novel!

jueves, junio 28, 2012

La palabra heredada, Eudora Welty

Trad. Miguel Martínez-Lage. Impedimenta, Madrid, 2012. 188 pp. 18,40 €

Cristina Davó Rubí

Bellísima edición de Impedimenta para estas memorias literarias de Eudora Welty (Jackson, Mississippi, 1909-2001). La palabra heredada constituye no solo un homenaje a la autora sureña, sino también al traductor Miguel Martínez-Lage, fallecido en abril de 2011 sin acabar el trabajo de revisión del texto de una edición anterior. Por tanto una ofrenda póstuma, delicada y cuidada al máximo, con la colaboración de la escritora y editora Elena Medel.
Esta obra se alimenta de las tres conferencias que Eudora Welty dio en la Universidad de Harvard, en abril de 1983, para inaugurar el ciclo dedicado a William E. Massey. Dividida en tres partes de epígrafe revelador: “Escuchar”, “Aprender a ver” y “Encontrar una voz”, Welty nos muestra cómo nació su amor por la palabra y cómo se forjó en su interior la necesidad de contar. A través de estas páginas descubrimos el germen del talento de esta gran autora, que supone uno de los hitos de la literatura americana del siglo XX. El Pulitzer en 1973 por La hija del optimista (The Optimist´s Daughter) o la Medalla Presidencial de la Libertad en 1980 son sólo algunos de sus reconocimientos. Ya su primer cuento, publicado en 1936, llamó la atención de Katherine Anne Porter, quien se convertiría en su mentora y escribiría el prólogo a su primer libro de cuentos, Una cortina de follaje (1941). Formada en la universidad y dedicada en principio a la fotografía publicitaria, la joven Eudora decidió entregarse por completo a la escritura. Además de varias novelas y algunas obras de no ficción, Welty escribió sobre todo relato corto, género al que contribuyó de manera muy significativa. Forjadora, junto a Faulkner, Capote, Williams, Flannery O´Connor o Carson McCullers, del denominado gótico sureño, —aunque quizás la menos conocida de ellos— Welty ubica sus historias en el profundo Sur, con personajes marginales o descarriados, con ecos bíblicos y cierto influjo mítico. Pero por encima de cualquier tendencia y más allá de su clara influencia chejoviana, destaca la escritora sureña por una narrativa sutil y casi lírica. Con un lenguaje propio, que le supuso un inconveniente para ser merecedora del Nobel, por considerarlo demasiado regional, Eudora Welty se ganó a lo largo del siglo XX un merecido lugar entre los cuentistas más importantes de la época.
En La palabra heredada, verdadera puerta de acceso al universo personal y narrativo de Welty, encontramos a la primogénita de una familia con dos hijos varones, de un matrimonio de emigrantes. Christian Welty y Chestina Andrews no eran del Sur, pero se fueron a Jackson a mejorar su suerte. Y, efectivamente, en pocos años, el padre pasó de trabajar en una empresa de seguros a ser su presidente. Se recuerda Eudora a sí misma como una niña feliz, en una casa en que se leía en voz alta y se escuchaban óperas de una habitación a otra. De Chestina heredó la niña el amor por la lectura. Autores como Dickens, Stevenson o las Brontë llenaban la fantasía de Eudora y la hicieron dueña de una agilidad oral muy favorecedora para sus propias historias. De Christian aprendió la afición por los telescopios, las lupas, cámaras y lentes diversas, lo que, además de procurarle un oficio, le otorgó la capacidad de observar todos los matices del mundo que la rodea y captar lo efímero de las cosas. Con sus hermanos, Edward y Walter, compartió numerosos momentos inolvidables que germinarán también en su imaginación. Los recuerdos fluyen de una manera natural, las visitas de los abuelos, sus estudios en el Colegio Femenino de Mississippi y en las Universidades de Wisconsin y Columbia, donde descubrió a grandes autores, como Yates, y su vocación literaria, en fin. Al hilo de todas estas vivencias, se van definiendo las claves de su narrativa, las relaciones humanas como tema predilecto, la tierra, la familia, la creación de relatos a partir de visiones retrospectivas, afinidades y relaciones entre personajes y cuentos que se le irán revelando con el paso del tiempo. Eudora Welty escribió de lo que veía y conocía, pero supo convertir todo eso en un universo literario con resonancias colectivas.
Así se tejen estas deliciosas memorias, escritas a los setenta y cinco años, mezclando recuerdos con la explicación de la práctica literaria, con una prosa y un estilo inconfundibles. Esta obra, con el título original de One Writer´s Beginnings se convirtió en un best seller inesperado cuando apareció en 1984. Cuatro años después vio la luz en nuestro país de la mano de Montesinos, con traducción de Martínez-Lage, que no quedó muy satisfecho con el resultado. Por eso ahora cobra especial significado esta edición de Impedimenta. Como la propia autora afirma: «… todo reto serio, ambicioso, surge ante todo de nuestro interior.»

miércoles, junio 27, 2012

Cenital, Emilio Bueso.

Salto de Página, Madrid, 2012. 278 pp., 18 €.

Julián Díez

¿Y cómo vengo yo a recomendar este libro? Con la que está cayendo, con el mal cuerpo que se le pone cada día a cualquier ciudadano medianamente consciente cuando repasa las noticias, y les pido encarecidamente que lean Cenital. Un libro en el que Emilio Bueso se pone el disfraz de profeta apocalíptico sin concesiones, en el que recoge todos los fantasmas que entrevemos con el rabillo del ojo y los combina para producir casi 300 páginas demoledoras, sin fisura para la esperanza.
Pero mi recomendación tiene dos anclajes sólidos: en primer lugar, el libro es bueno. Tal vez una de las cinco mejores novelas españolas de ciencia ficción de la historia, aunque con el veredicto en parte pendiente a causa de la estrecha relación con la realidad actual de la historia. En segundo, creo que es positivo que, en el contexto actual, todos seamos ciudadanos lo más conscientes posible. De lo que nos jugamos, de quiénes somos en el fondo de nuestras tinieblas, de donde podemos ir si un buen día se terminan todas las razones para que los ricos den trabajo a los obreros, los bancos presten dinero a los ciudadanos o los gobiernos cuiden de los desvalidos. Vale, quizá no debería haber escrito esto.
La novela se estructura en capítulos de distinta naturaleza: unos son simples discursos que su protagonista, Destral, fue colocando en su web en el proceso hasta la creación de su ecoaldea independiente, Cenital, en busca de socios que compartieran su visión de la caída de la sociedad por la crisis económica y el agotamiento del petróleo. Otros capítulos son descripciones de esos compañeros, todos conocidos por sus nicks de internet, y cómo se fueron incorporando al proyecto. Finalmente, se intercala un argumento central, que en rigor apenas ocupa un tercio del relato: un posible ataque exterior para hacerse con los modestos recursos acumulados por el poblacho de Cenital, que nos sirve también para conocer la forma de vida sostenible, pero repleta de limitaciones, que desarrollaron sus miembros.
Bueso se arma para todo ello de una documentación amplia que distribuye sin fatigar, y exhibe con inquebrantable convicción. Sus personajes protagonistas son sólidos y guardan secretos para el final que les enriquecen aún más en el recuerdo; los secundarios demasiado tremendistas los dosifica para no perder verosimilitud por sus excesos. Y es en particular encomiable que para la resolución guarde una bomba de cinismo que aleje cualquier tentación de señalar su discurso como maniqueo, cuando es sobre todo misántropo, nihilista.
Debo reconocer que una y otra vez, como lector, se me planteaba la comparación de Cenital con la mejor novela sobre el fin del mundo jamás publicada: La carretera, de Cormac McCarthy. No cometeré el exceso de poner a Bueso a la altura de un libro que, posiblemente, sea el más relevante que se ha publicado en lo que va de siglo en cualquier género literario. Sin embargo, me gustaría señalar que los aciertos principales de McCarthy —a sugerencia, la incertidumbre, el intimismo— son cualidades que han sido deliberadamente desdeñadas en la elaboración de Cenital, convirtiendo su redacción en un tour de force con dificultades adicionales.
Cenital es un documento en el que, cosa infrecuente en la ciencia ficción, todo está explicado, y en el que por tanto no conseguimos la magia de McCarthy de temer visceralmente por los personajes, sino que lo hacemos sobre todo por nosotros mismos como eventuales protagonistas de los mismos acontecimientos. Tal vez las dos novelas se desarrollen en el mismo mundo, en distintos lugares y momentos; pero McCarthy buscó —y obtuvo— sobre todo un efecto literario gracias a un escenario, mientras que Bueso se arriesga a resultar menos sofisticado al ser más explícito, y alcanza con ello un objetivo totalmente distinto.
El problema ante una novela tan demoledora como Cenital es que resulta tentador recibirla con una risita nerviosa y apartarla de la vista con el gesto que reservamos a los orates. Es insensato pensar que la literatura prospectiva puede tener una función profética; pero sí forma parte de su naturaleza, en el caso de sus obras más trascendentes y socialmente pertinentes, el carácter admonitorio, que estaba en el trasfondo de 1984 o Todos sobre Zanzíbar como lo está en el de Cenital. Si lo que aquí va a leer le resulta exagerado, envíese un email a su yo de 2007 con un pequeño informe de la situación en las últimos semanas. A lo mejor, desde esa perspectiva, ya hemos recorrido una cuarta parte del camino, tranquilamente. Y para evitar los accidentes, nada mejor que tener una visión clara de las posibles rutas que aguardan por delante, ya que los medios de comunicación y los políticos se empeñan en cambiar la señalización a cada soplo de viento de los auténticos poderes.

martes, junio 26, 2012

Materia de Brasil, Elías Sierra

Algar Editorial,  Alzira, 2012. 323 pp. 19,50 €

Ignacio Sanz

El profesor Elías Serra es un albaceteño ilustrado, lleno de inquietudes literarias, uno de esos profesores que recitan frases de corrido de los clásicos latinos, de los barrocos o de los contemporáneos, un letraherido y un curioso que establece puentes entre culturas. Pasó seis años en Lisboa dando clase en el Instituto Español de la capital portuguesa y de aquella experiencia salió un librito delgado, pero intenso, llamado Materia de Lisboa. Luego los vientos de la burocracia pedagógica lo llevaron a Brasil donde ejerció otros seis años y donde sigue viviendo, primero en Salvador de Bahía, luego en Belo Horizonte y ahora en Río. Además ha viajado por aquel vastísimo país dando charlas y cursos en estos momentos en los que parece que se abre a la cultura de sus países circunvecinos. En definitiva, conoce la materia de la que habla.
No sé si estamos ante un libro de viajes, un libro de memorias o si estamos ante las crónicas sucesivas de un periodista ilustrado. De todo un poco. El libro tiene un subtítulo que dice: “La era de Lula vista y vivida por un español curioso y un poco impertinente”. Estamos, sin duda, ante un libro híbrido, remiso a las etiquetas, aunque tenga algo de crónica viajera y algo de recuerdos, pues de cuando en cuando, ante algún acontecimiento sugerente, el profesor Serra, tira de los recuerdos y, por comparación, nos hace un recorrido al hilo de la crónica brasileña, por el Albacete de su infancia.
Lo cierto es que mi madre, una mujer mayor, que nunca ha salido de España y que se mueve con dificultades, tras leer el libro, me dijo, qué delicioso viaje por un país que nunca voy a visitar. Para eso sirve la literatura, para llevarnos durante tres o cuatro tardes al corazón convulso de un país lleno de contrastes, sin subirnos a un avión.
Asombran muchas cosas de este libro. Por ejemplo las proporciones de la geografía. Ciudades inmensas como Sao Paulo con un cielo sobrevolado por la mayor flota de aviones privados. Ciudades en las que puede no haber llovido en tu barrio y sin embargo haber sufrido una inundación por las tormentas que se han producido en otro extremo de la ciudad. El río Duero a su paso por Zamora, nos dice el autor, equivaldría al brazo de un brazo de un afluente del Amazonas. De manera que estamos ante una geografía oceánica y ciclópea. Pero la geografía es tan solo el marco. Lo que nos sorprende del libro son las historia que nos cuenta. A veces historia menudas, como la del camisero de Lula. Casi una novela en potencia. O la del crimen de la peluquera. No se la pierdan, señores. El no va más. Yo me imagino a un ciego español contándola con unos cartelones ilustrados en las plazas de nuestros pueblos solanescos. Pero allí, aquello tan crudo y tan descarnado, forma parte de la normalidad. Y las pequeñas mordidas. Y el paso del tiempo y su ritmo lentísimo. Y el culo de las mulatas. Por cierto que el profesor Serra espiga también entre los autores brasileños y nos acerca de cuando en cuando pequeñas joyas, como, por ejemplo, un hermoso poema de Carlos Drumond de Andrade, dedicado a este universo trasero dividido en dos mitades.
Me he acordado muchas veces de don Jorge Amado, el novelista bahíano, leyendo este libro. Porque en él, bajo la disculpa de un retrato de la era Lula, se cuela la vida desbordante y se cuela con ese estilo parliparlado del profesor Serra que no renuncia a su barroquismo, como si nos quisiera meter en la selva de Brasil sin renunciar a la selva de su estilo florido por la influencia de tanta lectura. Pero si mi señora madre lo ha leído complacida, quiere decirse que cualquier lector puede entrar en estas páginas a ratos divertidas, a ratos estremecedoras, y ahorrarse un viaje a uno de los países más desbordantes y coloristas del continente americano.

lunes, junio 25, 2012

Campos de Castilla, Antonio Machado

Pinturas: Juan Manuel Díaz-Caneja. Ediciones Cálamo, Palencia, 2012. 276 pp + 67 ilustr. 26 €

Pedro M. Domene

En un tercer volumen publiqué mi segundo libro, Campos de Castilla (1912) —escribirá Antonio Machado en el prólogo a sus Páginas escogidas (Madrid, 1917)—. Cinco años en la tierra de Soria, hoy para mí sagrada —allí me casé, allí perdí a mi esposa, a quien adoraba—, orientaron mis ojos y mi corazón hacia lo esencial castellano —añadiría, después, el poeta—. Ya era, además, muy otra mi ideología. Somos víctimas —pensaba yo— de un doble espejismo. Biógrafos y estudiosos coinciden en señalar que Antonio Machado envió el original de Campos de Castilla para que Gregorio Martínez Sierra lo publicara en la Editorial Renacimiento en 1910, sin determinar la fecha, aunque bastante antes de emprender su viaje a París el 13 de enero de 1911, junto a Leonor, pensionado por la Junta para Ampliación de Estudios e Investigaciones Científicas. Pero la publicación se dilataría en el tiempo, desde la fecha indicada, 1910, hasta la segunda quincena del mes de abril de 1912 que aparece finalmente; es decir, quince meses largos no exentos de algunos problemas de gestación.
Los poemas que componen este libro los escribiría Machado en etapas cronológicas y geográficas muy distintas, aunque el mismo poeta lo consideraría como un libro unitario a partir de 1928. Algunos están escritos en Madrid, en Soria (tal vez en París) y en Baeza; pero Machado insistiría en que la fecha para sus primeras composiciones es 1907, sin embargo encontramos algunas fechadas ya en 1904 lo que indica que el poeta no otorgaba demasiada importancia a lo límites temporales que se fijó hasta su publicación. Durante los primeros meses de matrimonio (recordemos que Machado se había casado con Leonor Izquierdo el 30 de julio de 1909), el poeta trabaja en los poemas de Campos de Castilla ajenos al amor, y entre ellos gesta y compone el largo romance, La tierra de Alvargonzález, cuya redacción en prosa publicaría en París durante su viaje de estudios. En el aspecto amoroso, la figura de Leonor jamás se manifestará en el poemario, solo aparecerá una leve referencia tras su muerte, ocurrida el 1 de agosto de 1912. Solicita traslado que se le concede a Baeza ese mismo mes de octubre y deja su etapa soriana, tras cinco años de estancia. Aunque en Andalucía contempla otro paisaje, siempre llevará a Soria en su corazón, para él ya sagrada. La belleza de la ciudad andaluza y su campo le harán sentirse cómodo aunque su pesimismo acentuado le acerca a una postura más crítica que a una serena resignación. Sus paseos le llevan, en ocasiones, lejos de Baeza, hasta la cercana Úbeda y otros lugares de la sierra donde la naturaleza vuelve a inspirarle nuevos poemas, nuevas alegrías y paz para su corazón maltrecho y herido. Durante este tiempo trabajará en los poemas que añadirá a Campos de Castilla y publica algunos artículos periodísticos tanto en la prensa de Madrid, como de Baeza. En 1916 universitarios granadinos visitan la ciudad, celebran una velada literaria con Machado que lee La tierra de Alvargonzález, el maestro estará acompañado por un jovencísimo Federico García Lorca que toca al piano piezas de Falla y canciones populares.
La distribución de los poemas de Campos de Castilla no sigue un orden cronológico ni temático; tampoco, podemos fechar estas composiciones y cuando aparece algún dato es de dudosa atribución. Solo podemos hablar de una filiación “modernista”, cuando leemos algunos versos que recuerdan a Darío, o proceden de la métrica alejandrina de Verlaine; “elogios” porque recrea poesía ditirámbica en la que ensalza al escritor correspondiente y a su obra; el efecto del “paisaje” tierras, montañas, sierras y ríos en un minucioso recorrido en busca de sus secretos; “Castilla” con esa suerte de impresión que le causó al poeta el libro de Castilla (1912) y, anteriormente, Los pueblos (1904) y La ruta de Don Quijote (1905), de José Martínez Ruiz, Azorín y, aun más, si nos fijamos en sus poemas, los referidos a esta tierra que tienen un arranque azoriniano; una “preocupación españolista”, como el resto de sus compañeros de generación, Machado plantea en su libro el problema social y político de las tierras sorianas y andaluzas, y en paralela consecuencia de toda España; el “posible narrador” cuando escribe la versión en prosa de La tierra de Alvargonzález que estructura como una leyenda soriana del mejor Bécquer; su “recuerdo de Leonor” porque, según testimonio del propio poeta, su poesía adquiere más hondos acentos cordiales, se humaniza más tiernamente y se hace más trascendental; y a medida que avanza el poemario, una “lírica aforística y popular”, versos que oscilan desde un pensamiento trascendente a la ironía pesimista; y, finalmente, el “concepto de Dios” cuando es obvio que Machado se muestra siempre anticlerical, a quien culpa de los males sufridos en España.
La editorial palentina Cálamo publica una edición ilustrada en el centenario de la aparición del libro, con pinturas de Juan Manuel Díaz-Caneja (Palencia, 1905, Madrid, 1988) afamado pintor por sus paisajes castellanos, quien durante su estancia en la Residencia de Estudiantes conoce a Benjamín Palencia y al escultor Alberto que impulsarían la Escuela de Vallecas, donde convocarían, intelectuales y artistas de la talla de Alberti, García Lorca, Maruja Mallo, Gil Bel, Luis Castellanos o José Herrera Meter. Sesenta y siete son las pinturas o ilustraciones que se alternan con los versos de Machado. Se trata de una hermosa edición de coleccionista que prologa Fermín Herrero (Ausejo de la Sierra, Soria, 1963), filólogo y poeta, cuya obra lírica se circunscribe al paisaje desolado de su tierra, y como él mismo afirma, siguiendo al poeta sevillano, con respecto a la presente edición, un siglo más tarde, “la gracia de unas pocas palabras verdaderas”, nos siguen conmoviendo, permanece su huella, y Soria seguirá unida para siempre a quien pasó su infancia en un patio de Sevilla, su juventud en tierras de Castilla y aun sin considerarse un seductor recibió la flecha asignada por Cupido, alguien que por definición fue en el buen sentido de la palabra, bueno. Poesía, sin duda, como epítome de lo castellano.

viernes, junio 22, 2012

Entrega de los VI Premios Tormenta

Mr. Tormenta, por triplicado, está listo para irse con sus legítimos propietarios.

Dani Osca, editor de Sajalín, agradece el premio por Las vidas de Dubin.

Jaume Cabré, su esposa, Margarida, y Dani Osca, en un momento
de la comida celebrada en el restaurant Set Portes, de Barcelona

Mr. Tormenta se impacienta mirando a la ensalada

Momento de la velada en el Salón A. 
El mismo, por cierto, donde comió cierta vez Mijail Gorbachov.

Los tres ganadores: Juan Soto Ivars, Dani Osca y Jaume Cabré

Foto de familia. 
Arriba: Óscar Esquivias, Jaume Cabré, Pablo Martín Sánchez,  
Care Santos, Dani Osca. Abajo: Ricardo Triviño, Concha 
Cardeñoso Sáenz de Miera, María Dolores García Pastor,
Juan Soto Ivars y Margarida.

Juan Soto Ivars, en el centro de la foto y muy sonriente, 
conversa con Óscar Esquivias, María Dolores García Pastor y Care Santos.

jueves, junio 21, 2012

VI Premios Tormenta: Mejor libro del año en alguna de las lenguas del Estado

Yo confieso
Jaume Cabré
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El enamoramiento siempre es algo maravilloso. El que los lectores experimentamos de pronto hacia un autor, también. Reconozco que esta no será una reseña literaria al uso si comienzo proclamando mi enamoramiento rotundo y repentino hacia la obra de Jaume Cabré, a quien debo admitir que nunca había leído antes de atreverme con las más de 800 páginas de esta última obra suya. En cambio, creo que digo mucho más de la novela de lo que pueda explicar después al afirmar que tras terminarla tuve que correr a buscar obras anteriores del autor. Así, fueron cayendo Galceran, l'heroi de la guerra negra, La teranyina (La telaraña), Senyoria (Señoría), Les veus del Pamano (Las voces del Pamano), la obra teatral Pluja seca (Lluvia seca) y los dos libros ensayísticos sobre lectura y escritura titulados El sentit de la ficció. Itinerari privat y La matèria de l'esperit, estos tres últimos sólo disponibles en catalán. De modo que en menos de un mes  he pasado de feliz ignorante a embelesada experta en la obra de este barcelonés nacido en 1947 cuyo universo literario me ha emocionado como pocas cosas de las que he leído. He sido tardía y algo miope, lo reconozco, porque Cabré es un autor muy valorado y con muchos lectores en Catalunya , además de aclamado en algunos de los países más lectores de Europa, como Alemania. Yo confieso: es la primera vez que me arrepiento de no atender a los gustos mayoritarios y los éxitos de venta.


De la reseña de Care Santos








Jaume Cabré: "Escribir es pasar años entre la niebla, sin brújula ni mapa"

Es un autor aclamado y valorado en medio mundo, pero parece conservar una timidez antigua y muy pegada a los huesos. Por lo menos eso he pensado las veces -pocas- en que he hablado con él en persona. Por teléfono, en cambio, Jaume Cabré cambia mucho. Su risa explota de vez en cuando, franca como la de un personaje de cuento infantil, pongamos un gigante. Es un hombre generoso, que demora las respuestas, derrocha pasión y humanidad. Yo no puedo evitar pensar que Adrián, el protagonista de Yo confieso, odia el teléfono, y hay un momento de la novela en que suspira preguntándose cuán feliz habría sido su vida sin ese aparato. Espero que al finalizar nuestra entrevista telefónica, el autor no haya secundado al personaje.


-Leyéndole da la impresión de que escribe usted riendo, sonriendo, dando saltos de alegría o de felicidad. Desde luego, nunca sufriendo. ¿Es así?

-Sufriendo seguro que no escribo, porque escribir es una alegría. Nunca sufro. Otra cosa es que hay momentos de crisis, en que no sé por dónde voy, en que el caos es terrible y me fuerza a formularme preguntas de base. De qué estoy queriendo hablar, en el fondo, por ejemplo. Pero cuando esto ocurre pienso: bueno, tengo más trabajo pendiente. No me importa, no tengo prisa, ya lo conseguiré. Visto de este modo, cada día es una aventura.

Para leer la entrevista completa pulsa AQUÍ

miércoles, junio 20, 2012

VI Premios Tormenta: Mejor libro del año de autor extranjero

Las vidas de Dubin
Bernard Malamud
leer reseña

Del mismo modo en que coincidieron durante la segunda mitad del siglo XIX una serie de escritores rusos que exploraron como nadie los recovecos de la interioridad humana, vista en perspectiva, la narrativa judeoamericana de la segunda mitad del XX no les fue a la zaga en ello. Un ejemplo: «Miró a Natasha, que cantaba, y en su alma aconteció algo nuevo y feliz. Estaba alegre y triste a la vez (…) Las lágrimas obedecían sobre todo a la contradicción violenta que, de pronto, había reconocido entre alguna cosa infinita, grande, que existía en él, y la materia, reducida, corporal, que era él e incluso ella. Esta contradicción le entristecía y le alegraba mientras ella cantaba» (Guerra y paz) / «Dubin regresó a casa en estado de excitación y con un cierto sentimiento de nostalgia. Se sentía aliviado y al mismo tiempo oprimido por una descarga de energía» (cita del libro que aquí comentamos). Fundada podríamos decir por Llámalo sueño, la temprana novela de Henry Roth; apuntalada por la obra estadounidense de Isaac Bashevis Singer, que fue el único de ellos que siguió escribiendo en yiddish; elevada al máximo nivel de propulsión vital por Saul Bellow y empoderada por Philip Roth, esta centelleante narrativa se caracterizó por la enérgica transmutación de la vida en literatura, mostrándonos el lado más dramático de aquélla tras el velo de la ironía y el humor, y revelándonos la inexplicable, desconcertante y paradójica naturaleza de la psique y sus inconsecuentes comportamientos externos.

De la reseña de Coradino Vega



Una novela decimonónica moderna
Dani Osca *


Las vidas de Dubin es uno de los primeros títulos que queríamos incluir en el catálogo de Sajalín cuando empezamos nuestra aventura editorial en septiembre de 2009. Podría parecer una locura, y seguramente lo era,  que uno de nuestros primeros títulos fuera la traducción de una novela de casi seiscientas páginas, pero en ese momento creíamos que era una decisión acertada. Primero porque el libro nos había entusiasmado, y segundo porque su autor, Bernard Malamud,  es uno de los escritores judeoamericanos más importantes de la segunda mitad del siglo XX. Los primeros libros que publicamos eran de autores poco o nada conocidos en España, y pensamos que sería interesante que contaran con la compañía de un autor de calidad contrastada como Malamud.
A pesar de ser un autor «conocido», ganador del Pulitzer y del National Book Award, descubrimos que solo se podían encontrar en librerías sus dos novelas más famosas: El dependiente (El Aleph) y El reparador (Sexto Piso), ambas reeditadas en 2007. De Las vidas de Dubin, la última novela de Malamud publicada originalmente en 1978, solo había noticia de una edición descatalogada de Plaza & Janés de 1981. Nos chocó que esta novela, considerada por el propio Malamud como «mi novela total», no hubiera sido reeditada en treinta años. Y aún nos chocó más descubrir que la única traducción al castellano de la novela estuviera censurada y no fuera completa. ¿Censura o autocensura en el año 1981? Por extraño que parezca, así es. Algún que otro párrafo se perdió en el trasvase de una lengua a otra, y todo el contenido sexual que hay en el original, que no es poco, pierde misteriosamente vigor en la versión castellana. La tarea de sumergirse durante unos meses en la(s) vida(s) del biógrafo Dubin se la encomendamos a Pepa Linares, una maravillosa traductora con una vasta experiencia que afronta cada nuevo proyecto con la misma ilusión que el primero. El resultado y el éxito de la novela se lo debemos a ella, que es sin duda quien merece este premio y todos los reconocimientos que la novela pueda obtener.
La mejor manera de presentar la novela es dejar que el propio Malamud nos hable de ella y de sus intenciones cuando la escribió:
«Quise escribir una novela que fuera importante para mí y que, habiéndola comenzado a escribir cerca de mis sesenta años, contuviera todo lo que he aprendido y, a la vez, me obligara a ser muy severo conmigo mismo… Algo así como una novela decimonónica moderna. Siempre fui un gran fan de Thomas Hardy y de George Eliot; me apasiona la textura de sus seres humanos, el misterio de la vida humana en sus libros. Pero quiero conseguir lo que ellos consiguieron en el siglo XIX con las técnicas del siglo XX. A ellos jamás se les hubiera ocurrido usar la mecánica de la biografía como parte de la trama. La técnica de hacer de Dubin un biógrafo —en una primera versión era intérprete de chelo— lo convierte en alguien más interesante.»


* Dani Osca es, junto con Julio Casanovas, editor de Sajalín Editores.






Bernard Malamud (Nueva York, 1914 - 1986), hijo de inmigrantes rusos, es uno de los escritores judeo-americanos más importantes de la segunda mitad del siglo XX. Autor de ocho novelas y tres libros de relatos, Malamud estudió en la universidad de Columbia y enseñó durante muchos años en el Bennington College de Vermont. Su novela El reparador obtuvo en 1967 el Premio Pulitzer y el National Book Award, galardón que ya había conseguido en 1959 por el libro de relatos El barril mágico. Fue amigo de Saul Bellow y maestro de Philip Roth.

martes, junio 19, 2012

VI Premios Tormenta. Mejor Autor Revelación: Juan Soto Ivars por Siberia

El Olivo Azul, Córdoba, 2012. 125 páginas. 16 €

Daniel Sánchez Pardos *
firma invitada

La primera cuestión que se plantea al iniciar la lectura de Siberia tiene que ver, inevitablemente, con la ubicación de este libro dentro del conjunto de la obra de su autor. Aunque Juan Soto Ivars hizo su debut como novelista en 2011 con La conjetura de Perelmán, un denso thriller de asunto matemático publicado por Ediciones B, en el prólogo que firma Alejandro García Ingrisano se nos dice que la escritura de esta Siberia es en realidad anterior a la de aquel libro, y sólo el azar editorial ha impedido que la breve e intensa novela que ahora publica El Olivo Azul sea nuestra puerta de acceso a la literatura de este joven escritor. Nada hay de infrecuente en tal desorden de títulos impuesto por factores externos, y menos aún cuando hablamos de un autor que comienza a ver su obra publicada; pero en este caso el hecho parece tener una cierta importancia. La conjetura de Perelmán y Siberia son a primera vista dos libros tan distintos el uno del otro, ejemplifican dos propuestas narrativas tan aparentemente encontradas, que su lectura consecutiva, ya sea en el orden de la escritura o en el de la edición, despierta a la vez toda una serie de interrogantes y una inmediata curiosidad por saber qué camino seguirá a continuación su autor; vale decir: cuál de estos dos modos que hasta el momento le hemos conocido es el que se impondrá en el futuro, si es que alguno de ellos debe imponerse, o con qué nuevo cambio de registro nos sorprenderá en futuras entregas.
Jonás, el protagonista de Siberia, es un escritor sin éxito que ronda los treinta años. Un tumor cerebral lo enfrentó hace algunos meses a la novedosa perspectiva de su propia mortalidad, y ahora, ya recuperado, lucha con la escritura de su segunda novela al tiempo que intenta habituarse de nuevo a la vida. Sus días transcurren en una rutina de bares, de soledad y de largas sesiones infructuosas frente a la pantalla del ordenador, que apenas le dejan otra cosa que una serie de párrafos inútiles y un miedo creciente a haber perdido para siempre la capacidad de escribir. En su vida, más allá de esa novela esquiva, hay una novia fantasmal que cada día que pasa se aleja un poco más de su lado, un editor insatisfecho con las ventas de su libro anterior, un par de amistades episódicas fomentadas por el alcohol y la cocaína y un buen amigo, acaso el único, que vive fascinado por las explosiones nucleares que le ofrecen los archivos de Youtube. Una agenda con los nombres de las mujeres que alguna vez pasaron por su vida le sirve por un tiempo de enlace con el mundo exterior, pero esos intentos de comunicación con el otro sexo, que lo son a la vez con su propio pasado, acabarán derivando en una sucesión de decepciones, de fracasos y aun de desprecios que conducirán finalmente a la terrible escena central del libro. Así, la Siberia que da título a la novela que Jonás intenta sin éxito escribir es la imagen perfecta de la situación en la que él mismo se encuentra cuando lo conocemos. Un gélido exilio mental, emocional y afectivo, sin más horizonte a la vista que la pantalla en blanco de su ordenador ni otras voces que las que su propia imaginación le ofrece en forma de sueños, de alucinaciones y de inútiles líneas de diálogo. Un páramo desolado donde el bloqueo creativo que padece no es, ni con mucho, el más grave de los problemas que le acechan.
Dividida en tres partes claramente diferenciadas tanto por su estilo como por su carga simbólica y referencial, pero atravesadas todas ellas por una serie de recurrencias muy bien sostenidas, la estructura de Siberia nos propone un viaje de la tercera a la primera persona que es también, paradójicamente, un viaje del interior al exterior –de Madrid a Yecla; del centro a la periferia; de la literatura a la vida– que el personaje principal de la novela se ve forzado a realizar como consecuencia de ese citado acto imprevisto y terrible que nos aguarda en el corazón de la novela: la violación de una mujer borracha al cabo de una noche de fiesta. Este hecho, que sucede casi por sorpresa al inicio de la segunda parte del libro y que se despacha en unos pocos párrafos, arroja sin embargo su luz oscura sobre todo el conjunto de la obra, desde su mismo inicio hasta el breve epílogo que la cierra, y ordena en torno a su pura incongruencia —la violación es producto menos del instinto o del deseo que de una especie de desconexión mental, y resulta en cierto modo inconsciente e involuntaria; como dice el narrador, «se dio cuenta de que estaba violando a Sofía unos instantes después que ella»— la deriva vital de Jonás, ese escritor que ya no escribe y que ahora deberá purgar también el pecado que no sabe cómo ni por qué ha cometido. El crimen, la culpa, el remordimiento, el horror ante el propio delito: Siberia se convierte así en algo más que un símbolo del aislamiento emocional al que nuestro personaje se ha visto reducido tras su vuelta a la vida después del tumor, y que le ha llevado, en última instancia, a cometer ese acto inexplicable. Siberia, ahora, es también el lugar del exilio multiforme al que tal acto necesariamente habrá de conducirle.
Volviendo a la llamativa distancia que separa los dos libros publicados hasta el momento por Juan Soto Ivars, podemos decir que allí donde La conjetura de Perelmán apostaba por la narración pura, por el ritmo trepidante, por la primacía del argumento sobre los personajes y del compulsivo pasar páginas en busca de la sorpresa final sobre la lectura pausada y reflexiva, Siberia nos propone un texto que se complace en la digresión, en la exploración atenta de la subjetividad, en la meditación sobre las complejas relaciones entre vida y escritura y, por encima de todo, en la lenta construcción de un personaje al que apenas le sucede nada narrable, nada al menos que no suceda dentro de los límites de su propia intimidad dañada, pero al que la prosa de Soto Ivars —tensa, arriesgada, pródiga en sorpresas y en hallazgos verbales— nos obliga a acompañar con la respiración sostenida hasta el final de su viaje. Dos modelos —a primera vista— diferentes de literatura que acaso no tienen por qué serlo, y que conviven con igual eficacia en manos de un escritor que, a pesar de su juventud, exhibe ya la mezcla exacta de oficio, de talento y de visión personal que define a esa clase de novelistas a los que realmente vale la pena atender.


* Daniel Sánchez Pardos (Barcelona, 1979) es autor de las novelas El jardín de los curiosos (Bohodón, 2010) y El cuarteto de Whitechapel. Con esta segunda obtuvo el V Premio Tormenta al mejor Autor Revelación.




Juan Soto Ivars: "La vida del inédito es muy difícil"

Entrevista de María Dolores García Pastor

–Estoy convencida de que, a partir de ahora, para sus lectores Siberia dejará de ser un lugar para convertirse en algo más pero, ¿qué es exactamente? ¿Un estado de ánimo? ¿La historia de un exilio autoimpuesto? ¿La crónica de una depresión?

Siberia era sinónimo de destierro en la Unión Soviética. Resulta que la cárcel puede ser un lugar sin muros, una extensión demasiado amplia como para pensar en escapar, una anulación del deseo de huida. Las encerronas en la vida son así, desde una depresión misteriosa al sentimiento de culpa más concreto y justificado significan un encierro en el todo, una reclusión en el espacio infinito que es la capacidad de elegir cuando la iniciativa y el empuje faltan. Quien se siente encerrado en Madrid con toda la vida por delante y en pleno siglo XXI está en una Siberia invisible. Puede echar a caminar hacia la salvación pero algo se lo impide. Esta es la Siberia que quise cristalizar.


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lunes, junio 18, 2012

VI Premios Tormenta: finalistas al Mejor libro del año en alguna de las lenguas del Estado.



Formas de volver a casa
Alejandro Zambra
Anagrama, 2011

Me había leído las dos novelas previas a la que suscita este comentario, Bonsái y La vida privada de los árboles. Ambas me habían resultado desconcertantes o, cuando menos curiosas, por la manera de abordar el hecho narrativo y por el estilo carente de resabios retóricos. La presente sigue estilísticamente la estela de las dos anteriores, es decir, se vale de una mirada oblicua, de una escritura elusiva y sinuosa. El lector se siente un poco perdido al principio por lo que ha de seguir con cierta atención el hilo de la historia para no perder los cabos sueltos de ese río que se va bifurcando conforme avanza.

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Los pies del horizonte
José Gutiérrez Román
Ediciones Rialp, 2011

La poesía es un género escurridizo que a veces se escapa entre las manos cuando tratamos de analizarlo. Eso me ocurre al menos a mí. Lo digo porque entro con miedo en esta crítica, precisamente, por esa condición resbaladiza del género.
Con Los pies del horizonte, su autor, José Gutiérrez Román, (Burgos, 1977) ganó el prestigioso premio Adonáis. Cuando yo era joven y vivía en Madrid, el Adonáis gozaba de un halo que deslumbraba al resto de los premios. Por su pureza, su trayectoria y porque su dotación era muy escasa. En esa escasez y en los ganadores de ediciones precedentes, estribaba su prestigio

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Yo confieso
Jaume Cabré
Destino, 2011

El enamoramiento siempre es algo maravilloso. El que los lectores experimentamos de pronto hacia un autor, también. Reconozco que esta no será una reseña literaria al uso si comienzo proclamando mi enamoramiento rotundo y repentino hacia la obra de Jaume Cabré, a quien debo admitir que nunca había leído antes de atreverme con las más de 800 páginas de esta última obra suya. En cambio, creo que digo mucho más de la novela de lo que pueda explicar después al afirmar que tras terminarla tuve que correr a buscar obras anteriores del autor. Así, fueron cayendo Galceran, l'heroi de la guerra negra, La teranyina (La telaraña), Senyoria (Señoría), Les veus del Pamano (Las voces del Pamano), la obra teatral Pluja seca (Lluvia seca) y los dos libros ensayísticos sobre lectura y escritura titulados El sentit de la ficció. Itinerari privat y La matèria de l'esperit, estos tres últimos sólo disponibles en catalán.

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viernes, junio 15, 2012

VI Premios Tormenta: finalistas al Mejor libro del año de autor extranjero


Una forma de vida
Amélie Nothomb
Anagrama, 2012

En esta novela son importantes las cartas. Acabo de darme cuenta que cada año, cuando cae en mis manos el nuevo libro de Amélie Nothomb, me siento como si recibiera carta de una amiga lejana, encantadora y excéntrica. Una amiga que me escribe de tarde en tarde, sólo para impresionarme con sus últimas peripecias. Las novelas de Amélie Nothomb siempre dan la sensación de tratar sobre Amélie Nothomb. Suelen estar escritas al hilo de la contemporaneidad y contar cosas que al lector le recuerdan a su propia realidad y algún acontecimiento reciente.

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El asiento del conductor
Muriel Spark
Contraseña, 2011

Yo no conocía la literatura de Muriel Spark hasta que esta novelita, El asiento del conductor, cayó en mis manos. Basta leer las primeras líneas para darse cuenta de que su autora es una narradora dotadísima, certera, llena de inteligencia e ingenio: la historia comienza sin preámbulos ni dilaciones, con una energía y un brío casi eléctricos; uno no se ha dado cuenta y la novela ha cerrado sus puertas, nos ha atrapado dentro y ha echado a andar con ligereza, como un tranvía que va soltando chispazos y corre sobre los raíles, muy seguro de la dirección que lleva. El lector también cree conocer el destino: piensa que va a hacer un viaje turístico y que recorrerá con la protagonista, la muy excéntrica Lise, el paisaje amablemente exótico y pintoresco del sur de Europa, ya que el texto comienza con los preparativos de sus inminentes vacaciones.

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Las vidas de Dubin
Bernard Malamud
Sajalín, 2011

Del mismo modo en que coincidieron durante la segunda mitad del siglo XIX una serie de escritores rusos que exploraron como nadie los recovecos de la interioridad humana, vista en perspectiva, la narrativa judeoamericana de la segunda mitad del XX no les fue a la zaga en ello. Un ejemplo: «Miró a Natasha, que cantaba, y en su alma aconteció algo nuevo y feliz. Estaba alegre y triste a la vez (…) Las lágrimas obedecían sobre todo a la contradicción violenta que, de pronto, había reconocido entre alguna cosa infinita, grande, que existía en él, y la materia, reducida, corporal, que era él e incluso ella. Esta contradicción le entristecía y le alegraba mientras ella cantaba» (Guerra y paz) / «Dubin regresó a casa en estado de excitación y con un cierto sentimiento de nostalgia.

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jueves, junio 14, 2012

VI Premios Tormenta: finalistas al Premio al Mejor Autor Revelación

Se otorga este premio a autores de primeras obras o a aquellos otros que, habiendo publicado en sus países de origen, se dan a conocer en España por primera vez.


Los Lemmings y otros
Fabián Casas
Alpha Decay,
Barcelona, 2011

Fabián Casas nació en el barrio de Boedo en 1965. Publicó los libros de poesía Tuca (1990), El Salmón (1996), Oda (2003) y El spleen de Boedo (2004), todos reeditados por Emecé en 2010 como obra completa bajo el título Horla City y otros. También publicó en narrativa la novela breve Ocio (2000) y el libro de relatos Los lemmings y otros (Alpha Decay, 2011). En 2007 publicó en Emecé Ensayos Bonsái y ese mismo año ganó en Alemania el premio Anna Seghers. En nuestro país, su obra como cuentista se dio a conocer con la publicación de Los lemmings y otros a la que recientemente ha seguido Ocio.




FrIcciones
Pablo Martín Sánchez
E.D.A. Libros,
Benalmádena, 2011

Pablo Martín Sánchez (cerca de Reus, 1977) quiso ser atleta, luego actor y acabó juntando palabras. Coleccionista vocacional, tiene los títulos de graduado superior en Arte Dramático, de licenciado en Teoría de la Literatura y Literatura Comparada, y de máster en Humanidades. En el sector editorial ha trabajado como lector, corrector, traductor y librero. Fundador de la revista Verbigracia y miembro del equipo de redacción de la revista digital La Siega. Como creador, ha recibido diversos premios literarios de relato corto y en estos momentos está ultimando la escritura de su primera novela, El anarquista que se llamaba como yo.




Siberia
Juan Soto Ivars
El Olivo Azul,
Córdoba, 2012

Juan Soto Ivars nació en 1985 en Águilas (Murcia). Es autor de las novelas La conjetura de Perelmán (Ediciones B, 2011) y Siberia (El olivo azul y Sigueleyendo, 2012) y editor junto con Sergi Bellver en la antología Mi madre es un pez (Libros del silencio, 2011). Realiza la sección de entrevistas impertinentes “¿Puedo tratarle de usted?” en la revista Primera Línea, y colabora en la sección de cultura de la Revista Tiempo, Ling y otras. Dirigió durante dos años El Crítico, boletín de ensayo literario creado por Juan Carlos Suñén.





Lobisón 
Ginés Sánchez
Tusquets, Barcelona, 2012

Ginés Sánchez nació en 1967, en Murcia, España. Licenciado en derecho y abogado en ejercicio durante diez años, ha vivido desde 2003 en diversos lugares de Europa y América y ha desempeñado los más diversos trabajos, desde recepcionista de hotel en las islas Eolias y camarero en Dublín, hasta repartidor de periódicos o vendedor de cuadros puerta a puerta. En el Pacífico costarricense, cerca de la frontera con Nicaragua, fue responsable de campo en un proyecto de protección de tortugas marinas. Es adicto al Testaccio romano y en La Habana ha sido guía turístico.

miércoles, junio 13, 2012

El intendente Sansho, Ogai Mori

Trad. Elena Gallego. Prólogo: Carlos Rubio. Contraseña, Zaragoza, 2011. 153 pp. 16 €

Óscar Esquivias

Es posible que al leer el título de El intendente Sansho uno piense antes en el cine que en la literatura. El director Kenji Mizoguchi ganó en 1954 el León de Plata en el Festival de Venecia con una bellísima y estremecedora película inspirada en el cuento homónimo de Ogai Mori, fallecido hacía más de treinta años (en 1922). Mori fue el gran modernizador de las letras niponas en el cambio del siglo XIX al XX. Su estilo literario «severo, masculino y contenido» (según lo describe Carlos Rubio) influyó poderosamente en los escritores posteriores, no sólo en los de la generación siguiente (como Tanizaki), sino incluso en los más jóvenes, como Mishima. También fue un gran difusor de la cultura occidental en Japón. Había vivido varios años en Europa y dominaba el alemán (desde este idioma tradujo al japonés a… Calderón de la Barca, además de a Goethe, Hoffmann, Schiller, Heine o Rilke, entre otros). Perteneció al ejército y como médico militar participó en las guerras que enfrentaron a su país contra China (1894-1895) y Rusia (1904-1905). Si en lo artístico nadie cuestiona su modernidad, en lo político y social es un personaje controvertido. Por una parte, Mori, defendió la capacidad de Japón para desarrollarse y alcanzar el mismo nivel que Alemania o los Estados Unidos, pero a la vez se opuso a la imitación acrítica de las costumbres occidentales y lamentó la desaparición de los valores tradicionales japoneses. Es frecuente ver citado a Ogai Mori como «el último samurái escritor». Puede sonar paradójico que se le considere a la vez el último representante literario de los samuráis y el primer escritor de la modernidad, pero así es.
La película de Mizoguchi sigue gozando de un enorme prestigio y no hay cinéfilo que no la admire, pero esto no ha supuesto que su referente literario haya conseguido la misma popularidad. En España no se han empezado a publicar las obras de Mori hasta fechas muy recientes, ya en el siglo XXI. Yo las he leído con muchísimo interés y placer y, aunque asumo el riesgo de formular juicios sobre un autor cuya obra sólo conozco parcialmente y siempre a través de traducciones, compartiré mis impresiones, por si a alguien le son útiles. Por una parte, me ha llamado la atención cómo en varios de sus relatos se repite un mismo modelo de protagonista (en el que, además, se adivina un autorretrato del propio escritor). Se trata de un personaje joven, solitario, inteligente, que posee un acendrado sentimiento de diferencia respecto a las personas con las que se ve obligado a convivir. Los años de aprendizaje se presentan como un largo periodo de supervivencia callada, resignada, pasiva. Sus protagonistas muestran una voluntad de hierro y una gran capacidad de sufrimiento: parecen indoblegables, pero no son héroes ni rebeldes: aceptan el desprecio y el acoso de los demás con fatalismo. Luego llegan a la edad madura, encuentran cierta tranquilidad e incluso el éxito laboral, pero nunca alcanzan la felicidad: esa ilusión de plenitud es algo que se ha escapado de sus vidas para siempre. Son raros los personajes de Mori alegres o desenfadados.
Este es el universo de sentimientos y emociones habitual en su obra. Ogai Mori suele ser un narrador seguro, frío, certero, que en seguida encarrila las historias. Sus planteamientos son potentes y están llenos de intriga, pero me llama la atención cómo, en algunas ocasiones, los resuelve de manera abrupta o demasiado convencional, como si de repente perdiera el interés en lo que está contando y decidiera recoger el recado de escribir, rematándolo todo de cualquier manera.
En las librerías españolas se pueden encontrar las novelas Vita sexualis (traducción de Fernando Rodríguez-Izquierdo, Trotta, 2001); El ganso salvaje (traducción de Lourdes Porta, Acantilado, 2009) y La bailarina (traducción de Yoko Ogihara y Fernando Cordobés; Impedimenta, 2011). Por algún feliz misterio de la distribución de los libros, también hay en España ejemplares de una recopilación de cuentos publicada en Buenos Aires titulada En construcción (selección de Amalia Sato; traducciones de Yuka Shibata, Mirta Sato, Masako Usi, Toshiko Aoshima, Lida Takeda, Misa Mochinaga y Kumi Nagasaka; editorial Adriana Hidalgo, 2003). Personalmente siento predilección por la delicada novelita El ganso salvaje, una historia muy característica de Mori, en la que se nos muestra la colisión entre las esperanzas íntimas de unos jóvenes y su sentido del deber y del decoro.
A esta lista ahora podemos añadir una nueva antología titulada El intendente Sansho. En esta colección se nos muestra al Ogai Mori más apegado a la historia, las tradiciones y el folclore del Japón. El autor, como un cronista medieval, nos relata historias de gran sabor arcaico: así, detalla genealogías familiares (como en «La historia de Iori y Run») o narra cuentos de aire legendario, protagonizados por niños valientes que dan lecciones de entereza a los adultos, como sucede en «Las últimas palabras» o en el del cruel intendente Sansho, pintado casi como un ogro, cuyo relato está trenzado con los mismos mimbres de los cuentos populares que se narran en cualquier lugar del mundo: unos viajeros indefensos, la ausencia de posada, el bosque misterioso, unos huérfanos obligados a convertirse en héroes…
De los seis cuentos de este libro, mi favorito es «La señora Yasui». Se trata de una pieza con una estructura muy original y atrevida, que va de lo cómico (un pretendiente llega a una casa a buscar una novia y sale con otra) a lo desolador (la vida conyugal se convierte en una crónica tristísima de mudanzas, partos, enfermedades y muertes). En este relato se aprecia la objetividad y la falta de énfasis tan características de Mori, esa capacidad suya de narrar con temple —casi con indiferencia— historias que contienen una terrible carga emocional o dramática (lo que no deja de ser un recurso literario eficacísimo).
El intendente Sansho es un libro estupendo, editado con primor, en el que se han cuidado todos los detalles. La selección de los cuentos y su traducción —directamente del japonés— han estado a cargo de Elena Gallego, una especialista de primera línea; el prólogo —muy completo y combativo— está firmado por otro gran experto, Carlos Rubio. No puedo dejar de citar la ilustración de la cubierta, con un siniestro árbol de ramas peladas en las que se posan unos pajarillos. La imagen evoca una máscara japonesa y su autor, Alberto Gamón, ha relatado el proceso creativo en su blog (http://gamonadas.blogspot.com/2011/12/el-dibujo-del-mes-el-intendente-sansho.html). No dejen de visitarlo. La mirada de Gamón sobre El intendente Sansho es, en sí misma, una emocionada y elocuente crítica literaria.

martes, junio 12, 2012

Mary; Maria/ Mathilda, Mary Wollstonecraft / Mary Shelley

Trad. Íñigo Jáuregui, Cristina Suárez, Anne-Marie Lecouté. Nórdica, Madrid, 2011. 384 pp. 21,50 €

Victoria R. Gil

«Los males de la mujer, como los de los sectores oprimidos de la humanidad, se han de considerar necesarios por parte de sus opresores, pero seguramente hay mujeres que se atreverán a adelantarse a su tiempo y a certificar que mis bosquejos no son el engendro de una mente trastornada ni los trazos enérgicos de un corazón herido». Así comienza el prefacio de Maria, la última e inacabada novela de Mary Wollstonecraft, en la que reúne a un puñado de personajes femeninos de variada procedencia para mostrar, como hace de una forma u otra en casi todas sus obras, el modo en que el poder (económico, político y social) masculino discrimina a las de su sexo. ¿Fecha? 1797. En Francia faltaban dos años para que el general Bonaparte pusiera fin a la Revolución Francesa y en Inglaterra, esta autora llevaba más de una década hablando no sólo de los derechos de los hombres, sino también de los de las mujeres.
Allá por el Pleistoceno, cuando aún se compraban enciclopedias en papel, sometía yo a una prueba muy particular cualquier compendio del saber que pretendieran venderme: la inclusión o no de Mary Wollstonecraft entre sus páginas. Si el nombre de esta escritora y pionera en la defensa de la igualdad entre los sexos no aparecía (cosa que ocurría en la mayoría de los casos) descartaba la enciclopedia por incompleta. Eclipsada primero por su marido, el filósofo y novelista William Godwin, y por su hija Mary Shelley, después, desde hace unos años su voz se deja oír cada vez más en nuestro país con la publicación de gran parte de su obra. A esta merecida visibilidad ayudó también la aparición en 1993 de Vindicación, una biografía novelada por Frances Sherwood, de cuyo éxito editorial en todo el mundo se benefició directamente la figura de Wollstonecraft.
Este volumen editado ahora por Nórdica contribuye al conocimiento de una pensadora notable y lo hace, además, uniéndola literariamente a su hija a través de tres novelas ligadas por su temática y por el corazón que las impulsa: escrutar la identidad femenina y el modo en que ésta se manifiesta en los entornos familiar y social. «Estas obras no son las creaciones más logradas de ambas escritoras —admite Jane Todd en el prólogo—, pero interactuando de la forma en que lo hacen en torno a la tumba de Mary Wollstonecraft (que murió a causa de unas complicaciones tras dar a luz a su hija en 1997), adquieren unas resonancias psicológicas y biográficas por la relación que mantienen tanto entre sí como con las experiencias de sus autoras».
Su calidad literaria no está, en efecto, al mismo nivel que las Vindicaciones de la madre (Vindicación de los derechos del hombre y Vindicación de los derechos de la mujer) o del Frankestein de la hija, pero no por ello merece menos la pena adentrarse en sus páginas y conocer las obsesiones de ambas, cuyas vidas fueron más que singulares y, lamentablemente, trágicas.
Situadas con precisión en el tiempo y en la realidad vital de sus autoras gracias a la introducción de la profesora galesa Jane Todd, el contexto que enmarca estas tres novelas resulta fundamental para entenderlas. Si Mary y Mathilda son «pasionales e introspectivas», y subyace en ellas un obvio poso autobiográfico, Maria renuncia a esa subjetividad para mostrar las dificultades que un grupo de mujeres debe afrontar cada día en el mundo que les ha tocado vivir, con una sorprendente carga social para la época en que fue escrita.
En Mathilda, Mary Shelley aborda el incesto no consumado entre un padre y una hija, un tabú personal y social difícil de aceptar por su entorno, hasta el punto de que su padre, William Godwin, se negó a editarla y la mantuvo fuera del alcance de la joven para evitar que viera la luz. La novela tardaría en publicarse ciento cuarenta años. Con la excusa de retomar un cuento inacabado de su madre, Shelley se centra en «la relación claramente no resuelta tanto con su padre aún vivo como con su difunta madre» y ofrece «un diálogo abierto e incluso enfrentado con los hombres de su vida», Godwin y el poeta Percy B. Shelley.
Una magnífica oportunidad la que nos brinda Nórdica para acercarnos a esta «extraordinaria pareja» de escritoras formada por madre e hija, que sólo compartieron existencia durante diez días.

lunes, junio 11, 2012

Los años de lluvia, Jesús Esnaola Moraza

Paréntesis, Sevilla, 2012. 116 pp. 12 € / 8,40 € (e-book)

Ángeles Prieto

Los microrrelatos o minificciones, que para algunos teóricos componen un género aparte, mientras que otros prefieren calificarlos como cuentos muy breves, conforman una modalidad literaria que lleva practicándose siempre. De hecho, la distancia con los aforismos, chistes, alardes de ingenio o sentencias a veces no es perceptible. En cualquier caso, estamos asistiendo a un auge de los mismos de acuerdo con las pujantes y ya inevitables tecnologías virtuales en nuestras comunicaciones, que exigen concisión.
Es sólo que muchos críticos, tras dos largos siglos de preponderancia novelística, mantienen todavía la duda punzante de considerarlos literatura, sin reconocer todavía que en ellos se encierra arte. Y yo en este punto, no tengo la menor duda. Aunque curiosamente es un convencimiento que he ido afianzando no por la lectura de los ya clásicos de este género, como Max Aub o Slavomir Mrozek, ni tampoco por las obras de los magníficos escritores actuales que publican con cierta asiduidad como José María Merino, Carmela Greciet o Ángel Olgoso, sino por los que empiezan en estos momentos con gran entusiasmo, los difunden cuando pueden y están formando Escuela, con todo lo que esta palabra implica: ideas, técnicas, temas y estilos.
Es el caso de Jesús Esnaola, quien lleva años practicando el microrrelato desde su blog “El doctor Frankenstein, supongo”, autor de una enorme curiosidad que busca aprender y aprehender para sí de todas las obras posibles. Y a fe mía que lo ha conseguido. Porque el resultado más que digno que tengo en mis manos es un libro chispeante, entusiasta, dúctil y ligero como debe ser el género y sumamente ingenioso, con una enorme facilidad para cambiar de historias. Aunque como todos los autores, tiene preferencias: los monstruos, el doble, el paso del tiempo.
Una obra juvenil por la gracia de sus textos y a la vez madura, de manera que aborda a veces con sarcasmo, otras con sabiduría, no sólo los grandes temas de la existencia, sino también esos elementos cotidianos que, en función de los avances técnicos, vamos incorporando a nuestra existencia. Como ejemplo, he aquí el más breve de sus microrrelatos: Ironía. “El fantasma del inventor del GPS vaga por la Tierra, sin descanso, incapaz de encontrar el camino hacia la Luz”. Y es por ello que considero que sólo aquel que no se haya perdido alguna vez con tan singular aparato, podrá no apreciar el arte que encierra esta malvada (pero sabia) frasecita.
Es un libro que por tanto recomiendo no sólo a los fanáticos de lo breve, que van en aumento, sino también a esos lectores anquilosados, con telarañas en los ojos, que al refugio de los cada vez más simples marchamos culturales, y siguiendo como ovejas las directrices del mercado, tienen telarañas en los ojos y no quieren ver lo que está pasando. Porque los microrrelatos, y en especial los de Jesús Esnaola, lo están recogiendo.

viernes, junio 08, 2012

Pepe Cerdá. Entre dos luces, Julio José Ordovás

Eclipsados, Zaragoza, 2011. 86 pp. 16 €

Fernando Sanmartín
Fima Invitada

En el mundo del arte sigue habiendo, por fortuna, disolventes contra la tontería. Los encuentro, a veces, en pintores que se alejan de lo retórico, de lo espeso, incluso de lo conceptual; pintores que hacen de la realidad un discurso honesto. Uno de esos artistas es el aragonés Pepe Cerdá («Creo en la pintura en la misma medida que el príncipe Felipe cree en la Monarquía»), abrigado con sus paisajes y retratos, admirador de Sorolla, Morandi o Moreno Carbonero, del que un escritor y periodista, Julio José Ordovás, alejado de cualquier ditirambo, ha hecho un pequeño atlas o álbum personal para atrapar lo que hay en su obra pictórica de los años más recientes.
Julio José Ordovás sabe insonorizar lo superfluo. Desde la primera página de este libro se evidencia. Y por eso nos topamos de frente con esta afirmación: «Cerdá aprendió a pintar como los leones aprenden a cazar: para comer». Pero Ordovás articula aquí una suma de breves ensayos que reflejan la esencia de muchas conversaciones mantenidas con Cerdá, añadiendo el resultado de una observación minuciosa centrada tanto en su personalidad, que nada tiene de silla abatible, como en ese misterio que supone pintar lo que uno ve, lo cercano, los otros.
Ordovás, mientras nos habla de la gasolinera de Villamayor que una y otra vez pinta Cerdá, igual que Monet lo hacía con la catedral de Rouen, desliza que ese espacio Repsol puede ser el icono que destella en la noche con la intensidad de un faro; mientras explica que este artista pinta retratos porque le gusta la gente, retratos resueltos en alguna ocasión con pocas pinceladas, matiza que conocer a los demás es la única forma que tiene uno de llegar a conocerse; mientras, con Alfred Sisley de transfondo, analiza cómo ha ido ganando terreno, de forma progresiva, el cielo en los cuadros de Cerdá, indica que esos cielos hechos por este autor se cierran y abren sobre la tierra como la tapa de un ataúd. Y añade que a Pepe Cerdá le gusta citar a Chesterton; y que la luz, para él, es un ser vivo con sus sentimientos y pasiones; y que no hay atisbos de duda cuando señala que «decir de un cuadro que parece una fotografía es como decir de una flor que parece de plástico».
La pintura no ha muerto. La buena pintura nos embiste. También, eso sí, nos embisten de otra forma el simulacro, la farsa, el vacío, la falta de verdad y la pereza de no ir más allá. Ordovás sabe todo eso y ha derramado unas páginas de escritura lúcida para adentrarnos en el mundo personal y creativo de Pepe Cerdá, recreándolo como si viéramos sus lienzos en la galería les Singuliers de París o en la galería zaragozana Carlos Gil de la Parra, interpretando un lenguaje pictórico sencillo, realista, apasionado y vital, donde lo evidente nos inunda porque una inundación es lo visible, lo que rompe y empuja, incluso la metáfora de Lacan emborrachando a Benjamin.
Ordovás no usa circunloquios ni elipsis, no utiliza palabrería de monje zen, no modela párrafos insulsos, porque su experiencia con un pintor que ama profundamente lo que hace es la esencia y objeto de este libro. Y Ordovás, sin encerar palabras y desde un existencialismo singular («la vida, como el tiovivo: crees que avanzas, pero solo das vueltas»), nos ha dado aquí las referencias esenciales de un pintor que ilumina lo que otros oscurecen.