lunes, septiembre 30, 2013

La vida cuando era nuestra, Marian Izaguirre

Lumen, Barcelona, 2013. 412 pp. 19,90 €

Pedro M. Domene

No todas las historias de la postguerra española se convierten en tragedia, queda siempre la esperanza de esa tenue luz que ilumine el camino, sobre todo cuando alguien esgrime la frase “añoro la vida cuando era nuestra” como un firme y vehemente deseo de sobrevivir. Era una vida llena de ilusiones, hecha de libros en su pequeña editorial y de charlas de café, de siestas lánguidas y de proyectos para construir un país, una España, que aprendía paso a paso, y en plena República, las reglas de la democracia. Pero un día de 1936 ese vivir se convertiría en una auténtica resistencia y, quince años después de todo aquello, a los protagonistas de esta historia, solo les quedan los recuerdos y una pequeña librería de viejo, escondida en uno de los barrios antiguos de Madrid, donde Lola y Matías, su marido, acuden cada mañana para vender y cambiar novelitas románticas, clásicos olvidados y gomas y lápices de colores a quien se acerque por su modesto establecimiento. Es aquí, en ese lugar modesto, donde una tarde de 1951 Lola conocerá a Alice, una mujer que ha encontrado en los libros su razón de vivir y la historia de ambas se confunden en el Madrid triste y sombrío de la postguerra española.
Marian Izaguirre (Bilbao, 1951) ha escrito en La vida cuando era nuestra (2013), una segunda novela titulada La chica de los cabellos de lino que, un día, Alice y Lola, empiezan a leer para satisfacer una reclamo publicitario de Matías, su marido, que deja un libro abierto sobre un atril, en el escaparate de su librería, sobre el que van pasando las páginas a diario para que los visitantes vayan leyendo esa curiosa historia. Y eso es que lo harán ellas, desentrañar, página a página, las vivencias de la pequeña Rose en la Francia e Inglaterra de preguerra, y como se mueve entre la campiña francesa, el lujo inglés, las mansiones, fiestas, lujos y extravagancias que le llevan a conocer una suerte de vida diferente y, por añadidura, la tragedia y la desgracia. Mientras no deja de preguntarse quiénes serán sus padres, otro de los misterios a develar en esta historia. Al mismo tiempo, Lola va confiando en su extraña amiga a quien empieza a confesar la suya personal, que a medida que se suceden las páginas se convierte en ese auténtico relato paralelo, y muestra esa otra cara que nos quiere ofrecer Marian Izaguirre, el dolor de la trágica sociedad española y la intrahistoria de muchos de los anónimos protagonistas que tanto perdieron, y se vieron obligados a sobrevivir en las medidas de sus posibilidades, afrontando un futuro incierto y aterrador.
La vida cuando era nuestra es un homenaje a la lectura, pero es sobre todo la historia de dos mujeres, una que poco sabe de la vida y otra que quizá sabe demasiado, aunque no pueda hablar. Entre estas miradas cómplices anda el talento literario y la sorpresa lectora de Marian Izaguirre.

viernes, septiembre 27, 2013

El acontecimiento de la literatura, Terry Eagleton

Trad. Ricardo García Pérez. Península, Barcelona, 2013. 300 pp. 25,90 euros.

Fernando Ángel Moreno

Existe una cierta tradición entre los investigadores españoles de publicar manuales de teoría de la literatura con los que acercar al estudiante a esta bastante desconocida disciplina. Casi siempre son esfuerzos que, incluso en casos lúcidos y completos como el de David Viñas Piquer, requieren un arduo esfuerzo por su carácter enciclopédico.
Esta costumbre, también habitual en Anglosajonia, se articula en ocasiones mediante la presentación de las diferentes escuelas a través de una conclusión más o menos audaz. En España disponemos de escasos ejemplos de este tipo. Los más conocidos quizás sean los (ya en su época) anticuados manuales de Antonio García Berrio (1994 y 2004), con dura sintaxis y densa terminología técnica, del todo inviables para profanos.
Entre los investigadores anglosajones interesantes, mi favorito es sin duda Terry Eagleton, autor que siempre escucho citado como neomarxista, pero que considero simplemente humanista. Defiende con insistencia, es cierto, la relación entre la literatura y los contextos sociopolíticos.
Quizás sus libros más conocidos sean Introducción a la teoría literaria (para cuya lectura, paradójicamente, hace falta saber teoría literaria) y el impresionante La estética como ideología, que cuenta con una magnífica traducción en la editorial Trotta. Se trata este de un libro algo complicado para quien no está ya algo versado en filosofía, pero aseguro que el esfuerzo por terminarlo vale mucho la pena. Considero que casi todo lo que Eagleton tiene que decir sobre literatura lo dejó allí dicho. No obstante, he leído y disfrutado su última propuesta: El acontecimiento de la literatura.
Este libro parece escrito con cierto espíritu anárquico, como si se escribiera un blog con las diferentes opiniones que el concepto de literatura y sus escuelas le van despertando al autor. Dudo de de que haya sido el caso. ¿Quién sabe? Lo cierto es que presenta una reflexión en torno a la eterna pregunta sobre qué es la literatura.
Recordemos que, en el fondo, esa pregunta centra toda teoría literaria, antes de desgranarse en cada una de las partes que estudian el fenómeno de la literatura: tradición, autor, imaginación, lector, técnicas, géneros, lenguaje, imaginario, mercado, paratextos… Entre todas las posibilidades, coincido al considerar principales las tocadas por Eagleton: la dialéctica entre nominalismo y esencialismo (que quizás sea el capítulo más duro para el profano y el menos vinculado con el resto), las teorías de la ficción, las teorías de los actos de habla (con muchos problemas sobre pragmatismo y trascendencia) y el psicoanálisis, sin despreciar la retórica, la hermenéutica o el marxismo, entre muchas otras. Insiste, por cierto, en una reivindicación radical, maravillosa, de la teoría literaria, al sentenciar que cualquiera que hable sobre literatura está haciendo teoría literaria. Que luego se eviten los libros teóricos será, según él, una cuestión de pereza, de prejuicios o de incapacidad, pero en ningún caso porque la teoría de la literatura no sea precisamente el fondo de toda discusión literaria.
Por consiguiente, en su búsqueda, realizará un recorrido sumamente fértil para quien desconozca estas disciplinas, ayudado por su habitual erudición.
Finalmente, su propuesta culmina en algo que cada vez vamos defendiendo más y más teóricos, a saber: la literatura no es un objeto, ni el producto de una divina y genial subjetividad, ni un mero entretenimiento, ni una mera fuente de sabiduría. Según él, la literatura es una estrategia, fundamento de acciones. E invito a leer el libro antes de realizar juicios rápidos sobre la aparente obviedad o sencillez de esta complicada idea. Su recorrido en torno a nuestras diferentes dudas y prejuicios sorprenderá a muchos lectores y le harán ver las novelas, los cuentos, los poemas… quizás de un modo diferente.
Con todo ello, considero que se trata de un libro quizás árido para el lector poco habituado a leer sobre estética. Sin embargo, para quien no tenga miedo a zambullirse en la reflexión profunda, Eagleton le recompensa con numerosos chistes y ejemplos cotidianos que a mí, en particular, me han hecho soltar una carcajada en más de una ocasión.
Solo debe criticarse el escaso cuidado en la corrección del texto, con abundantes erratas, de esas que no escapan siquiera al corrector automático del Word y, por otra parte, a la cada vez más habitual manía de de traducir “posmodern” y “modern” por “posmodernista” y “modernista”. Se crea así un problema terminológico, especialmente molesto en español, donde se puede provocar una verdadera empanada intelectual.
En resumen, si se quiere profundizar en las teorías literarias actuales, con algo de esfuerzo pero con amenas ayudas, es buena idea dedicarle unos días a este libro. Se reflexionará desde principios mucho más complejos que los que la muy perdida sabiduría popular emplea para discutir sobre literatura.

jueves, septiembre 26, 2013

Walden, Henry David Thoreau

Trad. Marcos Nava García. Errata Naturae, Madrid, 2013. 360 pp. 18,50 €

Pilar Adón

El 4 de julio del año 1845, coincidiendo con la celebración del Día de la Independencia estadounidense, el filósofo, escritor, agrimensor y carpintero («tengo tantos oficios como dedos») Henry David Thoreau se fue a vivir cerca del lago Walden, a una cabaña de madera que él mismo había construido. Su propósito era el de «vivir deliberadamente […] y ver si podía aprender lo que la vida tenía que enseñar, no fuera que cuando estuviera por morir descubriera que no había vivido». Pasó allí dos años y dos meses solo, con alguna visita esporádica de curiosos y amigos, escribiendo, extrayendo el máximo de los pequeños sucesos, atendiendo a los sonidos de la naturaleza, odiando el ruido que hacía el paso del ferrocarril, cuyas vías se extendían a poca distancia de su cabaña, y, sobre todo, viviendo y disfrutando de cada segundo de vida, de cada descubrimiento, de cada lectura y de su soledad. Vivió con pocas cosas, llevando a la práctica la que fuera la norma principal de su filosofía: «¡Simplicidad, simplicidad, simplicidad!», aunque siempre consciente de que su proyecto no era el de convertirse en un ermitaño aislado del mundo (él mismo declaraba que no era ese su carácter), por lo que acudía con frecuencia a la casa familiar para comer y a la ciudad para pasear y enterarse de las últimas noticias acaecidas cerca y lejos.
«Cuando escribí las páginas que siguen, o más bien la mayoría de ellas, vivía solo en los bosques, a una milla de distancia de cualquier vecino, en una casa que yo mismo había construido, a orillas de la laguna de Walden, en Concord, Massachusetts, y me ganaba la vida únicamente con el trabajo de mis manos…» Así comienza Walden, y con esa misma claridad expositiva, con ese mismo ánimo relajado pero vigoroso, continúa la propuesta que Thoreau nos plantea en su libro más célebre e influyente, que en los últimos meses ha dado pie en nuestro país a una importante sucesión de comentarios y reseñas en lo que ha venido a ser una «fiebre Thoreau» propiciada por la publicación por parte de distintas editoriales de, entre otras obras, sus diarios y su biografía en forma de novela gráfica. Una propuesta basada en la búsqueda de la verdad y la plenitud, una vida sencilla que ha de tener como fundamento la naturaleza y la contemplación de la misma, la lectura y la independencia de los modelos sociales imperantes, acompañada de una acentuada crítica al sistema económico de su época («El costo de una cosa es la cantidad de vida que hay que dar a cambio de ella»), al desarrollo industrial y al enriquecimiento a toda costa. «Disfruta de la tierra, pero no la poseas», decía Thoreau en clara alusión a su teoría de que son las cosas las que poseen a su propietario y no a la inversa.
La suya era una ciencia que requería de una práctica inminente, y el lago Walden se convirtió en la representación real y a pequeña escala, a una escala accesible para el escritor y sus lectores, de su doctrina. El lago fue el tazón en el que Thoreau dejó flotar sus ideas y, a la vez, la imagen perfecta y personal a partir de la que empezar a conocer y a teorizar. Además, Walden viene a ser la metáfora perfecta de los parajes naturales y vírgenes de todo el mundo. La adoración con que Thoreau contempla su paisaje, sus minuciosas observaciones, el máximo cuidado que pone en la descripción de las dimensiones del lago, de su extensión, su fauna, su fondo, etc., y las críticas a las posibles explotaciones de sus aguas vienen a preconizar la figura del conservacionista auténtico, reacio a consumir alimentos de origen animal porque ofenden su imaginación, que vive entre lo que ama y que lo defiende como algo que forma parte de sí mismo. Aquello de lo que proviene y a lo que está destinado.
A pesar de que muchos de sus pensamientos derivan de Emerson (no hay más que leer el emersoniano Naturaleza, que Thoreau había estudiado en Harvard, para comprobar que muchas de las ideas de este último derivan de las que ya expusiera Emerson en su famoso ensayo, como, por ejemplo, las referidas al origen del lenguaje o a la relación entre un solo día y las estaciones del año: «La noche es el invierno, la mañana y la tarde son la primavera y el otoño, el mediodía es el verano»), existe un factor esencial en Thoreau que no aparece en los escritos de su mentor. Y no se trata de su común estilo expositivo, en ambos más literario que filosófico, alejado de los formalismos y rigores académicos (Borges consideraba a Emerson uno de sus escritores de cabecera), sino de la pasión y de las dosis de franqueza y autenticidad que salpican cada línea de Walden. El fervor de Thoreau por los árboles, por los pájaros, por los hombres libres y, sobre todo, por la verdad, es un fervor descomunal, adictivo. Fascinante y cautivador. Tanto que resultó enormemente influyente en decenas de jóvenes que, atrapados años después por esa poética de la salvación, la sencillez y la autenticidad, decidieron dejarlo todo y perderse en lo salvaje, a veces con consecuencias trágicas como en el caso de Christopher McCandless, que pareció olvidar que Thoreau vivía en unas tierras que pertenecían a Emerson y que podía ir a su propia casa a comer cuantas veces quisiera.
Walden es un libro adictivo también para los amantes del subrayado: cada frase alude a un pensamiento elaborado y cada párrafo conduce a la pausa y a la reflexión. Además, esta excelente edición anotada de Errata naturae, con una magnífica traducción, invita aún más a una lectura de vocación lenta y concentrada. Leamos Walden una y otra vez. Subrayemos sus páginas y sus frases en forma de aforismos («Nunca es demasiado tarde para renunciar a nuestros prejuicios»). Revisemos lo subrayado cuantas veces creamos necesario y recordemos de dónde venimos («¿No soy en parte hojas y materia vegetal?») y a qué tipo de ideal de vida deberíamos poder aspirar.

miércoles, septiembre 25, 2013

El vino de la juventud, John Fante

Trad. Antonio-Prometeo Moya. Anagrama, Barcelona, 2013. 320 pp. 18,90 €

Santiago Pajares

John Fante fue un escritor que se vio forzado a ser guionista. No mucha gente sabía quien era él en esos días, tan sólo un puñado de productores que le llamaban cuando había que reescribir una escena que no funcionaba en una película. Entonces, ese italianini de manos grandes y tez cetrina se sentaba delante de su máquina de escribir y lo arreglaba, como lo haría un fontanero. Pero él no era fontanero, él era escritor, un escritor aspirado por la maraña de Hollywood. Siempre consideró sus trabajos en el cine como una mera manera de ganarse la vida mientras escribía su trabajo de verdad, las novelas y relatos que se quedaban en los cajones con las notas de rechazo de las editoriales. Aunque con el tiempo consiguió publicar sus novelas, estas apenas tuvieron éxito comercial. Desesperado, se dio al juego y al alcohol. Fue entonces cuando llegó su contrato fijo de guionista en Hollywood y su vida se estabilizó. Se compró una casa, se casó, tuvo hijos y jugó al golf, pero nunca se olvidó de la literatura, y continuó escribiendo relatos. Los relatos de los que vamos a hablar ahora. Murió a los 73 años, ciego y con las piernas amputadas a causa de la diabetes.
No muchos escritores tienen el honor de crear un estilo literario, el "Realismo sucio" que después sabría explotar tan bien Bukowski. Fue este, gran admirador suyo, una pieza esencial para la reedición de sus novelas y su póstumo éxito comercial.
Los relatos de este libro parecen episodios de la propia vida de John Fante y, por lo que sabemos, puede que lo sean. Todos, excepto los dos últimos, giran alrededor de una familia italoamericana en Colorado. Allí las costumbres americanas se funden con las antiguas costumbres italianas. Ese eterno padre albañil con las manos manchadas de argamasa que bebe chatos de vino y come pasta a todas horas mientras decide si le da una zurra a su mujer o a sus hijos. El alcoholismo del padre de Fante y la relación violenta con su hijo están perfectamente reflejados en estas páginas. Otro de los temas constantes en estos relatos (y mezclados siempre con los demás) es la culpa católica y cómo los curas la usan para tener dominados a los chicos en la escuela. En estos relatos veremos los nuevos sueños americanos de esos chicos que quieren ser estrellas de beisbol, conducir coches caros y besar a chicas guapas. Pero deben lidiar con todos los problemas de familias desestructuradas, padres alcohólicos, colegios represivos y sueños quebrados por la cruda realidad. No son cuentos amargos ni tristes. De alguna forma John Fante logra rescatar emociones genuinas entre las cenizas y montar con ellas historias, como todo escritor, como todo guionista, como todo aquel que quiera dedicarse a la letras debe saber hacer. Y John Fante sabe. Sabe de sobra. Espero que este libro de relatos sirva, además de como entretenimiento y disfrute para conocer su figura y animarse a leer sus novelas basadas en su alter ego, Arturo Bandini, que son pura delicia.
Respecto a su autodesprecio como guionista, me gustaría acabar con la dedicatoria de "Dago red" a su mujer, recopilatorio de sus cuentos donde se publicaron en su día trece de los relatos de este libro. No me imagino un ejemplo mejor para expresarlo. De mano del propio John Fante:
«Para Esther: de esa puta de Hollywood, ese asqueroso artista vendido, ese sublime pervertido literario, ese letrista frustrado, ese asqueroso montador de escenas, ese lamecoños de la Paramount al que le pagan por el vómito perfumado susurrado por Dorothy Lamour. Te lo dedico con la esperanza de que algún día cercano pueda escribir alguna dedicatoria menos amarga en la guarda de algún libro realmente estupendo».

martes, septiembre 24, 2013

Todo irá bien, Matías Candeira

Salto de página, Madrid, 2013. 160 pp. 14,50 €

Ariadna G. García

Cada vez son más las obras literarias que enfrentan su mirada a la crisis o que auguran un futuro más o menos apocalíptico para nuestra sociedad. Mientras algunas novelas y libros de relatos sostienen un foque realista del asunto (En la orilla, Rafael Chirbes), otros libros apuestan por la lente del género fantástico (Cenital, Emilio Bueso). Con esta tendencia literaria, crítica y profética, entroncan cinco de las narraciones del último libro de Matías Candeira, si bien el mejor texto de la colección se aleja de estos parámetros y ahonda en la mente perturbada de un padre de familia.
Todo irá bien compila diez relatos muy bien ensamblados. En conjunto, nos hablan de la entropía, es decir, del desgaste y destrucción de las cosas. Todo se desordena, desencaja y se rompe. La piel, la infancia, la pareja, la civilización y uno mismo, incluso, padecen un deterioro irreversible que los aboca a la degradación. Candiera utiliza el símbolo del corte –presente en varios textos– para hablarnos de la muerte, y los de la vitrina de cristal y la caja fuerte para garantizar la permanencia del recuerdo.
Ahora bien, pese a la coherencia de su estructura y al tono desolador que domina en buena parte de los relatos –a lo que contribuye la construcción de una atmósfera mortecina, sustentada en imágenes potentes: soles apagados, edificios a medio construir, refugios subterráneos, ciudades sin suministro eléctrico…–, el libro es desigual. Hay textos anodinos (“Punto cero”, “La otra puerta”, “Al otro lado”, “Purgatorio” y “Babette”), una pieza curiosa (“Gólgota” –aborda un sanguinario rito familiar; no apto para lectores aprensivos–), dos composiciones notables (“Antesala” –sobre el impacto de la crisis en cuatro amigos con tendencias suicidas– y “Los que vuelven” –una historia divertida y llena de ternura; un guiño al fandom, protagonizado por un zombi;) y dos pequeñas joyas (“Destrucción” –parábola del colapso civilizatorio o al revés, del desgaste sentimental–) y “No se lo enseñes a nadie”).
Este último texto justifica el volumen. Se trata de la narración autobiográfica, no lineal, de un hombre desolado. Gracias a la corriente de conciencia, nos sumergimos en una mente herida por la infancia y por el accidente que se cobró la vida de sus padres. Las secuelas de ambos traumas se proyectan en su matrimonio y en su relación con su hijo. Obsesionado con el bombeo de sangre a la vida, una voz interior oscura libera sus deseos reprimidos. No obstante, el personaje no se entrega a la violencia, el texto es más sutil. Será un retrato del niño –en el que el padre trabaja cada tarde provisto de pinturas–, el que absorba toda su inseguridad, su melancolía, su nostalgia, su soledad y su tristeza.
Todo irá bien se disfruta a ratos. Por fortuna, los mejores textos, esos que nos miran a los ojos y nos escanean por dentro, suponen un poco más de la mitad del libro.

lunes, septiembre 23, 2013

La estrategia del pequinés, Alexis Ravelo

Alrevés, Barcelona, 2013. 313 pp, 17€

Juan Laborda Barceló

Hampa canaria. Ese es el mensaje que esta potente novela de Alexis Ravelo suscita en el lector. El reciente ganador del premio Getafe Negro 2013 con La última tumba, nos demuestra su buen hacer con esta otra novela negra publicada por la Editorial Alrevés.
Hampa canaria, decíamos, pero también universal, como el crimen. Teñir un territorio conocido y propio al más puro estilo “noir” no es tarea al alcance de muchos. Para llegar a ello hay que poseer un afilado dominio del género, de la técnica narrativa, de la construcción de los personajes, haciéndolos atrayentes y cercanos, y por extensión de los motivos de la naturaleza humana para actuar.
No hay nada nuevo en los temas que nos presenta la obra: la preparación de un golpe, algo que se tuerce, la necesidad de la huida, de enfrentar los hechos, los salvajes mecanismos del crimen, que una vez accionados no son controlables…son temas afincados en las bases de la novela criminal (así como en el cine, Apuestas contra el mañana, Código del hampa o Forajidos acuden constantemente a la cabeza del lector cinéfilo), lo interesante es el cómo. El estilo lo es todo en esta novela de reminiscencias cinematográficas e interesantes motivaciones, no por comunes menos verosímiles y sentidas.
El cómo es la técnica narrativa. Cada capítulo está dividido en subtramas que son algo así como escenas con entidad propia, de ahí su marcado carácter cinematográfico y estético. La narración nos lleva de “El Rubio” a Cora, pasando por “Tito el Palmera”, hasta el otro lado de una compleja madeja delictiva. Nada falta y nada sobra.
Las motivaciones, negrísimas y espléndidas, son la fuerza básica de la obra. Los cambios de un personaje a otro son un juego donde las intenciones cobran fuerza, hasta que se destapa quién es más hábil a la hora de llegar al final de la partida. En este punto, el título de la novela cobra una singular importancia. El pequinés, que le echa arrestos y a cada momento le planta cara a los Rottweiler que le acechan, es capaz de sobrevivir un día más en este mundo loco.
El género negro, que nunca ha abandonado nuestras letras, resurge estos días con autores como Ravelo, capaces de mostrar nuestro tiempo desnudo, con sus dosis de bondad y perversión intactas, como si de una radiografía se tratara. La violencia y la épica se dan la mano en un discurso atractivo que nos refleja tal y como somos. Se trata de un fenómeno similar al que ocurrió con los primitivos autores norteamericanos de novela negra, verdaderos cronistas de las salvajes prácticas policiales de su tiempo. Hoy, aunque la literatura pueda ser una suspensión de la realidad (o no), este género nos habla de quienes somos. No dejen de reflexionar sobre ello a través de estas sugerentes letras.

viernes, septiembre 20, 2013

Librerías, Jorge Carrión

Anagrama, Barcelona, 2013. 344 pp. 19,90 €

Fernando Ángel Moreno

La trayectoria ensayística de Jorge Carrión ha venido marcada tanto por el propio interés de sus temas como por la mirada personal sobre ellos. Es decir, el amor y la poeticidad con la que afronta sus experiencias se funden con el acercamiento a cuestiones que interesan especialmente a ciertos sectores, como los viajes o las teleseries. En mi opinión, en estos ensayos no solo sabe acertar con la retórica lírica. Además lo hace con una lucidez poco común para analizar las características más relevantes de lo que observa. Sin embargo, el interés –como en cualquier otro ensayo− depende en gran medida de los intereses del lector.
El tema de este Librerías, finalista del Premio Anagrama de Ensayo, costaría entender que no interese a casi todos los lectores de estas líneas. Pues la propuesta de Carrión parte de un amor que presupongo en todos los que disfrutamos de los libros: el que sentimos por nuestros rincones de adicción, de soledad y de recogimiento, donde detenemos el tiempo mientras disparamos nuestros deseos sobre el futuro (la aparición de los libros por leer) y los recuerdos del pasado (el encuentro con libros ya leídos). Porque en este texto lo que nos presenta Carrión en este texto es LA definición de «librería». Una definición de 342 páginas.
A lo largo de ellas se profundiza en el concepto de librería desde muchos de los puntos de vista posibles o, al menos, de los más inmediatos. Algunos están en nuestro imaginario colectivo; muchos otros resultan fascinantes por su evidencia inesperada. Nos enseña, así, la historia de la librería como concepto, desde sus orígenes. También nos recuerda su función en la creación artística.
Aunque se trabaja la librería como ente abstracto y como espacio de cualquier librero (¡cómo ha cautivado vidas en sus guaridas de papel!), también se defiende su importancia en la vida cultural en todo el planeta. La selección de librerías con que ejemplifica todo ello es tanto objetiva (antigüedad, tamaño, relevancia local o histórica) como subjetiva (los propios enamoramientos del autor). Al fin y al cabo, como nos cuenta, Carrión lleva años recogiendo tarjetas y guardando fichas de las librerías que ha ido conociendo en sus múltiples viajes. Así podemos conocer las librerías más grandes del mundo y algunas que sufrieron especial persecución durante dictaduras; las que él disfrutó por sus experiencias personales y las que se han convertido por su propia arquitectura y decoración en obras de arte.
Además nos ofrece la vinculación de la librería con su ciudad, como en la digresión (para mí interesantísima) acerca del Tánger de tantos escritores del siglo pasado o la manera en que ciertos establecimientos se han identificado con nombres como París o Nueva York.
De un modo similar, a través de la importancia del libro como objeto y como aura y como función y como sentimiento, nos cuenta la relación de librerías y libros con personajes históricos. Fascinantes son los viajes por la vida de Hitler, Castro o Mao, pero especialmente imprescindible es el viaje vital con Salman Rushdie a través de la pertinente vinculación entre libro, autor, ficción, ideología, sociedad y mundo.
No obstante todo esto, si bien este libro había sido disfrutable en cualquier momento histórico (qué bonito habría sido un relato de ciencia ficción en pleno siglo IV a.C. sobre estas tiendas del futuro), hoy adquieren una pátina especial. Pues ¿quién no leerá estas líneas con un regusto crepuscular, como canto del cisne de lo que, para muchos de nosotros, ha sido siempre el mejor de los espacios públicos? ¿Cuántos de nosotros tememos que este libro se convierta en un ensayo de sociología histórica, cuando ya no podamos acudir a nuestro librero con nuestras confidencias culturales, con nuestras consultas íntimas sobre lecturas aún no descubiertas?
Lo que consigue Carrión con su lucidez (una de las mayores y más cultas de la intelectualidad español actual), en mi opinión, es que entremos en su libro como lo hacemos en una librería. Nos sumerge en un laberinto, tan racional como todos los laberintos, de posibilidades de lecturas y de diálogos a través de Jorge Carrión que, solo durante unos cientos de páginas, se convierte en nuestro librero, presentando las librerías como opciones de lectura.

jueves, septiembre 19, 2013

La serpiente sin ojos, William Ospina

Barcelona, Mondadori, 2013, 320 págs. 19,90€

José Miguel López-Astilleros

Esta es la tercera novela de su trilogía sobre la conquista de la Amazonía por parte de los españoles en el siglo XVI. Las otras dos anteriores son Ursúa y El país de la canela (ganadora del Premio Rómulo Gallegos en 2009). Si el descubrimiento del río Amazonas a cargo de Orellana fue debido al azar, la segunda incursión con Ursúa al mando sí puede decirse con rigor que fue una conquista, y aquí es donde se sitúa la trama principal. El título es obviamente una metáfora del gran río, cuyo origen es la denominación con la que se le conoce entre los nativos de aquellas tierras.
El narrador-testigo de los hechos contados pretende escribir una crónica de los acontecimientos. No es ninguno de los personajes protagonistas que aparecen con nombres y apellidos, sin embargo no cabe duda de que desde su posición privilegiada de relator se revela como el principal, puesto que, como veremos, su papel no se circunscribe a rescatar de su memoria lo que ha visto y vivido. La narración sigue un orden cronológico, pero con retrospecciones y anticipaciones frecuentes. La memoria se erige así en un caudaloso río que, alimentado por decenas de afluentes, se va nutriendo de otras historias que se incorporan a la corriente central. De este modo asistiremos a diversos acontecimientos, como el de la Gaitana, una india que, movida por el deseo de vengar a su hijo Timanaco, quemado vivo delante de sus ojos por orden de Pedro de Añasco, forma un ejército y vence a los españoles, logrando su expulsión de la zona durante muchos años. Aparecerán igualmente mencionados multitud de personajes legendarios, coetáneos o no, como Pizarro, Cortés, Alvarado, Valdivia, Almagro, Orellana, Ercilla, etc.
El argumento esencial que sirve de eje vertebrador a la confluencia de tantas vidas y tan esforzadas, consiste en dar cuenta de la expedición de conquista que lleva a cabo Pedro de Ursúa, que pretende encontrar la ciudad de El Dorado, para ofrecérsela como prenda de amor a su amada Inés, una mestiza sobrina de Atahualpa e hija de Blas de Atienza, un español perteneciente a la estirpe de los primeros conquistadores. Se convierte así el relato en una apasionada historia de amor, entre dos seres pertenecientes uno al considerado nuevo mundo y el otro al viejo, pero que termina de un modo dramático al hacer acto de presencia el sanguinario y mítico Lope de Aguirre. De cualquier manera, la obra de Ospina es mucho más que esto, porque nos ofrece un fresco novelado de lo que fueron las conquistas de aquellos hombres aguerridos, con sus motivaciones, miedos, impiedades, intrigas, ambiciones, traiciones, crímenes y amores.
Sobre la veracidad histórica de los hechos presentados, habría que señalar que William Ospina pretende que su novela sea fundamentalmente verosímil, condición elemental de cualquier narración, al menos de este tipo. Por eso nos parece estéril entrar en polémicas sobre si el retrato de Lope de Aguirre corresponde con exactitud a la realidad o no, como apuntan los magníficos trabajos de Ingrid Galster sobre el mismo, por poner un ejemplo.
Citaba Ospina a Novalis en una entrevista, para referirse el estilo poético que le es propio, decía así “Una novela debe estar hecha exclusivamente de poesía”. Y cercano a la poesía es el ritmo de su prosa y la vibrante adjetivación con la que describe tanto a personajes como a la fastuosa naturaleza de aquellos parajes. El lenguaje constituye, a nuestro parecer, uno de los protagonistas principales, un lenguaje primigenio con el que se nombran las cosas por primera vez, palabras que contienen y conservan la emoción de lo fundacional. Entre las influencias que permean la obra está García Márquez, Borges, La Odisea, la tragedia de Shakespeare Julio César en la muerte de Ursúa o el cronista Juan de Castellanos. No hay que olvidar, por último, las profundas reflexiones que el narrador suele hacer sobre la condición humana, el holocausto de los indígenas o las penurias de los soldados anónimos participantes en semejantes empresas.
Con La serpiente sin ojos William Ospina nos introduce en los acontecimientos épicos de la conquista de América a través de una historia de amor, elementos que dan al conjunto un lirismo intenso y emotivo.

miércoles, septiembre 18, 2013

El cuerpo humano, Paolo Giordano

Trad. Patricia Orts. Salamandra, Barcelona, 2013. 352 pp. 19 €

Ariadna G. García

Nada hay más frágil que el cuerpo. Es fuente de placer, pero sobre todo de dolor. Desde que nacemos, se expone a la meteorología, a seres microscópicos y al resto de los hombres. Su desnudo lo hace vulnerable. Y esa fragilidad, precisamente, es la inspiradora de El cuerpo humano, segunda novela de Paolo Giordano (1982). Aclamado por la crítica tras su debut en el mundo de la literatura (La soledad de los números primos, 2008), el joven narrador turinés ha necesitado cinco años –en los que ha ido descartando proyectos narrativos y se ha deshecho, incluso, de un par de borradores– para dar a la imprenta una obra magnífica. El cuerpo humano es una novela coral protagonizada por los soldados italianos de la base de operaciones Fob Ice, en el valle de Gulistán (Afganistán). Un encuentro fortuito en un desfile militar pone en contacto a dos antiguos compañeros de armas, el teniente médico Egitto y el subteniente René. Ambos compartieron el episodio más crudo de sus vidas, y ambos han tratado después de reinventarse. Tras este misterioso prólogo, el narrador nos relata la vida de la base y la misión que convirtió a esos hombres en dos prófugos de su propia existencia. El libro se divide en dos bloques. “Experiencias en el desierto” engloba las pequeñas misiones y tareas encomendadas a los soldados (adiestramiento de la policía afgana, construcción de una lavandería, prácticas de tiro, limpieza de la base), nos relata los problemas y peligros a los que deben hacer frente (ataques, tormentas de arena, intoxicaciones…) y nos presenta a unos personajes creíbles, muy bien caracterizados. El miedo, la culpa, los nervios o el insomnio son algunos de los sentimientos y de las reacciones físicas que los reclutan y los oficiales padecen a diario. Entre ellos destaca el teniente Egitto –hombre al que sus compañeros consideran equilibrado y meticuloso, pero que en realidad oculta con antidepresivos un hondo desarraigo familiar–, cuyo relato autobiográfico supone una de las cimas de la novela. Además, a través de conversaciones de chat y del intercambio de e-mails, tenemos acceso a la interioridad de otros personajes y a su modo de encarar, en la distancia, sus relaciones íntimas. En esa convivencia, los soldados –con independencia de su graduación– se despojan de su pudor y asumen como propio el cuerpo ajeno. La desnudez, el deporte, la obsesión por el sexo y la disentería los convierte en un cuerpo indisoluble. La segunda parte del libro, “El valle de las rosas”, relata la misión de escolta que el contingente militar realiza fuera de la burbuja de seguridad de la base. La introspección psicológica y las pequeñas aventuras que forman parte de la vida ordinaria de un soldado ceden paso a un angustioso episodio de narrativa bélica, de terribles y graves consecuencias para la tropa.
El cuerpo humano es un libro potente, en el que Giordano da muestras de una grandiosa habilidad para la descripción de caracteres. La guerra sirve de excusa para ahondar en las debilidad humana, en la soledad (países, compañeros y amantes componen un escenario efímero donde se representa la tragedia humana), en las razones por las que los individuos necesitan huir de su pasado. El sometimiento continuo a diferentes pruebas saca de cada uno reacciones insospechadas, respuestas animales que mitigan la frustración y el sufrimiento. La familia, a su vez, lejos de constituir un horizonte de quietud, se muestra como un potro de tortura que demanda insaciable centímetros –de talento, de tiempo o de amor– imposibles de dar.
Paolo Giordano ha tardado un lustro en encontrar la inspiración para su nuevo libro. No es relevante. Un escritor lo es por la calidad de su obra, no por su número de publicaciones. El cuerpo humano está lleno de vida y de verdad. Cuando se escriben novelas así no importa que la espera sea larga, así que pasen cinco años.

martes, septiembre 17, 2013

Vean ve, mis nanas negras, Amalia Lú Posso Figueroa

Palabras del candil. Cabanillas del Campo, 2013, 168 pp. 12 €

Ignacio Sanz

Amalia Lú, la autora de este puñado de narraciones fascinantes, es natural de Quibdó, en Chocó, Colombia. Y al tiempo que escritora ejerce como narradora oral. En realidad estas narraciones son un homenaje a la narración oral. América Latina, España y Estados Unidos la han contemplado sobre los escenarios marginales en los que suele moverse la narración oral. Acaso también en algún teatro principal. Quienes hemos tenido el privilegio de escuchar estas historias de viva voz en boca de la narradora, podemos imaginarnos al leerlas sus movimientos insinuantes, su descaro, sus contoneos, sus infinitas maneras de llevar los sombreros, sus medias caladas y los registros ingenuos de su voz cada vez que habla de cucuné. Amalia es un continente que desborda sensualidad y descaro sin perder nunca la elegancia aristocrática con la que atrapa a los que la escuchan. En realidad estas historias son un canto a la vida, una fiesta arciprestal o rabelesiana, un goce para los sentidos y un puro disfrute para los oídos por los recovecos en los que se pliega el idioma en la boca de las mulatas y las negras chocoanas a las que presta su voz.
El punto de partida de estas narraciones es el ritmo. Cada negra de la que nos habla Amalia Lú tiene el ritmo en una parte de su cuerpo que ejerce como timón: tetas, nalgas, axilas, nariz, susuné, boca, corazón…
«Los pezones de las tetas de la nana Fidelia señalaban al norte y al sur, al oriente y al occidente, arriba y abajo, al centro y adentro; marcaban siempre la ruta correcta.” “Inocencia se enamoró de un negro por el olor. Antes de conocerlo percibió a distancia un olor a pichoncé y empezó a intranquilizarse por ese aroma que la despertaba ansiedad y la iba llevando por una arrechera ascendente…»
«La nana Limbania Pretel tenía el ritmo en el susuné.
¿Qué vas a hacer ahora? Cuidarme el susuné.
¿Para donde vas? A darle un paseo a mi susuné.
Todo lo que hacía Limbania estaba relacionado con o tenía por destino final el susuné. Era, como se dice por ahí, una adoradora de san susuné. Vivía para hacer feliz al susuné. Le encantaba montar en cicla sin calzones para sentir en libertad el susuné.»
Santa Amalia Lú, sensualidad y elegancia sobre la escena, no es menos elegante ni menos sensual cuando ejerce solo como escritora. De esta manera sus lectores podrán imaginar el ritmo bamboleante de sus caderas y prolongar el placer que supone oír este puñado de relatos en la cordialidad descarada su boca. Con ellos nos trae la calorina sofocante, la fruta tropical y, sobre todo, nos trae el regalo del lenguaje con sus acentos y sus giros. El lector de estos relatos se traslada a la selva, navega por los ríos turbios y desbordantes del Chocó. De la misma manera que García Márquez nos regaló Macondo, Amalia Lú nos abre las puertas de un paraíso que es un puro deleite sensorial, un goce infinito, un deleitoso canto a la vida.
Supongo que, si no lo han hecho ya, las autoridades de Quibdó, allí donde siempre es verano carnal, habrán pensado en levantar una estatua de Amalia Lú en su plaza mayor para homenajear a la escritora y narradora oral que ha abierto las puertas de su tierra a tantos escuchadores y a tantos lectores a través de estas negras descaradas que tienen el ritmo en las zonas más inverosímiles del cuerpo. No se lo pierdan.

lunes, septiembre 16, 2013

Un escarabajo de siete patas rotas, Santiago Eximeno

Amargord Ediciones, Colmenar Viejo, 2013. 104 pp. 10 €

Julián Díez

Después de leer otro de sus libros, me vuelve a asaltar la duda de si mi buena relación con Santiago Eximeno es fruto de su aparente naturaleza afable o del temor a que, ya que sabe quién soy, un desaire pueda despertar el interés de esa cosa que esconde en el trato cotidiano. Me refiero a la bicha que parece anidar en su interior para dictarle no un cuento retorcido de cuando en cuando, no una ocurrencia malvada como la que tenemos todos alguna que otra vez, sino un regular caudal de insanías capaz de llenar por término medio un volumen de ficciones mínimas al año, siempre sorprendentes, siempre dañinos. En tantas ocasiones capaces de dejar una duda que nos asaltará durante algún tiempo en los instantes previos al sueño.
El presente volumen es otro jalón en ese camino de vilezas, uno de los más reseñables. Porque viene a constatar una evolución personal lógica en la poética de Eximeno, especialmente satisfactoria para mí como lector. Si en ocasiones su gusto por lo excesivo se deslizó en el pasado hacia la crudeza, ahora da un paso más allá hacia la madurez con el protagonismo casi absoluto de otros elementos temáticos para producir el horror: en particular, muchos relacionados con la familia.
Este es un volumen de cuentos de horror fundamentalmente sobre el incesto, los malos tratos, la infancia traicionada y, de manera muy llamativa, el alzheimer, planteado como una forma de aniquilación última más horrible que la propia muerte. La pérdida del yo como disolución de lo único que nos ata a esta vida con un lazo que vale la pena: el cariño, el amor, la existencia de los demás.
Me releo y diríase que el ogro se ha vuelto políticamente correcto al dedicarse a tocar temas así, como si fuera posible que existieran moralejas en su prosa. En absoluto; sólo se ha vuelto un poco más humano, que incluye también ser más cínico, lo que le hace más temible que cuando hablaba principalmente de lo que no podía afectarnos, de monstruos que no existen en lugar de los que nos rodean. Por ello, también, se ha vuelto más triste: éste de ahora es el terrible horror que puede alcanzarnos en casi cualquier momento. Vaya vida ésta.
Una de las cosas buenas de la ficción mínima es que se puede justificar lo dicho rápidamente con un ejemplo. Pongamos “Mantra”:
«Colaboro con una ONG. He apadrinado un niño. Me lo repito cada vez que pego a mi mujer, cada vez que humillo a mis hijos».
Un escarabajo de siete patas rotas tiene bastantes relatos de varias páginas, porque a estas alturas de su carrera, firme aunque demasiado poco reconocida, Eximeno ha desarrollado la intuición necesaria para conocer la extensión correcta en la que presentar sus ideas. Y para ello en ocasiones le bastan varias líneas, en un ejercicio —si fuera necesario a estas alturas— de perfecta ejemplificación de la validez de los relatos ultracortos.
Lo único que echo de menos al cerrar el volumen es un elixir para olvidar parte de lo leído. Para recuperar siquiera en parte la confianza necesaria para vivir en sociedad, sin temer lo peor del otro, del igual, del enemigo definitivo.

viernes, septiembre 13, 2013

Condenada, Chuck Palahniuk

Trad. Javier Calvo Perales. Mondadori, Barcelona, 2013. 256 pp. 19,90 €

Santiago Pajares

Cuando alguien nombra al escritor Chuck Palahniuk, a todos se nos vienen cierto tipo de imágenes a la cabeza. Pensamos en sus personajes, en ese Tyler Durden que se ha convertido con el paso de los años en un icono popular, en sus tramas, esas historias absurdas pero que te atrapan de una forma casi pegajosa. En su obsesión por los detalles, donde los personajes especifican hasta la última molécula de los procesos que llevan a cabo. Porque hay ciertos autores que evocan cierto tipo de libros, y desde luego Chuck Palahniuk es uno de ellos. ¿Y qué tipo de libros sugiere su nombre? Para mí, libros raros. Y no utilizo la palabra raro con desprecio. Los diamantes son raros. Chuck Palahniuk es más que raro, es genial. Y su último libro, Condenada, no sé si catalogarlo como genial, pero desde luego es raro. Es raro estilo Palahniuk.
Madison ha muerto y ha ido al infierno. Bueno, hasta aquí bien, son cosas que pasan. Se levanta en una celda pequeña y pringosa con su conciencia y sus recuerdos intactos. Se acuerda de todos nosotros, los vivos, y cree necesario comenzar a darnos consejos por si nosotros también vamos a parar allí. Al fin y al cabo, todos tenemos que morir, y como descubriremos a lo largo del libro, es mucho más sencillo acabar abajo que arriba. Así que recordad morir con ropa cómoda y buenos zapatos de suela de caucho. No toquéis los barrotes, porque os mancharíais las manos y no tendríais dónde limpiaros, a no ser que hayáis tenido la previsión de morir con una buena provisión de cleenex en los bolsillos. Y sobre todo, sobre todo, no os comáis las golosinas del suelo. Eso nunca. Y es que el infierno es un sitio muy peculiar, lleno de lugares que nunca nos podríamos haber imaginado: El siempre creciente lago del esperma desperdiciado, la explanada de la caspa y las uñas cortadas o la montaña de fetos abortados. Comparados con todos esos lugares, las entidades demoniacas son lo de menos. Y es que esa profusión de detalles tan característica del estilo Palahniuk nos informa de cómo están formados los ejércitos del mal, de cómo las deidades al ser desterradas por una nueva civilización acaban en el infierno, y dependiendo de su importancia tienen un grado de poder u otro en este curioso ejército. Encontraremos a los dioses babilonios, mesopotámicos, hititas, celtas, nórdicos, mientras esperamos a que el siguiente dios sea sustituido por otro y acabe en las mismas filas. Y es que a todos nos llega nuestra hora, seas una hija de productores de cine famosos o el mismísimo Jesucristo. Y cuando esa hora llegue, no pruebes las golosinas del suelo de tu celda y procura usar calzado cómodo.
Es muy sencillo acabar en el infierno. De hecho, es increíblemente fácil. Sólo tienes que tirarte más de tres pedos en un ascensor público, o decir cierta palabrota más de trescientas veces. O reciclar poco. O lanzar muchas colillas al suelo. Ya no digamos robar o matar, que eso estaba claro. ¿No son consejos útiles? ¿No sentís cierto deseo de empezar a tomar notas? Porque si vas al infierno puedes acabar con cualquier trabajo absurdo, como teleoperadora de encuestas de mercado, o actriz porno en un chat en vivo. Y nadie quiere estar metiéndose cosas por ciertos sitios durante toda la eternidad para que los pervertidos de la tierra (que luego acabaran en el mismo sitio) se den placer. Todo el mundo tiene una historia que contar, y Madison no es una excepción. La suya es memorable y te la narrará a lo largo de todo el libro. Y es que comparada con ciertas vidas en la tierra, el infierno no parece tan mal sitio.
He de informar que parece un libro con una continuación (La palabra ‘Continuará...” en la última página constituye una buena pista), pero conociendo a Palahniuk no me extrañaría que no fuese así.
Del cielo no se habla, por cierto. Supongo que es mucho menos divertido.

jueves, septiembre 12, 2013

Vivo en lo invisible. Nuevos poemas escogidos, Ray Bradbury

Trad. Ariadna G. García y Ruth Guajardo. Salto de página, Madrid, 2013. 210 pp. 14,90 €

Verónica Aranda

Es la primera vez que se publica en España un libro de poemas del recientemente fallecido Ray Bradbury. Este escritor autodidacta nacido en 1920, maestro de la ciencia ficción y de la fantasía con obras imprescindibles como Crónicas marcianas y Fahrenheit 451, cultivó también la poesía durante toda su vida.
Vivo en lo invisible (Salto de página, 2013) recopila poemas escritos entre 1953 y 2002, que ofrecen un mosaico representativo del concepto estético y filosófico del autor de Illinois y sus máximas a la hora de crear: «Mezclar la diversidad de verdades, lo ininteligible y lo luminoso.» Sin duda, una poética que quiere abarcar el universo, descifrando sus pequeños enigmas. Muchos poemas del libro ahondan en la metapoesía, y ese ansia de conocimiento, de anotar cada instante vivido hacen de Bradbury un poeta que escribe con avidez existencial, como forma de salvación: «Mi única tarea es apuntarlo todo/ antes de que esas malditas cosas me ahoguen de alegría/ o me metan en una caja para esa larga noche que no tiene final.» Todo ello impregna su poética de cierto realismo épico.
Una de las características de la poesía norteamericana que también percibimos en Ray Bradbury es el considerar el universo entero como una extensión del individuo, hasta donde puede alcanzar su pensamiento. Desde la quietud de lo contemplativo, el poeta puede trasladarse a planetas distantes sin perder el sentido de pertenencia a ese fragmento de universo, percibiéndolo también sensorialmente.
A medida que nos vamos adentrando en el poemario, nos sorprende la variedad temática del autor americano, cuyo punto de partida es lo doméstico, sirviéndose de metáforas muy visuales-poemas dedicados a su mujer Maggie y a sus hijos, un recuerdo a su padre, el tedio de un domingo en Dublín o la ducha como lugar idílico para llorar-debatiéndose muchas veces entre la introspección y lo colectivo, sin eludir el compromiso social. Asimismo, abundan los poemas con referencias culturales sobre el arte, la ciencia o los diálogos con obras literarias, como los que dedica a Shakespeare, Melville y H. G. Wells, sus escritores de cabecera. Pero sus grandes temas serán la identidad, Dios (en forma de panteísmo), el paso del tiempo, el deseo de permanencia y la madurez, en los que convergen diferentes tiempos y espacios, algo característico de la faceta lúcida de Ray Bradbury, llena de juegos y desplazamientos. A través de un humor ácido, plasma en algunos textos la mortalidad inevitable del ser humano: «Ojalá hubiésemos sido más altos/ y hubiésemos tocado el puño de la camisa de Dios, su dobladillo,/ no tendríamos que dormir y partir/ con los que ya se fueron.»
Mención aparte merece la métrica y rima de los poemas, sobre las que el autor norteamericano ejerció un gran dominio, desde el verso libre hasta el alejandrino consonántico, creando un estilo a veces descuidado, otras hermético o surrealista, fruto de esa escritura enfebrecida, entre la memoria y el subconsciente. Leer los textos en voz alta es un ejercicio de pura musicalidad. Con buen criterio, las traductoras del libro, Ariadna G. García y Ruth Guajardo, han optado por prescindir de la métrica Bradburiana en la traducción, salvo algunos endecasílabos y heptasílabos en determinados pasajes, logrando una versión en castellano muy fluida; tarea nada fácil. Los lectores de la prosa de Bradbury o los que se acerquen a su obra por primera vez, tendrán entre sus manos a un autor que “en cada verso aletea vida”, como mencionan las traductoras en el ilustrativo prólogo; a un poeta que no bajó nunca la guardia, porque “uno tiene que mantenerse borracho de escritura para que la realidad no lo aniquile”.

miércoles, septiembre 11, 2013

Memoria de unos ojos pintados, Lluís Llach

Trad. Rosa María Prats. Seix Barral, Barcelona, 2012. 400 pp. 20 €

Cristina Davó Rubí

Es de sobra conocido el talento del cantautor catalán Lluís Llach (Girona, 1948). Si bien nos tiene acostumbrados a canciones de letras intensas, profundas, comprometidas, ahora nos sorprende con un debut literario a la altura de sus posibilidades, Memoria de unos ojos pintados, una novela que es a la vez la crónica de una época muy concreta en nuestro país, y una bella historia de amor entre dos jóvenes de la Barceloneta, un barrio humilde de gente trabajadora y colectividad solidaria. La forma en que Llach ha conjugado un tema durísimo con la delicadeza de una relación prohibitiva es simplemente magistral. Además de retratar aspectos esenciales de la Cataluña de la primera mitad del siglo XX, la novela se convierte en un homenaje a todas aquellas personas que sufrieron la Guerra Civil y el exilio.
Retirado de los escenarios desde 2007, el propio autor reconoce que nunca hubiera pensado escribir una novela, que fue algo azaroso. Dueño de un tiempo libre que antes no tenía, Lluís Llach se reencontró con el placer de la lectura. Y a raíz del encargo de un guión para un amigo, se puso a escribir y sintió la necesidad de contar cosas. El resultado es esta novela vertebrada por la historia de Germinal y David, criados juntos y que juntos descubren la vida, el amor y la amargura. Porque más allá de la descripción de los años de la II República, la lucha, los ideales, atropellados por el estallido de la guerra, las batallas y los escarnios, queda el amor incondicional de los dos amigos. Un amor que todo lo puede y que no es truncado ni siquiera por la muerte. No importa la homosexualidad, no importan la distancia ni el dolor.
Por otra parte, no deja de sorprender la magnitud de esta novela para un hombre acostumbrado a escribir pequeñas historias, pues eso son las canciones; el hilo narrativo de esta obra para un poeta. Así, es evidente que Lluís Llach está dotado del don de la escritura. La estructura narrativa de esta novela se basa en la conversación del viejo Germinal con un director de cine interesado en hacer una película sobre esa época. De esta forma cada grabación forma un capítulo que se construye como un relato breve de la historia lineal que va narrando el protagonista. Son numerosos los personajes que aparecen, cada uno con su correspondiente importancia en el argumento, perfectamente caracterizados y desarrollados todos ellos. La narración destila un realismo impresionante, con el uso de una prosa sencilla, directa, y descripciones de una gran fuerza e incluso crudeza. Pero también cuenta con pasajes de belleza extraordinaria, especialmente los dedicados a hablar de ese microcosmos que era la Barceloneta (que Llach tan bien conoce y recrea) y de los sentimientos de los personajes. La despedida de la amiga que emigra a Argentina con sus padres, la visión del padre como un ser superior, la gente que llega desorientada a la estación de Barcelona, los bombardeos, la muerte de la otra amiga, los encuentros sexuales, los soldados en la batalla del Ebro, o David en el pelotón de fusilamiento. Imágenes que se quedan grabadas en nuestra retina aunque solo sean palabras. La venganza final es quizá la escena más novelesca, pero no desdice del conjunto argumental, incluso sirve para aumentar el dramatismo y contribuir al sabor agridulce que nos deja finalmente esta magnífica historia. Una pequeña redención para el atormentado protagonista.
En resumen, Memoria de unos ojos pintados (título que alude a la costumbre de Germinal de pintarse la raya de los ojos y que denota la personalidad del personaje así como un gesto definitivo en su vida) es una buenísima lectura, una lectura inteligente no apta para todos los públicos por su dureza, y también por su ternura.

martes, septiembre 10, 2013

Confesiones al psicoanalista, Izara Batres

Xorki, Madrid, 2012. 125 pp. 11 €

Pedro Pujante

Hacía tiempo que no me reía a plena carcajada con un libro. Bastante tiempo, la verdad. Y es que la literatura en estos días de humor suele tener menos prestigio de lo que debiera por razones que desconozco. No obstante Izara Batres (Madrid, 1982) ha reunido en su primer libro de narrativa (es autora de dos poemarios) catorce historias bastante homogéneas y divertidas, críticas, lúcidas, bien escritas e inteligentes que harán las delicias de todos los lectores. Sí, de todos.
Los cuentos de esta antología se ordenan de forma análoga bajo una misma dinámica. Son monólogos escritos en primera persona y lanzados por un protagonista-narrador, más o menos desquiciado y delirante, hacia su psicoanalista, o sea al mismísimo lector-escuchante.
Las historias, por lo tanto, nos llegan de un modo directo, sin cortapisas, en un tono deliberadamente coloquial, llano y fluido. De este recurso se ha valido Izara Batres para apropiarse de la personalidad trastornada de sus personajes y en clave humorística, con un estilo oral que roza lo confesional nos enteramos de los avatares y las neurosis de los seres estrambóticos que pululan por la nerviosa geografía de este volumen. Por ejemplo, asistiremos atónitos a la primera sesión de terapia titulada "El cine", en la que su narrador nos confiesa que «yo nunca he sido yo, siempre he sido otro». Y es que, como en Zelig de Woody Allen, el héroe de esta narración es un hombre sin identidad que se apropia de la personalidad de todos los personajes, en este caso los que la gran pantalla le suministra (Bogart en Casablanca, Rocky Balboa o el mismísimo Vito Corleone). En este catalogo de rara avis atisbaremos un hombre enamorado de su ordenador personal en "Nuevas Tecnologías", un niño acomplejado que, con empeño y ansia de superación, llega a ser tirano ("La madre del dictador"). Personajes que se asfixian en absurdos mundos kafkianos gobernados por irracionales burocracias o sociedades controladas por la fama, la moda o los fenómenos mediáticos. Mundos que no dejan de ser el nuestro propio y que Batres sabe enseñarnos de forma irónica y desenfadada, desvelando así la vertiente más ridícula de la raza humana. Y es que, a través de estas breves, cáusticas y delirantes confesiones su autora ha sabido hacer una radiografía de la condición humana y de la sociedad en la que vivimos con una prosa y una dicción acertadas y despojadas de innecesarias florituras que remiten a los cuentos de Woody Allen.
Hay en estos relatos, en estas confesiones, una crítica al abuso de las Nuevas Tecnologías, a la sublimación del amor, a la incompetencia burocrática, a la televisión basura, a la tiranía que ejerce la moda sobre las mujeres, al consumismo desaforado, a la necedad de la popularidad tan en boga de nuestros días. También hay disparos contra los tópicos, que a través de leyendas urbanas, consiguen permear nuestras vidas y convertirse en leyes comúnmente aceptadas.
Recomiendo este divertido y perspicaz libro porque además de divertirse usted, lector, comprenderá qué absurdos somos los humanos actuales; porque estos dementes, psicópatas y neuróticos que aquí acuden a confesarse con su psicoanalista no son otros que nosotros mismos.

lunes, septiembre 09, 2013

La novela de K., José Manuel Benítez Ariza

Dos mil locos editores, Cádiz, 2013. 222 pp. 12 €

Ángeles Prieto Barba

Hablemos claro. Aceptar “pulpo” como animal de compañía equivaldría a considerar este Diario como novela, de acuerdo a lo que el título reza, pese a lucir un hilo conductor tan novedoso en nuestras letras como son los paseos de la gata K, que no es un cefalópodo precisamente porque tiene sus días, sus más y sus menos, su carácter propio y su misterio. Y es que debemos reconocer que las mascotas, al contrario que de lo que ocurre tradicionalmente en otras literaturas, no han gozado de mucho protagonismo en nuestros textos, ni siquiera de ocasional presencia.
Mientras esta señorona tan suya corretea, sus tres servidores humanos (el escritor y profesor José Manuel Benítez Ariza, su esposa M.A. y su hija C), disfrutan con humor, filosofía y muchísima literatura, de una vida amable tras el cumplimiento de sus obligaciones laborales y estudiantiles. Existencias cálidas sin amarguras, favorecidas por el clima, los buenos amigos y el entorno gaditano en que se desarrollan, y amenizadas con frecuentes viajes, bien a la Sierra, bien al cumplimiento de diversos compromisos editoriales. Por lo cual, al leer este Diario uno se siente en familia. Y no sólo agradece la acogida, sino que además le apetecerá leer anteriores y posteriores entregas, a fin de conocer mejor a esos personajes a los que ya considera sus amigos gracias al tono pausado, en voz modulada y no gritona, sin petulancias, que el autor utiliza para hablarnos.
“La vida cotidiana que arde en cada momento”, en palabras de T. S. Elliot, es lo que pretende recoger la tercera entrega de este Diario que va desde el otoño del 2007 al verano de 2008. Calendario escolar cuyas lecciones diarias vienen acertadamente precedidas por títulos curiosos: Tagarninas, Una raya en el agua, Náufrago o Cabaret. Gracias a ellos leemos intrigados qué nos deparan y adónde nos llevan las reflexiones que extrae el autor de sus experiencias. Porque de eso se trata… Acostumbrados como estamos a la lectura masiva de novelas, percibimos que en ellas predomina ese lenguaje cinematográfico reductor que nos suprime escenas prescindibles para el desarrollo de la trama, imágenes que de hecho constituyen el gran meollo de un buen diario como es este. Por ejemplo, cuando el autor en una calurosa tarde de verano se dispone a leer el Fedón bajo una sombrilla, mientras percibe a lo lejos el toples de una muchacha y llama a todo eso “plenitud”. Y es que acaso sea esta motivación, tan ambiciosa, lo que precisamente el lector de Diarios anda buscando: enfrentarnos al día a día con sapiencia.
Tal vez habría que promover un encuentro literario entre los distintos autores españoles de Diarios para llegar a un consenso sobre el empleo de las iniciales, a fin de no descolocar tanto a los lectores. Pues en las últimas entregas de Trapiello, éstas no revisten ya misterio alguno, son fácilmente reconocibles merced a los datos que nos proporciona de cada personaje. Pues bien, en este aspecto el Diario de Benítez Ariza es tan anárquico como su gata. Bajo iniciales nos esconde tanto a la inteligente María Ángeles (su esposa), como al más que reconocible escritor Eduardo Galiano, mientras que no muestra apuro alguno en disimular bajo siglas su admiración por ese grandísimo ensayista andaluz, siempre lúcido, que es Enrique Baltanás. Cuestión de afectos y de pudores, concluimos.
Pero volvamos a la gata, esa que reposada lo mira y controla todo con atención, que muestra sus afectos y desafectos sin disimulo, que raya precisamente el disco favorito del escritor o que se esconde tan bien que cuesta encontrarla. Porque a través de ella, intentando comprenderla, empatizar con su modo de actuar independiente, el autor vislumbra para sí otra existencia más auténtica de la que aprende, lejos del ruido mediático de ambiciones, pasiones y decepciones que, tanto en el mundo literario como en el político, hoy día se impone. Por ello, tampoco es pequeña ni mucho menos desdeñable, la lección que de este libro tan grato el lector obtiene.

viernes, septiembre 06, 2013

Cuentos inéditos, Bram Stoker

Trad. Lola Ponte Miramontes. Ediciones del Viento, A Coruña, 2013. 208 pp. 15,95 €

Pedro Pujante

Hablar de Bram Stoker (1847-1912) nos trae irremediablemente a la memoria la lectura de la magnífica pieza de horror Drácula u otras horripilantes historias como El entierro de las ratas o la también celebérrima novela La madriguera del gusano blanco. Es por lo tanto Stoker un nombre asociado a la literatura de terror de la época victoriana inglesa. No obstante, para conocer todas las virtudes literarias de este autor habrá que leer estos Cuentos inéditos que acaba de publicar Ediciones del Viento. Porque estas historias, hasta la fecha desconocidas para el gran público, se alejan del submundo de lo oculto y de lo siniestro para ofrecernos una cara y un registro diferentes de este escritor irlandés de culto. Son siete relatos que permanecían olvidados en periódicos y revistas, inencontrables en las antologías.
"El Misterio del viejo Hoggen", posiblemente la pieza más macabra del volumen, es una aventura de humor negro con dosis de intriga, en la que la extraña desaparición de un millonario, la noche, la muerte y acantilados inhóspitos se entrelazan de forma magistral. La tensión y la trama van solidificando lentamente el terreno narrativo a medida que caminamos en el relato hasta arribar a un desenlace sorprendente y para nada esperado.
Conocida es la relación de Bram Stoker con el afamado actor de teatro Henry Irving. De las experiencias que Stoker vivió en el mundillo teatral se desprenden dos historias que aquí podrá el lector encontrar: "Las ocasiones en que Sir Henry Irving se salvó por los pelos" y "Las confesiones: Historias de un actor mediocre". En la primera se crea un juego entre realidad e invención con gran ironía. Varias anécdotas muy breves se presentan, se afirman para ser desmentidas a continuación, en un tono jocoso, haciendo dudar al lector sobre qué es cierto y qué es invención.
El relato "Una viuda joven" desgrana una bella aventura amorosa, un amor platónico en el que la suplantación, el enamoramiento idealizado y los códigos de una época encorsetada son magistralmente expuestos. El resultado final es una breve pieza con pinceladas de comicidad y ternura a partes iguales.
Otra de las historias tiene lugar en un tren. Hablamos de "Un pasajero bebé". En ella ocurre un suceso inusual con un molesto niño, y que como viene siendo habitual en este compendio de relatos, un final imprevisible nos aguardará, produciendo en el lector esa impresión de desconcierto y asombro que solo los grandes escritores saben imprimir a sus historias. En definitiva, un ramillete de cuentos distintos que ayudarán a los amantes de Bram Stoker a apreciar su faceta menos lúgubre, en su habitual estilo directo y claro, y de paso contemplar, a través de su prosa más naturalista y sencilla, los paisajes de la época en la que le tocó vivir. Y al resto de los lectores para disfrutar de uno de los mejores prosistas del siglo XIX.

jueves, septiembre 05, 2013

Medea en los infiernos, Diego Vaya

XVIII Premio Universidad de Sevilla. Punto de Lectura, Madrid, 2013. 160 pp. 7,99 €

Pedro Luis Ibáñez Lérida

Reveladora, poderosa e intuitiva. En el más gustoso y abigarrado estilo de lo preciso, descriptivo y emocional. Ajena al convencionalismo novelístico, que asegura fondo y forma desde opciones desasistidas de pulso, pero asidas a ese efluvio naciente de composición frágil y estética complaciente. Con esta nueva obra, Diego Vaya se distancia de lo acontecido hasta ahora en su fructífera creación literaria: eleva su tono más fiel. Y es que los juicios de valor son inútiles cuando la propia obra habla por sí misma. La actividad bifronte que son lectura y escritura no se separan la una de la otra en el texto, que aglutina versátil modo y consecuente lucidez. A la belleza de su expresión -cuidada y depurada que sosiega la inquietud que nos embarga ante la desolación- une la dimensión psicológica en la contemplación anímica, el desenvolvimiento del personaje y el análisis sintomático de su evolución. Las estructuras profunda y superficial del tiempo narrativo y sentimental, se entrelazan y refuerzan con tal mesura y equilibrio, que sin dificultad y con una manifiesta empatía, se congracian con el lector desde la primera frase, «Ella tenía un rostro común». Todos poseemos, en cierta manera, un rostro común. Conforme avanzamos en su lectura, esta se transforma en el espejo azogado en el que creemos percibir su indeterminado y decolorado fondo. El mismo que no consigue descubrir la protagonista y la sume en el abatimiento, en el ocaso, en el infierno.
Felix de Azúa en Autobiografía de papel reflexiona: «En nuestro tiempo la narración ha enflaquecido y tiene síntomas de anorexia. A eso se refería Benet cuando decía que el novelista es un ensayista fracasado. Es como si el mundo nuevo necesitara, sobre todo, ensayos, y fuera dejando las novelas en el apartado (muy bien remunerado) del entretenimiento masivo y la joya mediática». El autor de la obra poética El Libro del viento, se adentra en la sima del alma y explora la deconstrucción personal e íntima de una mujer que se aferra a los recuerdos para sobrellevar el fracaso conyugal. Esta novela rebasa los límites narrativos para adentrarse en el ensayístico, al colisionar los hechos circunstanciales de un contexto definido con la complejidad del ser y su innegable deseo de favorecer su propia felicidad o egoísmo. De ahí que estallen y se produzca la reflexión elevada, el testimonio inusual, la obsesión y desazón por la verdad. Hay un enfrentamiento con la realidad que va erosionando los pocos acertijos que el amor deja en su abandono, «(...) le apenó creer que el miedo fuese la medida de todas las cosas, y no el amor. Y no el amor». Y que son precisamente los que trata de enunciar la protagonista en el soliloquio que desarrolla. El escritor barcelonés incide en que el gusto y la preferencia por el ensayo actual «Se trata, no hace falta decirlo, de la insaciable necesidad de dar un sentido a nuestra precaria existencia y al círculo que cierran los predicadores y los clérigos. Muerta la religión queda el ensayo». Efectivamente, asolada la existencia y truncados los símbolos y referencias sociales queda la necesidad de sobrevivir, renunciar a la pérdida como estigma y asumir la brevedad vital sin mayores contratiempos, salvo el del amor.
Diego Vaya con perspectiva de honda pulsión nos enfrenta a la derrota que, como nuestras vidas, no soportan una justa mirada. A partir de ahí va elaborando un larvado acontecer de carácter retardado, «Su vida siempre había sido una espera», en una atmósfera perturbadora y delirante, pero oxigenada por un estilo conciso y rico en reflotar la reflexión personal con el metraje vital de esta mujer. Pensamiento y conciencia conviven sin tapujos, sin delimitación definida pero con deseos incontenibles de evitar el ahogo que ya siente y sufre. Aislada voluntariamente en una urbanización costera, otrora apartamento de convivencia veraniega y vacacional de la familia, y con el objetivo de confeccionar un artículo sobre la novena sinfonía, entre otros, del compositor Dimitri Shostakovich para una prestigiosa revista, rebusca aprensivamente en la sensación de vacío, «Era una locura, la mente dando bandazos mientras la realidad se hundía». Es una profesora de música que ve derrumbarse el mundo que ha vivido con su esposo y sus dos hijos, tras la decisión de aquel de comenzar una nueva relación. «Era la diferencia: un amor asciende y desciende entre fronteras, florecen bajo sus pies cristales y sobre todo si crece como la luz dentro de un fruto, mientras que el otro amor va serenamente por un camino más o menos recto cuyo paisaje pocas veces cambia». La soledad externa e interna en aquel paraje frente al mar, deshabitado de su comunidad habitual, los veraneantes, bien entrado el otoño, aparece «(...) como una ciudad amenazada por una catástrofe cuyos habitantes hubiesen escapado de forma ordenada con la esperanza de volver». Como el mito griego de Medea, el destino, trivializado por un desenlace amoroso imprevisto y con signos de traición, la envuelven de reprobación e inseguridad. Incluso se arrepiente de contener dentro de sí ese mismo sentimiento hacia otro que no es su cónyuge. Y es que en derredor del dolor se orientan círculos concéntricos como la culpa, la monotonía, la apatía, el desconcierto, el desasosiego, la inquietud, el quebranto y la soledad. Porque no es menos cierto que «es más fácil convivir con el sufrimiento ajeno que con la conciencia de la propia fragilidad, que no es sino la parte del alma que al ver cómo la desdicha se ceba con otros, esconde la cabeza y sueña que la invulnerabilidad del presente será eterna».
Shostakovich fue considerado como el primer gran autor de la Nueva Rusia. Sin embargo en sus pentagramas arde el sensitivo y febril desenlace de la libertad como elemento creativo y distorsionador, en cuanto a no adecuarse a la expectativas que en él se pusieron desde el régimen estalinista. Las purgas sufridas, cierta inclinación antisemita y la adhesión al Partido Comunista son contradicciones que apelan a la inescrutable dimensión humana en el inevitable vaivén de luces y sombras. El mismo que acontece en esta obra donde la transida voz femenina es esculpida por la recreación masculina del poeta y novelista sevillano, con sentido, inteligencia y sensibilidad. «Y es que ningún movimiento se hace en falso. Cada paso está destinado a alcanzar un deseo. Y desear, que al igual que la locura carece de límites, tiene forma de red que se extiende por todas las parcelas de la vida, y va enlazando momentos, y rostros y palabras (...)». Quizás porque, al fin y al cabo, todo ser humano es consecuencia y fin de su semejante y «El amor nos vuelve generosos sólo cuando ansiamos recibir lo mismo a cambio».

miércoles, septiembre 04, 2013

Crónicas de una diosa, Natsuo Kirino

Trad. Yasuko Togo. Duomo, Barcelona, 2013. 216 pp. 19,90 €

Jaime Valero

A lo largo de la historia de la literatura, la mitología clásica siempre ha sido una fuente de inspiración para los escritores, ya sea para rememorar sus historias o para reescribir sus mitos y adecuarlos a la época que a cada autor le ha tocado vivir. En el mundo occidental solemos remitirnos a los escritos de griegos y romanos, pero en el ya no tan lejano Oriente también cuentan con abundantes historias milenarias a las que acudir como punto de partida para nuevas obras. La japonesa Natsuo Kirino ha buceado en la mitología de su país para rescatar el mito de Izanami e Izanaki; la primera, la diosa de la creación y de la muerte; y el segundo, conocido como “el hombre que invita”, fue su esposo, de cuya unión nació Yamato, el término arcaico con el que antaño se conocía a Japón. Aunque la autora dedica algunos pasajes a elaborar una síntesis del resto de deidades que surgieron en torno a estos dos personajes, lo que de verdad le interesa es la relación pasional entre Izanami e Izanaki, y especialmente los efectos que tuvo su posterior ruptura. De este modo, y aunque el marco de esta obra aleje a Kirino del género negro que suele cultivar, al final acaba regresando a la verdadera esencia de sus obras: las relaciones personales, las emociones llevadas al límite y la disección psicológica de sus personajes femeninos.
La novela, sin embargo, no arranca con el mito de Izanami e Izanaki, pese a que conforme avanza la lectura termina por convertirse en el eje central de la trama. Se inicia en una isla situada al final de un archipiélago próximo a Yamato, conocida como la Isla de las Serpientes Marinas. Allí conocemos a dos hermanas, Kamikuu y Namima, que ya desde niñas están destinadas a cumplir con una tradición milenaria de su familia: servir, respectivamente, a la diosa de la luz y a la de las tinieblas. La autora añade esta historia de su cosecha personal al cóctel ya preparado con el mito de Izanami para explorar hasta dónde puede llegar la crueldad de las sociedades humanas, y hasta qué punto sus componentes son capaces de seguir ciegamente sus normas, aun cuando hacerlo signifique dañar a sus seres más queridos e incluso a sí mismos. También encontraremos numerosos paralelismos entre las historias de Namima e Izanami, en las que destaca por encima de todo un poderoso sentimiento: el de venganza.
Pese a que según transcurre la novela nos damos cuenta de que se podría haber sacado mucho más jugo de Namima (cuya relevancia real apenas se extiende hasta la primera mitad de la obra) y de su isla natal, el conjunto de Crónicas de una diosa resulta sugerente, pintoresco y perturbador a partes iguales. Nos asoma brevemente al vasto mundo de la mitología nipona y nos recuerda que, si desde la antigüedad hemos admirado a los dioses y nos han gustado sus historias, es porque en el fondo son idénticos a nosotros; tanto en sus bondades como en sus más bajas pasiones, las cuales, como suele ocurrir con Natsuo Kirino, son las que terminan por inundar las páginas de esta crónica plagada de oscuridad.

martes, septiembre 03, 2013

El gran mar. Una historia humana del Mediterráneo, David Abulafia

Trad. Rosa Salleras Puig. Crítica, Barcelona, 2013. 736 pp. 38 €

Ángeles Prieto Barba

No podemos iniciar la reseña de este libro sin recordar a ese otro del que es claramente deudor: El Mediterráneo y el mundo mediterráneo en la época de Felipe II de Fernard Braudel, gran obra que cambió para siempre nuestra manera de concebir la Historia. Pero debemos tener en cuenta que todos los libros de Historia envejecen, por muy importantes que sean y al contrario que los grandes clásicos de la literatura, necesitan correcciones y ampliaciones. Precisamente lo que ha realizado David Abulafia con este exhaustivo trabajo de síntesis tan encomiable.
Nos encontramos pues ante un manual divulgativo, útil e interesante porque recoge todos y cada uno de los hitos bélicos y comerciales, pero que además resulta eficaz porque está muy bien estructurado en un triple esquema cronológico, geográfico y temático. Para empezar, entre flujos y reflujos de esplendor y decadencia, Abulafia considera que hubo cinco Mediterráneos. Asunto que puede ser discutible y objeto de debate, pero que sin embargo sirve al autor para transmitirnos con claridad los cambios. El primero, en largo y tranquilo recorrido, llegaría hasta el azote de los Pueblos del Mar y la caída de Troya; el segundo se centra en la larga Pax Romana, que sirvió para librar a las aguas del Gran Mar de los piratas; el tercero, medieval, llegaría a su fin tras la Peste Negra; el cuarto contemplaría su derrumbe comercial por el auge de la navegación en el Atlántico y llegaría hasta la apertura del Canal de Suez y el quinto, ya en clara decadencia, sería el Mediterráneo que conocemos ahora.
Respecto al ámbito geográfico, Abulafia recorta significativamente los pueblos a estudiar ateniéndose a aquellos que pueblan sus orillas, sus islas y costas, sin abarcar culturas que se desarrollan tierra adentro. Cada uno de estos pueblos protagonistas va a ser estudiado en profundidad, con capítulo aparte, precisamente cuando transcurra su máximo periodo de esplendor. Lo mismo cabe decir de las múltiples y significativas historias personales en las que se detiene, que de acuerdo a los parámetros de la historiografía actual, cubren un abanico social muy amplio. Es decir, no sólo conoceremos pequeñas biografías de reyes, nobles y jefes de gobierno, también de esclavos, comerciantes, aventureros, peregrinos, piratas y mujeres. Mención aparte se merece por ejemplo doña Gracia Mendes, judía portuguesa que, gracias a su gran habilidad en los negocios, consiguió el traslado y acogida de un importante contingente de sefardíes en Estambul a mediados del siglo XVI. Asimismo cabe destacar el destacado papel que el autor, judío sefardí, otorga al Pueblo Elegido en los avatares del Mediterráneo. Tarea que se agradece porque es materia poco conocida por estos lares.
En un manual tan extenso como éste, no es de extrañar que encontrara tres pequeñas imperfecciones. La primera es la redundancia absurda del subtítulo, dado que toda historia, de cualquier tipo o clasificación, sólo puede ser humana. La segunda es el empleo del término “morisco” para referirse a los piratas norteafricanos en tiempos de Roma y la tercera, incluir el “palo Brasil” como objeto de comercio en Egipto durante la Edad Media. Como evidentemente aún no se había descubierto América, el autor debió referirse a otro tipo de sustancia colorante. En cualquier caso, pequeños detalles que no menoscaban la calidad de una obra que ha sido elaborada consultando una amplia bibliografía actualizada.
En estos tiempos de decadencia, con un Mediterráneo amenazado, estando sus dos orillas claramente en crisis política, económica y ecológica, volver la vista atrás se hace imprescindible. Porque en esta sociedad globalizada, si acercamos la lupa a ese charco minúsculo, donde tantas veces se vertió sangre por causas políticas o comerciales, encontraremos el origen y las causas de lo que somos aquí y ahora. Como también podemos hallar algunas soluciones en este libro de lectura muy recomendable para los que quieran informarse e imprescindible para estudiantes de Historia y profesores.