miércoles, diciembre 31, 2014

En Lower River, Paul Theroux

Trad. Ezequiel Martínez Llorente. Alfaguara, Madrid, 2014. 368 pp. 19,50 €

Ángeles Prieto Barba

Tras El Tao del viajero, compendio de autores y declaración de principios viajeros contra el turismo masivo, Paul Theroux nos entregó esta novela excepcional, sin duda una de las tres mejores que la narrativa extranjera nos ha proporcionado este año que acaba. Una magnífica historia, con tintes autobiográficos, que aborda con ingenio los grandes temas clásicos, aquellos que jalonan toda la historia de la literatura para ayudarnos a entender la vida.
El mito central de este libro penetrante y espléndido esa la Arcadia feliz, el locus amoenus, la Tierra Prometida, el Dorado, Brigadoon, la Atlántida, el Edén o Shangri La, distintos nombres geográficos para ese lugar mítico donde todos hemos soñado encontrarnos alguna vez, sitio añorado en el que todos los placeres deseados nos son concedidos. Pero esta creencia fabulosa y la consecuente búsqueda del espacio perfecto, no es más que una trampa formidable de nuestra imaginación y de la memoria, combinadas justamente para acabar con nosotros. Cuando los dioses deciden castigarnos, se afirma en Memorias de África, atienden nuestras plegarias. Nada más cierto, como veremos en esta gran novela.
Este es el tema principal, pero la genialidad de la historia radica en su inteligente desarrollo, absorbente, incisivo y trepidante, gracias a un planteamiento inicial muy bien ejecutado y a un estilo cuidado y claro, pero pleno de información, contrastes evidentes y constantes observaciones agudas, donde no sobra nada. Un libro maduro que es deudor de otro del mismo autor, La costa de los mosquitos porque vuelve a retomar el mismo tema obsesivo, pero también nos parece hijo de uno de los grandes clásicos: El corazón de las tinieblas de Joseph Conrad, ya que reproduce para nosotros esa angustia africana del destino infalible, a la vez que denuncia todo el cinismo postcolonial de las agencias de ayuda extranjera con sus cuerpos de seguridad, sus alambres de espinos y sus helicópteros, cuyo humanitarismo deberíamos cuestionarnos, toda vez que no se dignan a convivir con los nativos, tratándolos como siervos o apestados, proporcionándonos escalofríos.
De parecida hipocresía consumista huye el protagonista maduro de esta historia, Ellis Hock, feliz dueño de una tienda de ropa en Norteamérica que a sus 62 años contempla el abandono de una esposa dominante tras espiar sus inocentes correos electrónicos, y la inclemencia de una hija que le reclama ya en vida su herencia. Ante esta situación, Ellis decide volver con sus últimos ahorros al lugar donde una vez fue feliz: la aldea de Malabo, al sur de Malawi, donde ayudaba a sus semejantes como profesor y donde podía dejar la puerta de su vivienda siempre abierta. Pero los cuarenta años transcurridos han dejado su huella en una Africa explotada y maltrecha, donde la superviviencia es complicada por el clima, la malaria y el entorno hostil, sumado a las nuevas plagas como las drogas sintéticas y el Sida. Más aún, pues los ritos, las supersticiones, los monstruos, la oscuridad, la presencia constante de serpientes y hasta una profetisa le harán darse cuenta de que no se encuentra en ese Paraíso que buscaba, sino en las mismas entrañas del Infierno (el horror, el horror) del que ya no puede salir: «Devorarán todo tu dinero, y luego te devorarán a ti», le asegura Gala.
Esta es la historia que se cumplirá fatalmente, de no mediar asimismo,y solo al final, cierto talante compasivo. Pero el coste será carísimo. Por eso si usted, lector de cómodo sofá, ya tiene bastante con las desgracias propias y solo busca entretenerse, búsquese mejor una vana novela de vampiros, zombies o fin del mundo, tan frívolas y tan de moda. Mas si quiere ver el mundo de verdad y con los ojos bien abiertos, tal y como lo hemos construido acá y acullá, tanto en los mapas de google como en lo que aún se encuentra fuera de ellos, esta es su mejor opción lectora. Que dios mantenga vivo a Paul Theroux muchos años, necesitamos sus libros.

martes, diciembre 30, 2014

Descenso brusco, Juan Guinot

Editorial Cazador de Ratas, El Puerto de Santa María, 2014. 296 pp. 15 €

Miguel Baquero

«Preparados, listos…», y antes de que den la salida ya ha escrito Juan Guinot cuatro páginas. El argentino (1969) es, seguramente, el escritor más rápido a este lado del idioma: en sus novelas, desde luego, se advierte una tensión, una velocidad, como seguramente ningún otro escritor hoy en día puede lograr; velocidad, por supuesto, en el mejor sentido, en el que no se confunde con "prisa".
Una novela como este Descenso brusco, por ejemplo, está centrada en sólo cuatro días, contados además en presente, con que el lector se implica de forma más directa en esa vivacidad. La acción, al quinto o sexto párrafo ya está prácticamente desencadenada, y a partir de ahí Guinot lleva al lector a la carrera —insisto en que no por torpeza, sino como recurso— de una a otra peripecia. Siempre desde el humor, Guinot emplea, para conseguir este nervio, junto con el presente, un lenguaje directo, con abundancia de expresiones espontáneas, algunas de ellas en argot o expresiones habituales argentinas. Todo ello —humor, narración en presente, lenguaje lo más fresco posible— que crea una agilidad, ya digo, que hoy muy pocos autores son capaces de sostener. Es como si el autor tomara al lector de la mano desde el principio y “¡corre, corre”, le retara a seguirle, y pasados los primeros momentos de sorpresa en que el autor se nos separa unos metros, luego consistiera en seguir detrás de él, a veces al galope, por donde quiera llevarnos.
El argumento, quizás, sea lo de menos, aunque, en consecuencia con esa alegría y ese buen ánimo que produce siempre el ejercicio físico, tenga una base absurda y esté lleno de momentos locos. Un avión está llegando a Barajas, y en su interior una niña no para de llorar, de pronto un misterioso pasajero se levanta, la toca en la frente y la deja dormida; cuando el avión toma tierra, el hombre misterioso toma su maletín de mano y sale, mientras el resto del pasaje espera, sin fruto, horas y horas, a que salgan sus maletas por la cinta distribuidora. Infructuosamente; y “la bebita”, entretanto, que no despierta; conque al fin el protagonista, después de atizarle una patada en donde puede suponerse a un perro policía que trata de interceptarle, sale a la calle en busca del misterioso personaje, y a las pocas páginas, como digo, ya le está buscando por las calles de Malasaña, siguiendo el rastro de otros personajes que aparecen por allí profundamente dormidos…
Novela delirante, podría decirse, en la que se van sucediendo los tipos estrafalarios, las situaciones irracionales, los episodios fuera de todo convencionalismo, el autor nos marca una parábola con la situación que ahora mismo está viviendo nuestro país, España, individuos que han (hemos) estado durmiendo confiados y que, de pronto, despiertan, descienden (despertamos, descendemos) bruscamente, a una situación fuera de control, llena de absurdos, de imprevistos… a la vida tal como un argentino, por ejemplo, la lleva viviendo desde hace mucho tiempo en un país de crisis perpetua y corralitos.
Así señala el autor la metáfora y es cierto que en algunos momentos hace referencia a la situación de nuestro país, y mirando alrededor se fija en pequeños detalles que a nosotros, habituados, pueden ocultársenos. Pese a todo yo, como lector, me quedo con la carrera. Con el hecho en sí de ir, como cuando éramos pequeños, corriendo de un sitio a otro y dando saltos entre medias, sin sentido, sólo porque nos sobra vitalidad. Seguir así al gamberro de Guinot por una aventura desparramosa que además de divertirnos nos llenará de buen ánimo. Sólo por eso hay que saludar la aparición de esta nueva editorial, Cazador de ratas, que con vocación de dedicarse a la novela negra aun en sus más transgresoras variaciones, con este título inicia su andadura.

lunes, diciembre 29, 2014

Tríptico del desamparo, Pablo Di Marco

Palabras de Agua, Madrid, 2014. 314 pp. 16,95 €

Pedro M. Domene

No todas las historias de amor terminan con un final feliz, y no por ello son menos intensas, ni menos pasionales porque sabemos existen, otras condenadas al fracaso, o se convierten en amores imposibles, simplemente porque el tiempo o el destino han contribuido a condenarlas, y algo de esto ocurre, tras una primera lectura, con Tríptico del desamparo (2014), de Pablo Di Marco (Buenos Aires, 1972), que cuenta la historia de Irene, una mujer madura, llena de secretos inconfesables, que deja atrás su pasado en un determinado momento de su vida, y la de Rafael, un joven, alocado y ambicioso, que se convertirá, sin saberlo, en el protagonista de uno de esos amores tan apasionado como imposibles.
Tríptico del desamparo es una novela de amor, aunque tiene un trasfondo más profundo, y en realidad convierte en literatura la historia de su protagonista, Irene, y el misterio en torno al éxito de una obra narrativa, escrita por un desconocido autor, Nicolò Markovich, a quien sus lectores y críticos literarios quisieran haber descubierto alguna vez en prensa, o en las noticias de televisión; y un buen día, ese novelista en la sombra, decide aparecer ofreciendo una entrevista en exclusiva, pero con la recomendación de que sea realizada por un joven y prometedor periodista, Rafael Leone, aunque para añadir algo más a ese enigma, no contará con el beneplácito del editor cultural del diario El mundo donde debe publicarse, aunque por razones evidentes de celo profesional, Zalagna evitará que Leone lleve a cabo el cuestionario, porque ya no es redactor del periódico, y porque, no fiándose, pretende llevarla acabo él mismo. Con la ayuda del fundador de Ediciones Leopardi, Álvaro Ezcurra, el joven consigue vencer las suspicacias del director del suplemento para así desentrañar el enigma en torno a Tríptico del desamparo, un ininterrumpido éxito editorial durante décadas, aunque publicado en un lejano 1955, y finalmente desvelará a los lectores la identidad de tan enigmático autor.
A partir de este momento, la novela da un giro inesperado y Di Marco completa su relato con otras historias paralelas, donde convergen unos personajes que, desde mediada la década de los 70 en Buenos Aires, se desarrollan durante los treinta años siguientes, aunque de sus protagonistas solo sabremos como han evolucionado en sus vidas mientras se han hundido en las crisis más profundas de su existencia, y en ellos encontramos la gloria y la miseria más humana hasta llegar a un final que, a la sombra siempre de Irene, los ha mantenido relacionados para llegar a una conclusión final, un círculo que cierra ese amor imposible de los hombres de su vida, fraguado desde la publicación de Tríptico del desamparo, y paradójicamente publicado muchos años antes. A las partes, o capítulos de “Irene” y “Nicolò Markovich” se sucede “Rafael”, el complemento de un personaje que ha culminado su vida y se encuentra en un callejón sin salida, y será, en la última y cuarta parte, “Adina”, una especie de ángel, cuando el tríptico, bajo la visión de una desolada Venecia, lugar donde se extingue la fuerza de Irene, y se cumpla un ciclo vital. Pero lo que Rafael encuentra es una visión apocalíptica, una ciudad hundida en sus aguas, y aunque en su majestuosidad se irá recuperando poco a poco, será en esas últimas páginas, cuando protagonista y lector, encuentren las respuestas de tantas incógnitas, desvelen esos códigos que, muy inteligentemente, Di Marco ha ido tejiendo en su relato, y solo entonces seremos capaces de entender por qué en las historias contadas por el argentino, compartidas entre muchos de sus personajes, se encuentran los sentimientos de amor, de dolor, de ternura, o el sentido de la vanidad, la miseria, e incluso la gloria de una existencia eterna.

viernes, diciembre 26, 2014

Los doce terrores de la Navidad, John Updike y Edward Gorey

Trad. Daniel Gascón. Rayo Verde, Barcelona, 2014. 32 pp. 10 €

Care Santos

La Navidad es odiosa, como todos sabemos. Es algo así como un secreto a voces, que pocos se atreven a reconocer. Tras muchos de sus rituales duermen nuestros peores temores. El disfraz de Papá Noel esconde en realidad a un ser execrable, que huele a ron y que trata de convencernos de la existencia de un hombre que vive entre hielo, que explota elfos y que trabaja sólo un mes al año. Por no hablar de los oscuros orígenes de su inmensa fortuna. Al regalar estamos apaciguando nuestro temor a no parecer poco, a dar lo bastante. Nuestra necesidad de ser amados. Esperamos una compensación, por eso nos inquieta recibir. Tal vez las tres corbatas mustias y los guantes forrados sean en realidad un espejo de nosotros mismos: así es como te ven los demás. La Navidad es un catálogo de inquietudes y terrores presentada bajo la dulce apariencia de un árbol cargado de "adornos como bombas" y tan lleno de bombillas que en cualquier momento podría incendiarse todo.
Las doce estampas que forman esta pequeña delicia (anti) navideña surgieron hace casi treinta años de la unión de talentos del escritor John Updike y el ilustrador Edward Gorey. El primero es una de las más críticas plumas de la contemporaneidad estadounidense, siempre dispuesto a cantarle las cuarenta al famoso american way of life y sus símbolos, entre los que el consumismo y la felicidad impostada (e impuesta) son dos de los más conocidos y exportados. Del segundo hemos conocido últimamente en español varias de sus obras, gracias a las ediciones de Libros del Zorro Rojo. Se trata de uno de los grandes de nuestro tiempo, inspirador de otros creadores, como Tim Burton; autor de obras que mezclan lo macabro con un peculiar sentido del humor y una muy pesimita visión de la realidad. En ocasiones, Gorey es tan terrible que resulta cómico, demostrando que en realidad dramatismo e hilaridad están en ocasiones mucho más cerca de lo que creemos. La provocación y la crítica siempre forman parte de sus trabajos. Nadie mejor que él podía ilustrar, pues, estas estampas navideñas de Updike. Por supuesto, se trata más que de un acompañamiento: es una obra a dos voces. 
La próxima vez que se me ocurra ver Qué bello es vivir o Cuento de Navidad, procuraré tener a mano esta pequeña joya editorial. Como siempre hay que tener algo a mano para apaciguar los efectos de una comida copiosa.

martes, diciembre 23, 2014

Berlín Vintage, Óscar M. Prieto

Tropo Editores, Huesca, 2014. 512 pp. 20 €

Juan Laborda Barceló

Hay novelas que son universos inagotables, que se alimentan de referencias vitales, artísticas, filosóficas y etimológicas, siguiendo el más puro estilo del maestro Borges. Los planos de lectura, así como las interpretaciones, son infinitas en este ejercicio de reflexión literaria. Esa es una de las virtudes de Berlín Vintage, quinta novela del filósofo y abogado, ahora historiador en ciernes, Óscar M. Prieto.
Como podrán comprobar por los estudios del autor, por la profundidad de su prosa y por la pátina que acompaña a su obra, las cuestiones más humanísticas, tocantes a la esencia misma del ser humano, no le son ajenas. Si algo preside de manera sugerente su novela es aquella idea eterna e insondable del “nosce te ipsum”, ¿quiénes somos en realidad?
Estas letras son la búsqueda, pero sobre todo son el camino, el sentido que le damos al viaje, a la fuga, a la experiencia adquirida, a la manera concreta de vivir. Aldous, un nombre de grandes resonancias, es el protagonista de esta aventura. Un personaje sin referencias, ni anclajes claros, que dedica sus días a recorrer el mundo tras la pista de Caravaggio. Una tras otra va visitando todas las obras del pintor, en un paseo por la historia, por la estética y por su conocimiento de sí mismo. En el trayecto nos regala perlas cargadas de humanidad, literaria en este caso, que me resisto a no reflejar aquí (como saben soy un asiduo y fetichista reseñador de los más estetas hallazgos de las letras recientes): «siempre he deseado conocer la imagen cerebral de una decisión…», «internet sería la biblioteca soñada por Borges» o «el librero debe ser un mistagogo…». La profusión de aciertos, de referencias a grandes frases o de imágenes icónicas, desde Wilde hasta Proteo, combinadas con las propias teorías del autor, harán de la lectura una delicia para los amantes de la cultura. Ya lo avisa el gran Julio Llamazares en un singular prólogo, pues deja claro que en una página de esta obra hay más profundidad que en muchas de las novela íntegras publicadas hoy en día.
Entre las reflexiones que nos plantea la obra están el papel del arte en la vida, la necesidad del otro, de la alteridad, la búsqueda de la belleza, el papel brutalmente condicionador del lenguaje y la importancia de la amistad. Alternando tales pensamientos viviremos sentidas descripciones de las obras de Caravaggio, donde la pedagogía y el simbolismo se enlazan, creando fuertes sensaciones. Igualmente, viajaremos por la agitada vida del pintor, conociendo sus miedos, sus pasiones y pulsiones, sus obsesiones (asedios) y sus virtudes artísticas. No deja de ser todo ello un aprendizaje en el devenir del individuo, bien sea en el siglo XVI o en el mundo actual.
Una trama bien urdida que, entre pensamientos atractivos y peregrinaciones vitales del ser humano, nos lleva a un misterio: la posible existencia de una versión de San Mateo y el ángel, supuestamente destruida en los azares de la historia.
A pesar de las buenas formas literarias, de los temas fascinantes que se tratan, no debemos engañarnos sobre el sentido último de las letras que nos ocupan. El amor, fuerza motora de la vida, será la evidencia última de los acontecimientos. No es un asunto menor. No lo dejen pasar de largo.

lunes, diciembre 22, 2014

La casa amarilla, Julio Espinosa Guerra

Premio Villa de Cox de Alicante 2012. Pre-Textos, Valencia, 2013. 60 pp. 15 €

Eduardo Fariña Poveda

La Casa Amarilla (Pre-textos, 2013) es el nuevo poemario de Julio Espinosa Guerra (Chile, 1973). Es el sexto poemario del autor, el cuál reside en Madrid desde 2001 y a partir de 2007 en Zaragoza. Director de la Escuela de escritores de Zaragoza, Espinosa lleva muchos años alternando la escritura poética y narrativa con la docencia de escritura creativa de talleres literarios. Su anterior premio poético fue el Premio Pablo Neruda 2011, otorgado en Chile, a la labor y trayectoria poética de autores chilenos menores de 40 años. Su segunda novela La Piel Fría de Agosto (Alfaguara Chile, 2013) fue semifinalista del Premio Herralde de Novela.
Dividido en trece poemas, con versos que son fagocitados por una estructura estrófica, el poemario es una reconstrucción más ficticia que real de un periodo de la infancia del autor, que coincide con los primeros años de la dictadura de Augusto Pinochet (1973-1990). En los textos hallamos una recolección de los recuerdos de este periodo, en el cuál se aprecia inmediatamente el tratamiento experimental del lenguaje. Esto permite al lector descubrir que no son recuerdos casuales contados en primera persona. El poema de menor extensión abarca las dos carillas y el más largo unas cinco. Esta estructura es radicalmente distinta a la que el autor había utilizado en sus libros más emblemáticos. En NN (Editorial Gens, 2007) los textos eran conformados por versos más cortos y el mensaje más condensado en clave política y en Sintaxis Asfalto (Editorial Olifante, 2011) el contenido era mayor protagonista con una narrativa de viaje –un road poem– donde el hablante lírico de los textos presenciaba desde una ventana una serie de acontecimientos sintácticos, de acusada temática ecológica.
En el libro que nos convoca, los trece textos son una singular forma de reflexionar sobre la forma y el contenido del pasado de un poeta, de un poema. En palabras de Niall Binns, durante la presentación del poemario en Casa América: «el pasado pervive en el presente del poema, el pasado en el poema es aquí, es ahora». A raíz de unos versos de Dylan Thomas: «el balón que lancé jugando en el parque/ aún no ha alcanzado el suelo», Binns comenta la singular propuesta de los poemas en intentar que el pasado se encarne en el presente. Observamos esto de inmediato en el primer texto: «Recolecto los frutos de la memoria bajo el manto de la nieve. Suelo encontrar piedras fosilizadas, pequeños huesos, espinas, por sobre todo espinas, aguzadas, perfectas, blancas…» (p. 11)
Imágenes de la infancia, del padre, de los paisajes precordilleranos chilenos aparecen reiteradamente en el texto. Son imágenes que el poeta toma prestado de su recuerdo para crear textos que tienen una intensión de ser poema del lenguaje, del silencio, si quisiéramos aceptar la nomenclatura para adscribir el trabajo de Espinosa hacia alguna corriente reconocible en el panorama de la poesía escrita por latinoamericanos en España. La trayectoria del autor es un desplazamiento hacia el interior del poema; dotarlo de una amplia gama de recursos retóricos que apuestan por exhibir todas las posibles caras de la poliédrica realidad. En La Casa Amarilla notamos que el poeta descubre y selecciona sus palabras en medio de un paisaje confuso, ambiguo y falso: «Las palabras precisas se esconden en medio de un bosque de falsas palabras, tal cual el afecto verdadero se oculta en un bosque de falsos recuerdos» (p. 50)
El lector se encontrará con un poemario de acusado rigor conceptual, con versos que bordean la prosa poética. Donde hay melancolía y donde se respira grandes momentos de libertad creativa. De todos los poemarios del autor, probablemente este sea su libro más personal y más autobiográfico. La Casa Amarilla ofrece múltiples lecturas y cada poema es un fragmento de una realidad fraguada por los leños de la memoria. Con este poemario, Julio Espinosa confirma una de las trayectorias poéticas más interesantes de la poesía latinoamericana.

viernes, diciembre 19, 2014

Guiomar, El rescate de la diosa, José Mª Luque y Mª Dolores Ramírez

Crea, Montilla (Córdoba), 2014. 290 pp. 15,60 €

Ángeles Prieto Barba

El duelo es un proceso vital sumamente complejo, que suele durar mucho más de lo que solemos pensar de partida, pues superarlo conlleva también la aceptación, más o menos resignada, de nuestra propia muerte. Tras esta experiencia terrible, eso que llegamos a denominar “segundas oportunidades”, constituye más bien una epifanía o manifestación alborozada de que se ha conseguido un nuevo nacimiento. Justo eso, y no otra cosa, es lo que vino a significar Pilar de Valderrama en la vida y en la poesía de don Antonio Machado tras la dolorosa muerte de Leonor y viceversa, toda vez que ella también se deslumbra con el apasionado poeta, tras asumir con amargura el fracaso desdichado de su matrimonio.
Pues bien, esta historia de amor tan hermosa la hemos tenido que contemplar a posteriori, cuestionada y empañada por la opinión ácida de críticos literarios a los que no solemos poner en duda. Y es un error, porque para juzgar con rectitud nada mejor que acudir nosotros mismos a las fuentes, tanto literarias como históricas. Justo lo que han hecho con constancia y entusiasmo María Dolores Ramírez y José María Luque, los autores de este ensayo esforzado que nos dan a conocer con numerosas pruebas irrefutables a una persona muy especial, de trato exquisito y adelantada a su época, mucho más real y mucho más cercana a lo que pudo ver el poeta sevillano, y no digamos nada a lo que nos cuentan, con segura animadversión, los críticos.
En principio, la mujer de 38 años a la que Antonio Machado conoce en 1928 es una señora exquisita de la alta burguesía con tres hijos, asunto que compatibiliza con una actividad intelectual avispada e inquieta, nada frecuente. Pilar adora la poesía (ya había publicado Las piedras de Horeb y Huerto cerrado) y el teatro, así que no tiene nada de extraño que, tras conocerse, el poeta viera en ella un alma gemela y quedara prendado. Nada influye su procedencia social, sus ideas conservadoras pero progresistas respecto a la educación de las mujeres o sus firmes convicciones religiosas, que actuaron más bien de acicate para un romance apasionado que duró ocho años y que acabó, como tantas cosas, con aquella guerra nuestra tan desgraciada y la posterior muerte del poeta.
Pero Luque y Ramírez no se limitan, ni mucho menos, a rememorar el romance a través de los documentos conservados, sino que lo enmarcan de maravilla en su época, a la vez que nos permiten también aproximarnos con mucho interés al pensamiento y obra de Pilar, en absoluto desdeñable, como se ha venido considerando hasta ahora. Porque Pilar fue miembro de la Academia Hispanoamericana de Cádiz, dejó escrito cuatro libros de poesía, una antología, varias obras de teatro y una autobiografía, obra más que suficiente para que le prestemos la atención debida en estos tiempos reivindicativos sobre tantas autoras postergadas.
Y porque la verdad es la verdad, dígala Agamenón aunque la discuta su portero (cita machadiana de Juan de Mairena), es preciso acercarnos a esta musa suya con la justicia que merece, despojándola de los desprecios y velos de carácter claramente ideológicos en que nos la han presentado envuelta. No solo para conocerla mejor, y también a su poeta, sino también para que reflexionemos seriamente y para que tengamos de una idea más precisa de lo que hemos sido y venido siendo hasta ahora.

jueves, diciembre 18, 2014

La entrega, Dennis Lehane

Trad. Magdalena Palmer Molera. Salamandra, Barcelona, 2014. 192 pp. 15,00 €

Victoria R. Gil

Si La entrega pudiera medirse con la escala de Celsius, su temperatura estaría siempre bajo cero. No sólo por el frío de ese Boston invernal que atraviesa los huesos y entumece el alma (quien la conserve), sino también por su geografía humana, troquelada en hielo, y su estilo de escritura glacial y seco como un whisky escocés.
Dennis Lehane demuestra en esta historia que es un auténtico experto en retratar la cara más sucia y mísera de la sociedad. Sus bares son mugrientos, sus ladrones, estúpidos y sus putas, feas. La vida, en las novelas de Lehane, apesta. Y lo peor es que Bob, Nadia, el primo Marv, el detective Evandro Torres y, sobre todo, el misteriosamente desaparecido Richie Whelan, lo saben mejor que nadie. Por eso vivir les importa poco. Lo que cuenta es sobrevivir.
Y a eso se dedica Bob Saginowski, un insignificante camarero del Cousin Marv´s, el bar que antes fuera de su primo y ahora es la tapadera donde la mafia chechena blanquea el dinero de sus apuestas ilegales. Bob se aplica con esmero en cumplir la única ley que puede mantenerlo a salvo: vive y deja vivir. Hasta que el hallazgo de un cachorro de pitbull en la basura hará saltar por los aires ese mantra y vendrá a demostrar que la estupidez humana no tiene límites y que lo mejor que puedes hacer es no fiarte ni de tu madre. Si supieras quien es.
Lehane no necesita de extensas parrafadas para mostrarnos el paisaje suburbial de las clases bajas que habitan su novela: «Bob había perdido la cuenta de todas las caras que subían al metro, demacradas por la angustia, con ofertas de empleo estrujadas en los puños sudorosos. Hacía cola en Cottage Market mientras ellos contaban sus vales de comida y en el banco mientras cobraban los cheques del subsidio. Algunos tenían dos trabajos, otros sólo podían permitirse una vivienda gracias a los subsidios y otros cavilaban las penas de su vida en el Cousin Marv’s, la mirada perdida, los dedos aferrados a sus jarras de cerveza».
En este barrio obrero de Boston el fracaso te viene en los genes. Fracasan los negocios, fracasan los criminales y hasta fracasa la Iglesia, que anuncia el cierre de la parroquia que visita Bob semanalmente, arruinada por el coste de las indemnizaciones que los casos de pederastia le obligan a pagar. El propio Marv, líder de una antigua banda respetada en el barrio, perdió el bar, la banda y el respeto cuando la violencia de las nuevas mafias llegadas de un lugar aún más frío que Boston le demostró que no daba la talla mínima en brutalidad.
En ese bar traspasado por la ley del más fuerte, se reúnen ahora desempleados con el subsidio recién cobrado y alguna vieja fugada de la residencia para fumarse un cigarro y dejar a cuenta unos Tom Collins. Cualquier plan que se organice aquí, por fuerza ha de torcerse. Pero hay quien se empeña en no verlo.
Bob no. Bob lo ve todo y se lo calla todo. Bob es ese «buen tipo con quien se podía contar para que quitara la nieve del camino o invitase a una ronda, un tío legal, pero tan tímido que la mitad de las veces ni siquiera oías lo que decía, así que desistías, asentías educadamente con la cabeza y te volvías para hablar con otro». Y es el que un día salva a un pobre perro apaleado y se cree que, tal vez, con el chucho se salven otras cosas. Como la cordura. O la esperanza.
Con La entrega, Dennis Lehane ha reincidido hasta tres veces. Nació primero como relato, lo reescribió como guión de cine y finalmente lo transformó en esta novela corta, tan densa y amarga que la contundencia del golpe que propina es inversamente proporcional a su número de páginas. Precisamente el Festival de Cine de San Sebastián concedió este año a Lehane su premio al mejor guión por esta historia que se convirtió en la película póstuma de James Gandolfini, un primo Marv que seguramente soñaba en secreto con ser Tony Soprano.

miércoles, diciembre 17, 2014

Para cada tiempo hay un libro, Alvaro Alejandro (fotografías) y Alberto Manguel (texto)

Sexto Piso, Madrid, 2014. 96 pp. 12 €

Pedro M. Domene

La fotografía posibilita con su lenguaje nuevos conocimientos y comparte con la literatura una perspectiva universal. La relación entre literatura y fotografía se establece, esencialmente, desde la perspectiva de la narrativa, concepto o término con diversas connotaciones, porque se habla de ella como un recurso, conformado por un enunciado y cuya función consiste en relatar, es decir, contar una historia. Para esto es necesario que se establezca una comunicación entre dos entidades: uno transmisor de información y otro receptor para que el mensaje se propague por un canal. Los elementos indispensables que conforman la narración son la palabra y la imagen que permite contener una trama, en realidad, una historia que tenga un principio, un conflicto y una resolución final, y además enlaza con ese aspecto visual de la fotografía, tanto de información como mensaje, y entre una y otra relación, un acertado diálogo entre mirada y concepto.
La naturaleza de la literatura y de la fotografía pone de manifiesto la confluencia entre el concepto de arte y el concepto de industria, cuyos antecedentes se remontarían a la relación literatura-pintura. La literatura es un fenómeno artístico intelectual mientras que la fotografía forma parte de uno de los primeros productos de la sociedad industrializada. Ambas se integran y se complementan en un universo comunicativo pues su función es transmitir una idea, un mensaje, que daría lugar a dos tipologías textuales: la verbal y la icónica que, interrelacionadas, son capaces de construir realidades.
Para cada tiempo hay un libro es un pequeño volumen que contiene algunas curiosidades, tanto desde el punto de vista de la fotografía de Álvaro Alejandro reputado artista visual, nacido en México D. F. 1978, que nos abre los ojos con cierto asombro porque entrevemos más allá del texto del escritor, traductor y editor Alberto Manguel, nacido en Buenos Aires, 1948, que nos acerca a reflexiones y ofrece un pequeño homenaje a la literatura, dialogando con las fotografías de Alejandro y su atenta mirada a las variantes que una cámara ofrece a partir de esa relación con la lectura diaria o habitual, desde un libro abierto, un fotomontaje donde visualizamos todo lo relacionado con el mundo de los textos, ratoneras, mujeres desnudas, iconografías clásicas, variantes que nos seducen a la par que nuestra sensación de lectores. En cierta manera, Para cada tiempo hay un libro, es un homenaje, un auténtico registro visual y textual de ese pequeño objeto que forma parte de una sociedad tecnológica y de una cultura ancestral, y una invitación a imitar a esos locos llamados lectores porque, como él afirma, la relación entre el escritor y el lector es una cuestión de vida o muerte, solo si seguimos leyendo los libros de un escritor, vivirá y de lo contrario caerá en el olvido. Al hilo, Manguel ejemplifica su pasión con historias como las de Abdul Kassem Ismael, un gran visir de Persia que, en el siglo X viajaba con su propia biblioteca compuesta por 117.000 volúmenes a lomos de 400 camellos, o relata como en 1992 el ejército serbio bombardeó la Biblioteca Nacional de Sarajevo destruyendo más de un millón de ejemplares y unos cien mil manuscritos de incalculable valor. O, la menos curiosa demanda, en la ciudad de Metz, en 2005, donde una abogada había pleiteado con un colega porque, entre mayo de 2002 y diciembre de 2003, le había escrito más de 800 cartas de amor. Los libros, las cartas, los poemas, da igual, en realidad, como la propia vida, son para cada uno de nosotros tan distintos como diversos.
La fotografía de Álvaro Alejandro se convierte, en este pequeño volumen, en una fuente para la plasmación de la realidad, y adquiere esa dimensión artística complementada por la literatura de Alberto Manguel, que se vale de la técnica fotográfica del mejicano para incrementar así su actividad creadora, o su fuerza creativa.

martes, diciembre 16, 2014

Eliza a los once años, Doina Rusti

Trad. Enrique Nogueras y Oana Ursache. Traspiés, Granada, 2014. 208 pp. 18,50 €

Miguel Baquero

Eliza a los once años supone el desembarco en nuestro país y en nuestro idioma de la escritora Doina Rusti, un nombre prestigioso en Rumanía como cronista literaria de la época poscomunista, ganadora de numerosos galardones y acreedora de múltiples reconocimientos. La editorial Traspiés nos acerca esta novela por la que la autora obtuvo el premio Ion Creanga de su país y que este reseñista espera sea la primera de muchas otras obras traducidas que vengan a continuación.
Porque Eliza a los once años es una historia estremecedora, aunque a su alrededor sobrevuele una cierta comicidad; es una historia que, en sus primeros capítulos, recuerda la ferocidad de una escritora como Agota Kristoff, si bien en el caso de Rusti se inserte contra un fondo, después de todo, grotesco y hasta irrisorio. Quizás no sea —seguro que no es— casualidad que ambas autoras, Kristoff y Rusti, provengan de la desmembrada Europa del Este: tanto en el caso de la húngara como ahora en el de la rumana hay una atmósfera cruel, despiadada, en la que nadie se interesa por el otro, aun tratándose del pariente más cercano, supeditado todo a conseguir comida, zapatos, ropa, beneficios materiales… Un mundo del que se ha suprimido todo refinamiento, y junto con el refinamiento otras pequeñas cosas como la compasión o la humanidad.
Hace poco, una escritora pedía en su Facebook que se le recomendara una novela «realmente» fuerte, que echaba a faltar en la literatura actual. Pues bien, las primeras cien páginas de esta Eliza… son fuertes y aun crueles: una niña de once años es maltratada por su padre, que le da continuas palizas, por lo que se ve forzada a irse de casa; «aprovechando» esta situación, los hombres del pueblo, desde el policía al comerciante, abusan de ella sexualmente a cambio de darle algo de dinero, unas zapatillas o unos croissants, que es lo que más le gusta. A tal extremo llegan los abusos que la niña acaba por contraer la sífilis…
He dicho al principio que esta novela tenía un trasfondo humorístico, y es posible que algún lector de la novela me pregunte dónde veo yo la gracia a esta situación. En mi opinión, se advierte cuando, hacia mitad de la novela, una reportera tiene noticia de esto de la sífilis y convierte a la niña en pasto de reportajes y telediarios. Y allí donde en El gran cuaderno de Kristof todo continúa, en la ocultación y el silencio, hacia el abismo y la locura, en Eliza a los once años, la llegada de la televisión y el afloramiento a la luz, pues, de la historia en mitad del trasiego cotidiano hace que poco más o menos devenga en una historia de enredo. Cruel todavía, incomprensiblemente salvaje en muchos tramos, pero una historia curiosa como tantas otras que componen el noticiario de este mundo indiferente que se mueve por arreones de la moda.
Rusti, en un determinado momento, deja de inmiscuirse en las profundidades humanas y, al sacar a la luz y a los chismorreos periodísticos su historia, renuncia a llegar al fondo de la noche, pero a cambio de esto le da un aspecto muy marcado de crítica social contra todos esos televidentes o consumidores de información (todos nosotros) que contemplamos la miseria como un espectáculo sin mover un dedo para resolverla. Como ocurre en esa absurda pero posible, ya lo creo que posible, escena en que el padre de Eliza, maltratador, se introduce en el hospital donde está siendo tratada la muchacha para llevársela arrastrándola del brazo, entre un tumulto de gente admirada que se debe de estar preguntando cómo es que nadie hace nada para evitar eso.
Rusti, en fin, parece apartarse de la tragedia humana en el punto justo donde ésta se precipita irremisiblemente hacia el fondo, y deja a su historia en la cornisa de la crítica social. Una historia muy admirable, por cierto, muy bien narrada, con introspecciones momentáneas en los personajes para llevarlos a la época en que ellos también tenían once años, y mostrando entonces un mundo en que nada tampoco era mejor, más sano ni más limpio que ahora. Como si todo fuera, en fin, una noria de ferocidad eterna que no deja de girar. A lo sumo, y esto resultará curioso para el lector, los personajes tienen la última esperanza de, algún día, poder dejar todo aquello atrás y marchar a España, donde, seguro, la vida les habrá de sonreír.
Una muy buena novela, en resumen. Muy recomendable.

lunes, diciembre 15, 2014

La venganza de la geografía. Cómo los mapas condicionan el destino de las naciones, Robert Kaplan

Trad. Laura Martín. RBA, Barcelona, 2013, 483 pp. 25 €

Eduardo Fariña Poveda

Una versión del capítulo que dedica el libro a la situación geopolítica actual de China publicado en la revista Foreign Affairs fue el origen del nuevo libro de Robert Kaplan. El libro editado en español ya va por la quinta edición. La Venganza de la Geografía, como los mapas condicionan el destino de las naciones es un libro adecuado para ponerse al día en la actualidad política. La vasta documentación y la consideración de factores tales como el espacio, el clima, la distribución de los ríos y los movimientos cíclicos de la historia permiten hacer una lectura atenta sobre las razones del auge y la caída de civilizaciones que nos preceden. Las referencias a historiadores como Heródoto, Ibn Jaldún, Arnold Toynbee y Fernand Braudel más la inclinación del autor a la tendencia del realismo en geopolítica añaden diferentes piezas al rompecabezas que Kaplan arma: La geografía determina en última instancia el devenir histórico de las naciones y de los pueblos.
Periodista viajero y analista internacional, Kaplan es un reputado experto en política exterior y libros de viaje, siendo Fantasmas Balcánicos y El Retorno a la Antigüedad: La política de los guerreros conocidos libros suyos sobre ambos temas. Dividido en tres partes, La Venganza de la Geografía comienza detallando a quiénes advirtieron por primera vez que la geografía se impone a los planes estratégicos de los ejércitos. La segunda examina un mapa del siglo XXI donde las diversas potencias del nuevo escenario multipolar global se abren paso (Rusia, Irán, China, India y Turquía) todas situadas en Asia central. Salvo México, por estar al lado de Estados Unidos, Kaplan no augura un rol decisivo a los países latinoamericanos. Siguiendo las cuestionables tesis de Nicholas Spykman, Kaplan señala supuestas desventajas geográficas de países como Colombia, Venezuela, Brasil, Perú y Chile y que el corazón estratégico y geográfico del Nuevo Mundo es “El Mediterráneo Americano” (p. 132). Es decir la zona que comprende la cuenca del caribe y el Golfo de México. La tercera parte se centra en la situación actual de México, que es fundamental para la política exterior angloamericana.
Kaplan comienza su análisis con Hans J. Morgenthau, uno de los máximos exponentes de la teoría del realismo en las relaciones internacionales, quién escribe en 1948 Política entre las naciones: la lucha por el poder y la paz. Esta Teoría tiene por tesis principal que los Estados, como los seres humanos, se mueven de acuerdo a sus intereses particulares y personales; comandados por el instinto de supervivencia. El cuál, los puede obligar a actuar de forma egoísta si las circunstancias así lo ameritan, para romper acuerdos o deshacer alianzas, según sea el caso. Desde la lectura de la obra de Morgenthau, Kaplan recuerda que el origen de esta corriente viene desde hace 2400 atrás con la Guerra del Peloponeso. Más allá de las estrategias y los movimientos tecnológicos en el campo de batalla, la personalidad y las pasiones de los seres humanos juegan un papel trascendental «el carácter de un hombre de Estado desempeña un papel tan importante como su intelecto» (p. 54). Desde esta óptica, hace bien Kaplan en recordarnos que en política exterior pocas veces las buenas intenciones tienen resultados positivos. De acuerdo con el realismo, la situación de Irak se puede explicar mejor si atendemos a la evolución histórica de su territorio, que se explica por la disposición de su cartografía y la distribución de los diversos grupos étnicos de su territorio que acudiendo a los preceptos morales de Estados Unidos por instaurar allí su democracia neoliberal.
Otro de los importantes autores de Geopolítica a los que recurre el veterano periodista es a Halford J. Mackinder. Célebre por su ensayo de 1904 El Pivote Geográfico de la Historia, este autor señala que desde la era de los descubrimientos de España y Portugal hasta antes de 1900 se debería hablar de una Era Colombina, la cuál se caracteriza por el fin del territorio ignoto por descubrir para administrar política y económicamente. El continente euroasiático, donde habita el 75% de la población mundial debería cohesionarse de forma gradual, eliminando las barreras entre Europa, África y Asia. Kaplan examina minuciosamente las realidades de los países que bordean a Kazajistán, zona a la cuál Kaplan otorga el lugar del corazón de la riqueza energética por la cuál China y Rusia rivalizarán a lo largo de este siglo. Después de la Segunda Guerra Mundial, la geografía de Oriente Medio fue diseñada en muchos casos de forma arbitraria. Se establecieron fronteras que no se corresponden con las zonas de influencia de la diversidad tribal de zonas como por ejemplo el Hindu Kush en Pakistán.
El análisis sobre los desafíos de la India y la realidad Iraní son textos prodigiosamente bien ensamblados. Kaplan examina la riqueza cultural insondable de la India y como a lo largo de su historia ha soportado intensas invasiones musulmanes y como esto revela el dilema fronterizo con Pakistán. Casi en su totalidad, Irán se extiende en lo que era el Imperio Persa. Por lo tanto es un país con una riquísima cultura, vasto territorio con megaciudades donde habita una refinada clase intelectual y donde la población urbana vive intensamente los debates de la religión y del Estado. Es «un universo en sí mismo cuyo futuro eminentemente lo determinará la política interna y la situación social» (p. 351). Acostumbrados a ver y oír noticias negativas sobre este país, las cuáles suelen ser de hechos sobre el rígido control del Estado Islámico, leer el capítulo de Kaplan es una buena forma de entender más sobre la complejidad del caso iraní.
Respecto a México, Kaplan señala que Estados Unidos le debe dar tanto o más importancia que a Afganistán e Irak. Si bien en algunos momentos el tono de Kaplan se asemeja de forma algo desafortunada al de Samuel Huntington, se aprecia con claridad que el periodista viajero entiende muy bien y sin lamentaciones que si Estados Unidos desea jugar algún rol relevante en el futuro, pasa por convertirse en un Supraestado bilingüe en inglés y en español. Asimila con ágil soltura la tesis de Mackinder que sostiene que las civilizaciones interaccionan y se mezclan y no evolucionan de forma separada y enclaustrada como pensaban Toynbee, Sprengler y Huntington. Las interacciones de la población hispana que proviene de todo el sur del continente y la población angloparlante del norte, sus interacciones y sus relaciones, decidirán el destino de Estados Unidos. Su equilibrio frente a la Unión Europea liderada por Alemania, Rusia, China y Oriente Medio.
La venganza de la geografía es un libro sugestivo y muy bien documentado, que proporciona una multitud de datos importantes para comprender algunas dinámicas del mundo actual. Las descripciones de los valles, de las mesetas, las características de lo ríos navegables y los desiertos inconmensurables se unen a centros y periferias que han tratado durante siglos de conectarse o de desconectarse de algún poder, según sea el caso. A pesar de que tenemos Google Earth y vivimos inmersos en la Goblalización de Whatsapp y Twitter, Kaplan prefiere mantener el asombro por la monumentalidad del territorio «Porque, aunque seamos capaces de enviar satélites más allá del sistema solar –y aunque los mercados financieros y el ciberespacio no conozcan fronteras-, el Hindu Kush sigue siendo una barrera formidable» (p. 32).

viernes, diciembre 12, 2014

La Enciclopedia de la Tierra Temprana, Isabel Greenberg

Trad. Olalla García. Impedimenta, Madrid, 2014. 176 pp. 24,95 €

Fernando Sánchez Calvo

Decía Borges que la Biblia era el mejor libro de ficción que había existido nunca. Conociendo su historial de ironías, estoy seguro de que lo dijo para hacer daño y a la vez por puro convencimiento. Unos cuantos siglos después, y sin ser la primera, Isabel Greenberg ha escrito otra biblia, en esta ocasión ilustrada, laica y adaptada a nuestros tiempos. El argumento, sencillo: el hombre del Polo Norte y la mujer del Polo Sur se encuentran, se enamoran, pero debido a una extraña y poderosa razón no pueden abrazarse, besarse, darse de la mano, sentir la piel y el escalofrío que nace debajo de ésta. A tan sólo un metro de distancia pueden verse, pero no tocarse: es como si un dios despiadado hubiera construido un muro de metacrilato entre los dos.
Con este punto de partida, y un trazo y dibujo sencillos, la autora nos introduce en una espiral de narradores que narran las historias que acontecieron a otros narradores que a su vez vuelven a contarnos las historias que otros, de nuevo, decidieron lanzarse a contar. Y todo para explicar por qué una mujer y un hombre pueden amarse pero no corroborar dicha potencia con el acto del abrazo. La palabra en su estado más puro y como creadora del mundo, el mundo como mitología y la mitología como esencia del mismísimo mundo.
La historia es fabulosa. La simple idea de un narrador que no puede dejar de contar fábulas, cuentos y leyendas porque, si se detiene, su vida corre peligro, es ya de por sí magnética e introduce al lector en una sucesión de círculos concéntricos que, como si de hipnosis estuviéramos hablando, le llevan hasta el corazón del asunto, que no es otro que el más sencillo y viejo de los asuntos, el que siempre ha acompañado al hombre y la mujer desde la noche de los tiempos: el amor como origen de todo, y cuando digo todo, es absolutamente todo.
Para colmo, en un alarde de genialidad, la novela gráfica se cierra con unos anexos que amplían algunos datos sobre protagonistas, secundarios e incluso espacios previamente citados. Con ello, la autora consigue convencer al lector de que quizás esos dioses, esos hombres, esos gigantes, pudieron existir de verdad. La única pega, el dibujo, que posiblemente no llegue a la altura de autores como Dave Gibbons, Eddie Campbell o Kelley Jones, pero pensándolo bien, quizás sea sencillo, discreto y revelador como la misma vida que se recoge en los capítulos de esta enciclopedia. Para leer en dos horas, del tirón, sin pausa ni prisa.

jueves, diciembre 11, 2014

Who I am. Memorias, Pete Townshend

Trad. Miquel Izquierdo. Malpaso Ediciones, Barcelona, 2014. 569 pp. 24 €

Salvador Gutiérrez Solís

En aquellos años de rock salvaje, loco, lisérgico y orgiástico, puede que los Who fueran uno de los mejores ejemplos de la ya célebre y cacareada leyenda: sexo, droga y rock and roll. Y si no fueron los primeros o los mejores, seguro que fueron unos de los que más se esmeraron en representarla de principio a fin, eso es seguro. Se entregaron a fondo, hasta el abismo de ellos mismos. Y así lo cuenta Pete Townshend, guitarrista y líder de la mítica banda británica, en Who I Am, su biografía. Biografía de una estrella del rock que, tras las del fallecido Johnny Ramone y Neil Young, nuevamente nos llega de la mano de Malpaso Ediciones, que acierta traduciendo y publicando en nuestro país un estupendo y honesto texto, que permite adentrarnos en ese lado oscuro de la estrella que, aún alejado de los focos, es la verdad, la realidad. La vida, tal cual, más allá del escenario.
Indiscutiblemente, los Who son una de las grandes bandas de rock de todos los tiempos, por producción, vigencia y presencia, pero tuvieron la “desgracia” de compartir biografía, vivencias, ausencias, cartel y algo más con los Beatles y los Stones, así como con una docena más de bandas míticas. Aún así, tuvieron su propio espacio y fueron capaces de forjar y de imponer su propio estilo, más agresivo, más juvenilmente rebelde, más feroz, que los anteriormente citados, consiguiendo que varias generaciones de jóvenes se sintieran representadas en las letras de sus canciones y, sobre todo, en su pose y postura. Era lo que la gente quería escuchar. Yo estuve allí.
Townshend es el epicentro de esa rebeldía ácida que impregna a toda la banda, el promotor, el guitarrista incendiario, exorcizado, envenenado de rock, el aliento de la bestia. Un Townshend, como él mismo reconoce, bipolar, exultante y depresivo, superficial y espiritual, temeroso y suicida, desgarrado y apacible. Con toda seguridad, la compleja personalidad de Townshend se forjó durante esa extraña infancia que pasó junto a su abuela, mientras que sus padres actuaban por cuarteles militares y se emborrachaban casi a diario. Esta complejidad, depresiva, excesiva, caótica, ha sido una constante a lo largo de su vida, tal y como el propio Townshend expone en el texto sin pudor ni rubor, con transparencia. Y la música, el rock, ha sido el antídoto, la terapia, o la alianza de la que se ha servido para contrarrestarse a sí mismo. No soy un experto en amistad, no tengo grandes dotes sociales.
En Who I Am se aprecia desde el principio el denodado esfuerzo de Townshend por “literaturizar” su propia biografía, y es justo reconocer que con frecuencia lo consigue, ofreciendo pasajes de brillante escritura, de narrativa envolvente, que siempre acompaña de una historia, su propia historia, que no decae en interés. Una historia alocada, estrambótica, poliédrica, siempre sincera, en la que no duda en autocalificarse como un pésimo marido y padre, un compositor a ratos genial, un peculiar hombre de negocios, y un amante desmemoriado, pero entregado. Who I Am es la entrada al laberinto del propio Townshend, la estrella que ha forjado su propio universo, dentro y fuera del escenario.

miércoles, diciembre 10, 2014

Llegada a las islas, José Óscar López

Baile del Sol, Tegueste (Tenerife), 2014. 102 pp. 9,36 €

Pedro Pujante

Cuando lees un libro de José Óscar López no sabes qué te vas a encontrar. Ya sea poesía, relato… A veces tampoco se tiene claro en qué género te estás adentrando. Y quizá estas afirmaciones previas estén revestidas de más conveniencia y sean más oportunas cuando nos referimos a Llegada a las islas. Un libro que recién ha visto la luz pero que su autor revela haber comenzado hace ahora ya diez años. No obstante es imposible detectar algún anacronismo, inmadurez o vestigio del paso del tiempo en él.
En Llegada a las islas observamos algunas de las obsesiones que pueblan el imaginario del José Óscar más extraño, oblicuo e introspectivo. El viaje como metáfora de ese otro desplazamiento que sufrimos al confrontar nuestra experiencia con la razón; un "mundo flotante", frágil, onírico que se desmorona, explota y nos sumerge en una oscuridad repleta de luces, músicas y brillos inconcebibles. El tiempo, los dioses, la metarrealidad, las pesadillas. Ciudades posmodernas que quizás estén habitadas por un solo ser, por el poeta insomne que las ha fundado, por el lector desprevenido que se acerca a sus barrios. Alguien desde un rascacielos puede estar observando un ocaso, el fin del mundo, la estela de un avión que jamás regresará. Un ángel bostezando en la parada de autobús. Dioses marinos, lectores de Jung, video juegos…
López es un lecto-escritor caleidoscópico, que todo lo retiene, lo asimila y lo convierte en experiencia literaria. Desde los clásicos, el posestructuralismo, el cómic o la música de vanguardia. Nada escapa del vórtice de su escritura, todo confluye y se transmuta en otra cosa, en poema, flash, quimera o sentencia. De Homero, por ejemplo, rescata ese personaje, Tersites, el antihéroe, el único ser con defectos que aparece en La Ilíada, y que tan bien refleja la decadencia de un mundo indefinido y lejano. También desfilan por sus poemas personajes de la Marvel, directores de cine, hombres y mujeres sin nombre. Quizá tú, lector. La intertextualidad, la reflexión filosófica y la ironía son algunas de las señas de identidad de JOL. Pero hay en la ironía de este poemario un rasgo de seriedad, de solemnidad que soslaya todo indicio de broma casual. Y si ese intento de trivializar está (que lo está), palpita bajo una gruesa capa de sinceridad, de emoción, de mirada aguda e inmediata. Todo es inmediato aquí. Todo fluye y nada queda en reposo. Hay una fuga hacia… cada lector habrá de encontrar su punto de llegada.
Leemos estos fragmentos, estas bocanadas de fuego comprimido, y comprendemos que nunca llegaremos a la isla, que Heráclito tenía razón, porque siempre somos otro. Y también le damos la razón a Zenón, porque nuestro viaje es en vano. No hay viaje que no sea hacia nosotros mismos, nos advierte JOL, viajamos por ríos que no existen. Soñamos que dormimos…
En Vigila del asesino, su anterior poemario, un viaje alucinógeno nos conducía por las avenidas mentales de una ciudad extraña. En estas Islas, el viaje es cósmico, plural, sin brújula, y jamás albergaremos la certeza de hacia dónde vamos, qué intenciones nos mueven.
Quizá toda buena literatura debiera de apostar por fórmulas desconcertantes, por vías nuevas como las aquí sugeridas

martes, diciembre 09, 2014

¡Universo!, Albert Monteys

Panel Syndicate, 2014. 37 pp. Precio: el que elija el lector

Ricardo Triviño

Parece que Monteys está empeñado en que no echemos de menos a Tato, su querido personaje en El Jueves. Con este nuevo trabajo, ¡Universo!, el autor barcelonés se centra, por fin, en crear una historia completa donde dejar claro por qué es uno de los mejores historietistas actuales del panorama español.
En los últimos años, más allá de su trabajo para la revista satírica, ha publicado con Caramba Cómics, la editorial independiente de Alba Diethelm y Manuel Bartual (Sexorama). Fruto de esta colaboración han salido Ser un hombre: cómo y por qué, una especie de Para ti que eres joven cargado de testosterona, y 23 fotogramas por segundo, un compendio de chistes sobre cine. También dibujó en 2012 una historieta para las Nuevas Hazañas Bélicas de EDT guionizada por Hernán Migoya (Todas putas) y, más recientemente y de la mano de Astiberri, ha publicado Misterios comestibles, un mini libro con historietas y chistes sobre un “detective alimentario”. Para conocer el origen de la nueva serie de ¡Universo!, que no ha hecho más que empezar, hay que remontarse hasta 2013. A través del también historietista Javi Rodríguez (Wake Up), Monteys entabló amistad con Marcos Martín, dibujante para Marvel y DC que el año anterior había ganado un Eisner gracias a la serie de Daredevil. En marzo de ese mismo año, Martín había inaugurado junto al multipremiado Brian K. Vaughan (Y: el último hombre) una propuesta verdaderamente interesante: ¿cómo reaccionarían los lectores si se les ofreciera un cómic digital sin DRM por el que pudieran pagar lo que quisieran?
Con esto en mente, ambos autores empezaron a autopublicar The Private Eye en internet. Como la idea era reclutar más autores para la causa, no utilizaron el nombre de la serie para bautizar la página sino que la llamaron Panel Syndicate (algo así como “El gremio de la viñeta”). Entre los autores tanteados estuvo Albert Monteys, quien accedió de buen grado. Pese a ello, la gran cantidad de obligaciones del barcelonés fueron dilatando la entrega. Un año después, tras abandonar El Jueves debido a la censura por parte de RBA de una portada escatológica sobre la coronación de Felipe VI, el autor se encontró con tiempo sobrado e ingresos suficientemente exiguos como para poder retomar el proyecto.
Dicho y hecho, en dos meses terminó el guion, el dibujo y la rotulación de las 35 páginas de la primera entrega, publicada el 19 de noviembre de 2014 en la portada de Panel Syndicate. La nueva serie pretende hilvanar diferentes historietas de ciencia-ficción autoconclusivas que compartirán un mismo mundo (de ahí el título de ¡Universo!) donde los personajes podrán ir reapareciendo e, incluso, cruzándose. El resultado es, sin riesgo a ser exagerados, espectacular. La gente que sabía que Monteys era bueno se sorprenderá al comprobar que es todavía mejor. Gracias a haber aparecido en inglés, además de en catalán y español, están empezando a llegar reseñas muy positivas desde fuera de España, sobre todo de Estados Unidos.
Si bien no abandona el humor, el relato es más serio de lo que nos tiene acostumbrados y ahonda, como buena ciencia-ficción, en señalar desde el futuro los males del presente. Thomas es un empleado más en la megacorporación Industrias Wortham donde han descubierto por casualidad un modo de viajar en el tiempo. Ante tan revolucionario descubrimiento, al dueño de la empresa no se le ha ocurrido nada mejor que enviar a Thomas al mismísimo origen del universo para que grabe el logo de Industrias Wortham en cada uno de los átomos que acabarán conformando el cosmos.
El lector disfrutará de la originalidad y la frescura de este guion que no se queda en la superficie. Y es que la cabeza de Albert es una joya que certifica trabajo tras trabajo cómo ha sido capaz de hacer una entrega semanal de humor durante dieciséis años. De su cráneo a sus falanges, corre el talento que lo convierte en un grandísimo dibujante. Su línea clara, su entintado exquisito a pincel, su conocimiento del color,… Uno puede detenerse extasiado durante minutos con la composición de sus páginas. Volver a hojearlo, aun virtualmente, produce tanta satisfacción como envidia desmedida.
¡Universo! es uno de esos tebeos que regala relecturas infinitas. En cierto modo, sus fans pueden sentirse mal si descubren que aquella censura de El Jueves les está haciendo muy felices. Gracias a ella, Monteys se ha lanzado a nuevos y fascinantes proyectos que harán las delicias de muchos. Abracemos la adversidad y apoyémosle en este nuevo camino.

lunes, diciembre 08, 2014

Las sombras de África, Bianca Aparicio Vinsonneau

Círculo Rojo, Almería, 2014. 323 pp. 14,95 €

Pedro M. Domene

El tráfico de esclavos provocó estragos en África, y durante más de cuatro siglos se convirtió en el comercio más lucrativo de todos los tiempos, además de escenario de cruentas páginas de auténtica barbarie por la captura y posterior venta de esclavos exportados a tierras lejanas, sobre todo al Nuevo Mundo donde solían trabajar en las extensas plantaciones de sus amos blancos; otros nunca llegaban a su destino, morían o eran arrojados al mar en las largas travesías, hacinados en las bodegas de los barcos que los alejaban de los suyos allende de los mares. En los siglos XVII, XVIII y XIX, en las selvas del Golfo de Guinea y en el valle del río Zambeze, se desarrollaron auténticos estados militares con base para el exclusivo comercio de esclavos. Este triste episodio está lo suficientemente documentado, e investigadores como André Gunder Frank y Enrique Peregalli, en sus estudios, cifran en millones los esclavos vendidos por todo el mundo, y en América como el lugar de su destino principal.
La ficción narrativa ha ilustrado y denunciado la esclavitud desde los tiempos de los conquistadores, así Bartolomé de las Casas, o Alvar Núñez Cabeza de Vaca, escribieron sobre estos abusos, el mulato cubano, Juan Francisco Manzano redactaría su propia, Autobiografía de un esclavo (1835) y mucho después, la norteamericana Harriet Beecher Stowe recreó el ambiente negro en La cabaña del Tío Tom (1852), Mark Twain en Las aventuras de Huckleberry Finn (1884) y, recientemente, y amparado por la fuerza del cine, Raíces (1976), de Alex Haley o Beloved (1987), de la nobel Toni Morrison.
El tiempo, la fascinación y, sobre todo, el hecho de volver siempre a estar pensando y sintiendo África, han llevado a la joven narradora Bianca Aparicio Vinsonneau (Alicante, 1983) a trazar en su primera novela, Las sombras de África (2014), un intenso viaje para desentrañar el más profundo de los sentimientos humanos, el ansia de libertad de su protagonista Kofi, un joven arrancado de su aldea a finales del XVIII y trasladado al Castillo de Cape Coast para ser embarcado y vendido posteriormente como esclavo. Al hilo de la historia, Claudia Carpio, una antropóloga es enviada a la Costa de Oro para llevar a cabo una investigación y desentrañar el contenido de unas cartas que un joven cautivo escribiera durante su estancia en Cape Cost, y así la narradora alicantina alterna dos historias paralelas que se entrecruzan para dejar constancia de un tiempo durante el cual se maldijo, bajo el imperio del horror, el miedo y la barbarie, a la condición humana y su derecho a la libertad, sobre todo cuando se concretaba en un continente como África, y provenía de una superioridad blanca.
Las cartas de Kofi conforman una auténtica tradición literaria clásica, esa especie de diario que un autor va escribiendo para dejar constancia de aquellos aspectos que, en un determinado momento de su vida, le interesan subrayar, en este caso, las vejaciones y el largo cautiverio en el Castillo donde, pese a su condición de esclavo, consigue salvarse con la ayuda de Mama Akosiwa y los buenos auspicios del Capitán Hawkins, al mando del lugar, y quien detenta la única visión de humanidad posible entre el horror reinante; todo, sin embargo, bajo la atenta de mirada del gobernador Miles, monstruo a quien todos temen y de cuyas garras nadie escapa; la destinataria de estas misivas, Araba, la mujer abandonada en el poblado y a salvo del tráfico de esclavos, aunque el destino, según se va leyendo, les jugará una mala pasada a ambos esposos. Este diario, se alterna con la crónica, en el presente, de la antropóloga y de sus dificultades para acceder a la documentación, y sobre todo los problemas iniciales con su enlace en África, el profesor Akassie, tan enigmático y receloso con los blancos como no imaginaba la joven, e igualmente distante como el continente negro. Poco a poco, la confianza entre la joven investigadora española y el profesor, siempre a la sombra de su maestro y erudito Oduro, convierten a este relato en una misteriosa recreación de los acontecimientos históricos para averiguar la verdad sobre los antepasados de Akassie y de cuanto ocurrió, realmente, en Cape Coast.
Aparicio Vinsonneau teje, en ambos relatos, una consciente incertidumbre que lleva a lector a no dejar en ningún momento la lectura de Las sombras de África, y cuida al detalle tanto el pasado de Kofi y sus confidencias, con una prosa precisa y ajustada a la época, constatando el horror con abundantes nimiedades aunque, en ocasiones, con esperanzadores deseos de sobrevivir para el protagonista y el resto de los condenados, así como la ambientación y el rigor histórico en lo narrado; al tiempo que la investigación de la joven Claudia se ve envuelta cuando descubre un turbio pasado que debe desentrañar para llegar a la verdad sobre el final de Kofi. Y así, a medida que transcurre su estancia quedará fascinada por esa forma de entender esa parte del mundo y descubre la riqueza y matices de la que esa tierra fértil ha sido despojada por los blancos para así dejar constancia con su relato que existen otras realidades de cómo los europeos vemos un continente como África.

viernes, diciembre 05, 2014

El lejano reino de la Vía Láctea, Ramón Loureiro

Edaf, Madrid, 2013. 126 pp. 12 €

Ángeles Prieto Barba

Empezaremos por alertar al lector ya que este texto, arriesgado y cálido, supone el final abierto, con muchas posibilidades de continuidad, de una original y brillante trilogía. Justo esa misma que se abre con un deslumbrante inicio donde Loureiro se nos descubre ya como un narrador dotado de una madurez literaria considerable, esa que tantas veces buscamos en vano en nuestros días, propia de quien ha leído y aprendido de sus maestros. Es por esto que aconsejo leer esta obra siguiendo el orden de aparición de la trilogía: Las galeras de Normandía, León de Bretaña y este Lejano reino de la Vía Láctea, al menos para que constatemos en la segunda y tercera parte la evolución sentimental de unos personajes extremadamente originales, pero muy bien presentados en el inicio.
Y entre esos personajes, el propio autor. Caballero que inicia este libro concreto con un larguísimo párrafo que viene a ser toda una declaración de intenciones. Un “lasciate ogne speranza” a quien espere encontrar en él la novelita fantástica al uso. Esa que leemos en una hora y dejamos perdida en el sillón de un vagón de tren, con la alegría de quien ha echado el rato pero no tiene nada más que aprender de ella. Porque no, no la podemos dejar así pues este libro contiene una historia principal y muchas otras menores de las que aprender donde el estilo narrativo, dotado de un amplio vocabulario e indiscutible lirismo y la tierra descrita, ese Escandoi que identificaremos de inmediato con la Galicia del Norte, no son olvidables ni prescindibles.
En modo alguno, porque Loureiro es deudor de sus maestros, recoge el listón de aquellos y en esta prueba de relevos que constituye su trilogía descubrimos avances aprendidos de todo un Torrente Ballester en su Saga/fuga, con sus disgresiones, y a don Alvaro Cunqueiro, con esa forma increíble de narrar trocando lo simplemente fantástico, que se nos antoja menor, con todo un mundo maravilloso de pensamientos, sentimientos y sensaciones. Porque Escandoi es real. Es real y a la vez maravilloso, así como sus personajes: León Daniel María Bonaparte o ese astuto Merlín Nigromante, identificable ipso facto con el conocido Mago Merlín de un Mondoñedo donde no faltan las campanas tocando a muerto de nuevo. O el café de Lembranza de Fene, con el hombre Irazu y Manolito de Severiano que abren el capítulo siete, que parecer ser verdaderos. De este modo, avanzando en la narración, el curioso Logh Itoh, uno de los protagonistas del relato, ya se nos antoja incluso una proyección alienígena del propio Loureiro. Todo esto forma parte de la complicidad, no exenta de un humor intenso y logrado, un humor indiscutiblemente gallego, que el autor establece con nosotros, no tomándonos el pelo, sino invitándonos como otros personajes queridos a participar del juego.
Y esos títulos que recibe cada capítulo. Unos títulos siempre hermosos, largos y sonoros, que nos abren un mundo de expectativas como quien espera la llegada de esos Reyes Magos que harán su aparición en este libro singular y cariñoso. Mas estoy revelando demasiado cuando mi propósito es claro: consigan esta novela, mucho mejor la trilogía completa, y sosténgala sobre su corazón con cada feliz descubrimiento: Notarán que late más rápido, más seguro y más intenso.

jueves, diciembre 04, 2014

El comité de la noche, Belén Gopegui

Literatura Random House, Barcelona, 2014. 260 pp. 17,90 €

Ariadna G. García

La escritora madrileña, tras Acceso no autorizado, parece haberse especializado en el género del thriller. Si en aquella novela Belén Gopegui especulaba sobre las intrigas políticas del partido en el gobierno, en esta última los protagonistas son ciudadanos de a pie, excluidos sociales, marginados, parados, como los hay a miles. Ambas obras representan la cara y el envés de la España de hoy. Si en la primera se describe la pésima gestión de la crisis por parte de nuestros responsables políticos, su corrupción interna y el sentimiento de culpa de quien no se ha arriesgado lo suficiente en la defensa de los demás, en la segunda el foco de pone en el empobrecimiento de la clase media, en el aumento del paro y en la labor que la ciudadanía teje a escondidas para salvar lo que queda del estado de derecho y de la dignidad del ser humano.
El comité de la noche se divide en dos partes asimétricas: “De Álex”, narrada en primera persona por una madre que regresa a la casa de sus progenitores, junto a su hija, a los 33 años (46 páginas), y “De Carla”, articulada a dos voces (194 páginas).
“De Álex” representa el desahogo lírico de quien ha perdido su empleo y su futuro, de quien sabe que la vida se pasa pero aún le queda energía para transformar el mundo. Este diario oscila entre el panfleto anticapitalista y el testimonio íntimo del derrumbe de una familia con todos sus miembros en el paro. El estilo –poético, repetitivo– recuerda a las asociaciones libres del flujo de conciencia.
“De Carla” centra el tema del libro y supone un giro de 180 grados en el tono y la estética. En esta parte, como adelantaba, encontramos dos voces: la de un biógrafo encargado de poner por escrito la vida de sus clientes (en primera persona, marcada con letra cursiva) y la del texto resultante (en tercera persona, con la letra redonda). Ambos se simultanean. Los protagonistas son Carla (trabajadora en Laboratorios Pharmen, una empresa de Bratislava interesada en la comercialización de la sangre) y el profesional que escribe sus memorias. Sus encuentros transcurren en siete sesiones de trabajo. La biografía de Carla, centrada en sus años en Eslovaquia, nos revela a un personaje contradictorio, angustiado por el enfrentamiento entre sus valores y sus necesidades. Se trata de un entretenido e inquietante relato de espías que, no obstante, descoloca en sus últimas páginas. El desenlace rompe la ilusión de realidad de todo lo narrado.
La trama hasta entonces, sin embargo, es sumamente interesante. No faltan las intrigas, coacciones y amenazas propias de la novela negra. Como en Matrix, en la novela encontramos un elenco de personajes que integran una resistencia invisible cuyo fin es despertar ciudadanos para la preservación del estado de derecho, así como luchar contra aquellos que quieren derribarlo. El tema de fondo de El comité de la noche es el límite moral para la compra-venta de productos (plasma, órganos vitales), y la defensa cerrada de un modelo público de sanidad.
Además, hay párrafos dignos de elogio, en los que la autora apela al compromiso colectivo para obrar un cambio: «Lo que hay no existe, sino que está siendo construido ahora mientras escribo. Sin desigualdad nadie se sentiría obligado a vender un órgano, nadie apelaría a una necesidad impuesta por otros. Quienes consideran todo una cuestión de precios olvidan cómo se fabrica la pendiente por la que siempre podremos seguir bajando, pero por la que también podríamos ascender para llegar a un sitio distinto» (pág. 137).
El comité de la noche denuncia la “agresividad del enemigo” (los mercados, la casta política) con franqueza: «Su violencia es tan constante que parece natural. Y además usan su propia clandestinidad, su dinero, sus reuniones opacas […] promulgan leyes a su medida…» (pág. 152). Y a la vez, ensalza la solidaridad como un valor a proteger incluso con la propia vida: «cuando donamos sangre lo que hacemos es compartir nuestra salud» (pág. 212).
Si el compromiso ideológico es (una valiente) marca de la casa, reconocemos también en la obra el estilo inconfundible de una voz original, única, consciente de sí misma, que constituye un continente aparte dentro de la narrativa española de los últimos años.

miércoles, diciembre 03, 2014

La gratitud, Fermín Herrero

XXIV Premio de Poesía Jaime Gil de Biedma. Visor, Madrid, 2014. 90 pp. 10 €

Ignacio Sanz

Fermín Herrero (Ausejo de la Sierra, Soria, 1963) es un poeta virgiliano, pero no a la manera intelectual de Fray Luis o de Machado cuya obra podría ser también estudiada como un tratado de botánica. Fermín Herrero es, si cabe, un virgiliano más auténtico porque antes que poeta ha sido niño de pueblo y agricultor, casi un niño yuntero, aunque en su caso al frente de un tractor por más que ahora, cambios del tiempo, ejerza como profesor de instituto. Pero sabemos que la infancia resulta decisiva en la mirada de un poeta y la mirada de Fermín quedó detenida en aquellos años infantiles de bregas y desvelos campesinos, atenta siempre a los pequeños acontecimientos que dicta el cambio de las estaciones, la llegada del petirrojo, de los vencejos, el canto del primer cuco; es decir, Fermín Herrero sabe de lo que habla. Por eso sus poemas resultan tan cabales y luminosos: «Con poco se alimenta la cigarra/ y cómo vibra al aire su chirrido».
En ocasiones, una pequeña anécdota le sirve para urdir un poema con trazas de relato breve: «Una buena mujer aquella. Un día/ de nieves y cillina que no vino el panadero/ fui a pedirle un trozo y como estaba/ algo sorda empujé la puerta. Qué olor/ las cortes del portal. Por la escalera/ subían las gallinas, había más zarceando/ en las alcobas. Se empeñó en que me llevara/ dos mendrugos de hogaza y una vuelta y media/ de chorizo. En teniendo para una, lo natural/ es que la juventud se esfogue a modo.»
A veces describe paisajes al natural como un pintor impresionista, siendo fiel al lenguaje que aprendió de niño. Y en esa descripción descubrimos la emoción y la belleza: «El sol, el acebal, el ventarrón, la bardera/ de nubes, los barbechos abajo, los rebollares/ de la dehesa, chaparrales, el sotillo junto/ al río, las cañadas, los tesos, barranqueras…». Cuando lo lees piensas en un labrador instruido y sensible que pasa una temporada visitando museos y por ello salpica sus poemas de referencias a los maestros flamencos o a pintores contemporáneos. Es decir, que tampoco está anclado en una visión amanerada del paisaje por más que el frío, el hielo, el cierzo, los atardeceres, el canto de la perdiz, el tempero, el peral o el delgado aroma de los jacintos, constituyan materia de sus versos.
Sus poemas son breves, tan breves que casi nunca sobrepasan los diez versos, en los que al tiempo que describe, deja suspendida alguna reflexión, como el que no quiere la cosa; a veces con palabras que uno imagina que han salido de su casa o de la casa de sus abuelos, palabras que tienen un regusto popular. También da voz a los que no la tienen, a gentes anónimas de su tierra ultrajada por fríos, abandonos y pobrezas seculares que, pese a todo, no perdieron nunca la dignidad: «Por una burra me vendieron, allá/ sobre el año cincuenta. Sólo le parecía/ mal a la maestrilla. Y qué. En casa éramos/ muchas bocas, demasiadas. En el pueblo/ no queda ni una en pie, ahora, qué murria/ cuando vuelvo. El destrozo y el desamparo estaban/ ya entre nosotros. A mis padres, que en paz/ descansen, no les guardo inquina, entonces era/ así. Sé que lo hicieron por mi bien. Mis hijos/ no me creen, los pobres, por una burra me cambiaron».
En fin, crudeza en estado puro. Y belleza a raudales. Extraño poeta Fermín Herrero. Tan ascético, tan solidario, tan cabal, con esa voz que le han dado sus mayores. Ya no se habla así. ¿Pero es anacrónica su poesía? De ningún modo. Yo diría que, como en el caso de Claudio Rodríguez estamos ante un poeta puro, elemental, sin impostura ni artillería metafórica, un ciudadano que se estremece y nos estremece al posar su mirada sobre un universo minúsculo al que el mundo está dando la espalda. Y nos acerca a ese universo con naturalidad. Parece sencillo. Y acaso lo sea. Porque le sale de dentro. Por ello nos conmueve. Diez libros preceden a este que comento. En todos, con variantes, aparece el mismo trasfondo bucólico. Los premios que respaldan su obra vienen a confirmar la autenticidad de una voz que nos sacude y trastoca

martes, diciembre 02, 2014

A espaldas del lago, Peter Stamm

Trad. José Aníbal Campos. Barcelona, Acantilado, 2014. 160 pp. 16 €

Pedro M. Domene

Los relatos breves del suizo Peter Stamm (Weinfelden, 1963) se caracterizan por la intensidad, el uso extensible de la elipsis y, sobre todo, por la incapacidad, en su mayor parte, de sus personajes para expresar lo que piensan o sienten, algo que les llevan a una profunda tensión que acaba generalmente en nada. A espaldas del lago (2014) es su última colección de cuentos publicada de la mano de la inefable editorial catalana Acantilado, que en estos últimos años se ha esforzado por presentarnos a uno de los mejores autores de la literatura europea contemporánea. Diez historias, en las que muchos de sus personajes acaban, de alguna manera, con una visión metaliteraria de su experiencia personal, como en el sorprendente “Los veraneantes”, que narra como un eslavista se dirige a un recomendado hotel en las montañas, donde espera poder trabajar con cierta comodidad en un artículo sobre Máximo Gorki, y una vez allí una extraña mujer, quizá una empleada, lo recibe y lo aloja, aunque el huésped descubre pronto que su estancia se convierte en algo desconcertante; Stamm en todo caso, no lo aclara, afortunadamente para el lector; tampoco, se puede hablar de comodidad, o acaso de la sensación de encontrarse en casa, cuando un nuevo pastor protestante llega a la parroquia asignada junto al lago en “La cena del Señor”, rechazado por la comunidad que lo dejará solo en su primera homilía; ni siquiera el matrimonio en vacaciones, obligado a ser testigo de una tragedia que sacude a sus vecinos, en “El curso normal de las cosas; o la profesora de piano cuando pierde a su mejor alumno y, poco después fracasa como concertista en “El último romántico”; incluso ese hombre que arrastra en un viaje a ninguna parte los enseres personales de su mujer, que está internada y posiblemente ya no los necesite nunca, ocurre en “La maleta”, o el joven agricultor cuya vida cotidiana se ve interrumpida por la celebración de un festival musical cerca de su propiedad y la curiosa aparición de una joven en “El Día de los Lirones”; en realidad, una serie de historias que expresan la tristeza de sus protagonistas, sin evidencia de dramatismo alguno, de fracaso implícito, o sin que asome ningún tipo de violencia en la vida de estas escenas cotidianas. Y no menos intensa y fascinante la historia de dos relatos que sobresalen, sobre los demás, “Luna de hielo” y “En el bosque”; en el primero, el eficiente portero de una vieja fábrica tiene un plan para su futuro inmediato, pero la muerte de su mujer lo lleva a desaparecer, aparentemente sin cumplirlo; en el segundo, una joven que vive tres años en el bosque y es delatada por un cazador, regresa a la ciudad, se casa, trabaja, tiene dos hijos, pero pronto empieza a escuchar, cada vez con mayor insistencia, la llamada del bosque.
Los personajes y las historias están contadas en las proximidades del lago Constanza, un punto geográfico donde confluyen Alemania, Austria y Suiza, y aunque los seres descritos por Stamm son profundamente suizos, experimentan las mismas dificultades y las mismas ansiedades que el resto de europeos: todos acaban perdiéndolo todo, arrastrados por la magia de un lago que parece sereno en su superficie, aunque es profundo y ha salpicado cientos de sucesos a lo largo de la historia; Peter Stamm transforma la geografía en destino, y esa es su fuerza textual, y también uno de sus mayores logros.