viernes, enero 31, 2014

Listen to me, Manuel Vilas

La Bella Varsovia, Córdoba, 2013. 200 pp. 15 €

Fernando Ángel Moreno

El terreno de lo literario ha sido siempre difuso y muy dado a interpretaciones. En este sentido, me llaman la atención algunas voces que invitan a ver Facebook como literatura. Evidentemente, habría muchas razones teóricas para darles la razón, con poco que nos pusiéramos a ahondar en problemas de lenguaje connotativo, intención del autor y de lector, y teorías de la ficción. Aún así, me resisto a este etiquetado, pese a que soy un gran defensor de la red social desde hace años.
Y me voy a cerrar aún más en mi ceguera, puesto que disponemos de la interesante propuesta de Manuel Vilas, y porque me conviene egoísta y tramposamente para defender su libro Listen to me.
En sus páginas se publican sus estados de Facebook —incluidas fotos y enlaces a canciones—, que con mayor o menor asiduidad muchos seguíamos y disfrutábamos. Que ya había una intención literaria parecía claro en la mayoría de ellos, y no guardaba dudas en los más ficcionales, como los que dan título al libro: aquellos en los que Vilas habla directamente con Dios.
Sin embargo, ahora una editorial los recoge en papel y los publica. Cualquier lector apegado a ciertas tradiciones me dirá que tan literatura eran antes como ahora, puesto que un texto es lo que es, independientemente del formato en que aparezca y puesto que esa intencionalidad pretendía darle el propio autor. No obstante, la propia experiencia de lectura puede llevar a que no se haga una relectura de aquellos ya conocidos, pese a que tampoco pueda sentirse que se leen como si se leyeran por primera vez. Es decir, mi sensación es que esos textos han sido transformados en algo que EVIDENTEMENTE ES literatura respecto a algo que era Facebook y que PODÍA SER literatura.
Recomiendo acercarse al libro desde esta perspectiva de que, schrodingerianamente, es y no es literatura al mismo tiempo.
A lo largo de sus páginas vamos conociendo a un personaje, Vilas, que nos va introduciendo en su mundo, va creando unas cuantas características aquí y allí para darle dimensiones ‒su pobreza, su tono hiperbólico, su pasión por Johnny Cash, Lou Reed, Scott Fitzgerald...‒, va desarrollando algunos conflictos internos y, hasta cierto punto, evoluciona. Yo diría que evoluciona en cuanto que evoluciona su estilo en este formato, sintiéndose cada vez más seguro. Si la coherencia y la cohesión quedaban reforzadas por un muro de FB con un nombre, ahora lo da un formato tradicional que invita a leer... ¿Como una novela? ¿Como poemas? ¿Como microrrelatos?
No obstante, somos conscientes de que lo allí narrado era vivido en tiempo real, incluido algún trágico acontecimiento. Podríamos afirmar, como ya se ha dicho, que no existe diferencia con el clásico diario o con el género epistolar, y remitir a Montaigne, a Ana Frank o incluso al propio Lovecraft y su correspondencia con tantos escritores. No obstante, la inmediatez de la faceta pública de estos textos influyó sin duda en su redacción e influye ahora en nuestro imaginario al leerlo. Con ello, cobran una fuerza diferente sus críticas a la política y la cultura españolas y, desde luego, su hondo y metaforizado existencialismo en constante pugna con un no menos hondo y directo amor por la vida y por el ser humano.
De este modo, el autor nos acerca muchísimo a su intimidad, a sus pensamientos más directos... Y, por otro lado, al literaturizar la vida, se hace más opaco, menos accesible el Vilas real.
Todo esto supone más que una mera discusión teórica sobre etiquetas y límites. En definitiva, trata de una experiencia estética difícilmente alcanzable con otros textos, actuales o del pasado, esa experiencia que Jordi Carrión denominó hace ya algún tiempo «ficción cuántica». Un libro revolucionario, sin duda, que es y no es literatura. (Como le pasa a toda la literatura, en realidad.)
Ah, olvidaba lo único importante de todo esto: desde mi (nada humilde) opinión, muy, muy divertido.

jueves, enero 30, 2014

Los ángeles mueren por nuestras heridas, Yasmina Khadra

Trad. Wenceslao-Carlos Lozano. Destino, Barcelona, 2013. 378 pp. 19,90 €

Salvador Gutiérrez Solís

«Me llamo Turambo y al amanecer vendrán a por mí», con esta turbadora y profética frase comienza Yasmina Khadra su última novela, Los ángeles mueren por nuestras heridas. Un comienzo que traza el devenir posterior de la historia, pero que también nos indica que nos encontramos ante una obra entendida y construida desde la concepción clásica, tradicional, de la novela. Pero huyamos de prevenciones o cautelas, ya que este evidente clasicismo de Los ángeles mueren por nuestras heridas no juega en su contra, sólo se trata de una calificación, ya que nos encontramos ante una poderosa y contundente novela.
Pícaro, desgraciado, pretencioso e indefenso, al mismo tiempo, Turambo es el gran protagonista de la nueva entrega de Khadra. Caminamos a su lado desde su dura infancia, por lo callejones embarrados y sombríos de su aldea, nos contagia su pobreza extrema, y compartimos su fulgor, estrella de la calle, héroe de los mendigos, en la gran ciudad. Turambo, en cierto modo, tiene mucho de esos personajes extremos, sin nada, desnudos ante la vida y sus circunstancias, que tan bien nos mostraron los Delibes, Cela o Umbral, en esa España huraña y ruin de la posguerra. Porque Argelia, la que nos muestra Khadra, tiene mucho de esa España de Las ratas y de La colmena, similares en sus bajezas materiales y humanas, apenas son perceptibles las diferencias.
La historia de Turambo es la de un viaje real y emocional, por esa Argelia colonial y bipolar, de oro y barro, de tragedia y opulencia, de abundancia y hambre. Khadra domina todos los planos, del gran angular al plano secuencia, sin obviar el primer plano. Se vale de todos ellos para ofrecernos detalladas y exactas imágenes de lo general, las ciudades y sus gentes, la diferencia de clases, la sociedad argelina en su conjunto, pero también para colarse en el interior de los personajes que deambulan por la historia, todos ellos dotados de una fuerte expresividad narrativa.
Los ángeles mueren por nuestras heridas es una novela vibrante, eléctrica en determinados pasajes, luminosa, por la totalidad que nos ofrece de esa Argelia a pie de calle. Una de esas novelas con aroma de artesanía, ese que sólo se consigue por medio de una narrativa transparente, sincera, verdadera, impecable. Puede que esa sea la palabra que mejor define la última novela de Yasmina Khadra: impecable.

miércoles, enero 29, 2014

El siglo maldito. Clima, guerra y catástrofe en el siglo XVII, Geoffrey Parker

Trad. Victoria Gordo del Rey y Jesús Cuéllar. Planeta, Barcelona, 2013. 1.486 pp. 39,50 €

Ángeles Prieto Barba

Cuando don Francisco de Quevedo publicó en 1613 el conocido soneto Miré los muros de la patria mía, ese que siempre hemos contemplado como lamento del poeta por la decadencia del Imperio Hispánico, incluyó asimismo la imagen elocuente de “los arroyos del hielo desatados”. Pues bien, a la luz del libro que presentamos aquí, no tiene por qué buscarse metáfora alguna tras esas palabras, sino fotografía más o menos exacta del paisaje que contemplaba.
Y de eso nos enteraremos ahora mejor porque Parker nos ha proporcionado sobre el siglo XVII un libro serio, sabio y apabullante en datos, incontestable, una especie de gran legado para todos nosotros y cuántos nos sucedan, que a la luz de la historia nos advierte de lo inevitable: tendremos en el futuro serios cambios climáticos, con o sin nuestra intervención contaminante. Pues es lo que ocurrió hace cuatrocientos años durante la llamada Pequeña Edad de Hielo, cuando la temperatura del planeta descendió de manera natural unos grados, debido a la disminución de la actividad solar, el aumento indudable de la actividad volcánica, continuas repeticiones del “Niño”, lluvias torrenciales y sequías pertinaces. Situación que provocó tremendas hambrunas, guerras constantes, graves revueltas políticas y sociales, persecuciones religiosas y la desaparición de casi un tercio de la población mundial en consecuencia. La originalidad y el trabajo encomiable, pero también grandeza moral de este libro, nos pone todo esto en evidencia.
Volumen que espero pueda encontrarse en breve en todas y cada una de nuestras Facultades de Filosofía y Letras, a disposición de tantos alumnos y profesores que deben estudiarlo a la hora de profundizar en este siglo difícil, aunque para el lector sin necesidades académicas va a suponer también una lectura provechosa y bastante grata. Por ello debemos valorar asimismo el trabajo de los traductores, que han tenido no solo que lidiar con el idioma, sino también reflejar comprensiblemente características de tantas culturas lejanas como aparecen en el libro. Algo que no se consigue sin consultar previamente con el autor cuantas veces haga falta.
Las casi mil quinientas páginas que componen este libro suponen un ejercicio de síntesis considerable, si tenemos en cuenta que abarcan un siglo repleto de convulsiones cubriendo el planeta al completo, y de que ha supuesto quince años de trabajo recopilarlo todo. Lo que se ha conseguido sin abandonar en ningún momento el prisma del clima hostil, aunque los males aquí detallados y cómo logramos enfrentarnos a ellos, están expuestos bajo una sólida estructura, necesaria para que integremos bien toda la información recibida. Esta consiste en una primera parte general para proporcionarnos datos concretos sobre todos los cambios climatológicos que sobrevinieron y sus consecuencias (hambrunas generalizadas, enfermedades contagiosas, plagas de langosta, crisis de subsistencia), para pasar a un enfoque particular donde se analizan sus efectos en los principales y diferentes Imperios: el cambio de dinastía en China, Rusia y sus convulsiones, los turcos, que vieron inundada La Meca con el Bósforo congelado, Alemania y su Guerra de los Treinta Años, la Península Ibérica con Portugal y Cataluña haciendo mutis, Francia y su Fronda, la Revolución Inglesa. En una tercera parte más breve, veremos a los mogoles campeando por sus respetos, las rebeliones italianas, las tragedias de las que tanto desconocemos en África y Australia, los complicados inicios de los estados americanos, y la excepción del poderoso Japón Tokugawa. Una cuarta parte sirve para analizar cómo se comportan los actores protagonistas de este drama: campesinos, soldados, clérigos, aristócratas descontentos, intelectuales. Y en el quinto y último bloque nos enteraremos de cómo se remontó esa crisis tan tremenda en cuanto el clima cambió. Por tanto, la visión amplia que aquí obtenemos no es sólo lineal, lectura a la que estamos acostumbrados, sino circular con grandes cambios que perdurarán en los siglos sucesivos, como la supremacía tecnológica de Europa y la decadencia progresiva del Imperio Hispánico hasta su completa desaparición.
En la advertencia final, que recoge con inteligencia avispada qué poca previsión se demostró en el reciente episodio del Katrina, el desastre natural económicamente más gravoso en toda la historia de los poderosos Estados Unidos, el autor nos pondrá en alerta sobre la necesidad de invertir ya en estos asuntos, lográndolo con bastante más eficacia que cualquiera de los documentales y mensajes políticos ya vistos. Por ello, dado el esfuerzo, el rigor, el corazón y la generosidad con la que este libro ha sido escrito, sólo cabe esperar que sea acogido con el entusiasmo debido.

martes, enero 28, 2014

El descrédito. Viajes narrativos en torno a Louis-Ferdinand Céline, VV.AA.

Ediciones Lupercalia, Alicante, 2013. 208 pp. 15,90 €

Pedro Pujante

Si existe un autor que hoy día sigue suscitando polémica, admiración, rechazo, inspiración y sumando lectores y lectores, ese es Céline. Falleció hace más de medio siglo, fue médico, vivió la Gran Guerra, estuvo encarcelado sufrió el ‘descrédito’ y el destierro. Sus panfletos antisemitas le valieron la ignominia y que su Francia natal le relegase a un margen de la literatura canónica.
No obstante, y dando ejemplo de una gran intuición y gusto literarios, Lupercalia, una editorial joven y audaz, se ha encargado de reunir un gran surtido de plumas de escritores españoles contemporáneos para rendir el tributo que se merece este padre díscolo de las letras universales. Si bien sus más conocidas novelas, y quizá lo más excelso de su obra, son Viaje al fin de la noche y Muerte a crédito, es cierto que tiene más libros. Por ejemplo, Vila-Matas nos recuerda esa obra menor titulada Fantasía para otra ocasión, que leyó hace tiempo pero que le tuvo que impactar de algún insólito modo pues ahora, "masoquistamente", se molesta en rememorarla y relegarla del olvido, como quien siente un aullido del pasado llamar a la puerta del horror. Otros escritores de esta antología se siguen interrogando por el dilema de diseccionar el binomio hombre-obra. Por ejemplo, Joaquín Piqueras, uno de los más grandes poetas de este país, ha recreado una irónica conversación de chat literario en la que varios usuarios discuten sobre la necesidad de separar al ideólogo del artista, al escritor del hombre. La misma tesitura se plantean otros como José Ángel Barrueco o Gsús Bonilla.
Bruno Marcos elabora un preciso ejercicio comparativo entre Céline y Chaplin, en el que el humor y el horror comulgan en una simbiosis contemporánea que invita a la reflexión. Mario Crespo nos recuerda las relaciones de Céline con la beat generation. Pero el catálogo de plumas y temas no se agota ahí: Miguel Sánchez-Ostiz nos regala una evocación conmovedora; Óscar Esquivas narra una aventura celiniana en primera persona; Pepe Pereza inventa un relato, en su habitual tono directo y violento, en el que un libro robado de Céline desencadena la acción. Y muchos grandes narradores más que no caben en este breve reseña…
Muchos han elegido el ensayo, otros el relato, la crónica o la falsa biografía. Gran número de elementos de la vida del autor se hallarán en este volumen, y muchas desviaciones por vericuetos ficticios que ahondan en el itinerario novelístico de este padre de los malditos. Sobre todo apoyándose en esa novela semi autobiográfica que es Viaje al fin de la noche. De la que se puede aprender más de Céline que de ninguna biografía: su viaje a EE.UU., su amor sucio y mal correspondido, su asco por la vida o sus vicisitudes como médico.
Quien se aproxime a la vida de este genial escritor no se arrepentirá. A través de sus libros, a través de los libros de otros. En ese sentido, El descrédito es una puerta-espejo que conduce a Louis-Ferdinand Céline, ejemplo de que la literatura engendra más literatura, en un juego de correspondencias equívoco y proteico que convierte la experiencia de leer en un ‘viaje al fin de la propia irrealidad’.
Permítaseme sumar esta reseña al merecido homenaje que Céline merece.

lunes, enero 27, 2014

Hic Sunt Dracones: Cuentos imposibles, Tim Pratt

Trad. Silvia Schettin. Fatalibelli.com, Madrid, 2013. 145 pp. 4,90 €

Julián Díez

Inmersos en la avalancha de tomos interminables que siguen con desigual fortuna la senda de El Señor de los Anillos, o actualmente de Canción de Hielo y Fuego, los grandes editores han olvidado que la esencia de la literatura fantástica está en sus formas cortas. Es como si para las librerías españolas sólo se hubieran publicado relatos fantásticos hasta el día en que se marcharon Cortázar y Borges, para luego dejar paso únicamente a las reediciones de los distintos clásicos y las novedades en forma de tochos de fantasía heroica o, por usar la terminología todoroviana, literatura maravillosa. Por eso es más que laudable la intención de una joven editorial de libros electrónicos, Fata Libelli, de ponernos al día con la producción internacional de relato de este género.
Entre los cuatro libros que han publicado hasta ahora, he elegido empezar por esta antología de cuentos de Tim Pratt, un autor joven (37 años) que ya ha conseguido notables premios especializados y que en los siete relatos aquí presentes da una notable muestra de versatilidad. Algo especialmente destacable para poner fin a esa dualidad que señalaba más arriba: sus historias son cortas, son buenas, y son actuales.
Hay fantasía urbana en cuentos como “Sueños imposibles”, en el que un friqui del cine accede al videoclub de un universo paralelo, repleto de maravillas; homenajes al folklore estadounidense como en “Hart y Boot”, con una forajida del Oeste que encuentra un insólito compañero de correrías o en “El pez limpiafondo”, una especie de breve Moby Dick amargo, contemporáneo y sureño; new weird combinado con notas artúricas y conspiranoicas en “La copa y la mesa”; una caza de dragón pasada por el tamiz de la amargura amorosa en “El sótano del mundo”; notas de mitología clásica en ambiente contemporáneo en “Vida con la arpía”; y una redefinición de los parámetros de la fantasía heroica en “Vida petrificada”. Por lo que leo en reseñas anglosajonas, varios de ellos están relacionados con novelas de Pratt, aunque todos resultan redondos y satisfactorios por sí mismos.
Si sumamos estos relatos al otro que ha sido traducido hasta el momento en castellano, el francamente repleto de mala leche “Otro final del imperio”, podemos llegar ya a conclusiones bastante claras sobre qué cabe esperar de Pratt: relatos originales y frescos, escritos con la cantidad justa de artificio para no presentarse de forma plana, y en los que sistemáticamente parece afrontar los temas habituales de la fantasía desde un punto de vista nuevo, como de soslayo, con una mirada moderna infrecuente en su originalidad. Y casi siempre amarga.
Casi se podría caer en la tentación de decir que Pratt afronta procesos de deconstrucción de los elementos tradicionales del fantástico, aunque lo más probable es que simplemente tenga la cabeza ordenada de la forma necesaria para mirar a su alrededor y encontrar la rendija por la que trasladar a ese entorno sus propios sueños y obsesiones.
Aunque “Sueños imposibles” es su relato más conocido hasta el momento, y abre bien la antología por ser tal vez el más efectista, lo cierto es que en el conjunto del volumen es quizá el relato menos sorprendente para un lector algo curtido del género, dentro de un tono medio alto. Hic Sunt Dracones es, en su conjunto, una excelente noticia para los aficionados, que tanto echamos de menos la emoción que supone el descubrimiento de un relato original, el vértigo de la inmersión en todo un mundo nuevo creado y desvanecido en solo unas pocas páginas. 

viernes, enero 24, 2014

Democracia, Pablo Gutiérrez

Seix Barral, Barcelona, 2012. 234 pp. 17 €

Guillermo Ruiz Villagordo

Democracia no es una novela, no puede ser una novela. No lo es porque al contar lo que cuenta su autor sabe que sólo puede aspirar a componer una colección de escenas, imágenes y reflexiones sobre personajes desgajados de una narración sin argumento, en la que representan desde el papel protagonista hasta el extra más inadvertido, amparados por un lenguaje ampuloso y desbordado, a veces alucinatorio, la mayoría de las veces alzado desde un sarcasmo inmisericorde, donde una metáfora puede construirse con tanta fuerza y credibilidad con una marca de juguetes como con un nenúfar. Sí, en este artefacto literario avasallante no ocurre nada y ocurre todo, nada sucede pero todo trama los hilos de su propia historia, entremezclando vidas con un objeto que se desvanece y aportando perspectivas inauditas donde el nexo de unión entre las escenas resulta tan impensable como lo es el de todos los implicados en esta crisis de la que nos ha tocado formar parte.
Por supuesto, soy consciente de que quien lea las líneas precedentes no habrá podido hacerse una idea clara de la obra de la que hablan. ¿Qué tendría que reseñar entonces? ¿Debería desvelar mejor que el despido de Marco, diseñador gráfico de complejos residenciales, coincide con la quiebra de Lehman Brothers, punto de inicio por consenso de la actual crisis económica, y que con él como improbable (en principio) correa de transmisión asistimos a la incidencia de estos hechos tanto en las trayectorias vitales de su mujer, su jefe, su ex-compañera de trabajo..., como en los altos estamentos económicos zarandeados por el profeta falsario, trepa visionario, George Soros, recuperándose en el transcurrir de la narración fragmentos de pasado a modo de flashes desconcertantes, a la vez que nos obliga a examinar las razones y sinrazones de cada uno de los participantes de la amarga comedia democrática de nuestra vida? No, seguramente ésta tampoco es la forma.
Para un novelista hay tres terrenos de arenas movedizas a la hora de escribir: la prosa poética, el tratamiento de lo social y la perspectiva sarcástica. Pablo Gutiérrez es uno de los pocos que ha conseguido mezclarlos sin que nada chirríe, potenciando cada elemento sin que ninguno destaque sobre los demás mediante el uso inteligente del resto de ellos, con un poderío verbal que es de admirar además de disfrutar. Por ello la tercera explicación de Democracia, que es la que tiene auténtico valor, es la que cada lector componga en su cabeza tras la lectura del libro.

jueves, enero 23, 2014

Muerte súbita, Álvaro Enrigue

Premio Herralde 2013. Anagrama, Barcelona, 2013. 264 pp. 17,90 €

Care Santos

La última novela del mexicano Álvaro Enrigue, por la que resultó merecedor del último premio Herralde, parte de un planteamiento atrevido: el pintor italiano Caravaggio y el poeta español Francisco de Quevedo disputan en Roma un partido de tenis con el que saldan pendencias y arrojos anteriores. Quevedo empieza ganando, el público apuesta a su favor, corre el dinero, hay algunos espectadores muy especiales entre los asistentes (a los que vamos conociendo poco a poco) y todo ello sirve al autor de pretexto para desplegar hacia todos los lados una trama que se apoya en la disputa, pero sólo de refilón, para explicar muchas otras cosas: desde el destino de la melena que Ana Bolena se amputó justo antes de ser decapitada hasta los estúpidos arrebatos españoles durante la llamada conquista del Nuevo Mundo. Por estas páginas campan Hernán Cortés, su amante la Malinche, Moctezuma, varios papas, varias furcias y una gran diversidad de personal surgido de la época de los descubrimientos y de los movimientos contrarreformistas de la iglesia. Además, claro está, de los dos contendientes.
Se da también un interesante culto a los objetos, a través de los cuales todo parece hacerse más tangible. Este interés de Enrigue por ellos se subraya en algunos añadidos a la narración, en que se aportan definiciones históricas de ciertos utensilios muy empleados en este tenis arcaico, de la pella a la pala. Aunque los utensilios que con el argumento se crecen como un bizcocho metido al horno son otros: el juego de pellas únicas, vendidas a precios exorbitantes; un escapulario fabricado con el pelo de un muerto imperial o un bonete tejido gracias a un material inédito en el Viejo Continente, que asusta tanto como deslumbra.
La novela maravilla por el alarde de recursos que hace su autor, por el modo en que la voz del narrador se inmiscuye en lo que está contando, por el dominio del lenguaje. Y también por el artificio, por la trampa. A medida que se avanza en la lectura, una ya se da cuenta de que lo que Enrigue pretende contar no tiene nada que ver con el partido de tenis inicial. Lo que cuenta es mucho más universal y terrible. Lo dice el propio novelista, en una de esas intervenciones de su propia voz: «No sé, mientras lo escribo, sobre qué es este libro. Qué cuenta. No es exactamente sobre un partido de tenis. Tampoco es un libro sobre la lenta y misteriosa integración de América a lo que llamamos con desorientación obscena 'el mundo occidental' (...). Tal vez sea un libro que se trata solamente de cómo se podría contar este libro, tal vez todos los libros se traten sólo de eso. Un libro con vaivenes, como un juego de tenis». (páginas 200-201). Termina, sin embargo, con una conclusión esclarecedora: «Sé que lo escribí muy enojado porque los malos siempre ganan. Tal vez todos los libros se escriben sólo porque los malos juegan con ventaja y esto es insoportable» (página 202).
Tal vez en esto de la literatura también los malos jueguen con ventaja. Está claro que Enrigue es de los buenos y esta novela lo demuestra con creces.

miércoles, enero 22, 2014

Colegiala, Osamu Dazai

Trad. Ryoko Shiba y Juan Fandiño Impedimenta, Madrid, 2013. 272 pp. 19,95 €

Verónica Aranda

Osamu Dazai es uno de los escritores modernos más queridos en Japón, un país que ama a los héroes trágicos. Maestro de la novela del yo (watakushi shoshetsu), la biografía de Dazai es indisociable de su obra. De carácter atormentado, llevó una vida al límite, donde no faltaron las penurias económicas, la adicción al alcohol y a la morfina, una estancia en un psiquiátrico, lances amorosos variados, fama y decadencia...Tras cuatro intentos de suicidio, acabó lográndolo a los 39 años junto a una amante; ese doble suicidio, tan tradicionalmente japonés.
Dazai pertenece a esa generación que surge como reacción y huida de la Segunda Guerra Mundial, los denominados “Burai ha”, un grupo de escritores inconformistas que tiene como pilares el nihilismo, el sarcasmo y la no adscripción ninguna escuela. Es la época en que se desmoran los valores familiares en Japón, como bien refleja Dazai en Ocho escenas de Tokio, que rescató la editorial Sajalín. De este libro sorprende su desgarro narrativo y la crudeza de sus argumentos. Está compuesto de delicados retratos del Tokio de su época y sus habitantes, que se debaten entre la modernidad-que implica también independencia-y una tradición casi feudal.
Colegiala, editado recientemente por Impedimenta, fue escrito por Osamu Dazai en la plenitud de su carrera y se compone de catorce relatos, todos protagonizados por mujeres. En primer lugar, sorprende el conocimiento de Dazai del universo femenino. Muchos de los cuentos poseen un tono confesional, como el de la muchacha que comete un robo por amor. En otros, emplea el autor con maestría el monólogo interior. Es el caso del relato que da título al libro, que gira en torno a los pensamientos que pasan por la cabeza de una adolescente japonesa de posguerra, con todas sus dudas y problemas de identidad. En cierto modo, todos estos cuentos tienen el tono testimonial de una generación que quedó tocada por la Segunda Guerra Mundial, y no dejan de lado el contexto histórico, como Ocho de diciembre, donde la protagonista va registrando a modo de diario todo lo que hizo y pensó el 8 de diciembre de 1941, el día que Japón declaró la guerra a Estados Unidos y al Reino Unido.
A través de un estilo poético y muy depurado que recuerda por momentos al de Akutagawa —de quien fue discípulo—, Dazai relata con naturalidad pequeños acontecimientos cotidianos que suceden a personajes insignificantes e introspectivos. Son relatos de fracasos personales interiores, pero también de mujeres que dan importancia a cada instante vivido y extraen poesía del día a día: Todo a lo que aspiramos es a disfrutar de la belleza de cada momento. Idolatramos la vida. El tacto de la vida, declara la protagonista de Colegiala. El autor rompe con todos los tópicos del pudor nipón y la no expresión de los sentimientos. Así, los relatos, cobran un cierto matiz oscuro y morboso, casi de confesión prohibida, donde no falta el despecho y el sentimiento de incomprensión frente a unos maridos siempre ausentes, por lo general artistas, escritores y perdedores, que no salen muy bien parados. Hay pasajes sugerentes de gran tensión narrativa. Es interesante cuando se cuestionan los valores tradicionales frente al deseo de autonomía, como en el relato titulado Chiyojo, en el que una niña prodigio sufre la presión de la sociedad que cuestiona y debate si una mujer puede escribir y explotar ese talento para alcanzar la fama o si, por el contrario, debe limitarse al cuidado del hogar y la familia. Igualmente simbólico es el último relato del libro, en el que una señora lleva hasta tal extremo la cortesía y la hospitalidad que pone en riesgo su salud y su vida.
En definitiva, Colegiala se impregna de la magia de lo cotidiano, al tiempo que se sumerge en los recovecos de la conciencia femenina, reclamando un papel más visible y activo para la mujer japonesa moderna. Un libro de relatos exquisitos del denominado Dostoievski nipón, un hombre que se aferró a la literatura para reparar la ofensa que es la vida.

martes, enero 21, 2014

El sueño de las Antillas, Carmen Santos

Grijalbo, Barcelona, 2013, 752 pp. 22 €

Ángeles Prieto Barba

Con la mezcla de géneros que caracteriza a la novela actual, muchas veces cuesta determinar a cuál adscribimos un libro determinado. Pero yo no tengo dudas ante esta novela romántica de buenos y malos, escrita con soltura y mucha amenidad, sin ínfulas ni pretensiones intelectuales, tal vez al remolque de dos novelas previas que han cosechado un increíble éxito de ventas. Me refiero a El tiempo entre costuras de María Dueñas y a las Palmeras en la nieve de Luz Gabás, novelas romántico-coloniales, claras predecesoras de ésta. Por eso, si consulta esta reseña algún lector que disfrutara sobremanera con las anteriores, he de indicarle que no lo dude: lea también ésta.
Es una novela romántica, que no histórica a mi modesto parecer, porque los hechos históricos sirven de escenario y tramoya para las peripecias de Valentina, protagonista intrépida que va ir cambiando de roles a medida que se desarrolla su vida en Cuba: emigrante pobre, prostituta de lujo y de posibles, rica mujer de negocios. De hecho, si cambiamos el lupanar por una cárcel, la trama se asemeja sobremanera a la del Conde de Montecristo siguiendo rol femenino. Y es que esta novela tiene mucho de folletín romántico decimonónico, sin que esto suene en absoluto peyorativo, pues ya conocemos la afición de grandes hombres de las letras, como don Mario Vargas Llosa, al género. Tal vez por eso acogiera la novela de María Dueñas con entusiasmo. Y asimismo le gustaría esta porque está escrita con el olfato y el oficio de quien tiene ya cinco novelas a sus espaldas y sabe crear ambientes. La gran baza de este libro. Pues pese a su extensión de más de 750 páginas, nos encontramos ante una novela intrépida que engancha, qué duda cabe. Muy bien dirigida hacia ese lector-tipo al que complacen tanto las editoriales: Mujer de 30 a 50 años, que compagina trabajo con faenas del hogar y que necesita evadirse huyendo a lugares exóticos. Y en este caso, Carmen Santos nos conducirá con bastante organización y documentación previa, mucho orden y criterio, a través de una trama que va de 1858 a 1878, veinte años que veremos correr atrapados por la simpar Valentina en un soplo, casi sin notarlos. De hecho, el libro incluye referencias superfluas y prescindibles que nos permiten seguir la Guerra de Secesión Norteamericana (1861-1865), sin que esta información modifique ni condicione el desarrollo de la acción, por eso insisto en que esta novela, aunque se desarrolle en el pasado, es de lance y de romance muy bien narrado. Al final, es verdad que la Historia dejará caer su peso, pero sólo para librar a la protagonista de una bondadosa admiración labrada a lo largo de la novela. Por eso la Historia está supeditada a la trama, y no al contrario. Igualmente echo en falta una mayor ambición artística en el estilo, esa que permita a la autora conseguir lectores más curtidos y refractarios a los “cutis inmaculados”, a las “piernas torneadas” y a las “mariposas en el estómago”, lugares comunes poco compatibles, a mi modesto entender, con la creación de personajes psicológicamente complejos.
Por lo demás, aquí encontraremos el paisaje, la arquitectura, el ambiente social y el calor de Cuba sin dudarlo, como un amable y entretenido paseo con sombrilla. Por eso muchos agradecerán emprender este trayecto.

lunes, enero 20, 2014

Entresuelo, Daniel Gascón

Mondadori, Barcelona, 2013. 108 pp. 15,90 €

Fernando Sanmartín

El pasado es, para algunos, un sótano al que no merece la pena regresar. Para otros, por contra, el pasado da sentido, define, nos cita con la verdad y la escritura, desde el vocabulario de los recuerdos, teje lo que fue sucediendo. Esto último le ocurre a Daniel Gascón (Zaragoza, 1981), que a través de los retratos de su familia nos muestra su propio autorretrato, una identidad y el dibujo de lo emotivo.
Entresuelo es un libro arriesgado, una novela llena de imágenes y afectos, con la escritura pisando las playas del humor para empujarnos a la risa. Libro donde el abuelo del autor, Leoncio Gascón, es el gran protagonista, un hombre que buscaba países con su nieto en una enciclopedia Larousse, que cantaba "Muñequita linda" y "Arenal de Sevilla y olé, Torre del Oro", que tomaba la comunión en casa, cuando ya no podía salir, de manos del cura Azofra («Yo le decía a mi abuelo que en realidad venía a darle la extremaunción»), que no disimulaba su perplejidad ante las propuestas de Daniel («Abuelo, ya sé lo que vamos a hacer esta tarde. Vamos a llamar a unas putas. Espero que tengas algo de dinero.») y que como respuesta lógica a todo eso, en tono bromista, le profetizaba: «Cuando me muera, te me apareceré».
Daniel Gascón ha publicado tres libros de relatos y es coguionista de la película Todas las canciones hablan de mí, de Jonás Trueba. Su trayecto literario se nota en el ritmo y en las conversaciones que contienen estas páginas. Ha querido atrapar lo íntimo, algo que consigue, y el lector queda atrapado en el territorio de lo que no es intercambiable. Y es consciente de que lo sincero, aunque algunos opinen lo contrario, no nos debilita sino que nos hace menos vulnerables. Sinceridad, sí, pero también una desnudez enorme contienen los capítulos de esta novela donde la retórica ha sido desterrada. Sinceridad, sí, pero también biografía de un espacio, ese entresuelo situado en una calle zaragozana donde hubo sobremesas de Falcon Crest, Perico Delgado, Arantxa Sánchez Vicario y Pictionary. Sinceridad, sí, pero también un escenario real lleno de vida, pasiones y entusiasmos que confluyen.

viernes, enero 17, 2014

Esta noche arderá el cielo, Emilio Bueso

Salto de Página, Madrid, 2013. 272 pp. 17,10 €


Elia Barceló

Lo primero, confesar que me gustan las novelas de Emilio Bueso, así, en general. Lo vengo siguiendo desde la primera: Noche cerrada (2007), y me encanta ver cómo con cada paso que da se vuelve más salvaje, más irreverente, más pirotécnico, más potente.
Me gusta –y sé que no es necesariamente algo que deba gustarle a todo el mundo– esa curiosa mezcla de garrulería y ternura; esa alternancia de registros entre lo más vulgar y lo más literario, entendiendo literario por una elegancia de expresión que le hace crear imágenes y metáforas desacostumbradas y hacernos ver la realidad desde otros ojos, con una mirada que no es la nuestra pero que reconocemos como real, como una de las realidades posibles, en cuanto Bueso nos hace enfrentarnos con ella.
Con Esta noche arderá el cielo, Emilio Bueso no nos ofrece una novela postapocalíptica como está casi de moda últimamente, sino una novela apocalíptica, aquí y ahora, donde el desquiciamiento de nuestra sociedad está en pleno proceso y en la que, por muy exagerada que parezca en ocasiones, se transparenta la verdad de la locura en la que nos estamos metiendo y que acabará por destruirnos, si no nos destruyen antes las leyes naturales que gobiernan nuestra existencia y que parecemos haber olvidado en la hybris de creer que podemos dominarlas. La peripecia de la novela es fácil de resumir: un par de moteros pirados –Mac y Perla–, canadienses francófonos, que en el pasado fueron pareja y quizá vuelvan a serlo, están recorriendo la Tras-taiga, una de las carreteras más desoladas del planeta, por el puro placer de hacer kilómetros y de dejar atrás todo lo que ha sido su vida hasta el momento. La mala suerte hace que lleguen al final de la nada justo cuando va a haber una entrega de mercancía ilegal extremadamente peligrosa, y se vean envueltos en un desastre de proporciones épicas que recuerda a un western de los más chungos y a la vez a una novela de Wells que no voy a nombrar para no dar pistas que puedan estropear el placer del descubrimiento.
Es una novela donde hay fracaso vital –mucho–, rock and roll del cutre, motos gordas, talleres de mecánico, alcohol y pastillas, ataques de pánico, hijos de puta –muchos–, falta de perspectivas, futuro cero.
Pero sobre todo, Esta noche arderá el cielo es una novela violenta y sobre la violencia: La violencia de los humanos entre sí, de la naturaleza sobre los humanos y de los humanos sobre la naturaleza, de las madres sobre sus hijos, de las parejas, de la casualidad, de los animales contra los humanos, de los humanos contra los animales, del estado sobre el individuo, hasta del Sol sobre la Tierra. Es también una novela sobre monstruos de todo tipo, desde los que lo parecen nada más verlos hasta los que sólo demuestran que lo son cuando se les conoce un poco, cuando empiezan a actuar frente a nosotros y nos damos cuenta de su malignidad, o de su falta de empatía, o de la brutal ignorancia que los hace más peligrosos todavía. Y es una novela sobre el miedo, sobre todo tipo de miedos, desde los más antiguos, los que arden a fuego lento en nuestro cerebro de reptil hasta los miedos sociales que acabamos de inventar y aún arden a llamaradas, destrozándonos la vida emocional y dejándonos solos frente al vacío de la existencia.
Los personajes son, más incluso que marginales, gente al borde. Al borde de todo: del colapso psíquico, de la desesperación, del sinsentido, de la huída definitiva. Es difícil identificarse del todo con ellos y precisamente por eso uno va leyendo, asombrado (pero convencido) de que pueda haber gente así, y de que pueda haber lugares como ese páramo dejado de la mano de Dios, atravesado por una carretera de 666 kilómetros que no lleva a ninguna parte. Eso no es nuevo en Emilio Bueso; los protagonistas de Diástole son de la misma filiación. Sólo que aquí el elemento fantástico ha dejado paso a un elemento extrapolativo similar al que conocemos de Cenital y eso lo hace más cercano, más preocupante, porque tenemos la sensación de que todo esto que leemos aquí puede estar pasando en este mismo momento en uno de esos lugares que no salen en Google Earth, y muy pronto empezará a afectarnos, aunque cerremos los ojos y no queramos verlo.
Porque antes o después no vamos a tener más remedio que verlo: a la luz del día o de la aurora boreal o de las fogatas en plena noche o de las explosiones que matan o de los fuegos artificiales.
El motivo de los fuegos artificiales recorre las páginas de esta novela, las escenas de esta historia desquiciada, en las que la pólvora y todo lo que es capaz de explotar brilla y estalla frente a nuestros ojos de lector, desde las violentas auroras boreales que iluminan las noches de la taiga hasta las armas de fuego más convencionales, pasando por los fuegos de artificio que animan las fiestas y simbolizan también, en ocasiones, el clímax, el paraíso particular, los Private Fireworks del taller de Mac, su pequeño éxito como cantante, pero también el fracaso, la futilidad, su vida vacía y solitaria. Estamos hablando de una novela potente, brutal, narrada en presente convivencial, como si todo estuviera sucediendo en este mismo momento delante de nosotros, en tiempo real, pero con un narrador que sabe muy bien lo que está pasando y, cuando le conviene, como buen manipulador, nos permite ver en el interior de los personajes, en su pasado e incluso en su futuro, mientras que otras veces nos deja a oscuras a propósito; un narrador que siente cierta ternura por sus personajes, sobre todo por Mac, pero eso no significa que vaya a arreglar la situación para que le salgan bien las cosas.
Ahora que Stephen King se está volviendo políticamente correcto y cada vez más suave, parece que Emilio ha recogido el cartucho de dinamita con la mecha prendida y ha decidido usarlo para hacer explotar el mundo, condensado en un par de personajes desquiciados por la falta de sentido de la sociedad en la que les ha tocado vivir y sin demasiado futuro por delante.
Hay muchas cosas originales y destacables en la novela que, sin embargo, no puedo destacar para no pisar ciertas sorpresas al lector. ¡Qué lástima! Me habría gustado hablar de guiños, de influencias, de detalles que establecen la deliciosa complicidad con el lector habitual de cierto tipo de géneros. No puedo hacerlo porque una reseña no debería destripar una novela. Lo que sí puedo hacer es aconsejarla.
Por eso creo que lo mejor es que se la compren y se dejen llevar por la cabalgada enloquecida hacia el fin del mundo que nos propone Emilio Bueso en Esta noche arderá el cielo. Termino con una advertencia: no es una novela simpática para regalar por Navidad, pero tampoco tenemos ya cuatro años y creemos en los Reyes Magos, de modo que ahora que se acerca el momento de tener un paquetito para la familia y los amigos, a mí me parece un excelente regalo (siempre que los regalados tengan, eso sí, buen estómago, buenos nervios, y un cierto amor por la violencia literaria y por las visiones apocalípticas).

jueves, enero 16, 2014

La habitación al fondo de la casa, Jorge Galán

Valparaíso Ediciones, Granada, 2013. 216 pp. 16,00 €

Sara Roma

Marta Tita es una mujer con tres hijos, un esposo muerto, un terreno para cultivo, muy pocas fuerzas tras el parto del tercer niño y ningún deseo de volver al rancho de sus padres de donde había salido cuando tenía dieciséis años de la mano de un anciano de 95 años que sería su esposo. A pesar de su inexperiencia y su soledad, la crianza de sus tres hijos fue bien hasta que el mayor cumplió los seis años y le empezaron a doler la cabeza y los ojos. Su hijo Pedro Luis moría el 22 de mayo, el mismo día que cumplía los seis; al año siguiente, lo haría su hija. Por eso, justo antes de que el pequeño Vicente cumpliese la fatídica edad, Marta Tita pensó en bajar al cerro para pedir ayuda, ya que estaba convencida de que su vientre y sus hijos estaban malditos por culpa del hombre anciano al que amó.
Así fue como Vicente se crió en el convento de monjas al que su madre acudió. Creció sano y feliz hasta que un día decidió emprender su propio camino y nunca volvió a ver a su madre, de cuya muerte se enteró por un telegrama que tiró al mar al terminar de leer. A partir de entonces, se volvió callado y taciturno y tomó la costumbre de dar largos paseos, hasta que un día de 1951 tuvo un sueño muy extraño y supo que era el momento de regresar a donde todo había empezado…
Este es el arranque de la novela del laureado poeta salvadoreño Jorge Galán (1973) con la que ha conseguido enamorar a escritores como Benjamín Prado y Almudena Grandes, quienes se han rendido a la irresistible capacidad de seducción de esta historia que se presenta a través de los recuerdos de Magdalena, una anciana en el declive de su vida, que cuenta a su nieto la historia de una saga familiar que se inicia con el nacimiento mítico de su abuelo, un hombre que había caminado miles de kilómetros y continúa con Marta Tita, su esposa, sus tres hijos, su abuela Magdalena y la mágica Prudencia que aparece con el viento frío del norte… y que finalizará con él, último superviviente de esta estirpe. Será en la habitación al fondo de la casa donde descubra la estampa de familia que se apagará cuando nada haya en el porvenir.
La habitación al fondo de la casa (Valparaíso Ediciones, 2013) es una caricia para los sentidos. Su lectura, intensa y envolvente a cada página, es un ejemplo de exquisito estilo y corrección léxica. A caballo entre el más puro realismo mágico y los cuentos de fantasmas, Jorge Galán relata una historia evocadora, sugerente e imaginativa donde los sueños, la ficción y la realidad construyen un universo en el que todo es posible.

miércoles, enero 15, 2014

Almirante en Tierra Firme, José Vicente Pascual

Áltera 2005, Barcelona, 2013. 258 pp. 17,50 €

Ángeles Prieto Barba

Si nos acordamos del Capitán de mar y guerra de Patrick O'Brian, con ese apuesto pero inventado Jack Aubrey, interpretado en la película de Peter Weir por el guapísimo Russell Crowe, no podemos menos que contrastarlo con este Almirante en Tierra Firme: don Blas de Lezo y Olavarrieta, el más brillante y capaz estratega de la historia de la Armada Española. Con la particularidad de que este “mediohombre”, tras cumplir con su deber de militar, ya no era hermoso. Mucho antes había dejado ojo, brazo y pierna por su patria. Por lo que también concluimos que la Rule Britannia y sus ciudadanos otorgan honores y reconocimientos a sus héroes.
Tanto, que hasta llegaron a acuñar en 1741 una medalla conmemorativa donde Blas de Lezo aparecía arrodillado (imposible, cojo como estaba) e implorante ante Edward Vernon, haciendo el ridículo por completo porque el almirante británico, con su impresionante flota de 186 naves y 28.000 hombres, recibió la del pulpo en resumidas cuentas, teniendo que volverse sin poder tomar Cartagena de Indias, defendida por 3.600 hombres y solo 6 navíos. Hay diferencia. Después de esto, a Blas de Lezo tuvieron que rehabilitarlo porque el virrey Eslava incluso llegó a pedir su ajusticiamiento por incompetencia, mientras que Vernon aún sigue enterrado en la abadía de Westminster. Así somos y esta es la historia verdadera. Vayamos a la novela de José Vicente.
En primer lugar, es preciso destacar su claro enfoque didáctico, porque relatarnos el asedio a Cartagena de Indias, episodio crucial de la llamada “Guerra del Asiento” o “Guerra de la oreja de Jenkins” (1739-1748), respectivamente, no es fácil. Debemos tener en cuenta que no se resolvió en una única batalla naval, sino en tres ataques sucesivos en tierra que fueron rechazados con notable valor. Es por ello que el autor se sirve de un personaje sencillo para relatarnos de manera clara todos estos episodios, en flashback: Miguel Santillana, un criado que surge de la propia calle, simpático, parlachín, espabilado y contrabandista, que aprovechará su servicio a Lezo para rehabilitarse y también, para comparecer como testigo en su causa veinte años después, donde relatará todas las hazañas. Una estratagema narrativa que resulta eficaz en su desarrollo, ante todo porque surge de un novelista no solo bien documentado, también muy curtido tras dos grandes premios y una veintena de novelas publicadas con éxito, históricas principalmente.
En segundo lugar, disfrutaremos también de un lenguaje muy cuidado, pero rico y ameno, sugerente y evocador. En la antítesis total de quiénes pretenden pasar de la televisión o las revistas del corazón a la literatura en raudo tránsito mágico, y a los que descubrimos por el empleo abusivo de diálogos cortos e inanes y por la constante presencia de tópicos y lugares comunes en sus redacciones. En este sentido tanto b, como su voz narradora o alter ego, Miguel Santillana, se contagian sin dudarlo del pundonor de Blas de Lezo para llevar a cabo ambos esta novela, su trabajo bien hecho. Pues al fin y al cabo en ese, y en ningún otro propósito, se encuentra la forja de los héroes. Concedámosle pues una lectura atenta y respetuosa, emocionante. Nuestro mejor Almirante, el de Tierra Firme, lo merece.

martes, enero 14, 2014

La chica de Nueva Inglaterra, Sherwood Anderson

Trad. Jacques Simon. Nórdica Libros, Madrid, 2013. 225 pp. 18 €

Pedro M. Domene

Sherwood Anderson fue —en palabras de William Faulkner— el padre de toda una generación de escritores a la que pertenezco. Calificado como el escritor de la simplicidad y de la sinceridad, ambas características definen la vida y la literatura de este singular exponente de principios del siglo XX, admirado por la denominada “generación perdida”, cuya visión intimista de la vida le proporcionó la estupenda acogida del público lector durante décadas, sin olvidar que Anderson ofrece, además, un efecto innovador en sus relatos que abre la posibilidad de un modernismo en la América más tradicional y conservadora. Mientras en Europa sufría ese proceso natural de cambio tras las vanguardias, y se encaminaba a trabajar en conceptos de percepción y de lenguaje, América hundida en una profunda crisis tan solo veía un proceso de transformación en una sociedad que se alejaba de los presupuestos calvinistas más rurales y sus críticas se orientaban hacia actitudes psicológicas como ocurre en la novela, Main Street (1920), de Sinclair Lewis o Winesburg, Ohio (1919), del propio Anderson.
Literariamente hablando, los 20 fueron de un conservadurismo atroz, aunque la industrialización y comercialización creciente propiciaría un desarrollo considerable de la cultura y de las letras. La “Era del Jazz” considerada una isla del hedonismo y del materialismo tan incontenido como incontrolado que desembocaría en el Crack de 1929, y cuanto supuso en Norteamérica entre los aspectos morales y económicos que más tarde plasmarían en sus obras escritores de distintas generaciones.
Sherwood Anderson (Camden, Ohio, 1876 - Colón, Panamá, 1941) forma parte de la tradición emersoniana y whitmaniana, las leyendas del Medio Oeste, las tradiciones patrióticas, o las lecturas de Melville y Borrow y por edad y adscripción literaria pertenece a la llama “escuela de Chicago” o “Renacimiento de Chicago” que incluye a Theodore Dreiser, Edgar Lee Masters, Carl Sanburg, Sinclair Lewis y Ernest Hemingway. Los primeros pasos literarios de Anderson se centran en una amplia mirada sobre el naturalismo del XIX y más adelante en el modernismo del XX, modelos culturales que contribuyeron a un sentido determinista de la economía, que en América supuso un crecimiento industrial y financiero, y por otra parte el desarrollo de pensamientos filosóficos que provocarían una concienciación de clase que denunciaría la explotación del sistema y la deshumanización de las relaciones humanas que pronto provocaron una reacción en autores como J. T. Farell, Upton Sinclair y John Steinbeck y con su literatura denunciaron la corrupción política y el cinismo financiero.
Un austero y escalofriante viaje por la soledad nos hace partícipes de los problemas cotidianos a que se enfrentan los personajes de Anderson, vistos desde un prisma o punto de vista interior, y en sus cuentos el paisaje rural de fondo conforma esa identificación con el mundo exterior, la fuerza de la naturaleza que en sus cuentos se convierte en una cualidad del pensamiento para salir del alienación a que se ven abocadas sus vidas. Los trece relatos que componen, La chica de Nueva Inglaterra (2013), en su mayor parte inéditos en castellano y extraídos de la obra El triunfo del huevo (1921), nos muestran lo mejor de Anderson, un haz de sentimientos complejos, conformados con un estilo sencillo y frente a un conformismo social de época. Sus historias se pueblan de ternura por los personajes que se asoman a sus páginas, que en cierta manera parecen inmersos en la violencia de la industrialización americana, y se convierten en almas desconcertadas que deambulan por este mundo de una manera fugaz e imprevisible. Muestra, en la mayoría de sus cuentos, una visión compasiva de la humanidad y siente especial interés por las clases más desfavorecidas: mujeres, niños, ancianos, minorías y, sobre todo los negros. Aunque muchos de ellos aparecen como seres anodinos, tan conformistas como obsesivos, y en la mayoría de estos relatos dan voz a rostros deseosos de que alguien cuente algo sobre sus intrascendentes vidas. Ellos se convierten en los antihéroes de una existencia que se muestran con total crudeza, sin paliativos y a la vez conmovedora. Actúan libremente, ajenos al autor, y en muchas ocasiones las historias no terminan felizmente. Dominan sus textos las elipsis, posee un extraordinario oído para captar los ritmos y los susurros que proporcionan las características de un lenguaje expreso de variados registros que subrayan la ingenuidad de los conflictos que abordan los personajes y, además, de una manera sana y vital como debe entenderse en un buen relato. Destacar, en este volumen, un puñado de pequeñas obras maestras: “Quiero saber por qué”, “La otra mujer”, “El huevo”, o “La chica de Nueva Inglaterra”, que da título al conjunto, porque en todos ellos los narradores protagonistas se sinceran, y afirman tanto lo que dicen, como lo que ocultan. Se exponen ante el lector con una ingenuidad conmovedora, y se anteponen delante sus historias aunque no sepan exactamente qué es lo que revelan con ellas.

lunes, enero 13, 2014

El último que apague la luz: Sobre la extinción del periodismo, Lluís Bassets

Taurus, Madrid, 2013. 214 pp. 19 €

María José Montesinos

Lluís Bassets ha escrito este libro que subtitula Sobre la extinción del periodismo. El veterano reportero de El País, diario del que ha sido director adjunto, aclara luego que lo que se acaba no es el periodismo en sí, sino la prensa escrita, "el papel" como ahora llamamos a los diarios para diferenciarlos de las ediciones digitales. Bassets es un periodista reconocido y de larguísimo recorrido. Que quiera ofrecernos su visión sobre la actual crisis del periodismo es siempre motivo de interés. Bassets hace referencia al ocaso que el periodismo que habíamos conocido hasta ahora vive en muchos países, pero centrando especialmente su atención en el devenir de la prensa española desde la segunda mitad del siglo XX hasta nuestros días.
Resulta un acierto la introducción histórica que hace de cómo se fue originando en España el periodismo moderno. También su papel para ampliar la visión de la pacata sociedad española de la época, a la que la dictadura franquista hurtaba toda posibilidad de desarrollar un espíritu crítico y participativo con su época. La aportación singular e imprescindible que realizó a la transición política (aunque ahora se critique a esta época), un papel que hizo que los periodistas fueran figuras admiradas y respetadas por la sociedad, que lograran un afecto tan apartado de su negativa valoración actual.
Bassets explica con mucha honradez, y el no ser el primero que lo hace no le quita valor, todas las cosas que hemos hecho mal el periodismo y los periodistas. Probablemente la peor ha sido la de dejar de hacer la que debe ser nuestra función siempre: cuestionar el poder, poner constantemente en un brete a todos los poderes y a los poderosos. La crisis económica castiga a todos los sectores, pero en el caso de la prensa se vaticina su aniquilación. Las redacciones se reducen a la mínima expresión, se ofrecen puestos de trabajo que remuneran a 50 céntimos la noticia, que en realidad no son noticias, sino agregaciones de informaciones desde otros medios. También muchas veces, el mayor volumen de trabajo son también acumulaciones de información cocinada maravillosamente por los gabinetes de prensa, que el periodista no tiene el tiempo ni las órdenes de contrastar. Lo mismo cabe decir de las notas de los gobiernos locales, regionales o nacionales. Lo que se llamó el “faxismo”, por copiar lo que venía en los fax, ha sido superado por la tecnología, ya no hay faxes en las redacciones, pero no el problema: seguir la agenda informativa que nos proponen las administraciones y poderes públicos.
Así no se conquista la admiración social que Bassets relata que consiguió el periodismo de la transición. Por otra parte, cabe preguntarse si la sociedad realmente pide esa información. Si a la sociedad le importa estar informada. Bassets habla de Wikileaks, y son muy importantes sus explicaciones siendo El País uno de los periódicos que formó el pool que ofreció esa información y lo es más viendo todo lo que le acaba echando en cara a Assange. Pero siendo un episodio de relevancia histórica la filtración de los cables de la seguridad americana, ¿hizo Wikileaks subir las ventas, sustancialmente, de alguno de los periódicos que publicó los cables? Y si subieron en algún caso, ¿se han mantenido esos lectores después? ¿Esas revelaciones suscitaron más pasión en los ciudadanos que el resultado de un mundial de futbol?
De todos modos, quiero creer que, aunque probablemente Bassets acierta muy bien en los síntomas del mal y en sus causas, puede que su diagnóstico sobre la evolución de la enfermedad no sea correcto. Está por ver que el papel muera, aunque está claro que no tendrá el poder de antes y que el sector se va a redimensionar.
La compra del Washington Post por Jeff Bezos va a ser sin duda un buen punto para fijar nuestra atención y ver por donde puede ir el futuro, aunque quizá no sea más que algo anecdótico. Más interesante me parece el ver que medios que nacieron y se hicieron un nombre y una audiencia en digital, publican números en papel. Quizás acabemos teniendo papel de viernes a domingo y leamos en la tablet, apresuradamente, solo para estar enterados de los fundamental, entre semana. Ya hay diarios que salen muy ligeros de páginas de lunes a jueves y triplican el volumen de información los fines de semana, con suplementos especiales. O quizá el papel sea para la información más local. Esta sucediendo ya en Estados Unidos y, en España muchos periodistas están saliendo adelante (aunque también hay fracasos) como autónomos o con unos pocos socios, con publicaciones centradas en una comarca rural, en una localidad o incluso en un barrio.
El modelo está cambiando y el futuro, como no podía ser de otro modo, está por hacerse. Y esperemos que resulte apasionante.
Lean en todo caso, el libro de Bassets, hay muchas lecciones en él.

viernes, enero 10, 2014

Tres libros de cuentos ganan los VII Premios Tormenta


Premio Tormenta al mejor libro de autor español
Eloy Tizón por Técnicas de Iluminación

* * *

Premio Tormenta al mejor libro de autor extranjero
Mircea Cartarescu por Nostalgia

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Premio Tormenta al mejor autor revelación
Juan Gómez Bárcena por Los que duermen

Haz click sobre el título del libro para leer la reseña del mismo


Tres editores 
acerca de sus autores


Querer editar a Eloy Tizón era deseable. Editar a Eloy Tizón es, además, deslumbrante. Ahora lo sé. Como su libro. Como Técnicas de iluminación. El libro se puso a la venta el dos de octubre y escribo este texto para que sea leído el diez de enero. Cien días exactos. Cien días dan para una inmensidad de mensajes y un sinfín de kilómetros, muchos lectores y lecturas y muchas entrevistas y reseñas, algunos viajes y algunas ciudades. Sin embargo los libros, no siempre, pero sí los más anhelados, traen para los editores otros espacios y otros tiempos que no son mensurables. Los diez cuentos bajo el brazo de Eloy han acabado de forjar y remachar una amistad. Una conversación. Una complicidad. Un camino. Técnicas de iluminación es un libro que va a conmover, ilusionar y enamorar a sus lectores. Editar a Eloy Tizón y cien días es crecer como editor. Es una luz para Páginas de Espuma.

Juan Casamayor
(Páginas de Espuma)



En un catálogo como el de Impedimenta, en el que hay autores de enorme peso (Stanislaw Lem, Penelope Fitzgerald, T. C. Boyle, Iris Murdoch, Natsume Soseki o Georges Perec), Mircea Cartarescu es un punto y aparte. Autor de altura europea (adorado en países como Suecia o Alemania, y de culto en Francia), se trata, sin lugar a dudas, del autor de referencia de la literatura rumana moderna. Una tradición que cuenta con monstruos de la talla de Mircea Eliade, Emil Cioran o Eugène Ionesco, y que nunca, por ejemplo, ha sido reconocida con un Premio Nobel, galardón para el que Cartarescu suena cada año en las quinielas. Cartarescu, que siempre se ha considerado antes que nada un poeta, es un autor que, como pocos, moderniza la literatura de su país, y la europea, a cada libro. La fuerza de sus obras más personales, como Lulu o Nostalgia, ambas publicadas por Impedimenta, es descomunal. Su capacidad de penetrar en nuestros demonios, en lo más oculto de nuestro pasado insertándonos en un espacio y un tiempo iniciáticos (el Bucarest suburbial y destrozado de los años setenta y ochenta, que revisa a cada libro sacándole punta y convirtiéndolo en una especie de microcosmos de nuestros deseos más secretos, pero también más inocentes) lo hacen merecedor de un lugar en la biblioteca de cualquiera al que le guste leer. Sus libros tienen sabor a Borges, a Cortázar, a Swift, a Lem. Cartarescu ha declarado alguna vez que a los catorce años lo había leído todo. A punto estuvo de volverse esquizofrénico. No hacía más que leer y escribir, su mundo es la literatura. Impedimenta comenzó a recuperar sus mejores obras con El Ruletista hace ya cuatro años, proyecto que cristalizó en Nostalgia dos años después (declaré entonces que era el mejor libro que se ha publicado nunca en ninguna editorial en la que yo haya trabajado, y lo mantengo), y entremedio vino Lulu, que se puede leer como epílogo de Nostalgia, y un libro que casi mata a su autor. Con Las Bellas Extranjeras, publicado en octubre del año pasado, cerramos un círculo. Pero Impedimenta publicará un libro de Cartarescu al año, empezando el próximo otoño por Levante (un proceloso poema en prosa que recorre toda la literatura rumana en clave de comedia y de farsa), en 2015 por su poesía, que acabamos de contratar, y culminando en 2017-2019 con la recuperación de su obra magna, Orbitor, una trilogía vastísima que incide en los temas de la infancia y la memoria, y que se organiza como una mariposa: Ala derecha, Cuerpo y Ala izquierda. Podemos decir, en suma, sin temor a equivocarnos, que Cartarescu es el buque insignia de Impedimenta y nuestro proyecto más personal.
Enrique Redel
(Impedimenta)


Me alegro (especialmente) de que este libro nos siga dando buenas noticias más de un año después de su publicación. En primer lugar, se trata de un libro extraordinario (Los que duermen es una sólida apuesta por la revisitación y renovación de esa clase de fantástico que sabe a Borges, a Kafka, a Lem…); y en segundo lugar porque es un título que reúne, casi a modo de resumen, todas las señas de identidad que siempre han estado asociadas a la editorial y que desearía mantener: narrativa, en este caso relatos, de un autor nacional joven, asentado en una tradición determinada que conoce bien pero desde la cual se buscan nuevas direcciones, que se aproxima al género con la misma falta de complejos que hacia elementos o tradiciones más «prestigiadas». 

Pablo Mazo
(Salto de Página)


jueves, enero 09, 2014

VII Premios Tormenta: finalistas al Mejor libro del año publicado por autor español


Daniela Astor y la caja negra
Marta Sanz
Anagrama, 2013

Esta novela es una mirada crítica y retrospectiva de la Transición española a través de los ojos de una niña de doce años y de un falso documental proyectado por ella misma treinta y ocho años después, que se va intercalando en el hilo argumental. El eje en torno al que la narración avanza y da pie al retrato de la sociedad de aquel tiempo, consiste en contar sin sordidez y truculencia el desenlace dramático de la madre de la protagonista, al someterse a un aborto terapéutico, por aquel entonces ilegal.

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Librerías
Jorge Carrión
Anagrama, 2013

La trayectoria ensayística de Jorge Carrión ha venido marcada tanto por el propio interés de sus temas como por la mirada personal sobre ellos. Es decir, el amor y la poeticidad con la que afronta sus experiencias se funden con el acercamiento a cuestiones que interesan especialmente a ciertos sectores, como los viajes o las teleseries. En mi opinión, en estos ensayos no solo sabe acertar con la retórica lírica. Además lo hace con una lucidez poco común para analizar las características más relevantes de lo que observa. Sin embargo, el interés –como en cualquier otro ensayo− depende en gran medida de los intereses del lector.

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Técnicas de iluminación
Eloy Tizón
Páginas de Espuma, 2013

Siete años esperando un libro son muchos años. Ese es el tiempo que ha pasado desde que Eloy Tizón publicó su último libro. Todo ese tiempo han estado esperando sus devotos lectores, muchos de los cuales lo son desde que leyeron Velocidad de los jardines (1992) que se ha convertido en todo un clásico, en un libro de referencia para los amantes del género. Y tras tan larga espera, como es de suponer, las expectativas creadas por la aparición de sus Técnicas de iluminación era muchas.

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En la orilla
Rafael Chirbes
Anagrama, 2013

En unos tiempos como los que corren cabe esperar una cierta proliferación de obras de marcado carácter social que sirvan tanto a modo de radiografía de lo que nos está ocurriendo a nivel colectivo, como para canalizar las carencias y frustraciones del individuo de a pie, al que como siempre le toca pagar los platos rotos causados por los excesos de quienes ostentan el poder. Algo que cobra todavía más sentido en una literatura con una tendencia realista tan marcada históricamente como la española. Quienes antaño plasmaban las profundas heridas dejadas por el cisma fratricida de la Guerra Civil, las penurias económicas y alimenticias de la década posterior o la desolación de los entornos rurales a medida que su población emigraba a la gran ciudad, hoy podrían hacer lo propio con la crisis de los mercados, la degradación de la democracia y el estado de bienestar, o las burbujas financieras (con la inmobiliaria a la cabeza) que han sumido a buena parte de la población en el umbral de la pobreza. El problema de estas obras es, ahora igual que antaño, la credibilidad conseguida por el autor.

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miércoles, enero 08, 2014

VII Premios Tormenta: finalistas al Mejor libro del año publicado por autor extranjero


Canadá
Richard Ford
Anagrama, 2013

Ojo, atentos, que ha llegado el sheriff. Desde que le colocaron la estrella en el pecho, nadie se ha atrevido a quitársela. Richard Ford es uno de los sheriff de la narrativa actual, tal vez sea el gran sheriff, el jefe, y por eso, cada cierto tiempo, para sus fieles siempre más tiempo del que hubiéramos deseado, cuando contempla que la cosa se desmanda, que comienzan las turbulencias y los agoreros alzan la voz, pega un puñetazo sobre la mesa y exhibe su fortaleza. En cada nueva entrega de Ford, tras cada línea, yo creo escuchar: Leed, esto es una novela, así se escribe una novela.

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Nostalgia
Mircea Cartarescu
Impedimenta, 2012

En 1993, un poeta rumano consagrado Mircea Cartarescu, de treinta y siete años publicó en un solo volumen tres relatos (“El ruletista”, “El Mendébil” y “El arquitecto”) y un par de novelas cortas (Los gemelos y REM) que habrían de colocarlo en la cumbre literaria de su país. Aquel libro, Nostalgia, es un crisol que recupera el paraíso perdido de la infancia y la época de crisis de la adolescencia. Pero que nadie busque aquí un relato edulcorado de la edad temprana. Cartarescu se encuentra más cerca de Tim Burton que de Disney. En sus páginas arden pesadillas y sueños, vaticinios y leyendas de la mejor estirpe romántica. Cada cuerda contribuye a la interpretación de una melodía enigmática, de una partitura que nos abre las puertas al fondo de nosotros mismos: a los primeros besos, a la indefinición erótica o a la búsqueda de la identidad.

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Personas como yo
John Irwing
Tusquets, 2013

No se puede hablar de literatura contemporánea sin conocer a John Irving, y no se puede entender a John Irving sin haber digerido Personas como yo (Tusquets 2013). La decimocuarta novela del escritor norteamericano da luz a la bisexualidad con la sabiduría de alguien que es partícipe de todos los secretos de la narrativa después de décadas trampeándola, discutiendo con ella y conciliándose diariamente. Escrita con valentía y seguridad, En una sola persona esquiva el morbo fácil y aborda la intolerancia de las prácticas homosexuales y heterosexuales simultáneas. Y lo hace con una normalidad que, paradójicamente, la impulsa por encima del resto de obras de temática similar.

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