jueves, julio 31, 2014

La trabajadora, Elvira Navarro

Literatura Random House, Barcelona, 2014. 155 pp. 16,90 €

Ariadna G. García

Estamos cambiando de periodo histórico, económico y social. Occidente ha entrado en una nueva etapa. Europa vive una crisis sin parangón desde los años 30. El desempleo, el auge de los nacionalismos y precariedad actuales parecen invocados como demonios que no fueron bien exorcizados. Los escritores –algunos, al menos–, tienen puesto su punto de mira en las transformaciones que esta crisis está generando. De ahí, que regresen con fuerza la narrativa realista y la distópica, hermanadas por su espíritu crítico. La sociedad presente como materia novelable es el título del ensayo con que Galdós entró en la Real Academia de la Lengua. Hablaba, entonces, del nacimiento de la clase media («…que no tiene aún existencia positiva, es tan sólo informe aglomeración de individuos procedentes de las categorías superior e inferior, el producto, digámoslo así, de la descomposición de ambas familias: de la plebeya, que sube; de la aristocrática, que baja») y de la necesidad de que la literatura estudiase esta nueva forma de vida. El artículo data de 1897. Pues bien, hoy en día la sociedad realiza el camino a la inversa: asiste a la destrucción de la clase media y del sistema que la sostiene: el estado de derecho. De modo que los escritores, otra vez, deben (debemos) trasladar estos cambios a nuestras obras. Esta labor de testimonio, no exento de denuncia, la encontramos –entre otros– en: Rafael Chirbes (En la orilla), Fernando J. López (La inmortalidad del cangrejo) y Elvira Navarro.
La trabajadora se articula entorno a un relato literario insertado dentro de la novela que escribe, para superar sus traumas, la joven Elisa: escritora frustrada y correctora de estilo de un importante grupo editorial. Este juego, que dará lugar a reflexiones meta-literarias, es de los menos relevante del libro. De hecho, ese relato de ficción que escribe Elisa basándose en las experiencias de su compañera de piso (Susana), resulta demasiado rebuscado y artificial –fundamentalmente se centra en los peculiares encuentros eróticos de una mujer heterosexual con hombres y con mujeres (¿?), para acabar manteniendo una relación más o menos estable con un enano homosexual (¿?)–. Sin embargo, la segunda parte del libro realiza una acertada y lúcida cartografía del mapa moral, laboral y mental de los madrileños –y por extensión, de los españoles– de este siglo en que estamos.
Con una prosa pulcra, bella y cuidada, Elvira Navarro nos introduce en la mente de un personaje desgarrado por las circunstancias adversas y nos invita a recorrer el extrarradio de una capital que se va empobreciendo. Los escenarios físicos son proyección de los psicológicos y ambos nos retratan a una sociedad necesitada, enferma, desasistida y sin recursos para sobrevivir. No obstante, la delincuencia y los antidepresivos se alían, respectivamente, con las gentes desfavorecidas y con la propia Elisa. Siempre se abren hendiduras y pasadizos en las cámaras cerradas.
Elisa trabaja para el Grupo Editorial Término, a punto de entrar en un concurso de acreedores. Como diría Tomás de Iriarte, cobra: «o tarde o mal o nunca». Su precariedad le obliga a trasladarse a un humilde apartamento de Aluche. Las dificultades económicas la conducen a una depresión de la que se despeja caminando por los ensanches de la ciudad: San Ignacio de Loyola, Usera, Plaza Elíptica… En sus barojianos itinerarios descubre una nueva urbe, una ciudad okupada, que se extiende por la cárcel de Carabanchel y por los desangelados pisos de protección oficial.
Si Elisa es una licenciada sobrecualificada, con problemas personales y de subsistencia en un mercado laboral despiadado, Susana (su compañera de apartamento) presenta un cuadro clínico y profesional análogo. Es su espejo en diez años. De ahí que se obsesione con ella. ¿O es al revés? La escritura del texto en primera persona, por parte de Elisa, confiere muy poca credibilidad a cuanta información transmite la narradora, que, recordemos, escribe bajo el influjo de estupefacientes (aquellos recetados por su experto psiquiatra).
La trabajadora es una arriesgada novela de introspección que refleja las inseguridades y la falta de certezas de una clase media vapuleada por la crisis; encarnada en una joven sin ataduras familiares; en una licenciada-precaria como las hay miles. Una obra de mérito que conviene leer para reforzar la empatía y la solidaridad, ahora que aún hay tiempo de modificar las cosas.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Muy buena reseña. Felicidades.
SMC