martes, marzo 31, 2015

Malas palabras, Cristina Morales

Lumen, Barcelona, 2015. 190 pp. 16,90 €

Pedro M. Domene

Las biografías pueden convertirse en novelas, y eso le ocurre a esta curiosa propuesta, Malas palabras (2015), que viene de la mano de Cristina Morales (Granada, 1985), joven narradora que nos había sorprendido con La merienda de las niñas (2008), libro de relatos, y la novela Los combatientes (2013), que relata el proceso para crear un pequeño grupo de teatro en la Universidad de Granada, los ensayos para su primer montaje, más adelante la propia representación y, al mismo tiempo, se nos desvela la historia sentimental de la narradora.
Malas palabras es su segunda novela, y celebra con ella el quinto aniversario del nacimiento de Santa Teresa. Ofrece un fragmento en el que la Santa da cuenta del momento más importante de su vida: aquel en el que, mientras espera que prospere la fundación de su nuevo convento, se dedica a la escritura de los textos que compondrán El libro de la vida. Se trata de un curioso relato que muestra a una Teresa de Jesús madura que se aloja en el palacio de su buena amiga Luisa de la Cerda, en Toledo, a quien consuela por la pérdida de su esposo, y paralelamente, al hilo de sus dos prioridades, la novelista Morales imagina que la Santa redacta unas notas informales en las que pondría de manifiesto la vida llevada hasta el momento, así como sus pensamientos más íntimos, o da respuesta a una atormentada pregunta que se repite a sí misma, de forma insistente, ¿debo escribir que en mi juventud fui ruin y vanidosa y que por eso ahora Dios me premia? La narradora se dirige a su confesor, en primera persona, y también es consciente de que aquellos papeles nunca llegarán a su poder por el contenido comprometido de los mismos; en realidad, aquel puñado de páginas escritas se convierten en un auténtico desahogo de la monja que construye su relato de una forma dispersa, a medida que los recuerdos le vienen a la mente y recurre, a lo largo de sus páginas, a momentos de su infancia y juventud, a los juegos con hermanos y primos y la visión de una mujer que evoca a su madre, fallecida tras uno de sus múltiples partos. La narradora granadina ensaya, más que nada, un retrato más íntimo de la Santa que aparece como una mujer obstinada, astuta, valiente y no exenta de cierta jocosidad y divertida en ocasiones, aunque se siente constantemente vigilada por un mundo de hombres, cuya autoridad eclesiástica le aconseja ser prudente en sus actuaciones y en sus expresiones tanto personales como religiosas.
Cristina Morales reivindica en Malas palabras a una Teresa mujer, religiosa y escritora y sus posibles aciertos, sobre todo de haber gozado de libertad para escribir a su antojo, al tiempo que la joven narradora impone con su escritura ese inquieto desasosiego que inunda a la religiosa desde un punto de vista feminista actual aunque conserva, eso sí, conceptos históricos de la época de la Santa. Un “Prefacio” y un “Postfacio” justifican, de alguna manera, las reflexiones de la madura religiosa y de la narradora Morales, que deja constancia de los avatares e historia de la Vida, un libro calificado por la propia Teresa de Jesús como “mi alma” y “mis papeles”, y añade un original que nunca recuperó ni jamás vio publicado.

lunes, marzo 30, 2015

Regresiones, Vicente Muñoz Álvarez

Lupercalia, Alicante, 2015. 240 pp. 15,95 €

Miguel Baquero

Antes de comenzar con la reseña del nuevo libro de Vicente Muñoz Álvarez me gustaría contar una pequeña historia: dos amigos del colegio; uno de ellos, fascinado por la vida de lujo y escaparate, consigue, a fuerza de medrar, llegar a lo más alto de su bufete, o de su banco —no recuerdo bien—, pero lo bastante alto como para adquirir un Jaguar y un casoplón; mientras, el otro amigo parece haber quedado anclado en la vida de barrio y de amigotes. «Joder, amigo, qué cochazo, qué envidia», exclama el tipo digamos de barrio cuando ve el Jaguar del otro. «Me lo he currado», es la respuesta, algo jactanciosa, del abogado o el banquero, ya no recuerdo. Pasan los años, llega la crisis, el pinchazo de la burbuja, la ruina para muchos y entre ellos para el del Jaguar, quien, hundido y abandonado por todos, está tomando una tarde cervezas en un bar del viejo barrio cuando ve aparecer al colega, que le saluda y le dice que lleva prisa, porque dentro de un rato ha quedado con tal. Y luego con cual, un viejo amigo de ambos. Y luego va a ver a otro conocido. Y luego… Vale que en ningún sitio le ofrecerán Châteaux Lafite, sino cervezas de marca blanca, y no irá en un descapotable sino a pata, o en autobús, pero el del Jaguar —aunque ya no debería llamarle así, porque hace tiempo que lo vendió— exclama: «Cuántos amigos, tío, qué envidia me das», a lo que el viejo colega responde, con la ceja levantada: «Me lo he currado».
Esta historia, de cuyos dos capítulos a punto estuve de ser testigo presencial, se me viene la cabeza cuando llego a la última parte de Regresiones, titulada «Ojo de pez», donde una serie de amigos del autor, con una pluma más que digna, escriben sobre el modo en que conocieron a VMA y sus correrías juntos por León, en los años —del 66 acá— que se describen en esta obra. Que no es una novela, hay que advertir, sino algo así como un libro de memorias, o mejor, la crónica de una formación sentimental. En Regresiones, el autor nos habla de cómo —siempre contra el fondo de León, su ciudad natal— fue poco a poco despertando a la vida y a las sensaciones, nos describe esos pequeños detalles —una serie de televisión, una tarde en el río, una casa abandonada…— que, siendo «chinorri», le dejaron marcado, y que la gente de su generación no podemos por menos que identificar en numerosas ocasiones. Pasa el tiempo, llegan los 80 y asistimos a —muchos, recordamos— aquellos días juveniles en que todo parecía estar explotando alrededor, las sensaciones, los impactos, las modas, las aventuras se acumulaban. Lambrettas, chapas en la solapa, publicaciones underground… Son los días en que VMA formó una banda de rock, sin más aspiraciones —que entonces eran legítimas— que pasarlo bien y cuando comenzó a devorar libros y autores, a decantar sus gustos literarios, y en cierto momento llegó a la conclusión de que aquello iba a ser su vida en adelante….
Hay, más o menos hacia ese punto, una cisura en el libro. Comienza el capítulo titulado «Días extraños». Aquel alocamiento de los 80 y los 90 ha concluido y el autor sale de esa época decidido, sin remedio, a emprender «una apuesta suicida por la literatura». Desde este momento —pongamos 3/4 partes del libro— dejan de narrarse circunstancias personales —o se narran más veladas— y el interés pasa hacia un autor que está ya caminando por la vida en busca de una expresión distinta, totalizadora, emotiva, de definir su autenticidad…
«.Soy un corazón de lluvia, y todo lo somatizo […] y eso, aviso a los navegantes, nadie me lo va a quitar… lo digo desde aquí y ahora para mis pocos (y fieles) lectores, pero lo hago público ya: para lo bueno y para lo malo me desangro, dejo mis vísceras y mi corazón en ello, y como vivo de otra cosa me permito las licencias que quiero y escribo siempre de lo que quiero… que pago por ello un alto precio, lo sé y asumo, pero siempre que leáis algo mío será pura sangre y libertad…»
Son palabras de un autor lanzado ya sin frenos en busca de lo genuino. Me consta que VMA ha tenido muchas oportunidades de desviarse de este empeño, de frenarse y venirse a un estado más cómodo y rentable literariamente, quizás al Jaguar de mi cuento del principio, pero tantas veces como le han surgido al paso tantas las ha orillado para seguir rodeado de sus viejos valores en su búsqueda de la expresión auténtica. Y de eso trata este libro: de cómo escribir bien… no, no enseña técnicas ni trucos ni da pistas sobre la manera de abordar a editores… trata de cómo escribir bien recurriendo a tu verdad. Cada uno tiene la suya, intransferible, y la de Vicente Muñoz Álvarez son estas Regresiones; un libro, en resumen, escrito por un autor —y este adjetivo que sigue sé que ha perdido fuerza en la maraña de calificativos a cual más tremendo que se lanzan en las campañas publicitarios, pero a mí me sigue pareciendo el mejor que se puede aplicar—: un autor admirable.

viernes, marzo 27, 2015

Tolkien y la Gran Guerra. El origen de la Tierra Media, John Garth

Trad. Eduardo Segura, Martín Simonson y Daniel Royo. Minotauro, Barcelona, 2014, 520 pp. 23,90 € (12,99 € libro electrónico)

Angeles Prieto Barba

En 1954 y 1955 se publicaron en Inglaterra los tres tomos de El señor de los anillos, obra que alcanzaría ventas excepcionales, pero también bastantes reseñas críticas, escritas con verdadera saña. Así, un grupo numeroso de críticos la calificó como “entretenimiento para niños” o “basura adolescente”, mientras que otros atacarían a la novela desde la perspectiva moral e ideológica, con acusaciones que iban desde su falta de compromiso social y político con los grandes problemas del siglo, calificándola de mera evasión burguesa, hasta tildarla incluso de “racista” (razas blancas en un bando y oscuras, bajo Sauron, en otro), “nazi” o “profascista” (por similitudes con el anillo de los Nibelungos). Pues bien, todas estas calificaciones extremistas, que hoy día nos hacen sonreír por su simpleza y limitada concepción de la literatura, no sólo resultaron ser falaces, sino que tampoco estaban exentas de segura villanía, cuando no de envidia. Y eso es precisamente lo que vamos a descubrir con este gran libro de John Garth, un estudio muy serio sobre la gestación de tierras, lenguaje y personajes de la Tierra Media, a la vez que un instrumento preciso para conocer quien fue John Ronald Reuel Tolkien.
Este ensayo constituye también un canto a la amistad. Pues describe y desarrolla el hermanamiento cálido y sincero de cuatro muchachos, muy distintos entre sí pero unidos por su intenso amor a la poesía, que conformarían el núcleo del T.C.B.S. (Tea Club and Barrovian Society) en el colegio King Edward de Birmingham, y que muy pronto se las tendrían que ver ante esa barbaridad absurda y evitable que conocemos como la Gran Guerra, o Primera Guerra Mundial. En concreto, la puntilla para ellos resultó ser la espantosa, larga y sangrienta batalla del Somme (julio a noviembre de 1916), auténtica máquina de picar carne de trincheras que se llevó por delante a un millón largo de jóvenes, entre ellos dos de los miembros principales del club. Sencillamente, el Horror. Tolkien sobrevivió a ella, sí, pero estuvo allí con los ojos bien abiertos para no olvidar nunca esa oscura tierra y tumba de barro que luego conoceríamos como Mordor. Perder allí a sus mejores amigos, sin tiempo ni tratamiento psicológico posible para asimilar el duelo separado de los suyos, constituyó un durísimo golpe del que no se recuperaría nunca. Es por ello que las acusaciones que recibiría más tarde de falta de compromiso con la realidad implican para el que las formula un desconocimiento absoluto de los hechos terribles que marcaron su vida. Porque haber estado en el Somme ya fue suficiente, demasiado compromiso. 
Hemos hablado de Tolkien, pero no de John Garth, el autor de este trabajo impecable. A mí me ha asombrado no sólo el conocimiento que demuestra de las obras completas de Tolkien, también el arduo y ordenado trabajo de investigación que ha realizado sobre su vida y progresivos conocimientos filológicos-literarios y, sobre todo, las capacidades que demuestra como narrador, describiendo con orden y atino lo vivido por Tolkien sin dejar de emocionarnos y conmovernos. Da en la diana cuando nos indica que la obra de Tolkien, elaborada tras un largo proceso detallado aquí perfectamente, lejos de constituir un mecanismo de evasión, supone ante todo un intento de dignificar, mediante la épica, tantas vidas perdidas en aquella Guerra. Pero además, es una obra que trasciende, que va mucho más allá, pues en la concepción de Melkor, o Morgoth (dios-abstracción del afán destructivo mediante máquinas, ejércitos e industrias), del que luego Sauron será su lugarteniente, ya estaba anticipando el totalitarismo que vendría después en Alemania, Italia y Rusia. Mientras asimismo contemplados asombrados a esos seres pequeños llamados hobbits, capaces de grandes hazañas, auténticos apóstoles o precursores de la ecología en nuestros días. 
Por supuesto, una obra como esta tenía que ser publicada en España por Minotauro, continuando fielmente con la labor de Francisco Porrúa, inteligente editor y traductor que nos dió a conocer a Tolkien allá por 1977. Y muy dignamente, sin escatimar gastos a la hora de incluir fotografías, todas las notas pertinentes, índice onomástico y un tamaño de letra adecuado.
Concluida su lectura, el lector se quedará pensando. Porque sin dudarlo también vivimos tiempos oscuros y no tan lejos de nosotros la destrucción mediante máquinas, armas mucho más complejas, ejércitos más inteligentes y medios de comunicación todopoderosos y renovados, está desarrollándose. El Terror no es que se acerque, es que tras el derrumbe de las Torres Gemelas (Tolkien visionario), ya lo tenemos encima y con nosotros. Cabe acogernos a sus palabras en boca de Faramir: «Guerra ha de haber mientras tengamos que defendernos de la maldad, de un poder destructor que nos devoraría a todos; pero yo no amo la espada porque tiene filo, ni la flecha porque vuela, ni al guerrero porque ha ganado la gloria. Sólo amo lo que ellos defienden» (El señor de los anillos II, Las dos torres, pag. 364).

jueves, marzo 26, 2015

Ficción perpetua, José María Merino

Menoscuarto, Palencia, 2014. 336 pp. 20 €

Pedro Pujante

A estas alturas ya resulta innecesario presentar a José María Merino (La Coruña, 1941), autor de novelas, poesía y cuentos –quizá el género en el que mejor se mueve-, y ganador de todos los premios literarios relevantes: Premio de la Crítica y Premio Nacional de Narrativa, incluidos.
Hace diez años publicó Ficción continua, un libro que reunía ensayos, charlas y artículos. Así que esta Ficción perpetua podría considerarse una segunda entrega de aquel otro, con el que conforma un díptico dedicado a la literatura de ficción. En Ficción Perpetua se hallan diseminadas todas las filias literarias del autor leonés. Está dividido en dos partes. La primera reúne conferencias y artículos dedicados a diversos temas literarios. En la segunda parte, ‘De autores y obras’, recoge una serie de artículos que ya vieron la luz en revistas, y que ahora se presentan de forma unitaria en este volumen.
Es precioso el primer texto titulado ‘Diez jornadas en la isla’. En esta charla, Merino se imaginó un náufrago, y durante diez días rescata los libros más importantes de su vida, haciendo un recorrido por su biografía emocional y literaria, dando una magistral clase de literatura universal, pero sin renunciar a sus gustos personales.
Merino aboga por la literatura como condición esencial del ser humano. Nos recuerda que en nuestros genes se halla la semilla del relato oral, y que este, ha cristalizado en el relato, la novela, la literatura escrita.
En estos textos nos hablan de la ficción, del relato fantástico y de la ciencia ficción. Y Merino, además de realizar un acercamiento teórico a estos asuntos literarios, confecciona una lista de autores y obras, un canon muy personal pero con vocación universal, que servirán al curioso lector para ampliar sus lecturas ulteriores.
La pasión por la literatura que recorre estos ensayos se ensancha con la mirada de un escritor consumado, que además demuestra ser un sutil, profesional e intuitivo lector. Hay, en este sentido, otro artículo dedicado al acontecimiento de la lectura, en el que la analiza desde varias perspectivas; emocional, pública, social y educativa. Concluye este artículo diciendo que ‘leer nos da acceso al gran espacio de la imaginación reveladora’. Y creo que en esta sentencia se justifica en gran medida el interés por la literatura como herramienta para indagar en ese interregno sagrado y mítico que es el alma humana, pero que está dimensionado en una cosmogonía ficcional y universal, en la que habitamos los amantes de la literatura.
Es interesante el recorrido que hace por la ciencia ficción, recuperando nombres de autores españoles cuyo éxito se extinguió hace tiempo. Aunque también dedica algunas líneas a recordar a autores actuales, jóvenes que se empiezan a hacer un hueco en este difícil mundo de la ciencia ficción, de la literatura, en definitiva.
Como ya hemos dicho, en la segunda parte, Merino se centra en diferentes autores y sus obras. A parte de un interesante ensayo sobre el tema del Doble, los artículos de esta sección versan sobre escritores. Desde Menéndez Pelayo y su Orígenes de la novela, pasando por Potocki y su célebre Manuscrito encontrado en Zaragoza, pieza indiscutible de la literatura fantástica universal; los cuentos de Maupassant y Chejov; Dickens o el incomparable padre Brown, de Chesterton.
Resumiendo. En estos variados ensayos sobre la ficción, sobre el poder de la literatura, sobre autores que constituyen un elenco de voces necesarias para comprender el devenir de la literatura contemporánea, Merino ha volcado su sabiduría y su sugerente mirada de lector (casi más que la de escritor), y nos invita a leer, es decir, a soñar, a inventar, a creer en la ficción, último refugio de aquellos que cada vez creemos menos en esto que ha venido llamándose realidad.

miércoles, marzo 25, 2015

Las letras entornadas, Fernando Aramburu

Tusquets, Barcelona, 2015. 290 pp. 18 €

Pedro M. Domene

Fernando Aramburu (San Sebastián, 1959) ha recurrido, desde el inicio mismo de sus primeras entregas, a recuerdos y experiencias personales y, en otras muchas ocasiones, a sus lecturas para componer parte de su obra narrativa. En esta entrega se aleja de la ficción, es decir, no novela parte de su biografía sino que sustenta su propuesta con buena parte de recomendaciones y devociones literarias, ensambla un conjunto de textos que, obviamente, ha ido publicando en ocasiones previas y que, una vez reunidos, conforman el curioso título de Las letras entornadas (2015), y aun más, para otorgarle la coherencia necesaria, inventa al hilo una relación ficticia entre un “supuesto” Viejo y él mismo. El primero enseguida llama la atención del segundo, invitándolo a degustar jueves a jueves, una o dos botellas de una selección de vinos selectos de una bodega, alrededor de unas ciento cincuenta, porque se verá obligado a abandonar su casa durante algún tiempo. Entre ambos se establece una compatible relación: el ejercicio de la inteligencia y el disfrute de aquellas maravillas líquidas, caldos con nombre propio, y semana tras semana es manifiesta y evidente la curiosidad del anfitrión en averiguar cómo había surgido la vocación literaria en el joven escritor Aramburu, y así inician una fluida relación y pronto surgen las evidentes preguntas sobre la infancia, la juventud, o las actividades que Aramburu había llevado hasta el momento, y para paliar de alguna manera dicha curiosidad el escritor se compromete jueves tras jueves a llevarle un texto sobre la conversación mantenida previamente, siempre al calor de un buen vino.
A lo largo de las páginas, en realidad, las múltiples reflexiones ayudan a entender la literatura de Aramburu y a recorrer alguno de sus modelos esenciales, incluso entremezcla los datos referidos a la infancia en un barrio donostiarra y sus primeros estudios, y se enorgullece, además de los primeros deslumbramientos literarios que el autor confiesa, tras haber pasado inicialmente por el mundo de los tebeos, como muchos de los niños de comienzo de los 60, una mirada a los clásicos como el Lazarillo, síntesis de una infancia difícil, la lucha por la vida, o la raíz misma del mal, sin olvidar a los maestros Cervantes y Quevedo. El afán por leer y por aprender, al margen de la escasa tradición culta y lectora de la familia, nacerá en el niño y en el adolescente muy pronto, y poco a poco, entre recuerdos de infancia y juventud, relatará la participación en la creación y las actividades de CLOC, Grupo de Arte y Desarte, y como se forja un escritor que crece en una sociedad violenta con el telón de fondo de los atentados y los funerales que se repetían a lo largo de los años de su formación tanto ideológica como intelectual, en mitad de un paisaje donde siempre la sombra de ETA planea y subyace la visión de un dolor ajeno que más tarde lo llevaría a alejarse y asentarse en Alemania.
Y a lo largo de estos treinta y dos encuentros, enumera la relación de su consolidación literaria con obras propias y ajenas, inicialmente de la mano de Marcel Reich-Reinicki o las obras de Thomas Mann y de Borchert. Incluso descubrirá notables olvidos, Félix Francisco Casanova, Juan Gracia Armendáriz, o Víctor Klemperer. Y, tampoco faltan algunas páginas que comentan y valoran autores españoles: Giralt Torrente, Mercè Rodoreda, Ramiro Pinilla, Aleixandre o Celaya, y maestro en lo breve, subraya sus ideas sobre el cuento como embrión y origen de la narrativa de ficción. Y algo damos por seguro, los devotos de Aramburu no se sentirán defraudados con Las letras entornadas y quienes sientan afición por una literatura diversa y sólida, cuyas palabras se aferran a la sombras de una realidad, observarán como fruto de la reflexión y del descubrimiento, se llega a una educación sentimental propia.

martes, marzo 24, 2015

La reconversión humana, Ángel Falcón

Trea, Gijón, 2014. 348 pp. 20 €

Victoria R. Gil

Una novela postapocalíptica y coral. Un radiografía de nuestro siglo XXI hiperconectado y violento. Una farsa inmisericorde sobre la estirpe mezquina y codiciosa que formamos los humanos. Todo eso y mucho más es La reconversión humana, la primera novela del periodista Ángel Falcón, que sorprende más por su resistencia a encajar en un género literario concreto que por su ambición narrativa. Filosofía, sociología, música, arte, periodismo, política, corrupción, monarquía, alta finanzas… Nada falta, ni siquiera la religión, entendida como una ideología ética y humanista enfrentada a intereses más terrenales, porque el germen de esta historia surgió, según admite el propio autor, de la pregunta: ¿Qué ocurriría si Jesucristo volviese a la tierra?
Y eso es lo que sucede en esta novela. Aunque antes se desate un ataque cibernético que deja sin energía la mayor parte del planeta, haga caer los aviones en pleno vuelo y provoque un caos en el que sobrevivir se vuelve una lucha cruenta. Aquí todo es posible, hasta lo más absurdo. Incluso que Jesús se pasee por ese indeterminado Norte que comparte maneras y geografía con una Asturias convertida en el último refugio posible sobre la tierra; tan olvidada siempre que ni la tercera guerra mundial se toma la molestia de considerarla un objetivo. Esta conexión no se le escapará al lector atento cuando descubra que la ciudad se llama Cimadevilla (la calle principal de Oviedo durante varios siglos) y que se planea construir un parque temático-religioso en torno a unas misteriosas reliquias aparecidas en el Monsacro (nombre éste de uno de los pozos mineros más conocidos de la región).
Desde el mismo Papa hasta una pareja de príncipes herederos que no ven el momento en que el rey (padre y suegro de ambos) abdique, pasando por Bob Dylan, el poeta Ángel González, un general franquista y el propio Jesús cruzan sus pasos en esta novela tan densa como un agujero negro que todo lo contiene.
El estilo de Falcón es ambicioso y, aun mejor, carece de prejuicios. No busca apabullar al lector con una grandilocuencia impostada ni se deja encorsetar por algún molde preestablecido para la novela de ciencia ficción, psicológica o de crítica social. La reconversión humana es todas ellas a la vez y ninguna en particular. Sorprende y deleita leer la tensión previa a una reunión entre tiburones financieros, descrita con el vigor de una batalla épica: «Allí, delante de sus ojos, en aquellas hojas bañadas de gráficos descendentes, activos circulantes, fondos de maniobra y apalancamientos, Corín contemplaba el mapa de la batalla: veía el golfo de Lepanto, a Juan de Austria y Andrea Doria, las maniobras turcas de envolvimiento, el cuerpo a cuerpo bestial, la gran matanza. Cuarenta mil muertos en cuatro horas, la cabeza de Ali Pachá clavada en una pica, miles de jenízaros eviscerados y un manco glorioso». Sus personajes se muestran con pinceladas impresionistas que los retratan con exactitud: «Formaban una pareja de punto y coma. La figura quijotesca de El Rata, su melena enmoñada burdamente en la gorra, el cuerpo decrépito de Arribas, las ropas holgadas fabricando forúnculos y cavidades».
Con 25 años de dedicación al periodismo, que Ángel Falcón desconfía del poder, ya sea político o económico, y de sus órganos de propaganda resulta evidente. Pero también lo es que aún encuentra motivos para salvar una profesión a la que demasiadas malas decisiones han empujado hacia el abismo por el que lleva años despeñándose. En medio del caos y de la rapiña, cuando ya nada parece importar, un veterano periodista se atrinchera en la solitaria redacción de la que han huido todos sus colegas y elige despedirse de la vida haciendo lo único que sabe: contarle al mundo lo que está pasando. Aunque el mundo no quiera saberlo o esté demasiado ocupado peleando por los despojos.
Pocos personajes, aparte de este periodista, menos descreído de lo que él mismo se imagina, son dignos de redención de los muchos que viven en esta novela, que oculta muchas otras bajo las capas de una narración intensa y singular. Tal vez por eso uno se pregunta, como el autor, si lejos de reconversiones industriales o financieras, lo que este mundo necesita con más urgencia no será una reconversión humana que nos devuelva la conciencia, la justicia, y la solidaridad. Si es que alguna vez fueron nuestras.

lunes, marzo 23, 2015

¿Quién mató a la cantante de jazz?, Tatiana Goransky

Cazador de Ratas, El Puerto de Santa María, 2015. 135 pp. 13 €

Miguel Baquero

Establecer quién pudo matar, estrangulándola con una cuerda de piano, a esa subyugante mujer que interpretaba como nadie canciones de jazz, subida a un escenario, embutida en un vestido rojo, y amputada de una pierna, por lo que había de usar una de palo, es el tema de esta novela de la argentina Tatiana Goransky (Buenos Aires, 1977). ¿Quién mató a la cantante de jazz? es la tercera novela en la carrera de la autora, y desde su publicación por vez primera en su país, en 2008, ha pasado por diversas reediciones antes de desembarcar ahora en España de manos de la joven editorial Cazador de Ratas. Una editorial que, con esta obra, afianza su intención de publicar obras emparentadas con «lo negro» o policiaco pero distintas y originales, como en su momento fue Descenso brusco, del también argentino Juan Guinot.
La de Goransky es una novela breve que, al hilo del asesinato arriba dicho, hace un recorrido por el ambiente jazzístico no solo de Buenos Aires sino de los diversos locales míticos y festivales célebres dentro del mundo del jazz. De igual manera, el lector en general y en especial el aficionado a este género encontrará referencias a los temas imprescindibles en todo repertorio de una banda, y hallará formuladas esas leyes casi secretas que emplean los músicos entre actuación y actuación, como, por ejemplo, la que en determinado momento expone la cantante del vestido rojo y la pierna de madera: «no vale la pena estar con músicos de la sección rítmica, porque una vez que se acaba el romance la banda deja de sonar bien».
Un antiguo músico, Martínez, promesa en su día pero al que un infortunado desliz con una menor de edad postergó a las bandas que animan los cruceros, antes de encerrar definitivamente la trompeta en una caja e ingresar como policía, es encargado de la investigación. Parece ser el único, según sus superiores, que puede comprender ese código medio secreto «y bohemio» del jazz. Alternando capítulos en que este policía, Martínez, va poniendo orden en sus investigaciones con otros tomados del diario que, hasta el último momento, llevaba la víctima, y otros que proporciona un narrador externo, el enigma en torno a la muerte de la cantante de jazz va tomando forma y va mostrándonos a esas figuras que se hallan detrás del telón, o medio ocultas por la cantante que, en primera fila, modula sensualmente las canciones ante un público fascinado. Tipos que sueñan, por ejemplo, con llegar un día a ejecutar ese mítico «solo de su vida», que algunos ya han tocado, a veces para sorpresa propia, en mitad de una actuación, inesperadamente, y saben que ya nunca lo volverán a repetir; o cantantes que sueñan con alcanzar esa «voz transparente» que en sus mejores momentos ha lucido la difunta cantante de jazz antes de ser estrangulada con la cuerda de un piano.

viernes, marzo 20, 2015

Solo con invitación: El rastro brillante del caracol, Gemma Lienas

Destino, Barcelona, 2014. 352 pp. 14,96 €

Care Santos

El escritor Emili Teixidor solía decir que "literatura para jóvenes es aquella que también pueden leer los jóvenes". No es éste lugar para enredarse a definir qué cosa es literatura para jóvenes (soy de la opinión de que la etiqueta sólo tiene sentido desde un punto de vista comercial), pero sí lo es para recomendar la lectura de esta novela a cualquiera que tenga más de doce años. Los más jóvenes encontrarán en ella emociones, risas, identificación con los personajes principales, momentos de ternura, momentos de escándalo y de rabia. Los adultos encontrarán todo eso y, además, quedarán seducidos por la manera de narrar de una autora que pone las cosas fáciles a sus lectores a pesar de no elegir temas ni tramas fáciles. 
Gemma Lienas tiene -y se le notan- muchas horas de vuelo. Es capaz de adentrarse con naturalidad en un terreno que parece parcela reservada a los más jóvenes: las comunicaciones virtuales, los juegos de videoconsola, los hackers informáticos, las prácticas de los enfermos de la red. Al mismo tiempo, demuestra conocer muy bien a sus lectores más jóvenes: sabe qué contarles, cómo, con qué lenguaje, con qué ritmo, desde qué punto de vista. No elige asuntos sencillos, ni manidos, no da lecciones, no escatima información. Mantiene una postura beligerante con los aspectos de la sociedad que merecen ese esfuerzo (en el fondo, todo eso es una prolongación de sí misma: cualquiera que la siga en redes sociales se dará cuenta). Trata a sus lectores -a todos, tengan la edad que tengan- como a seres pensantes. Su historia desborda sabiduría vital, pero también emoción. Y, lo más importante, es una novela estupenda, más allá de toda etiqueta. 
Reconozco que una de las cosas que más me gustan de las novelas de Lienas son los personajes. Son complejos como seres humanos, están llenos de recovecos, de dudas, de contradicciones. Tengo a menudo la sensación de que las tramas en las que intervienen están construidas a partir de ellos, y que ésa es una de las razones de su deliciosa complejidad.
Sam, el protagonista adolescente de esta historia, se compara con un caracol porque sus movimientos son lentos, porque en su relación con los demás a menudo va un paso por detrás. Sin embargo, posee una capacidad increíble para las matemáticas, es un experto informático y suele fijarse en detalles que pasan inadvertidos a la mayoría de personas. Todo ello son rasgos que caracterizan el síndrome de Asperger, una patología psicológica y conductual que se enmarca en el espectro autista. Sam también tiene una hermana que le ayuda a interpretar a sus complicados semejantes y un grupo de amigos virtuales. Por su parte, Martina, la otra protagonista, es una gimnasta de 14 años, menuda y de gran personalidad. Tiene un perro, una amiga y una madre con quien no termina de entenderse. Chico conoce chica: sólo esta parte de la historia ya habría justificado su lectura. Los personajes son absolutamente verosímiles y los diálogos entre ambos desbordan ternura y sentido del humor. No exagero al decir que se trata de una de las historias de amor más divertidas y emocionantes que he leído en los últimos años.
Aunque en el reverso de la historia está el tercero en discordia. Un pederasta que trabaja con meticulosidad y cabeza fría, con la vista puesta en un solo objetivo: Martina. Sorprende -y escandaliza- la pormenorizada descripción de sus procedimientos, su método de trabajo. Sabemos poco de él, salvo que existe en realidad y que a menudo está más cerca de lo que pensamos. Esta parte de la trama da un vuelco al argumento: ya no es una historia de amor, sino una novela negra lo que nos traemos entre manos. Muy negra. Habrá investigación, héroe, tensión y momentos de pánico. Todo bien mesurado, bien conducido. Se nos da información que desconocíamos a pesar de que el asunto forma parte de nuestra actualidad con frecuencia. Al terminar la lectura, el asunto continúa martilleando. Este es uno de esos libros que una vez cerrados continúa haciendo su trabajo, que no es otro que el de seducirnos, emocionarnos, invitarnos a pensar. Convertirnos un poquito en alguien diferente a quien éramos antes de comenzarlo.


Gemma Lienas: «No estoy dispuesta a bajarme del mundo»


Sería vulgar comenzar diciendo la edad de Gemma Lienas. Por eso diremos, mejor, que no es una jovencita en su primer vuelo. Todo lo contrario: autora veterana, con una sólida trayectoria literaria a sus espaldas; gran conocedora del mundo editorial, que ha ocupado su actividad profesional durante largas etapas de su vida, su nombre hace décadas que encandila a lectores de todas las generaciones. Sin embargo, leyéndola cualquiera podría pensar que se trata de alguien que acaba de salir de la adolescencia. ¿El secreto? Una aguda capacidad de observación, un dominio absoluto de tratamiento de las emociones, mucho oficio y, según ella reconoce, una dieta en la que no falta el chocolate. 
—Facebook, hackers, series anglosajonas de última generación, Minecraft, whatsapps, lenguajes informáticos, comunidades de geeks... Leyendo esta novela algún desinformado podría pensar que su autora tiene 25 años. ¿Sigue alguna dieta secreta para mantenerse intelectualmente tan joven?
 
—Me encanta comer chocolate, tal vez sea esto ;-)  Ahora en serio, creo que envejeces cuando decides apearte de lo que ocurre en el mundo. Y yo no estoy dispuesta a bajarme. Desde 1987, en que me compré un ordenador con el primer premio que gané, hasta el 2015, en que doy conferencias y cursos por Skype, no he dejado de explorar las nuevas tecnologías. Pero, sobre todo, lo más importante de mi dieta es la lectura: soy una devoradora de libros y eso ayuda a estar en forma.

—¿Por qué el síndrome de Asperger? 
—Me interesa todo lo que tiene que ver con nuestro cerebro, con nuestra mente, la cognición y las emociones. En mi casa hay más de 10.000 libros y una parte de ellas son de psiquiatría y psicología. Que se sepa: cuando vuelva a nacer seré neuropsiquiatra. Así que, a menudo, mis novelas giran en torno a problemas psicológicos. Y el síndrome de Asperger, que es una forma leve de autismo, en la que la inteligencia está conservada pero la interacción social resulta difícil, entra en este tipo de temas que me apasionan. Me acabó de motivar el hecho de que cerca de mi hay una persona con este síndrome.
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jueves, marzo 19, 2015

El idioma materno, Fabio Morábito

Sexto Piso, Barcelona, 2014. 184 pp. 16 €

Pedro Pujante

Hay libros que te emocionan. Porque son inteligentes y no apelan de un modo sensiblero a tus emociones más primarias, sino a aquellas que están en conexión con la creatividad, tu forma de ver el mundo, la forma más sutil de la existencia. Este es uno de esos pequeños grandes libros: El idioma materno, de Fabio Morábito (1955); autor que a pesar de haber nacido en Alejandría y ser de ascendencia italiana, vive y escribe en español. Lo cual supone un doble desarraigo: emocional y lingüístico. Este libro habla de eso, y de muchas cosas más. Porque como el propio Morábito reconoce, el escritor se hace escritor gracias a la traición a su lengua materna, al adoptar una que no es la propia; cuando abdica del idioma de sus ancestros para acceder al suyo propio.
En pequeños textos de página y media Morábito nos abre el mundo de sus obsesiones más privadas: literatura, traducción, libros, amigos, vida, idioma, actos cotidianos, infancia, viajes. También hay espacio para breves historias que entroncan con la suya propia.

Ficcionalizar la vida, quizá en eso consiste vivir para el escritor. Todo concentrado, de forma minimalista, con un estilo preciso y sobrio, pero pleno de sensibilidad (ya lo he dicho). Una escritura y un pensamiento afinados, no exentos de ironía. Artículos con los que se lanza a explorar distintas facetas de su vida literaria. Comentarios sobre Kafka, Dostoievski o Vallejo. Apuntes biográficos, sobre el lenguaje, sobre el verdadero valor de la poesía. De esta señala que tal vez su verdadero sentido sea el de acallar las palabras, hacerlas menos estruendosas, más soportables al oído.
Estas reflexiones a media voz, sobre sí mismo y sobre el proceso de escritura, acto que constituye la esencia del genuino escritor, actúan como un testamento en vida, como una metanarración que parece querernos comunicar ese vasto mundo interior que atesora todo gran artista. Y qué duda cabe de que Morábito es uno de los grandes.
La autoconciencia con la que recorre todos los temas, su capacidad de autocrítica y la imponente profundidad de su pensamiento hacen que El idioma materno sea una leve joya para los bibliófilos, para los enamorados de la literatura o de la propia vida.
Lean este libro, escúchenlo con serenidad. Y disfruten.

miércoles, marzo 18, 2015

Sacrificio, Román Piña

Salto de Página, Madrid, 2014. 128 pp. 12,90 €

Miguel Baquero

Un escritor, gurú de la autoayuda, ha desaparecido; todos piensan que ha sido secuestrado, presuntamente por un admirador… Esta es la base de Sacrificio, la última novela del escritor, poeta y editor Román Piña (Palma de Mallorca, 1966), una novela corta pero, sin embargo, intensa en que, al hilo de la desaparición dicha, Piña se adentra en los terrenos de la «componenda» editorial, que es esa hermanastra fea, pero imprescindible, de la «creación» artística.
Porque igual que un cuadro quedará siempre oculto sin un galerista que lo exponga, y un pintor no es nadie sin un marchante que lo negocie, así lo decisorio en las letras es, al fin y al cabo, lo que sigue después que el escritor haya puesto a sus páginas punto y final. Y lo que sigue suele ser un territorio salvaje, una «jungla» —¿por qué no?— a la que ya se asomó Piña en su anterior obra, un ensayo, en colaboración con Miguel Dalmau, muy celebrado y que tenía por título (casi nada): La mala puta. Réquiem por la literatura española.
En Sacrificio, las interioridades que se van descubriendo del escritor desaparecido nos asoman a toda una trama de montajes literarios, trampas en la publicación, corrupción —podría decirse— en las librerías, una ola que se lleva por delante, en primer lugar, a esos editores ingenuos que alguna vez soñaron con atrincherarse en la calidad y que han acabado renunciando definitivamente a su sueño unos —los menos— a cambio de beneficios económicos, y otros —los más— de la mera supervivencia.
Representativo es, en este sentido, que el (exitoso) escritor de autoayuda protagonista de Sacrificio sea un hombre menguado —muy, incluso «demasiado» menguado, y en este exceso entra el humor salvaje y desmandado de Román Piña— cuyos consejos de vivir son tan obvios, tan vacíos, tan simples, en el peor sentido, que constituyen indudablemente un éxito de público. En contraposición a esta figura podría ponerse la de un tal Onsurbe, autor se presume que no demasiado malo pero que, sin embargo, se niega a participar en la exhibición a veces necesariamente impúdica que supone un buen lanzamiento literario. Algo raro ocurre a nuestro alrededor cuando el lector seguramente comprenderá y aplaudirá el exhibicionismo promocional del autor menguado y quedará perplejo ante los remilgos y protestas de dignidad de aquel Onsurbe.
«Ahí tienen al hombrecillo subido a la mesa, con su micrófono inalámbrico como una estrella del rock […] pueden verlo saltando, rodando como una pelota, girando como una peonza, jugando al cricket, buceando, haciendo surf, saltando de un trampolín […] con todo el paquete de efectos para que verlo y adorarlo sea una necesidad. ¿Leerlo? Leerlo no hace ninguna falta.»
Reflexiones, en fin, sobre los productos comerciales y la forma en que nos dirigen hacia ellos, insertas en un texto ágil, preciso, y con el humor bestial característico de Román Piña, que proporciona escenas desagradablemente jocosas. ¿Que cómo puede ser esto? Lean y verán.

martes, marzo 17, 2015

Alfabeto, Inger Christensen

Trad. Francisco J. Uriz. Sexto Piso, Barcelona, 2014. 192 pp. 18 €

Ariadna G. García

La unión de la ciencia y de la literatura viene de antiguo. No se puede entender la mística, por poner un ejemplo, sin la influencia que tuvo en ella la filosofía natural del Renacimiento. Así, el franciscano Juan de Pineda echa mano de las reacciones químicas de la sal al entrar en contacto con una fuente de calor para explicar el concepto de la gracia divina. León Hebreo, por citar otro nombre, recurre a la óptica para aventurar una hipótesis sobre la imposibilidad que tienen los ojos humanos de ver a Dios. En estos y otros muchos casos –narrativos y líricos– se aprecia la necesidad que tienen los autores de decir lo inefable por medio de comparaciones, metáforas y símbolos procedentes del ámbito científico. Basta un poco de conocimiento de la historia de la literatura –no es ni siquiera imprescindible salir de la española– para comprobar que literatura y ciencia llevan juntas unos cuantos siglos, tratando de ensanchar nuestra comprensión del mundo. Viene al caso este prólogo porque el poemario que reseño hoy es un perfecto ejemplo de amalgama entre la poesía y las matemáticas. En Alfabeto, la escritora danesa Inger Christensen toma de esta última especialidad científica la denominada secuencia de Fibonacci, de modo que cada poema tiene el número de versos resultantes de la suma de los dos poemas anteriores. Este patrón numérico no es baladí. La autora recurre él con los objetivos muy claros. Esta repetición matemática corre en paralelo a la repetición léxica, de modo que en el libro se esparcen imágenes por aquí y por allá, separadas en el espacio, tejiendo una red asociativa de evocaciones y resonancias internas. Fondo y forma son inseparables. ¿Qué evoca Inger Christensen? Plenitud y amenaza. Estas emociones –contrarias– se suceden a lo largo del libro, crecen con él a medida que se expanden los poemas matemáticamente, como el universo. No hay escapatoria. Ni en un sentido ni en otro. Lo que sí existe en una progresión, un crescendo emocional simultáneo al numérico. Así, nos encontramos al comienzo del poemario con los siguientes símbolos, perteneciente a un campo semántico bélico: “hidrógeno” (poema de dos versos), “asesinos” y “muerte” (poema de cinco versos), “viudas” (poema de diecisiete versos), “fusil”, “crimen” y “venenoso” (poema de veintiún versos), “hambrunas”, “ataúd”, “cadáver”, “Estigia”, “telones a acero”, “cazabombarderos” (poema de cincuenta y cinco versos) que desembocan –una vez que la autora nos ha evocado en la conciencia una emoción de muerte y devastación– en un impactante poema dedicado íntegramente a las ciudades japonesas de Hiroshima y Nagasaki, destruídas por la bomba atómica, ya sentenciada –a favor de los aliados– la Segunda Guerra Mundial. Las habilidades técnicas de Christensen son prodigiosas. Téngase en cuenta, además, que al tiempo la autora sostiene el discurso contrario y canta al amor con idéntica fuerza. Por si fuera poco, la poeta se autoimpone una regla más: el uso, en cada texto, del protagonismo de una letra distinta del alfabeto. Estas aliteraciones comparten el mismo fin que el resto de recursos: connotar la imposibilidad de escape de nuestras emociones contrarias. Los juegos fonéticos, léxicos, semánticos y numéricos dan perfecta coherencia al libro, pese a los cambios bruscos de línea temática con que el lector tropieza a cada instante. Y hablo de líneas temáticas porque en el poemario, salvo en contadas ocasiones, se prescinde de la anácdota o del argumento racional. Los textos se construyen por enumeraciones de símbolos y alusiones de gran capacidad connotativa. De hecho, es un poemario de hallazgos sorprendentes, donde se dan la mano el mito y la fantasía, lo real y lo inverosímil. No sólo alberga imágenes y visiones bellísimas, desconcertantes, extrañas, sino que tiene un alto grado de denuncia del eco-cidio humano. En una época de agotamiento de los recursos naturales, de llamada a la preservación de la biosfera y de fin de ciclo, Alfabeto es todavía un libro más imprescindible aún, si cabe.
Por cierto, impecable la traducción de J. Uriz; y hermosa, delicada, la edición de Sexto Piso. Es un libro para tenerlo en casa.

lunes, marzo 16, 2015

Arquímedes está en el tejado, Juan Pardo Vidal

Baile del Sol, Tegueste (Tenerife), 2014. 152 pp. 12,48 €

Fernando Sánchez Calvo

Me acerqué a la literatura de Juan Pardo Vidal por primera vez gracias a una colección de relatos, pequeños ensayos, pensamientos y otras brevedades que bajo el título Tus muertos y en su colección menos conocida y explotada, Cartoné, El Gaviero Ediciones publicó hace más o menos diez años. La soledad, la ruptura de la pareja, la desintegración del individuo y demás temas contemporáneos eran tratados con una chispa de poesía, otra de humor, alguna de cinismo y mucho desencanto escondido debajo de las risas. Por entonces, en Almería, en la Librería Picasso, pude escuchar cómo Juan Pardo leía con inquietante cotidianeidad un cuento-ensayo-poesía-elegía-planto magnífico: Los amigos muertos.
Diez años después, mientras navegaba en Internet por el variado catálogo de la editorial canaria Baile del Sol, me topé de nuevo con el nombre de Juan Pardo Vidal y quise leer este libro, Arquímedes está en el tejado, porque creía que me iba a encontrar algo parecido a lo que leí en su día. Y fallé, que no erré. Los escritores crecen y cambian, como cambia el protagonista de esta novela en apenas cien páginas.
Vinci, soldado romano y único superviviente en una batalla contra los griegos durante el sitio a Siracusa en el 212 ac., se hace pasar por un heleno y llega a ser nombrado mismísimo capitán de la guardia del genial Arquímedes gracias a su pericia y espíritu de supervivencia. El genio vive sus últimos años preso en su propia patria, aplicando su ciencia a la muerte del enemigo y derrochando su ingenio en la construcción de catapultas, poleas y otros instrumentos de guerra. Poco a poco Vinci (rudo, analfabeto, pragmático) y Arquímedes (austero, sabio, rendido) entablan una amistad no oficial, un “feed-back” que acerca a su vez al soldado al nieto e hija del matemático. Sin embargo, romanos por un lado y cartagineses por otro dejan poco tiempo en el fortín que es Siracusa para el amor, la amistad, el saber o la reflexión y sí muchas horas para el recelo, la guardia, la sangre y la certeza de que en cualquier momento el cuchillo clavado en la espalda, la traición, puede venir de cualquier lado.
En medio de estas circunstancias, el hombre, el individuo, nuestro protagonista, Vinci, solo, como un lobo, como un soldado romano con origen hispano y pasado esclavo y presente heleno y futuro indefinido. El hombre perdido en la guerra, en las naciones, en los miles de sitios que ha pisado y a los que no pertenece. El hombre perdido en sí mismo. ¿La única y momentánea solución?: el sexo descarnado que muchas veces se practica por desahogo y otras por venganza contra una persona, contra una nación entera o contra el propio pasado.
Novela en principio de corte histórico, los datos y las fechas dejan paso enseguida a un magnífico tratamiento de los personajes, siempre redondos, contradictorios, viscerales y a la vez deprimidos. Novela con tributo al desapego, donde el soldado que tiene por misión proteger y a la vez entregar la cabeza de Arquímedes, donde el esclavo que soñó en su día con la libertad que ya ha conseguido, es capaz de afirmar lo siguiente: «Ser feliz cansa».

viernes, marzo 13, 2015

Doble mirada: El Levante, Mircea Cărtărescu

Trad. Marian Ochoa de Eribe. Impedimenta, Madrid, 2015. 272 pp. 20,95 €

1. José Morella

Para curarme en salud -diría tantas cosas de El Levante que temo perderme y perderos-, digamos de un tirón y sin respirar que el artefacto en cuestión es una epopeya paródica cuya trama principal es la expedición de un grupo de revolucionarios liderados por Manoil, un poeta entregado a la causa de acabar con la pobreza y la injusticia. Valientes piratas y soldados (“palicari”, en el texto) unidos para liberar la Valaquia del siglo XIX de la tiranía turca.
La verdad, sin embargo, es que los detalles de la trama y la caracterización de los personajes no son especialmente determinantes. Uno tiene la sensación de estar delante de un guiñol: Yogurta el terrible, el heroico Manoil, Zenaida la hermosa revolucionaria patriótica. Leer El Levante sólo tiene sentido si el lector se rinde bien pronto a un elemento sensual: la fibra misma del texto, sus imágenes, su estructura, el tapiz rebosante que las frases van armando. Es un mural gigantesco repleto de capas: una novela de piratas, otra de amor, otra de intriga política, otra de despertar espiritual. Todo en uno, y todo intensamente barroco, colorido y paródico. Uno goza mucho del fraseo delicado, preciso, lleno de filigranas y algo caprichoso y alargado, pero a la vez ese fraseo parece burlarse cariñosamente de ti, como si el estilo fuera una serie infinita de pequeños artículos de broma que tú creías objetos serios. El texto coloca al lector en un lugar especial. Le invita a ser desconfiado y a confiar a la vez. Lo abre.
El Levante también es una compleja construcción fractal. En esta novela -que originalmente fue un poema de doscientas páginas-, Cărtărescu usa una técnica de espejos en la que los detalles aluden al todo y el todo a los detalles. Párrafos que resumen capítulos, paráfrasis, frases sueltas que parecen descolocadas, interacciones entre escritor y personajes, la confesión del escritor de estar improvisando, el escritor en su mesa de cocina, la voz tenue de su mujer, él entrando en la historia y matizando o comentando cosas a los personajes, los personajes derramándose afuera del libro y acompañándole al trabajo... Todo eso, conformado como un hilarante mandala de una minuciosidad extrema. Tuve que entrar en Internet, ya avanzada la novela, para descubrir lo que quería decir Cărtărescu con eso de que la escritura es "holón". El holón es un concepto ideado por el filósofo Arthur Koestler y desarrollado más tarde por gente tan heterodoxa como Ken Wilber. Voy a ahorrarme una explicación, básicamente porque no tengo la cara tan dura como para explicar un concepto filosófico cuando yo mismo acabo de descubrirlo en la wikipedia. Bastante tarea tengo ya con reseñar El Levante. Pero sí diré que el tema de los holones se traduce en esta obra en una narración que lo acoge todo. Cărtărescu dice: «mi intención era explorar el repertorio de la antigua literatura rumana. La idea vino de un capítulo del Ulises de Joyce, en el que una conversación entre doctores y estudiantes es presentada en forma de pastiches de la literatura británica de distintas épocas». Cărtărescu echa mano del pasado literario rumano y crea un estilo nuevo y viejo a la vez, poroso, imperecedero y perecido al mismo tiempo. Posmodernidad incrustada en la tradición. Aparecen poetas, referencias y citas que a mí se me escapan pero que a un avezado lector rumano, en teoría, deben de abrirle el texto en muchas direcciones distintas. A todo esto hay que sumarle el otro multiplicador de sentidos: la realidad. El Levante es un libro sobre una revolución contra los tiranos escrito en la Rumanía comunista de Ceauşescu. En resumen: Marian Ochoa de Eribe, la traductora, se merece algo mejor que un monumento. Comparte con nosotros un texto que nos permite experimentar la elasticidad y plasticidad de lo literario, su ausencia de límites. El Levante es un ejercicio de libertad impresionante, y su traductora ha completado una tarea tan heroica como la de Manoil y sus compañeros.
Me irritan las críticas fáciles a la postmodernidad. "No hay verdad", "todo vale", "totum revolutum", ese tipo de frases dichas sin mediar demasiados argumentos. Como si Michel Foucault, por citar a alguien, fuera un elemento inocuo en la historia del pensamiento, como si sus análisis de -por ejemplo- los sistemas de control de los locos, los delincuentes y los niños no nos hubieran dado un impresionante y necesario baño contra la ingenuidad del positivismo científico. Como si Jean Baudrillard o Judith Butler fueran innecesarios y torpes. Hay una arrogancia grande en esto. He visto críticas a El Levante que se pueden resumir en «una obra maestra, a pesar de ser postmoderna». Como si ambas cosas se pudieran separar igual que se separan la piel y la pulpa de una naranja. Cărtărescu les explica a los personajes que no sabe cómo continúa la historia porque se la va inventando sobre la marcha. La máquina de escribir Erika que utiliza se le cuela dentro. Aparecen George Steiner, Mijail Bakhtin, Julio Cortázar y Lumumba. Aparece el Che Guevara. Asociaciones del tipo Manoil-Guevara-Cărtărescu versus turcos-capitalismo-comunismo multiplican exponencialmente los sentidos del texto y liberan multitud de lecturas. ¿Cómo separar la supuesta maestría del autor de sus procedimientos? El Levante no es una parodia de la postmodernidad. Al contrario: lo paródico está incrustado en ella haciéndola radicalmente postmoderna.
La narración cuenta lo que ya hemos visto otras veces en el mundo real: los revolucionarios bienintencionados derrocan a los poderosos, pero mira tú por dónde su honesto líder no acaba siendo el gobernante. El poder lo ocupa alguien que acabará tan corrupto como su predecesor. La clave para entender esto se encuentra a mitad de libro, cuando los rebeldes le piden a la diosa oracular Hyacint que les lea el futuro. Ella le alcanza una esfera a Manoil, cuyo contacto con la mano del héroe provoca tres páginas delirantes. Un cebollón extático que ni Santa Teresa de Jesús. Es un trecho muy “lucy in the sky”. Lo que "pasa" es del tenor de esto: "los peces se convierten en sol, el sol se convierte en fresa, la sombra se despega del suelo y cobra vida, en tanto que lo que arrojaba sombra estalla en miles de añicos brillantes a los que les crecen alas de libélula. Manoil avanza entre los glomérulos blandos de los árboles, que, de pronto, se transforman en mujeres". Manoil, al verse a sí mismo desde fuera en este viaje enteógeno, no abandona la lucha ni deja de ver la injusticia del mundo, pero sí pierde el deseo personal de brillar y de ser admirado. Pierde el deseo de poder.
La lectura de El Levante es un baño en un océano de pequeños detalles, artificios, adornos, capas, luces, trucos. Manoil parece no tener pasado ni futuro. La rebelión es la de cualquier época. No hay prisa en llegar. El tiempo trae y lleva tiranos. Liberadores se convierten en sátrapas, y vuelta a empezar. ¿Qué es en realidad el poder? ¿Cuál es la verdadera distancia que va de un poema a lo real? ¿Cuándo ha habido una genuina democracia en Rumanía y en cualquier otro sitio? No enciendan la tele ni la radio, no entren en facebook: ahí no lo dicen.


2. Fernando Sánchez Calvo

Las novelas sobre dictadores y tiranos existen y gustan al público lector casi desde que existen dictadores y tiranos. Tirano Banderas, La fiesta del Chivo, Rebelión en la granja y otras que no conozco o recuerdo ya pusieron en el punto de mira y crítica a Trujillo, Franco, Stalin, Hitler, Castro y otros muchos que sembraron de silencio, miedo, miseria y asfixia sus respectivos países durante décadas. Quien sufre dicha siembra obviamente es el ciudadano de a pie, pero sobre todo el artista, que, a diferencia del primero, es consciente de dicha opresión, pues no se somete al “pan y circo”.
No iba a ser menos Mircea Cărtărescu, a quien le cayó sobre la espalda el comunismo más lacerante que asoló Rumanía y otros países del Este incluso después de la caída del Muro. Por entonces profesor, por entonces recién casado, por entonces padre primerizo de un bebé, por entonces sin ánimos de creer en nada ni nadie, huye o se evade en el tiempo para poder hablar de su tiempo sin que los censores sepan que son los años 80 los que son criticados con odio y dulzura por el entonces joven escritor. ¿Y cómo escapa Mircea Cărtărescu?: a través del viento de El Levante, cuyas ráfagas lo y nos transportan a nosotros, lectores, hasta el siglo XIX en una suerte de novela bizantina donde el joven y rebelde Manoil, nuestro protagonista, quiere liberar a Valaquia del yugo del turco con la ayuda de los mejores secundarios posibles para una novela de aventuras: piratas, sabios, disidentes, marineros, bellas y bravas mujeres.
Ésta es la línea argumental, aparentemente simple, que el lector tendrá que interpretar como sombra y metáfora del verdadero yugo al que se sometieron los rumanos cien años después del tiempo de esta fábula: el que Ceauşescu impuso durante veinticuatro años seguidos desde Bucarest hasta la playa más recóndita del Mar Negro. En el camino, ecos a Borges, ecos a Pirandelo y a Unamuno, ecos al pop, ecos a Las mil y una noches (no sé si el lector quedará más prendado del hilo principal que nos narra Cărtărescu o de las múltiples fábulas que cada personaje que aparece ante Manoil y los suyos nos cuenta como si cien Sherezades distintas fuesen posibles).
Tal es el juego y espiral de narradores, que el propio Cărtărescu, en un momento de auténtico y delicioso delirio, se zambulle en sus propias páginas para acompañar como uno más a dicha rebelión contra el tirano, rebelión cuyo éxito o fracaso no acabará siendo lo más importante, sino el camino que en forma y contenido todos los oprimidos inician para cortar de manera radical (es decir, de raíz) la injusticia que un solo opresor ejerce sobre Valaquia, Rumanía o el mundo. El pueblo pues pondrá en esta lucha el contenido, pero el escritor pondrá la forma, la palabra, que es a su modo otra manera de rebelión: la de contar como se quiera lo que se quiera en un papel: mundo autónomo que, aunque prohibido o censurado, no por ello deja de existir.
Quien lea y acabe El Levante (si es que puede, y ya me entenderá el lector cuando navegue por las últimas páginas de la epopeya), podrá seguir con Nostalgia, Las bellas extranjeras o Lulú, del mismo autor y también publicadas en Impedimenta, pero que no lo haga motivado por la obra que aquí se reseña, pues como todo genio, Cărtărescu es capaz de escribir desde El Mendévil o El ruletista (aunque siempre metaliterarios y vanguardistas, más próximos al realismo sucio de barrio e infancia) hasta el edificio literario más imposible que un lector pueda imaginarse: es el caso de El Levante.

jueves, marzo 12, 2015

Diario de un extranjero en París, Curzio Malaparte

Trad. Juan Manuel Salmerón Arjona. Tusquets, Barcelona, 2014. 256 pp. 17,31 €

José Miguel López-Astilleros

Es muy frecuente en nuestro país encontrar lectores e intelectuales, que a la hora de valorar la obra de un escritor, tienen en cuenta de una manera desmedida su trayectoria ideológica. Hasta tal punto pueden llegar sus prejuicios, que en ocasiones denuestan algo que no conocen. Pero, ¿debe estar el arte por encima de cualquier consideración ajena a sí mismo? Sean cuales fueren las respuestas a todas las preguntas que nos planteemos sobre ello, intentar comprender no tiene por qué equivaler a justificar, como diría Primo Levi respecto al nazismo. De cualquier modo, podemos disfrutar de un libro sin comulgar enteramente con todas o ninguna de las ideas de su autor, incluso podemos disfrutar de su lectura por el placer de entablar un diálogo para disentir, y por qué no encomiar tanto su forma como el planteamiento discursivo. Este es el caso de Curzio Malaparte, un escritor que primero perteneció al Partido Nacional Fascista de Mussolini durante los años veinte; después, al renegar del mismo sufrió exilio interno en la isla de Lipari y encarcelamiento en numerosas ocasiones; tras la Segunda Guerra Mundial se afilió al Partido Comunista Italiano, llegando a mostrar toda su simpatía por el maoísmo. Es Malaparte, por tanto, un escritor contradictorio, complejo y polémico, pero ¿no es un rasgo de la inteligencia albergar una idea y la contraria, como decía Scott Fitzgerald? Diario de un extranjero en París (escrito entre 1947 y 1948 e inacabado) está situado cronológicamente entre sus dos mejores obras Kaputt (1944) y La piel (1949), y aunque sólo fuera por estas últimas, merecería estar entre los grandes escritores de su época.
En este diario Malaparte se propone, según dice en el prólogo, narrar su regreso a París después de una ausencia de catorce años y la nueva Francia que se encontró, hasta su vuelta a Italia. Como todos los diarios, está fechado por días, que van desde el 30 de junio de 1947 al 19 de diciembre de 1948 (pág. 165), última datación. Uno espera que en un libro de estas características aparezcan numerosas anécdotas de su vida, además de personajes con los que se relacionó (políticos, directores de cine, pintores, actrices, diplomáticos, escritores…), y en efecto es así, pero a lo que dedica más espacio no es a ilustrar sus vivencias, sino a dejar constancia de su pensamiento sobre multitud de temas, como la historia, la política, la religión, la filosofía y sobre todo la literatura, de manera que el libro constituye una fuente fidedigna para conocer su personalidad. Como consecuencia de este planteamiento, se mueve con soltura entre el género narrativo, ensayístico y testimonial. Otra característica esencial es la referencia al pasado, que pende sobre él condicionando el presente, o al menos sus ideas sobre el mundo, ya que si bien se considera un hombre de su tiempo, también tiene nostalgia de los valores de 1914, no olvidemos que participó en la Primera Guerra Mundial, y que por tanto fue testigo de ambas contiendas y de sus secuelas. El asunto al que hace referencia más veces es la literatura. Opina fundamentalmente sobre la rusa, la alemana y la francesa, con especial atención a unos cuantos nombres, unas veces para mostrar su admiración y otras su completo desacuerdo. A Sartre lo detesta por impostor y artificial, cuyo existencialismo, arguye, es pura estética. En cambio el escritor del que se siente más cercano es Chateaubriand, entre otras cosas por «…su inclinación a participar personalmente en los acontecimientos de la historia». En otro lugar hace responsables a los intelectuales de la crueldad que reina en Europa, sobre todo a Gide (pág. 121), o se lamenta amargamente por no caerle bien a Camus. Sobre la literatura alemana opina en líneas generales que los mejores escritores son sus filósofos. En las páginas 71 y 72 reflexiona sobre la resistencia de la literatura italiana a la ideología del fascismo, de escritores adheridos a este movimiento, como Pirandello, para quien su arte es irreductible.
Del mismo modo, Malaparte con quien tiene un compromiso indeleble es con su literatura, no con ninguna ideología, porque como dice Giordano Bruno Guerri, uno de sus biógrafos, «Menospreciaba las ideologías, pero amaba las revoluciones». Por eso puede declararse marxista y profundamente cristiano al mismo tiempo, a pesar de ser muy crítico con ambas concepciones del mundo, aunque lo principal sería con qué maestría y brillantez están expresados tanto los hechos como los argumentos. Pero no con todo es tan tornadizo, no con la libertad, sobre todo la del país que lo acoge, del cual llega a decir «Le agradezco a Francia que sea un país libre. Para un escritor, nada, ni el amor, ni la riqueza, ni la gloria, vale tanto como ese sentimiento de seguridad.» Diario de un extranjero en París es un libro que no deja indiferente a nadie, por sus opiniones, sus testimonios, y sobre todo por la pasión y la libertad con que está escrito. De Curzio Malaparte ha dejado dicho Álvaro Mutis «…nadie podrá olvidar que quien primero habló franca y desnudamente, en bellas palabras de poeta, de la muerte de un mundo que nació en el siglo V antes de Cristo, fue Curzio Malaparte, un europeo sin grandes convicciones políticas, con sentido del buen vivir, humano y cordial, sincero y cambiante a la vez…»

miércoles, marzo 11, 2015

Augusto. De revolucionario a emperador, Adrian Goldsworthy.

Trad. José Miguel Parra. La Esfera de los Libros, Madrid, 2014. 627 pp. 34,90 € (electrónico: 8,99 €)

Angeles Prieto Barba

Acercarnos a la figura de Augusto en estos tiempos no es sólo llevar a cabo una actividad más o menos erudita, también supone comprender y asumir, en buena parte, el difícil y complicado equilibrio que sostiene al mundo que nos rodea, qué altos precios alcanza la paz pero cuán deseable resulta y a qué estamos dispuestos para mantenerla. El caso es que, a diferencia de otras grandes figuras de la Antigüedad romana, como Pompeyo el Grande, Mario, Sila, Marco Antonio o el mismo Julio César, el personaje de Augusto se nos escapa en buena parte pues alcanzó la senilidad tras cubrir todas las etapas de la existencia y, lejos de tener una estampa definida como todos los demás, su carácter cambió con los años, volviéndose mucho más complejo. Por no hablar de que en España partimos de la visión distorsionada y novelesca de hombre débil y manejable que nos proporcionó Robert Graves (tras el magnífico Yo, Claudio), quien elucubró notablemente empleando los textos de Suetonio, sin atender a otras fuentes mucho más ponderadas.
Por el contrario, una obra rigurosa como esta recoge todos los testimonios, tanto contemporáneos (Res Gestae, Veleyo Patérculo, Nicolás de Damasco) como posteriores (Tácito, Dión Casio, Suetonio), y alcanza un volumen considerable porque no es una biografía al uso que relate vida y hazañas del personaje, sino todo un estudio social, económico, religioso y cultural de la época. De hecho, por estas 627 páginas nos enteraremos del funcionamiento del ejército, de la moneda, de la religión, de los juegos, de la vida en la urbe romana pero también en las colonias, y sobre todo del curioso sistema político y administrativo que le permitió acaparar en sí todos los poderes de un dictador, sin serlo nominalmente. Todo un arte al cual asistiremos tras ese significativo cambio de nombre en el año 27 a.C., cuando dejó de ser Octaviano para llamarse Augusto, marcando así la frontera que separa al joven ambicioso, implacable y hasta cruel, ese que expuso en Roma la cabeza y las manos cercenadas de Cicerón, del maduro administrador y gran gobernante que fue después, y que no sólo puso fin a las hambrunas, confiscaciones y al servicio militar constante, sino que tampoco llevó a cabo esos despliegues de vanidad, avaricia y crueldad propia de los supremos dictadores. Baste comparar su gobierno con el de su sucesor Tiberio. La verdad es que Augusto tuvo bien acendrada la idea del servicio público, comportándose con generosidad nada común en el ejercicio de sus funciones.
Muchos méritos reunidos para quien inaugura un sistema político que luego correrá muy desigual fortuna, dependiendo únicamente del carácter del emperador, pero que impuso un modelo a seguir perfecto para los demás, dando lustre y prosperidad a los territorios del Imperio Romano con su práctica división administrativa en provincias, la reforma de la justicia, la construcción de innumerables vías y caminos, la creación de colonias para los veteranos del ejército, el seguro abastecimiento de Roma y la reorganización del censo, que daría fama a su reinado por un hecho fundamental para la historia, pero al que fue por completo ajeno: el nacimiento de Cristo. E incluso para la historia de la literatura, ya que fue él personalmente quien salvó a La Eneida de los deseos póstumos de Virgilio. Cuarenta años de buen gobierno, comandante supremo de sesenta legiones y aclamado por triunfos militares de expansión en veintiuna ocasiones que no siempre celebró, conforman una imagen triunfalista que contrasta con las tragedias sucesivas que ocurrieron en el seno de su familia y que nos proporcionan una imagen mucho más controvertida.
Pues moralista implacable para todos menos para él mismo, más que un hombre manipulado fue más bien un auténtico calvario para los suyos. Así, desterró a su hija y a su nieta (las dos Julias) por sus vidas disipadas, como también, dado su delicado estado de salud, en peligro constante por algún tipo de enfermedad hepática recurrente, envió a sus nietos (Cayo y Lucio), sobrino (Marcelo), e hijos adoptados (Tiberio y Druso) a campañas militares sucesivas para asegurar las fronteras del Imperio, pereciendo por estas circunstancias bélicas la mayor parte de ellos. Es por ello que, una vez asimilado este libro, descartaremos por completo la imagen diabólica de esa Livia envenenadora transmitida por Graves, autor que sin cortarse convirtió demasiadas muertes naturales en oscuros crímenes. Mucho más ponderada y ajustada a la realidad pero no menos exigente desde la perspectiva literaria, sea quizá El hijo de César, la genial novela epistolar de John Williams (Butcher's crossing, Stoner), una segura obra maestra que me permito recomendar aquí por asimilar muy bien al personaje.
Volviendo a la historia y a este estudio con intención de convertirse en obra de referencia, permanentemente consultable y definitiva, podemos asegurar que satisface de lleno tanto a los especialistas en historia de Roma como a todos aquellos que simplemente quieran acercarse al personaje y a la época. El estilo ameno, pero pleno de datos, así lo garantiza. Pues con este libro se conmemoran los 2.000 años de su muerte así como se compensa, un poquito más, que Augusto como gran personaje de Roma, no mereciera obra propia de Shakespeare. Pero tras leer este monumental libro sabremos que no pudo darle tratamiento de tragedia a su existencia porque cumplió con su ciclo vital y culminó la tarea que emprendió, con creces.

martes, marzo 10, 2015

A la sombra del árbol violeta, Sahar Delijani

Trad. Rita da Costa. Salamandra, Barcelona, 2014. 284 pp. 19 €

María Dolores García Pastor

Se convirtió en el libro revelación de la Feria del Libro de Londres de 2012. Cuentan las malas lenguas del mundillo que lo más buscado y ofrecido ese año, aparte de las codiciadísimas novelas negras, era la ficción escrita por mujeres en especial de países en los que Estado y religión les niegan sus derechos. La adquirió la prestigiosa Weidenfeld & Nicolson por una suma de seis cifras y desde entonces se ha sido publicado en más de setenta países. A la sombra del árbol violeta narra una historia potente con tintes autobiográficos en el seno de un régimen totalitario. Se trata de una novela coral compuesta de siete narraciones que transcurren a lo largo de tres décadas de la historia reciente del país y que bien podrían funcionar como relatos independientes. Tienen todas ellas en común el espacio y el tiempo, además de la presencia del árbol violeta y los personajes que se repiten: les conocemos cuando son niños y volvemos a encontrarlos cuando ya son jóvenes.
Sahar Delijani nos cuenta a través de esos personajes diferentes pasajes de la historia de su familia. Sus padres sufrieron la represión del régimen de Jomeini, estuvieron encarcelados y fueron liberados poco antes de las purgas de 1988. Un tío suyo fue ejecutado. También es su historia. Ella misma nació en la cárcel de Evin, Teherán, como una de las protagonistas, y cuando apenas contaba con trece años marchó al exilio en Estados Unidos; es por eso que la obra original está escrita en inglés.
Sin duda la suya es una vida de libro. Un drama real cargado de fuerza. La autora opta por narrar en tercera persona y repartir sus vivencias entre diferentes actores. Es así como los detalles reales aparecen dispersos y formando parte de varias historias de otros tantos personajes. Eso quizá es lo que le resta intensidad a lo que cuenta. También los continuos saltos en el tiempo y los muchos personajes hacen que se pierda el hilo de la narración. Hablar de primer libro y de novela coral en este caso nos lleva a evidenciar que su autora comete uno de los errores clásicos del escritor principiante: querer contar demasiado en el primer libro. Ello se concreta en una obra poco sólida en la que la intensidad de lo que está contando queda difuminada.
El título original, Children of the Jacaranda Tree, describe mucho mejor la esencia de este libro que el que se le ha puesto a esta traducción en castellano. Los verdaderos protagonistas son los niños que vieron sufrir a sus padres y se han convertido en los jóvenes adultos que hoy claman en las calles o viven con tristeza el exilio. Si bien es cierto que el árbol jacaranda está presente en toda la obra, que sobrevuela todas las historias, en realidad no es él el protagonista, lo son esos niños que sufrieron la represión y la dictadura. De hecho el árbol jacaranda no es típico de Irán, no existe en el país y, de existir, sería muy raro de encontrar. Según la autora se trata de un símbolo, una imagen utópica: algo bello y querido por todos como era la revolución iraní antes de la llegada de la teocracia, cuando todos creían que traería democracia, libertad y justicia.
La narración abarca varias décadas de la historia reciente iraní, poco conocida, silenciada. Los protagonistas son los hijos de los detenidos por el régimen islamista radical. El libro está escrito en tercera persona con una prosa clara y directa, llena de lirismo. Su autora maneja con maestría las descripciones y la creación de personajes y, sobre todo, sabe jugar a la perfección con los elementos simbólicos. Pese a la dureza de lo que narra es capaz de dejar una puerta abierta a la esperanza.

lunes, marzo 09, 2015

Tu nombre con tinta de café, Fernando Martínez López

XXXIII Premio de Novela Felipe Trigo. Algaida, Sevilla, 2015. 343 pp. 20 €

Pedro M. Domene

No existe duda alguna de que la Guerra Civil fue un hecho trascendental en la historia de España, y que el carácter de confrontación ideológica y la lucha de clases ha motivado una fractura esencial en la sociedad posterior a 1939, y cuyas consecuencias se dejaron sentir décadas después en las jóvenes generaciones que aun sufrieron la brutalidad represiva en la posterior y traumática dictadura franquista. La narrativa española no ha sido ajena a tantos años de oscurantismo, y no pocas voces se han sumado a ofrecer desde perspectivas muy diversas una u otra visión de los aspectos más sórdidos de una historia, e incluso de una intrahistoria que ponía de manifiesto el sufrimiento de los españoles durante los últimos cuarenta años de una prolongada dictadura que solo al final de sus días produjo cierta sensación de alivio, sobre todo en algunas de las capas sociales menos favorecidas. Tan es así que la narrativa de la segunda mitad del siglo XX ha puesto de manifiesto lo más esencial de esas repetidas sombras señaladas, y la perspectiva ofrecida no solamente es interior, sino que se han sumado voces que, por una u otra circunstancia, han querido aportar una muestra personal con mucha más libertad. Fernando Martínez López (Jaén, 1966), alejado, generacionalmente, de esa legión de escritores que combatieron el régimen desde dentro, ha querido exponer, ya en la distancia, su visión, un tanto literaria, sobre los últimos reductos de una lucha antifranquista protagonizada por unos esquivos y anónimos agentes del anarquismo más absoluto y su firme deseo de desestabilizar el régimen provocando atentados contra el general Franco y cuanto él representaba. Y así urde una trama convincente en Tu nombre con tinta de café (2015), novela por la que ha obtenido el XXXIII Premio Felipe Trigo y que en estos días aparece en las librerías, y aunque el trasfondo evoque el Madrid de los sesenta y el nostálgico ambiente del Café Gijón, en realidad, es una historia de amor y de odio, de muerte y de venganza sobre los días más grises de la dictadura franquista y en un ambiente de sordidez absoluta donde solo la clandestinidad ofrecía un pequeño remanso para disfrutar de la posibilidad de una mínima auto-libertad.
Blanca Darnell es una joven investigadora e incipiente poeta que visita periódicamente el café Gijón donde escribe en sus cuadernos los primeros versos que, por una suerte del destino, la convertirán en la autora de Lluvias del desierto y, paralelamente, su editor Joaquín Alberola, formará parte de una vida a la que ella accede con los reparos de la época, pero con el beneplácito de su tía Carmen, quien hasta el momento ha cuidado de la joven sobrina tras el trágico accidente de sus padres, en realidad, otra oscura historia que se completará cuando Bonoso Guzmán entra en escena y vaya conformándose el puzzle que configura el resto del relato particular de la protagonista. Para ello, el novelista Martínez López teje una trama cuya narración alterna entre el pasado prebélico y sus consecuencias inmediatas, y el Madrid clandestino de los 60 donde toda aparente normalidad se traduce en sospechas, rencores, odios y en una destructiva sed de venganza que complicará el amor entre Blanca y Galo, el joven que un día se acerca a la joven poeta para que le firme un ejemplar de su libro, cuyos versos tanto le han sorprendido.
Fernando Martínez López estructura Tu nombre con tinta de café en dos grandes bloques narrativos, una primera parte donde desarrollará lo más significativo de la trama, alternando el relato de la joven Blanca con el paso del falangista como agente de la Brigada Político Social años después, y a la que muy pronto se añaden personajes bien cincelados como Vicente Sánchez que sobrevive pese a su mala suerte, y un desconocido Galo Sanz que tras su breve aparición en la vida de la poeta, servirá para el desarrollo y justificación de un segundo bloque, una segunda parte algo más breve pero que, de alguna manera, cierra y justifica esa necesidad de perdón con que tendrán que vivir los personajes tras la barbarie civil y los que por edad se han visto arrastrados a justificar el pasado de sus mayores. El narrador apela con su novela, inexcusablemente a comprender los efectos de la represión franquista sobre la sociedad, y realiza en sus páginas un análisis sincrónico de algunas etapas históricas, tanto las inmediatas al conflicto bélico, denominado primer y segundo franquismo, y llega incluso hasta la época de la transición democrática e, incluye, el triste episodio del 23F para así dejar, de alguna manera, su testimonio particular de una etapa de nuestra historia reciente que siempre se encuentra en permanente diálogo.

viernes, marzo 06, 2015

En la piel del otro, Maria Barbal

Trad. Concha Cardeñoso Sáenz de Miera. Destino, Barcelona. 2014. 312 pp. 20 €

Amadeo Cobas

La memoria padece siempre grietas por las que se cuela la luz, fisuras que resquebrajan su entereza hasta volverla endeble, susceptible de modificaciones, enmiendas, distintas versiones de cada recuerdo. Es dable al que rememora que fabule, engrandezca sus dones o tergiverse a su antojo, todo ello en aras de la mayor belleza de lo narrado o de su autobombo. ¿Por qué no? Nadie conocerá los hechos con precisión más atinada que quien participó en los mismos. ¿Nadie?...
Mi consejo: quédense hasta la página final de esta novela para entender mi introducción. Quédense para contraponer los caracteres femeninos que pueblan esta obra. Hay personajes masculinos, huelga decirlo, y de mérito, pero destacan las féminas. Y lo hacen sobremanera dos: Ramona y Mireia. Compararlas es injusto. Contraponer, como decía hace poco, la fortaleza y determinación de Ramona, su verborrea, saber estar y hasta altanería con la muda discreción de Mireia, su ansia por pasar desapercibida, no tiene parangón. De ahí el éxito de Maria Barbal al oponer los polos opuestos y conseguir no sólo que se atraigan, sino que una se embeba de la otra. Y eso que llevan vidas de lo más divergentes…
Porque Mireia y Ramona compiten. Acaso sin saberlo. Es posible que hayan pasado de ser compañeras en el bachillerato para proseguir sus vidas en los estudios superiores con distancia y un posterior reencuentro, no sé si cabe llamarlo amistad. Que la una tiene el novio equivocado y la otra también, por mucho que «…para Mireia, el mundo era Manuel…».
En esta novela de ida y vuelta, que cobra volumen y cuerpo literario a medida que se acopian los detalles, para retomar el inicio así como declinan sus páginas, dándole sentido y encajando las piezas, los refugiados del régimen franquista viviendo en Francia, su espíritu vivo gracias a los esfuerzos de la asociación Memoria y Libertad, la democracia que llega como un devenir de la Historia, no sin antes padecer los desdenes tiranos, el asesinato de Salvador Allende, por ejemplo, se nos hace saber que «las penas de un hombre son pequeñas y las de todo un pueblo son un dolor infinito».
Desde lo general transitamos hacia lo particular: el amor de antaño y el moderno, reflejado en imágenes deliciosas y claras, «algunas parejas se daban besos amparados por la masa, como si los demás fueran las plumas de su nido», el exilio de trasfondo, los rescoldos de la guerra civil y su amargura; el exilio interior, cobijado bajo el silencio para evitar ser descubiertos por la policía secreta, y el exterior, destacando el de los refugiados españoles en Francia. Todo ello con el indispensable adobo de un lenguaje de traza poética, bien definido y sin recarga, exhaustivo sólo en caso de necesidad: «Entraron en la habitación, la que tenía que haber sido el dormitorio de la pareja. La cálida luz de fuera alegraba las tristes baldosas desgastadas y un somier deformado sobre cuatro patas metálicas».
«¿Tienen eco los suspiros y los besos? ¿Gravitan en el aire?». Maria Barbal logrará convencernos a todos para que digamos que sí…