miércoles, junio 10, 2015

El misterio del carruaje, Fergus Hume

Trad. Rosa Sahuquillo y Eva María González. Editorial dÉpoca, 2015. 352 pp. 23,50 €

Victoria R. Gil

Especializada en literatura decimonónica, la editorial dÉpoca se dedica a recuperar a escritores desconocidos u olvidados en nuestro país, centrándose sobre todo en la novela victoriana. A esta categoría pertenece Fergus Hume, precursor de Conan Doyle y del detective más célebre de la ficción, Sherlock Holmes, y dueño de un saludable sentido del humor, a juzgar por el epílogo que acompaña a esta obra, un auténtico bestseller del siglo XIX cuya publicación fue costeada por el propio Hume ante la falta de interés de los editores. En él, describe Hume del siguiente modo el inesperado éxito de su primera novela «Contrariamente a las expectativas de los editores, y debo añadir que a las mías propias, toda la edición quedó agotada en tres semanas y los lectores demandaron una segunda». Y la fama que alcanzó en Inglaterra fue tal que «muchas personas han asumido la autoría de mi libro; un caballero llegó tan lejos como para amenazarme con pegarme un tiro si yo afirmaba ser su verdadero autor. Me complace decir que hasta el momento sus intenciones no han sido llevadas a cabo».
Aunque nacido en Inglaterra, Fergus Hume creció en Nueva Zelanda y se instaló después como abogado en Australia, donde se empeñó sin éxito en convertirse en dramaturgo hasta que descubrió que se le daba mejor escribir (y se vendían más) novelas de misterio. Todos los ingredientes del género que empezaba entonces a definirse, muchos de los cuales aún le son propios, están presentes en El misterio del carruaje: el melodrama, los amores trágicos, el abismo social que separa la mejor sociedad de los barrios más marginales, los personajes de pasado misterioso, la incansable investigación, las cartas secretas, el inocente falsamente culpado, la sorprendente revelación final… Reúnan todo ello en una novela coral, con sus toques de ironía y crítica social, y entenderán por qué a la muerte de Hume en 1932 las ventas de esta obra en todo el mundo superaban los 750.000 ejemplares.
Todo comienza cuando Oliver Whyte es asesinado en el interior de un carruaje de alquiler mientras éste recorre, con su cochero en el pescante, las calles nocturnas de Melbourne. La noticia primero de la aparición del cadáver, el relato después de las extrañas circunstancias que rodearon el crimen y la posterior detención de un sospechoso, el hasta entonces intachable caballero Brian Fitzgerald, mantienen en vilo a la ciudad, espantada por el suceso, pero ansiosa por conocer todos los detalles hasta el punto de agotar una tras otra las sucesivas ediciones de los periódicos.
No falta tampoco la heroína, en este caso, la joven heredera Madge Frettlby, que entre desmayo y desmayo encuentra tiempo suficiente para buscar las pistas que han de salvar a su enamorado de la horca. Porque en El misterio del carruaje no hay un único y sagaz policía que lleve el peso de la investigación. Al contrario, al menos tres personajes (además de la hermosa Madge) se reparten ese papel: el detective Gorby, el investigador Kilsip y el propio abogado del protagonista, convencido de su inocencia y de que sólo descubrir al verdadero culpable le hará recobrar la libertad. Seguramente por eso he disfrutado tanto de esta novela de misterio, ya que, quizás por alguna tendencia latente hacia la delincuencia, mis pasiones literarias siempre se han decantado más por Arsenio Lupin, Raffles y Rocambole que por Sherlock Holmes o Hércules Poirot.
Las investigaciones que siguen los diversos personajes conducen al lector desde la alta sociedad acomodada en su hipocresía y sus secretos a la delincuencia y la prostitución de los arrabales, donde lo que cuenta es sobrevivir al precio que sea. Hume describe no sólo el ambiente degradado en que se mueven personajes como La Reina o la Abuela Raterilla, sino que traslada a la novela los diferentes modos en que se expresan, en contraste con la cuidada dicción de las mejores familias de la ciudad.
Este entorno geográfico e histórico que resulta ajeno al lector actual se vuelve más cercano gracias a las notas a pie de página que facilitan el contexto necesario para comprender citas y alusiones propias de la época y el lugar en que fue escrita la novela. Y no es éste el único elemento a destacar del trabajo editorial realizado por dÉpoca. Por lo que se refiere al aspecto material, el libro al completo está lleno de detalles para disfrutar: tapa dura con una sobrecubierta ilustrada, al igual que los dibujos interiores, por C. Sedano; una cinta de raso como punto de lectura, un marcapáginas y una lámina que reproduce la ilustración de cubierta.
En cuanto al contenido, además de las notas aclaratorias, el prefacio de la editora Susana González nos da las claves necesarias para conocer a Fergus Hume, que a su vez nos contará las particularidades de su trabajo en un epílogo que fue escrito como prólogo por el propio autor para la reedición de la novela en 1896.

martes, junio 09, 2015

Diarios de la Revolución de 1917, Marina Tsvietáieva

Trad. Selma Ancira. Acantilado, Barcelona, 2015, 224 pp. 14 €

José Miguel López-Astilleros

Marina Tsvietáieva (1892-1941), junto con Anna Ajmátova y Nina Berbérova, es una de las escritoras rusas fundamentales del siglo XX. Las tres pertenecieron a una burguesía ilustrada y sufrieron los rigores del poder bolchevique, cada una de una de una manera diferente. En ella literatura y vida se confunden, y son fuente recíproca que desemboca en un mismo surtidor, el de toda su obra. Su poesía, sus ensayos, sus obras dramáticas, sus cartas y sus escritos autobiográficos nacen tanto de su experiencia vital como literaria, en un momento en el que la historia de Rusia se escoraría hacia una brutal dictadura, contra la que se rebeló de una manera incuestionable, produciéndole un sufrimiento del que nos dejó amplio testimonio, pues el ansia por escribir no la abandonó jamás, incluso en los momentos más duros de su vida, hasta que no pudo más y terminó quitándose la vida un 31 de agosto de 1941. Hoy, que tanto abunda el falso género autobiográfico de historias insulsas, disfrazadas de géneros literarios más o menos novedosos, se agradece su «temeraria sinceridad», rasgo que más admiraba de su amado Alexander Blok, como señala Irma Kúdrova en el prólogo a Un espíritu prisionero. Adentrarse, pues, en su vida a través de sus diarios y textos autobiográficos, como este, es doloroso por la angustia que rezuman, y apasionante por el amor a la vida y la literatura que destilan, tanto desde el punto de vista literario como histórico y testimonial.
Desde 1990 se ha venido publicando en España una buena parte de su obra. Entre los libros autobiográficos más importantes están Un espíritu prisionero y Confesiones (ambos en Galaxia Gutenberg), además de Indicios terrestres (Cátedra/Versal), que contiene el diario entre 1917 y 1919. La edición de Acantilado viene a completar y complementar los dos primeros libros citados, que venía echándose de menos a disposición del lector español, tras haber sido descatalogado Indicios terrestres.
Estos Diarios de la Revolución de 1917 están compuestos por textos redactados entre 1917 y 1919, aparte del capítulo titulado “Mi buhardilla. Notas moscovitas de 1919-1920”. Coincide este período con el comienzo de la madurez literaria de Marina Tsvietáieva, con obras como el ciclo Poemas a mi hija o Historia de Sónietshka. El libro arranca con un apartado titulado “Octubre en un vagón. (Notas de aquellos días)”, Marina tiene veinticuatro años y se dirige en un tren hacia Moscú, al encuentro con su esposo y sus dos hijas, mientras acontece la Revolución de Octubre. A partir de este momento narrará todas las vicisitudes por las que pasó en aquellos tiempos, sus vivencias, pero lo más sobresaliente es que no sólo aludirá a los grandes acontecimientos, sino a la historia cotidiana de la población, su historia íntima: el caos reinante en las calles, el frío, la corrupción de los capitostes bolcheviques, los saqueos, la escasez y el hambre, con detalles tan conmovedores como cuando cuenta que ella y sus hijas se alimentaban de patatas congeladas, podridas (Irina, su hija menor, murió de hambre en un orfanato en 1920). En una ocasión el penoso transporte de las patatas putrefactas hasta su casa se erige en una trágica metáfora existencial. Incluso tuvo que sobrevivir con los alimentos que algunos buenos amigos le cedían. Frente a estas penurias su calidad humana se eleva hasta límites épicos, así declara que no roba para comer, en cambio sí lo hace para escribir, tal es la pasión por la palabra, que la lleva a sustraer papel y tinta. Y no solo eso, sino que su exquisita educación está por encima de la propia subsistencia y la de sus hijas: «Es indecente estar hambriento cuando el otro está ahíto. La buena educación es en mí más fuerte que el hambre,-incluso que el hambre de mis hijas.» (pág171). Se pone de manifiesto una cierta incapacidad para adaptarse a una sociedad degradada, según ella, con unos valores tan distantes de los suyos, que los critica con ahínco, así llega a decir de los comunistas «...no los odio a ellos, sino al comunismo». No es de extrañar, puesto que ella vivía en un mundo de hipercultura que choca con la realidad más descarnada, y la lleva a sentirse muy sola, desfallecida, desesperanzada.
Otra faceta brillante de estos textos se refiere al arte y al pensamiento. Abundan las disquisiciones sobre el teatro, la poesía, el amor, la muerte o su pensamiento social de raigambre cristiana e influenciado por las Sagradas Escrituras. Se nos rebela en estas páginas también como una pensadora sensible, incisiva y profunda. Queden como prueba estas citas sobre tres temas fundamentales en su obra y en su vida, el amor, la muerte y la literatura respectivamente: «Hay dos maneras de relacionarse con el mundo: la amorosa y la maternal.»; «Saber morir-es saber superar la agonía es decir, de nuevo: saber vivir»; «Hay que escribir sólo aquellos libros por cuya ausencia se sufre.» No está demás advertir al lector primerizo de Marina Tsvietáieva sobre la presencia de los guiones, que representan, según señala Elizabeth Burgos en el prólogo de la Antología poética de la editorial Hiperión, «Un entramado de ritmo y de aliento entrecortados, a la vez juego de acentos entre letras y sílabas…»
Son innumerables los maravillosos descubrimientos que les esperan a quienes se adentren en la vida y en la obra de esta grandísima escritora, sea a través de su poesía, sus deliciosas cartas a Rilke y Pasternak, sus ensayos o cualquiera de sus obras. Y cómo no a través de estos diarios, escritos de una manera vibrante, ígnea podría decirse, fuente inagotable de emociones y conocimiento.

lunes, junio 08, 2015

Riplay. Historias para no creer, VV.AA.

Adriana Hidalgo Editora, Alcalá de Henares (distrib.), 2014. 208 pp. 16,50 €

Pedro Pujante

Una de las tareas más raras y fascinantes que el hombre ha acometido es la creación de libros. Y el adjetivo ‘rara’ no es casual. Porque el libro, esa prolongación de la imaginación, que diría Borges, es un artilugio interminable, interactivo y abierto que comunica al menos a dos seres a través del tiempo y el espacio. Dos seres: el lector y el escritor.
No obstante, en esta antología la experiencia es multitudinaria, porque acuden a estas páginas bizarras una suerte de escritores contemporáneos que han decidido contarnos algo. Un cuento, quizá un verso, un fragmento de noticia. Una ilustración, una fotografía. Y a pesar de las diferencias de sus autores todos los textos tienen un denominador común: Robert Ripley, un conocido caricaturista que recogía en su columna ‘Believe it or not’, extraños sucesos, casos y lugares exóticos en todo el mundo. De esos casos que hoy día nadie creería. O quizá sí.
En forma de homenaje, este libro que han editado Jorge Carrión (Tarragona, 1976) y Reinaldo Laddaga (Rosario, 1963), es un compendio de textos, con imágenes, que recoge una actualización en clave literaria de aquel mundo extraño y sensacionalista que debió de ser la sección periodística de Ripley.
Ripley llegó incluso a construir un museo. Este libro, a su modo, es un museo también. En sus estantes y vitrinas podremos observar las breves criaturas que han pergeñado autores como Mario Bellatin, Juan Carlos Márquez, Javier Moreno o Edgardo Cozarinsky. Laura Fernández, Manuel Vilas, Jon Bilbao, Sergio Chejfec o Rodrigo Fresán. Una lista de grandes escritores contemporáneos en lengua castellana. Y muchos más. No los vamos a detallar aquí a todos porque esta reseña se haría interminable.
La idea consistía en que cada autor recrease a su manera, y teniendo en cuenta el espíritu de los textos y viñetas de Ripley (bizarros, increíbles, raros, breves, fugaces), su variación escrita o dibujada. Se ha pretendido salvaguardar el espíritu original, incluso se mantienen los títulos ripleyanos. Y creo que el efecto final es logrado. Porque, a pesar de la diferencia de las plumas y argumentos, el libro es en cierto modo homogéneo. Y quizá ese sea uno de los aciertos de esta antología. Además de haber logrado traducir un universo de origen pulp a una coordenadas literarias de gran calidad. Aunque realmente, leyendo este libro híbrido y trasgresor, uno no tiene muy claro dónde están las diferencias, dónde colgar las etiquetas.
En él se cuentan o reseñan las vidas de hombres ciegos que pueden ver en la noche, mujeres sin miembros, niños con dos penes o de piel transparente, pájaros que ladran, una madre progresiva (léanlo y lo entenderán) y demás extrañezas genéticas, a mitad de camino de lo macabro y lo sobrenatural.
También hay otras situaciones esperpénticas: compra y venta de parcelas en la Luna, influencia de los alienígenas en los movimientos bursátiles, magias extrañas, costumbres de tribus oscuras de remotos países.
Textos breves, microrrelatos, algún poema, ilustraciones y fotos. Este libro se puede entender como una antología genial, macabra, divertida y poliédrica. Imaginativa y repleta de anécdotas inverosímiles. Yo lo imagino como una habitación escondida en un museo de los horrores, con fetos en tarros de cristal y monstruos disecados que te miran estupefactos.
El lector ha de adentrarse por sus laberintos, para disfrutar y revivir aquel mundo que inventó Ripley. Lo de creer o no creer, ya dependerá de cada cual.

viernes, junio 05, 2015

Breviario negro, Ángel Olgoso

Menoscuarto, Palencia, 2015. 160 pp. 16 €

Ángeles Prieto Barba

Viene siendo tradicional iniciar las reseñas de libros de microrrelatos explicando a los lectores qué son y a qué género pertenecen. Mas como esto interesa a los teóricos de la literatura, vamos a saltarnos por completo este capítulo obligado, ya que podemos encontrar suficientes muestras en el mercado para formarnos una idea propia. Que puede estar equivocada. Por eso sí creo preciso advertir, a todo aquel interesado en este sucinto volumen buscando historietas breves, ligeras y ocurrentes, ideales para salir en Twitter y convertirse en trending topic, que haga el favor de no acercarse a este Breviario. Ni mirarlo, vamos.
Pues salvo el relato pretendidamente divertido titulado “El encuentro“, claramente descolgado del resto, apenas vamos a encontrar chispas de humor en todo este libro grave, denso como ninguno, lleno de cargas de profundidad sobre nuestra forma de vida. Tampoco hay crítica social en el mismo, pueden estar tranquilos quienes acaban de salir de una campaña electoral martirizante. No es eso. Lo que refleja este libro con insistencia son los horrores de la propia existencia, y sobre todo aquellos que nos sobrevienen al pensar en nuestro seguro final. Ya que tal y como indica José María Merino en el prólogo, la Muerte es clara protagonista de los relatos centrales y cruciales del libro. No de todos, ya que los encontramos bien acompañados por otros con periplos exóticos, presentes en libros anteriores (Japón, Escocia, Argentina) y también homenajes literarios a figuras señeras (Kafka, Cunqueiro, Chateaubriand), asimismo habituales.
En esta séptima entrega de cuentos observamos a un Olgoso suelto y seguro, ya que se trata de un autor que tiene muy bien tomada la medida a la historia que nos quiere transmitir con un estilo único y característico, donde no escasean los cultismos, adjetivaciones muy prolijas buscando siempre la exactitud y un gusto irreductible y confesado por las enumeraciones. Lo que dará lugar a relatos muy cargados y densos, historias que en modo alguno se pueden consultar de manera rápida y continuada como los capítulos de una novela sino que, dependiendo de la pericia del lector, se deben leer sólo unos cuantos al día, digiriéndolos. Advertencia importante, so pena de que no nos enteremos, disfrutemos, ni asimilemos en absoluto el contenido de las mismos.
Además nos llama la atención que, siendo este el libro de relatos de Olgoso que más se parece a “Los demonios del lugar”, ya lejano en el tiempo, no rompe lazo con su precedente “Las frutas de la luna”, sino que continúa algunos caminos nuevos iniciados en este, como esos relatos epistolares de ambos volúmenes donde el autor sin timidez nos habla directamente de sí mismo. También de sus dudas sobre la escritura, que compartimos. Toda vez que este esquema exigente y rígido en lo formal puede provocar distanciamiento de ese lector que aprecia estos fogonazos o impresiones lúcidas tan cercanas a la poesía en prosa, pero que sin duda necesita extensión mayor, más descripciones, acciones y reflexiones para poder abarcar, entender y asumir la enorme complejidad de los grandes temas de la existencia: el amor, la vida o la muerte. Para llegar a conclusiones propias sobre estos. La propia existencia, de hecho, exige cambios, nada dura. ¿Estaremos acaso ante un libro de transición hacia un discurso más prolijo, de mayor desarrollo, más extenso? Esa impresión tengo. Mientras tanto, bienvenido sea este Breviario con toda su sapiencia y hondura.

jueves, junio 04, 2015

Pessoa, el señor de la nada, Francisco Legaz

III Premio Oscar Wilde de Novela. Ediciones Irreverentes, Madrid, 2014. 167 pp. 15 €

Pedro Pujante

A la manera de Sterne, Francisco Legaz, o mejor dicho el narrador, emprende en esta novela su viaje sentimental, esta vez por Lisboa, tras las huellas del escritor Fernando Pessoa. En realidad, la búsqueda del poeta portugués no es sino una excusa para poder vagabundear por las calles de Lisboa, por los rincones de una geografía inventada, de su propia memoria, por la vida, por la literatura.
Porque este viaje no es un viaje físico, ni siquiera emotivo. Más bien es una singladura existencial y literaria, en la que su narrador (con)funde vida con obra, recuerdos con lecturas, experiencias propias con ajenas (sobre todo pessoanas). El protagonista es un flâneur borracho y triste que se mimetiza con la sombra imborrable que en Lisboa sigue proyectando el atemporal Fernando Pessoa.
El narrador, siguiendo las indicaciones de un Atlas que describe una geografía confusa sobre Pessoa, se decide a viajar a la capital de Portugal, tratando de reconstruir el trayecto imaginario que este libro propone. Así, mediante el periplo literario, también seremos testigos de la recomposición de su fragmentaria existencia. El viajero, como veremos, es una víctima de sus propias circunstancias. Una vida deshecha que cobrará cierta viveza al encomendarse al azar, a la magia de Lisboa, al hechizo de la literatura.
Reflexiones sobre la vida, sobre la muerte. Encuentros con el doble, con los heterónimos que a lo largo de su obra fue diseminando Pessoa. Un autor que sigue vivo en Lisboa, que casi es el fundador de una urbe fraguada en el imaginario de tantos lectores, de tantos viajeros. Porque, ¿no será, como se plantea en este libro, Pessoa una invención, un fantasma?
La literatura es capaz de todo, entendemos en este viaje por la memoria, por el olvido, por Lisboa. La literatura es una niebla espesa que se diluye solo al final del viaje, es también el mismo viaje y el viajero. La literatura es ese único amor que hace sentirse culpable a su amante por dejar a las mujeres en un segundo plano.
No sé si he escrito una reseña de este libro. Solo añadiré que el que se adentre en estas melancólicas páginas acompañará a su narrador por un viaje de autodescubrimiento, de toma de conciencia de esa realidad oblicua que en tantas ocasiones arrinconamos con algo que falsamente llamamos vida. En este recorrido por una Lisboa onírica, agoninante, espectral y neblinosa, tras las huellas indelebles de Pessoa, quizá descubramos que al final del camino solo nos aguarda la bruma, y que el viaje es el único premio, el único consuelo con el que liquidar las deudas de un trayecto repleto de enigmas y penurias. El peaje que el lector ha de pagar cuando la literatura se confunde con la vida.

miércoles, junio 03, 2015

La señorita Pym dispone, Josephine Tey

Trad. Pablo González-Nuevo. Hoja de Lata, Gijón, 2015. 319 pp. 21,90 €

Victoria R. Gil

Quienes descubrimos a Josephine Tey con la magnífica novela La hija del tiempo estábamos deseando conocer otras obras de la misma autora para prolongar el disfrute de aquella lectura, pero su investigación policial sobre Ricardo III y el supuesto asesinato de sus sobrinos en la Torre de Londres era el único de sus libros traducido en España. Esto ha cambiado gracias a la editorial Hoja de Lata, que acaba de publicar La señorita Pym dispone para alegría de los seguidores de esta escritora escocesa a la que esperamos continuar leyendo en el futuro.
Nada tiene que ver esta obra con La hija del tiempo, por si hay quien se acerca a ella buscando nuevos casos del inspector de Scotland Yard Alan Grant, pero no por ello resulta menos recomendable. La protagonista de esta narración es la señorita Pym del título, una profesora de francés, soltera y de mediana edad, más resuelta de lo que una descripción así podría hacer sospechar y a quien la publicación de un manual de psicología, original y revisionista, convierte en autora de éxito y conferenciante de moda. Con este peculiar personaje y un delicioso sentido del humor, Josephine Tey construye una novela de intriga a la que no le faltan sus toques de costumbrismo y de crítica social, además de un análisis de las relaciones humanas siempre complejas, pero más aún en un ambiente de emociones tan volátiles como es un internado de señoritas.
A la Escuela de Educación Física Leys, situada en plena campiña inglesa en la década de los años cuarenta del siglo pasado, llega la señorita Pym para ofrecer a sus alumnas una charla sobre psicología, invitada por una antigua compañera de estudios, directora en la actualidad del centro. Pese a que la señorita Pym está deseando volver a la comodidad de su hogar para huir del bullicio de la escuela, decide quedarse más días de los previstos, seducida por lo agradable del lugar y por «las buenas, honestas y sanas muchachas» que le demuestran su admiración incondicional y un afecto sincero.
El contacto diario con estudiantes y maestras, que Tey describe con el acierto de quien ha sido ella misma alumna primero y profesora después de educación física, hace aflorar sentimientos ocultos y le permite describir ajustados perfiles psicológicos. En este acercamiento al cerrado universo que representa el internado femenino, pronto nos daremos cuenta de que no todo es tan simple como parece y que «estas chicas no llevan una vida normal, no puede usted esperar que sean normales», como alguien se ocupa de advertirle. La señorita Pym dispone se disfruta por sí mismo, por el retrato certero de sus personajes y por el deseo que despierta en el lector, incluso más allá de la mera intriga policial, de averiguar los secretos que se esconden bajo la amistad que todas parecen compartir. Sacar a la luz las corrientes ocultas que fluyen entre Bollito de Nuez, Beau Nash, «la corpulenta señorita Hodge, la inteligente señorita Lux, la simplona señorita Wragg, la elegante madame Lefevre» es una necesidad a la que no podemos sustraernos.
Recomienda la editorial esta obra para amantes de las clásicas novelas de intriga y nostálgicos de Enid Blyton y tiene mucha razón. Para quienes crecimos leyendo las series de esta famosa autora de novelas juveniles sobre los internados Torres de Malory o Santa Clara, la Escuela de Educación Física Leys es un paisaje conocido: las meriendas campestres, los partidos de críquet, los verbos irregulares franceses… Inmersos en esa rutina diaria que imponen las clases y los deportes, nos dejamos cegar por una falsa apariencia de normalidad hasta que la sorpresa llega con un suceso trágico e inesperado que nos hace replantearnos todo lo que creíamos saber. Desde ese momento y hasta el final de la novela, el plácido discurrir de la lectura, tan grato y cordial hasta entonces como el té de las cinco, se convierte en una duda que nos angustia del mismo modo que a la señorita Pym, atrapada en un conflicto ético en el que debe decidir si «siempre hemos de hacer lo correcto sin preocuparnos por las consecuencias».
El principal acierto de Josephine Tey es el de jugar al despiste con este libro que se viste de encantador divertimento hasta que deja caer la bomba que sacude tanto el colegio como la novela y noquea al lector desprevenido con la evidencia de que hasta el mismo paraíso puede albergar una serpiente. Quién iba a decirle a la señorita Wragg que su deseo sería satisfecho con tal diligencia por la fatalidad: «Algún pequeño escándalo no estaría mal de vez en cuando para olvidarnos de tanto hacer el pino y dar volteretas». Con razón aseguraba Oscar Wilde en Un marido ideal que «cuando los dioses quieren castigarnos, atienden nuestras plegarias».

martes, junio 02, 2015

La vida equivocada, Luisgé Martín

Anagrama, Barcelona, 2015. 288 pp. 18,90 €

Pedro M. Domene

Preguntarse sobre la vida, la identidad o sobre la muerte son temas que habitualmente Luisgé Martín (Madrid, 1962) domina, y bastante bien. En esta ocasión, el madrileño repite esquemas y vuelve a plantear cuestiones que nos incomodan y perturban algo más nuestra existencia. En La vida equivocada (2015), una colección de cuadernos y numerosos álbumes de fotografías, muestran un secreto que dos miembros de una misma familia han ido acumulando a lo largo de unas vidas desafortunadas, primero el padre en un intento desmesurado por sobresalir a lo largo de su existencia, y un hijo que repetirá el mismo esquema sin apenas darse cuenta; en medio la mirada del narrador, un testigo convertido en el auténtico artífice que desvela la vida de Elías padre, y de Max hijo, en realidad, dos historias sobre el fracaso de una ambición.
Un bellísimo y desconocido joven Max Leopardi conoce en un taller de escritura al narrador de esta historia, pronto convive con él una tórrida relación durante un breve tiempo para después abandonarlo y reencontrase veinte años después; todo esto se cuenta en un extenso “Principio” que aporta el plan narrativo previo a una seductora historia, y un “Final” que la cerrará como muestra de esa desgarradora existencia vivida por padre e hijo, visto en la distancia del narrador que asiste al declive de ambos, una muestra más de esa identidad imprecisa que novela el madrileño dueño de esa capacidad de producir luces y sombras en los abismos que provoca el deseo en sus personajes. El resto, se convierte en el hilo central de La vida equivocada; es decir, el secreto de Max y de Elías por separado, aunque con la perspectiva de un mismo fracaso porque los intentos desmesurados se repiten en uno y en otro, solo el narrador con su afilada técnica narrativa, con su estilo contundente y la precisión que caracteriza a su prosa, logra que el hilo narrativo no llegue a romperse, sino que se complemente y a las preguntas que asaltan a uno y otro, esa rotunda visión sobre la vida, la identidad y la muerte, todo se convierta en una historia común, y más que de una vida equivocada, descifremos la existencia de los otros.
Una vez más, el narrador madrileño insiste en un procedimiento ensayado, que identifica autor y narrador, añade solvencia y credibilidad al relato, y deriva además en un auténtico testimonio. Con esta estructura, con su estrategia narrativa parece no recurrir a personajes inventados, sino a gente conocida, no en vano se nombra a sí mismo, y con su relato justifica y saca del anonimato a quienes en otro tiempo fueron importantes en su vida. Aunque, en esta ocasión, el narrador aparece como simple testigo, se convierte en una impostada omnisciencia, delega en la voz de Max y de Elías que dejan constancia de toda una biografía que el maduro y conocido escritor Luisgé Martín ignora, y descubrirá cuando empiece a leer los cuadernos, y sabrá de los oscuros reveses y esfuerzos de padre e hijo, aunque es Max quien capitaliza todo el dolor y su historia como la del padre queden ensambladas como una sola narración, y sus vidas se conviertan en algo que afirma él al comienzo, «esa cosa insustancial y extraña que no lleva a ninguna parte».

lunes, junio 01, 2015

Miradas, Guido Finzi

ACVF Editorial, Madrid, 2015. 164 pp. 11,86 €

Miguel Baquero

Siempre se ha dado por supuesto que entre los escritores hay mucha «pose», dicho siempre también con ánimo peyorativo. Lo cual no pienso, en realidad, que esté tan mal, si lo tomamos como esfuerzo para mantener una actitud, sostener una propuesta estética que en ocasiones debe trasladarse también a la indumentaria, al comportamiento, a la manera de hablar del autor. En realidad, y pensándolo mejor, la tan denostada «pose» (crearla y sostenerla) sería más bien un merito… a condición de que parta de la honradez y de la verdad. Porque cuando parte de una campaña de marketing en que se han establecido las últimas tendencias a seguir por quien quiera vender libros, o de unos asesores que obligan a un determinado autor a ser juvenil y desenfadado, o de una reflexión casera y anticuada que identifica el «escriturismo» con ser un estrafalario o un «snob», entonces es cuando el concepto «pose» referido a un escritor (más bien a uno que dice que escribe) resulta de lo más grotesco.
No es este el caso de Guido Finzi, me apresuro a afirmar, un escritor hispanoargentino a quien muchos conocimos por su primera colección de relatos: Rumbo sur, editada por primera vez en digital, y que, dada su buena acogida, pronto conocerá la edición impresa. Entretanto este acontecimiento (pequeño pero «acontecimiento» para quienes desde el primer momento conectamos con su estilo) se produce, se publica en estos días Miradas, su segunda colección de relatos.
Sería larga y un poco absurda tarea desmenuzar aquí críticamente los casi treinta cuentos que componen este volumen. Baste decir que se podrían agrupar en tres temáticas: las historias de amor, surgidas o recordadas a partir de encuentros casuales en cafés de Madrid o de Buenos Aires; las historias que tienen como protagonistas a antiguos nazis huidos o a viejas víctimas del Holocausto; y los que sirven como pretexto para verter una mirada crítica sobre el clima actual que nos rodea cuando se supone hablamos de cultura, un ambiente bastante estúpido en general.
Y es en este punto cuando vuelvo a lo de la «pose». Guido Finzi (se aprecia enseguida en cada uno de los renglones tanto de este libro de relatos como del anterior) ha querido en todo momento «actuar de escritor» y escribir buenos cuentos, hacer un libro serio (no confundir ni mucho menos son solemne), donde la literatura tal como la solemos entender tenga la importancia debida. Nadie entienda con esto que su estilo sea florido, rimbombante (como ay, muchos enseguida se figuran hoy en día cuando se dice de una obra que es «literaria»); muy al contrario es una prosa fluida, trabajada para que suene con naturalidad (que no, como también se confunde, dejada caer desde lo alto), que acompaña a unas historias que buscan incluir a personajes verdaderos.
En todos sus relatos, Finzi busca, en último caso, la elegancia, la clase. No busca reconstruir esa vida común y ordinaria de la que, al final, con la excusa de reivindicarla, están llenos libros, y películas, y series de televisión; ni emplea lo soez al expresarse, con la coartada de que «es lo que hay». Finzi quiere, desde el primer momento, asentarse lejos del mundo cotidiano (para acceder al cual, quizás, no necesitamos libros, sino simplemente bajar a la calle) e invitar a sus lectores a ingresar en un mundo diferente donde la gente habla con «propiedad» (esa extraña facultad que los personajes literarios han perdido), cuentan historias interesantes, aspiran a enriquecerse intelectualmente, huyen del lugar común, abominan la obviedad, son de trato educado y correcto. No se ríen a carcajadas, según las acotaciones de los malos libros, ni fuman un cigarrillo detrás de otro (de nuevo las acotaciones) sin pedir permiso a quienes tienen alrededor, ni salen a la calle «a la carrera» sin antes prestar siquiera un segundo de atención a su aspecto.
Son, en suma, personajes con clase e historias con elegancia, que son lo que Guido Finzi está convencido que un escritor debe proponer a sus lectores. El resultado es un libro exquisito, para leer con calma, con sosiego (qué pintan esas prisas y esos «tirones» con los que ahora, al parecer, tienen que leerse todos los libros), quizás junto a una taza de buen café y pasando las páginas sin atropellarse.