viernes, enero 29, 2016

Ve y pon un centinela, Harper Lee


Trad. Belmonte Traductores. HarperCollins Ibérica S.A., Barcelona, 2015. 272 pp. 19,90 €

Victoria R. Gil

Ocurre con Ve y pon un centinela que no se trata una novela, sino de dos. Y además, de un premio Pulitzer; de un icono de la honestidad y la coherencia personal; del paradigma de la lucha por los derechos civiles; de una película con tres Oscars, y de un Gregory Peck que encarna como nadie el código de honor que tanto adoran los norteamericanos, aunque no siempre lo acaten. Ser la continuación de Matar a un ruiseñor (To Kill a Mockingbird, 1960) es lo que tiene: una herencia tan pesada que nadie puede acercarse a esta obra sin tener muy presente la imagen de un Atticus Finch casi perfecto al que todos quisiéramos haber tenido como padre, como profesor o como amigo. El anuncio de su publicación fue la noticia literaria del año, tras el hasta entonces único libro de Harper Lee, que no necesitó nada más para convertirlo en un clásico de la literatura norteamericana y en el más citado en su país, al parecer, tras la Biblia. No desvelo ningún secreto, porque ha sido lo más comentado tras su aparición, si digo que la metamorfosis que sufre Atticus Finch en esta segunda parte ha sacudido como un terremoto de fuerza diez a cuantos amantes de Matar a un ruiseñor hay en el mundo, y somos millones. Si la pérdida de la inocencia era uno de los temas principales de aquella novela, ésta nos ha hecho perderla a todos sus lectores. Seguramente el Atticus Finch del primer borrador que escribió su autora ya era como el que nos sorprende en Ve y pon un centinela: un anciano clasista, aliado con sus vecinos para mantener a cada cual en su sitio, sobre todo, a los negros. La habilidad de su editora quiso que, tras recomendarle a Harper Lee que renunciara a la Scout adulta, se centrara en los pasajes de su niñez y olvidara los descartes en un cajón, el resultado fuera esa novela que tiene, como pocas, la capacidad de llegarte al corazón y hacerte creer que algunas batallas hay que pelearlas, aun cuando sepas que es imposible ganar.
Si es duro matar al padre, como aprende la joven Scout, convertida en una profesional neoyorquina, cuando regresa a Maycomb, descubrir el auténtico fondo de Atticus Finch resulta un cataclismo para el devoto de Matar a un ruiseñor de una intensidad similar, qué sé yo, a descubrir que Alonso Quijano no leyó una novela de caballerías en su vida y que le dio por creerse un caballero andante como podría haberse creído un recaudador de impuestos.
Pero es necesario leer Ve y pon un centinela porque quizás aún tengamos pendiente la asignatura de matar al padre. Acaso necesitamos aceptar que nadie es perfecto; que se puede vivir con las contradicciones y, a pesar de ellas, el sentido de la justicia se sobreponga a sentimientos menos generosos y altruistas, y que todos, seguramente, tenemos algo que nos redime. Y es necesario leer este libro porque junto con Matar a un ruiseñor da forma a la auténtica novela que quiso escribir Harper Lee hace más de cincuenta años, tal vez no tan perfecta, pero sí más real.
Ve y pon un centinela no le resta nada a Matar a un ruiseñor, ese libro estará siempre ahí para quienes deseen conocer o recuperar al padre abnegado, al vecino juicioso y al abogado comprometido con la verdad. Pero quien desee ir más lejos y saber cómo aquella joven de treinta años que peregrinaba por las editoriales con su manuscrito bajo el brazo retrató realmente Monrovilley, el pueblo del sur de los Estados Unidos inmerso en plena segregación racial en el que creció, Ve y pon un centinela es una lectura obligada. Aunque duela: «—Me has engañado de una manera que no se puede expresar con palabras, pero descuida: la que va a pagar el pato soy yo. Creo que eres la única persona en la que he confiado por completo en toda mi vida, y ahora estoy acabada.
—Te he matado Scout. He tenido que hacerlo».

miércoles, enero 27, 2016

El rey del juego, Juan Francisco Ferré


Anagrama, Barcelona, 2015. 280 pp. 18,90 €

Pedro Pujante

Divertida, trepidante, cómica, irónica, alucinante, mordaz, hilarante, veloz, inteligente, alocada, innovadora…podría seguir destilando adjetivos sin parar para hablar de la última novela de Juan Francisco Ferré, ganador hace dos años del Premio Herralde con Karnaval. Ahora regresa con El Rey del Juego una divertida road-movie con acento en español. Un viaje alucinógeno y muy adictivo, divertida puesta en escena que se atreve a desmotar, mediante los tópicos del género, todos los tópicos: personajes más o menos estereotipados, relato de aventuras clásico, peripecia…
Sin embargo, la novela funciona realmente bien porque el tono elegido por Ferré es ajusta al ritmo que le imprime a la narración. Un tono desenfadado y gamberro para una novela trepidante, en la que sin tregua se jalonan suceso tras suceso, secuencia tras secuencias. El argumento, para no aburrir al lector de esta reseña, lo contaré en dos frases: un escritor venido a menos es citado por dos desconocidos. Como no tiene otro plan mejor, acude a la cita. Y desde ese instante, comienza su aventura por las venas de la noche, en una fiesta-misión de dimensiones esperpénticas y alucinantes.
En esta aventura, reverso burlesco del Dante en su bajada a los infiernos –Beatriz se llamará Cristina Pedroche-, el narrador protagonista, será víctima de una conspiración a gran escala en la que la vida del rey de España corre grave peligro. No obstante, el lector no tendrá demasiado claro a qué atenerse. Porque la visión del trío formado por el protagonista y sus dos alocados compañeros, estará tamizada por las drogas y el alcohol.
Esta novela es como la cara B de un disco llamado España. Recuerda en ocasiones a esa otra novela desproporcionada que fue Adán Buenosayres. Ferré, con un vozarrón grandilocuente y excesivo, también sabe ser elegante a su manera. Afinado pero cáustico, descarnado pero onírico. Realista pero lisérgico. Con periodos oracionales largos, construye una suerte de comedia disparatada que abusando de los tópicos y de las generalidad consigue ser divertida y original, como una performance absurda en la que el lector no sabrá que va a ocurrir a la vuelta de la página.
El único inconveniente que he encontrado en su lectura es que un ritmo tan endiablado no se ha logrado mantener a lo largo de toda la narración. En las últimas páginas el tono decae y pierden interés. Pero no obstante, el conjunto se salva con creces y realmente me ha servido para conocer a un autor interesante con una inteligencia literaria y una vena al servicio de lo novedoso.
Con Ferré se rompe aquella regla, aquella frontera insalvable que separaba la literatura de calidad del puro divertimento literario.

lunes, enero 25, 2016

Ciudad de caníbales, Alexander Drake


Lupercalia, Alicante, 2015. 112 pp. 12,95 €

Miguel Baquero

La segunda novela de Alexander Drake (San Sebastián, 1974; también cuentista, y ganador con su libro Vorágine del Premio Internacional Vivendia-Villiers) está ambientada en la ciudad en Hollywood en los años 80 y, como es de imaginar, gira en torno a la industria del cine, o por mejor decir, a la presión, la tensión, la prisa que impera en el mundo de las producciones cinematográficas, donde que las películas resulten rentables y hacer cada vez más pasta no es lo fundamental, sino lo único en que puede pensarse las veinticuatro horas.
El protagonista de la novela es un coordinador de producción y representante de actores que a cada momento se encuentra más angustiado porque se van cumpliendo los plazos y aun no tiene protagonista ni director para una inminente película. Dibujado con una veracidad y una sutileza sorprendentes, excepcionales, podemos advertir en el fondo de él un sentimiento humano que constantemente pugna por ocultarse a sí mismo, en aras de continuar en el negocio. Entre autores hace cinco minutos famosos y convertidos ya, irremediablemente, en juguetes rotos, guiones de cine de una calidad excepcional pero que cualquiera entiende que no se adaptan a las exigencias comerciales de la industria, actores a lo que se les va yendo la juventud sin que consigan, ni conseguirán, ese papel que lance su carrera, Ciudad de caníbales es no solo un espléndido friso del universo de Hollywood, sino, al mismo tiempo, un magnífico retrato, excepcional, de la sociedad de nuestros días, sumergida también en la prisa y la ganancia y donde a menudo nos vemos obligados a reprimir nuestras sensaciones si queremos seguir metidos en la rueda.
«Esta era la esencia de Hollywood: la encarnación de un sueño, el estandarte de una burda mentira que ellos habían llegado a creer con fe ciega». Ese "ellos" se refiere al público, a nosotros, a los que nos hacen creer que somos soberanos, que no se nos puede engañar, que somos en último caso los que determinamos la valía de un producto, pero en Ciudad de caníbales (vale por Hollywood y seguramente por todas la manifestaciones de la sociedad) se demuestra varias veces que por supuesto que se nos engaña, faltaría más, y que se intenta a cada hora: que las campañas, la insistencia, la repetición (a tanto, por supuesto, el espacio publicitario) es lo que determina el gusto del «respetable», al extremo de persuadirlo de que es artístico y bueno lo que en el fondo es despreciable. «Esos idiotas terminaban adorando a cualquier actor de mierda».
Con unos diálogos sencillamente impecables, con una capacidad para crear atmósferas sutiles pero extraordinariamente tensas que lleva a pensar, en un ambiente muy parecido al narrado, en los imprescindibles capítulos de Mad Men, con una dureza de fondo y un cinismo soterrado que remite asimismo a las mejores páginas de Beigbeder o incluso de Easton-Ellis y su retrato salvaje de la sociedad actual, Ciudad de caníbales es una novela densa, pese a su fácil y rápida lectura, y, pese a sus poco más de cien páginas, cargada de preguntas sobre quién maneja nuestra sensibilidad. Un libro extraordinario. Todo un descubrimiento.

viernes, enero 22, 2016

Doble mirada: Lujuria, Juan Eslava Galán


Destino, Barcelona, 2015. 241 pp. 18 €

1. Juan Laborda Barceló

El conjunto global de estas letras es de un resuelto y entretenidísimo carácter didáctico. Se nos acerca con gusto, delicadeza y picardía, así como acierto en la selección de contenidos, los prismas varios que la Lujuria puede presentar. Si bien es cierto que los temas se centran en el siglo XIX y XX español, su carácter universal los hace extrapolables a otros tiempos cercanos y otras zonas. No se evitan los detalles bizarros, que harán las delicias de los lectores más rijosos, ni las reflexiones sociales que el sexo, y sus manifestaciones públicas y privadas, imprimen en las mentalidades de cada época. De ahí saltamos a las modas, los naturalismos, los burdeles o los grandes personajes que se dejaron seducir por los placeres de la carne. Isabel II o Alfonso XIII tienen capítulos justamente dedicados en la obra, pues sus vidas dieron mucho juego, entonces y ahora, por sus aventuras de alcoba, cuando no de escritorio o de cuarto de fregonas. Tal era el ímpetu y la voracidad de ambos.
La amenidad manifiesta no está reñida con el rigor, ni con el humor. El aparato crítico resulta desbordante, pues viene, como suele ocurrir, a abundar, profundizar y explicar cuestiones aledañas a las del texto principal. Son útiles, pues perfilan las evidentes referencias bibliográficas, llegando a disculparse el autor por su extensión. Ironiza, sin embargo, con aquel rancio concepto de que así tendrá mayor peso académico. La función se logra: amenidad y seriedad histórica se dan la mano en estas páginas.
La obra está pensada, a pesar de que se puede leer de muchos modos, como un acercamiento ocasional, distendido o disperso al tema, que depara un agradabilísimo sabor de boca en el lector. El disfrute de cada uno de los capítulos como curiosidad, con entidad narrativa o temática separada, resulta de lo más pedagógico y apropiado para un libro de estas características. En cambio, una lectura más continuada revela ciertas reiteraciones anecdóticas, y que no empañan en absoluto el conjunto, pero que son muestra de ese carácter en ocasiones fragmentario. No se trata tanto de un matiz del texto, siempre riguroso y ameno, como de un reflejo de las siempre discutibles intenciones o modos de lectura. Hay cuestiones sobre los gustos de los fuertes olores corporales que privaban a algunos monarcas de la historia que se repiten en diversos apartados del libro.
Uno de los grandes aciertos del ensayo, que forma parte de un ambicioso fresco sobre los pecados capitales en la siempre atribulada historia de España, es su carácter abiertamente desenfadado. No se evita la reflexión profunda cuando es menester, ni el debate historiográfico cuando toca, pero, desde luego, prima un sentido lúdico que acompaña al tema, aunque éste no siempre lo sea. Desde las prostitutas nacidas de la necesidad a las amantes regias, pasando por las bajezas morales de la desequilibrada madre de la niña prodigio Hildegart Rodríguez Caballeira, el mosaico de las mentalidades más tórridas (o avanzadas, según se mire), se deja ver en este ensayo. Es todo un muestrario de formas de vida, poco más se le puede pedir a un libro de historia.
Las mentalidades, y los temas sociales o políticos concretos, son algunos de los grandes aciertos de este ensayo. Hay ocasiones en las que se expresa con claridad la extrema y opuesta concepción de la vida dependiendo de las ideas, condiciones y planteamientos de cada período. Observaremos así desde la ola frivolona de espectáculos picantes de la II República a la pacatería radical de la España sublevada, luego franquista, personificada en el detente bala y la moral extrema. Si la historia es hija de la naturaleza de los hombres, aquí vemos ejemplos clarísimos de todo ello.
La curiosidad, entendida como una forma de aproximarse a las realidades históricas, es un punto de partida de lo más excitante, valga la redundancia. En este caso, tal deseo entronca directamente con el estudio de las mentalidades, la vida íntima y los estudios de género. No pueden ser tres aspectos más interesantes y menos tratados. El estudio viene a cubrir un hueco, divulgativo y riguroso en una historiografía tradicionalmente más seria y reservada. No podemos hacer más que esperar que las siguientes entregas de la serie de los pecados capitales patrios sean igualmente entretenidas y enriquecedoras para el acervo cultural.


2. Pedro M. Domene

Hubo un pasado en que todo era pecado de lujuria, según las predicaciones de la Santa Madre Iglesia. Y como Juan Eslava Galán (Arjona, Jaén, 1948) nos tiene acostumbrados a sus ingeniosos y documentados guiños literarios sobre la extravagante, inexplicable y singular sociedad española reciente, y es capaz de entregarnos unos textos repletos de humor, una aguda ironía y aires de sarcasmo, concluimos que en sus lecturas subyace fundamentalmente la más absoluta honradez y sinceridad. Con su última apuesta nos regala una serie de pecados capitales, y empieza por el primero de ellos, Lujuria (2015), un repaso de la historia de la sexualidad en España, desde el siglo XIX hasta la Transición, pasando por las aficiones de Isabel II y Alfonso XIII, y la constancia de unas épocas más liberales durante las dos Repúblicas a las situaciones “absurdas e hilarantes” provocadas por la Iglesia y la censura franquista en su cruzada antilujuria, para llegar a la más reciente y denominada época del “destape”.
El documento refleja una España de doble moral durante años, y así la pornografía estuvo muy bien vista y se consideraba elegante como costumbre de las clases altas pero en cuanto se abarató su consumo y se extendió a las clases medias, se convirtió en algo insano y pernicioso, recuerda Eslava Galán, que ha incluido en el libro fotografías y material de época. Se trata, pues, del relato de todo aquello que pudiera parecer «lujurioso y pecaminoso de por sí», que era mucho, en realidad, como se explica en los curiosos capítulos dedicados al baile, calificada como «la feria predilecta de Satanás»; las playas, como «ocasión próxima de pecado», o el cine, en esas ansiadas últimas filas de butacas, auténtica «escuela de perversión», para las autoridades de la época. Tal vez, tras este ameno repaso por los tiempos oscuros de una férrea dictadura, en todos los sentidos, quienes desconozcan los datos y las anécdotas de ese otro tiempo, no tan lejano, sabrán que entonces hubiera sido imposible hablar y escribir sobre tema tan escabroso, una época en la que, paradójicamente, la gente de las clases menos pudientes vivía con una abundante frustración los asuntos relaciones con la sexualidad y el erotismo. Hoy Eslava Galán, en cuarenta y cinco breves capítulos, ilustrados y documentados, pone el contrapunto de esos tabúes, costumbres y prohibiciones respecto al sexo y su mundo, y lo hace en clave de humor, con abundantes dosis de ironía y jocosidad, aunque no pasa por alto ese halo de tristeza y de pena, o aun mejor calificada de profunda frustración de tantas generaciones marcadas por las imposiciones de la Iglesia y la falsa moral del Régimen. Presupone, además, una no menos espectacular circunstancia histórica de quienes vivieron aquellos tiempos de represión y beatería, un período que solo puede equilibrarse transcurrido el suficiente espacio temporal para que podamos hacer balanza de aquellas oscuras décadas con una sonrisa en los labios.
Una no menos curiosa, amplia y explícita bibliografía acompaña a este singular tratado sobre la “lujuria” que en su definición académica señala como «vicio consistente en el uso ilícito o en el apetito desordenado de los deleites carnales»; eso sí, sin un aparente juicio, este concepto se traduce como el simple testimonio del uso de la lengua.

miércoles, enero 20, 2016

Lady Ofelia y otros microrrelatos, Atilano Sevillano


Amarante, Salamanca, 2015. 218 pp. 18 €

Ignacio Sanz

El microrrelato es un género que se aviene con las prisas de nuestro tiempo, con los viajes en autobuses urbanos, con las salas de espera. Además el microrrelato, como el poema, no se acaba nunca, quiero decir, que admite varias lecturas. Siempre encuentras una perspectiva nueva.
Atilano Sevillano es profesor de literatura, es decir, un lector entusiasta; no siempre ocurre, no siempre los profesores son entusiastas de la materia que imparten y por ello prefieren dar la turra a sus alumnos con la gramática, el sistema respiratorio de la gramática, los fonemas, los sintagmas —¿Qué será un sintagma?— y todo ese mundo oscuro que remite a la anatomía de la lengua. Algo así como si a un entusiasta del deporte, de los goles, de las canastas, le hablan sesudamente de músculos y tendones.
Yo imagino las clases del profesor Sevillano, imagino las cabriolas, los disparates, las metáforas, las recitaciones, el disfrute de los alumnos manejando historias, quitando importancia a los flujos sanguíneos y descubriendo paradojas y contrastes. Porque Sevillano ha bebido en buenas fuentes, de eso no cabe duda; en las mejores.
Este libro es consecuencia directa del disfrute, del juego. Estamos ante 187 relatos, mejor microrrelatos, algunos, los más breves, de una par de líneas, apenas un relámpago; otros alcanzan una página, pero nunca la rebasan, es decir, breves, breves, juguetones, paradójicos. Y, por supuesto, no hay un tema, un hilo conductor, sino varios, muchos, aunque el autor para evitar darlos en tromba, ha hecho cinco apartados: Dioses y mitos, de la Literatura, la vida en prosa, de varia ficción, variaciones y otras brevedades.
Y hay de todo, claro, desde el anuncio por palabras, hasta la paráfrasis de un texto clásico. Vayamos con un par de ejemplos: «Perplejidad. Cuando los alumnos distraídos volvieron en sí y oyeron la voz del profesor: “En el principio fue el verbo, luego, el nombre y más tarde, quizá el adjetivo”. Por un momento se extrañaron de que aquel dedo no fuese el bíblico.» Segundas oportunidades. Cuando se topó con los buitres, tuvo la fatal ocurrencia de hacerse el muerto.
Desde la sonrisa, a la ternura, el desconcierto, estos microrrelatos despiertan las más variadas sensaciones. Eso sí, para leerlos se requiere cierto entrenamiento, cierta cultura, pues estamos ante un material fugaz, visto y no visto, con frecuencia metaliterario y por tanto destinado a paladares refinados, a lectores que han de tener cierto recorrido como lectores. Pero sin exagerar tampoco. Lo que tienen que tener, en realidad, es la curiosidad que se le supone a todo lector, en este caso la curiosidad y la ganas de disfrute.
Acabo con otro ejemplo breve: «Contactos II. Chico busca chica que sepa leer y escribir cuentos. Se ofrece diecisiete palabras y un final abierto.»
Merecen la pena estos relatos breves, que imagino que se han ido escribiendo sin prisa, fruto de esa convergencia entre lectura y escritura lúdica.

lunes, enero 18, 2016

El cuerpo secreto, Mariana Torres


Páginas de Espuma, Madrid, 2015. 136 pp. 14 €

David Vicente

Después de ser antologada en algunos libros colectivos como Segunda parábola de los talentos, impartir clases de escritura creativa y dirigir algunos cortometrajes, Mariana Torres se presenta en sociedad (literariamente hablando) con El cuerpo secreto. Se trata de un falso libro de relatos. Y explico lo de falso. El cuerpo secreto se compone de un buen puñado de relatos breves (algunos apenas ocupan un párrafo), pero también es un ejercicio de estilo donde las palabras se buscan las unas a las otras para fundirse en imágenes que impacten en la cabeza del lector con el objetivo de sacudirle y evocar en él sensaciones diversas. A veces de ternura, a veces de dolor, otras de crueldad… Casi siempre todas ellas unidas.
Su estética traspasa lo meramente narrativo. Desde la primera página nos enfrentamos a un híbrido, no ya entre la prosa y la poesía, que también. Sino entre un sinfín de artes, donde conviven casi a partes iguales la literatura, la fotografía, la pintura y, por qué no, la música.
El cuerpo secreto bien podría disfrutarse como una exposición de pintura, como un álbum fotográfico, o escucharse como un disco de canciones, que uno puede oír de una sola sentada, provocando un efecto psicodélico, anestésico, o seleccionar un tema concreto en el vinilo para paladearlo por separado.
Al igual que en esas otras artes, en esta ópera prima de Mariana no hace falta entenderlo todo para que nuestros sentimientos afloren. Para que nos plantemos delante del lienzo y una lágrima asome a nuestro rostro, una sonrisa se dibuje en nuestra cara, o un escalofrío nos sobrecoja. Y esa es, a fin de cuentas, la virtud del arte, que consigue explicar sin dar explicaciones, que consigue llegar donde las palabras no llegan.
Mariana Torres en su caso, en una vuelta de tuerca, trata de convertir las palabras que conforman sus historias en otra cosa: en trazos, en notas melódicas, en focos de luz (o de oscuridad)… para poder alcanzar lo que anida en nuestro subconsciente.
En lo que a la temática se refiere hay una cierta obsesión por la infancia a la menara de gótica de Mary Shelley, Edgar Allan Poe, Gustavo Adolfo Bécquer, y tantos otros. Niños atormentados, niños que se desangran en mundos oníricos con los pies amputados, o niños árboles a los que les crecen ramas desde el interior de su cuerpo y se entristecen cuando vuelven a convertirse en niños.
Mariana Torres se posiciona en su primera obra como una narradora dotada de una estética muy personal a la que habrá que seguir muy de cerca.

viernes, enero 15, 2016

La ley del menor, Ian McEwan


Trad. Jaime Zulaika. Anagrama, Barcelona, 2015. 211 pp. 19,90 €

Care Santos

Ian McEwan está en plena forma. Sigue siendo el mismo, para entendernos, que escribió Expiación, lo cual es un motivo de gran alegría para sus lectores. Y si sus libros siempre mantienen un nivel de calidad alto, esta La ley del menor supera su propia escala. No voy a categorizar, pero hacía tiempo que un libro de McEwan no me interesaba y atrapaba tanto.
El personaje principal, Fiona Maye, es una juez de familia inmersa en un caso complicado que implica las creencias religiosas de un matrimonio y su joven hijo. Maye debe tomar una decisión que cambiará la vida de tres seres humanos de una manera categórica. Debe implicar en ello sus propias creencias, claro, su propia moral, y enfrentarla a la de otras personas, incluido un menor de edad tan lúcido como enfermo. Este personaje, Adam, es un personaje estupendo, que conmueve y enamora, y es también un ser de carne y hueso, que podría existir, y de hecho existe en cualquier rincón de cualquiera de nuestras ciudades. McEwan sabe exponer la cuestión de modo que percibamos la dificultad moral que entraña la cuestión, y que también nosotros tomemos nuestras propias decisiones, como si todos fuéramos Fiona Maye. Hay un capítulo completo dedicado al juicio, en que los abogados exponen sus posturas y defienden intereses opuestos, que podría ponerse como ejemplo de cómo un tema de lo más arduo es un debate apasionante en manos de un buen escritor.
La historia, sin embargo, arranca de un modo muy diferente. Con un anuncio sorprendente del marido de Fiona, Jack: la vida le ha puesto por delante la oportunidad de tener una aventura amorosa con una mujer mucho más joven que él y ha decidido no desaprovecharla. Aquí no hay elección: la decisión del marido está tomada. Es su última oportunidad, cree él, a sus casi sesenta, y no la va a dejar pasar. Con o sin el consentimiento de ella, aunque preferiría que le comprendiera, por supuesto. Es un personaje magníficamente definido, que ahonda —de qué modo— en la psicología masculina, que habla magistralmente del egoísmo que suele acompañar al enamoramiento. Los enamorados, por definición, son como Jack: no atienden a razones, no ven más que lo que desean con toda su alma. Y los hombres de sesenta no se diferencian mucho de él, me parece. McEwan tiene 67. Es lógico pensar que sabe de qué habla.
Esta novela cuenta lo que le ocurre a Jack, lo que le ocurre a Fiona y lo que le ocurre a Adam. Las decisiones que se toman en la vida tienen consecuencias, viene a decir. Aunque es mucho más complejo que eso. A veces, las consecuencias son terribles. A veces son mortales. Todo eso lo cuenta McEwan de un modo elegante y sabio. Conoce la condición humana tan bien que no necesita esforzarse por demostrarlo. También sabe de psicología femenina y de las consecuencias del dolor. También de las reparaciones necesarias después de las fracturas. Hay una escena final entre marido y mujer, cuyo contenido no hay que desvelar, que trata de la naturaleza de los celos y que, creo yo, despertará sonrisas de conmiseración en las personas que lleven muchos años viviendo en pareja. Es sensacional.
Es esta una trama acerca de temas que nos conciernen y nos importan, contada por un hombre que no sólo sabe hacerlo, sino que nos seduce con una prosa cargada de hondura y de lirismo. Uno de los grandes, escribiendo una de sus grandes obras. Hay que leerla.

miércoles, enero 13, 2016

Tristeza de la tierra. La otra historia de Buffalo Bill, Éric Vuillard


Trad. Regina López Muñoz. Errata naturae, Madrid, 2015. 138 pp. 14,50 €

Nabor Raposo

Cuando uno piensa en Èric Vuillard (Lyon, 1968), lo hace en esa clase escritor multidisciplinar capaz de distinguir con claridad, al comienzo del proceso creativo, la naturaleza narrativa de sus obras y actuar en consecuencia. Hace ya más de un lustro, este redactor tuvo la oportunidad de intercambiar unas palabras con Ray Loriga con motivo de la aparición de Días aún más extraños (El Aleph, 2007): a la pregunta de si se sentía más escritor que cineasta, Loriga respondió algo así como que no se había parado a pensarlo; que sus historias tenían una manera de ser contadas y, por regla general, o mejor dicho, por pura intuición, casi desde el momento mismo de su gestación él ya sabía si eran una película, una novela o un relato.
Vuillard, que tiene prácticamente la edad de Loriga y ha escrito siete libros y dos películas (Mateo Falcone, que además dirigió, es en realidad una adaptación de la novela de Prosper Mérimée), también disfruta de esa particular bendición. Y sucede que cuando uno tiene la capacidad para expresarse en diferentes lenguajes, en diferentes registros, tiende a mezclarlos. A eliminar las barreras que los delimitan, a solaparse. El problema surge cuando el medio se convierte en fin, y los riesgos que uno adopta desdibujan la intención que se persigue. Sospechamos que, en el caso que nos ocupa, el intento por levantar el texto con técnicas cercanas a la narrativa audiovisual ha desvirtuado la fórmula.
Y la fórmula no es nueva. Hacer literatura con personajes históricos es una idea tan antigua como la propia escritura, si se piensa detenidamente. Sin embargo, de un tiempo a esta parte observamos que a la biografía tradicional, la académica, considerada tal vez un género menor, se le van acoplando distintos mecanismos que la van alejando paulatinamente de su carácter más conservador y hacen cada vez más atractiva su lectura. En Francia, últimamente, lo han venido haciendo, por poner los casos más sobresalientes, Jean Echenoz, hasta tres veces (Ravel, 2006; Correr, 2008 y Relámpagos, 2010) o Emmanuel Carrère (Limónov, 2013), con éxito aclamador de crítica y público. Tristeza de la tierra. La otra historia de Buffalo Bill parece adscribirse también a esa misma corriente. Pero es precisamente en este punto donde perdemos la pista.
Para empezar, diremos que la historia es una. La disciplina no admite atajos ni alternancias, no existe ni puede existir ‘otra’. Podemos admitir su desconocimiento, conceder lagunas de interpretación e incluso asumir los vicios en los que hemos incurrido a la hora de conformarnos una opinión sobre los hechos, pero no deberíamos crear motivos para conspirar contra la realidad que se nos describe cuando se hace con rigor y buena fe. Que Buffalo Bill fuera, cuanto menos, cómplice de asesinato, no nos extraña dadas las circunstancias; como buen hombre de negocios americano, el oportunismo era una de sus grandes virtudes, si no la mayor, y en consecuencia no le tembló el pulso a la hora de sacar tajada de la desgracia en un territorio tan vasto como lo era EE.UU. a finales del Siglo XIX, donde todo o casi todo estaba aún por descubrir. A lo largo del texto, el autor nos descubre el auge y caída de William Frederick Cody, pionero universal del show-business y primer ejemplo documentado del self made man engullido por su propio éxito, el personaje que dedicó toda su vida al engrandecimiento de una empresa –el Wild West Show– que terminó por caricaturizar y engullir a la persona. Hasta ahí todo correcto.
Las analogías de esta terna –los Estados Unidos, el mundo del espectáculo, la decadencia individual– no son casuales. Por tanto, resultan innecesarias las reiteradas denuncias al estabilishment con las que el autor se esmera de una manera tan prolija. Es precisamente ese tono acusador, moralista incluso, lo que lastra la narración: en lugar de teñir el misterio entorno a la figura del héroe y sus tribulaciones y hacer partícipe al lector de sus propias expectativas, Vuillard se sirve de la novela como una plataforma de lucimiento personal en el que se ejercita con un eficaz despliegue de metáforas ante los problemas que plantea el contexto socioeconómico actual. El lenguaje y el tono empleados a lo largo de la novela atestiguan la presencia de un escritor muy bien dotado técnicamente, pero el estilo no siempre acompaña a una arquitectura demasiado cinematográfica que se manifiesta en el carácter excesivamente inmediato de algunas descripciones y, sobre todo, a causa de la centralización del relato, incomprensiblemente frugal, en una serie de escenas concretas no tan relevantes como muchas otras sobre las que el autor pasa de puntillas u omite. La guinda la pone un desconcertante epílogo, que termina por consagrar el sentido del texto a una idea fácil de rebatir, y es que la pureza cultural de los indios como metáfora de la salvación frente al capitalismo tampoco parece la solución a ninguno de los males de este mundo, se antoja exagerada. La experiencia demuestra que los núcleos menos civilizados no son siempre los más prósperos espiritualmente. Ni tendrían por qué serlo, además.
El ensayo, no está de más decirlo, se queda cojo, a medio camino entre la realidad y la ficción y sin que la estrecha línea que los separa desaparezca. El autor entra y sale de la conciencia de Buffalo Bill sin ningún tipo de rigor, lo que hace tambalear la verosimilitud y poner en duda ante qué clase de texto nos enfrentamos; algo que Echenoz hace a vuela pluma con sus personajes, de manera natural y sin que se note el artificio. Tampoco deja de resultar llamativo ese particular interés que mantiene a lo largo de toda la novela por retratar al personaje con toda su mezquindad y vileza, sobre todo tratándose de un pobre diablo al que le bastaría consigo mismo para condenarse. La exposición distanciada y objetiva de unos hechos de los que el autor es, en parte, testigo, es lo que hace de Limónov, por seguir con los ejemplos citados al principio, una verdadera obra maestra.
¿Por qué a todo el mundo nos parecen tan atractivas las existencias legendarias y por qué ese afán de los artistas por reinterpretarlas? ¿Dónde nace esa curiosidad? Quién sabe qué clase de demonios llevan a un escritor a hacer películas, o a un cineasta a escribir libros. Habría que preguntarse, llegado el caso, qué interés tenía Éric Vuillard en contarnos los venenosos entresijos del capitalismo feroz a través de la peripecia vital de Buffalo Bill, y sobre todo, por qué escogió a Buffalo Bill para contarlo. ¿Acaso no merecía el bueno de Cody todo el protagonismo? Para finalizar, y a modo de anécdota, cabría una pequeña reflexión sobre la clase de despiste que lleva a los editores a promocionar un libro con semejante reclamo: no consta que Tristeza de la tierra. La otra historia de Buffalo Bill haya sido finalista del Goncourt en 2014, como reza en la contraportada de, por lo demás, esta esmerada edición.

lunes, enero 11, 2016

El caballero de los siete reinos, George R.R. Martin


Trad. Cristina Macía. Gigamesh, Barcelona, 2015. 1152 pp. 15 €

Tomás Sendarrubias

Si hay una saga literaria que ha generado expectación en los últimos años es, sin duda, la Canción de Hielo y Fuego del escritor y guionista George R.R Martin, del que a día de hoy es muy difícil no haber oído nada, bien por los libros convertidos en best-seller, bien por la serie de HBO emitida en España por Canal+. Prácticamente veinte años de la publicación de Juego de Tronos, la primera parte de esta saga, los lectores seguimos pendientes de las historias de Poniente, y mientras el escritor se decide a concluir Vientos de Invierno, la que será la sexta parte de esta gran historia, las editoriales que tienen los derechos de la obra de Martin, Gigamesh en el caso de España, hacen virguerías para que no perdamos el interés en la obra de este escritor. Así que Gigamesh ha vuelto a publicar en España El Caballero de los Siete Reinos, la recopilación de los tres primeros relatos de Martin sobre la curiosa pareja formada por el caballero Duncan el Alto y su escudero Egg...
El Caballero de los Siete Reinos se ubica casi cien años antes de los acontecimientos de Juego de Tronos, durante los reinados de Daeron II y Aerys I, en los años siguientes a uno de los episodios más relevantes de la historia de Poniente, uno de esos que en Canción de Hielo y Fuego se explican de forma somera, dejando ver que hay mucho más allá de lo que se ve a primera vista: la rebelión de Fuegoscuro, los oscuros años de la guerra fratricida entre los Targaryen, con la controvertida presencia de Brynden Ríos, Cuervo de Sangre, como Mano del Rey y gran poder detrás del trono. Dunk, un caballero errante procedente del Lecho de Pulgas de Desembarco del Rey, tras la muerte de su valedor, decide acudir a un torneo celebrado en el llamado Vado Ceniza. Alli, Dunk, que comienza a hacerse llamar "Duncan el Alto", debido a que su más evidente ventaja es su altura, se dispone a competir contra otros muchos caballeros de los Siete Reinos, y en el camino, se encuentra con un curioso muchacho con la cabeza afeitada que se hace llamar Egg y que a fuerza de testarudez, consigue convertirse en el escudero de Dunk y su guía en el torneo, pues Egg pronto demuestra un extraordinario conocimiento sobre lo que ocurre en el torneo y sus asistentes...
Y así arranca una historia en la que pocas cosas son lo que parecen. En las tres historias de El Caballero de los Siete Reinos (El Caballero Errante, La Espada Leal y El Caballero Misterioso), veremos a Dunk y Egg asistir al torneo del Vado Ceniza, formar parte de los enfrentamientos entre el venido a menos Lord Eustace Osgrey y la amenazadora Lady Rohanne Webber, conocida como La Viuda Escarlata; y encontrarse por azar en medio de una conspiración que puede cambiar la faz de Poniente y volver a sumir los Siete Reinos en una guerra civil fratricida. Además de asistir a las consecuencias de la Rebelión Fuegoscuro y a un Poniente dividido por la lealtad al Dragón Rojo (el rey Daeron II y posteriormente el rey Aerys I, junto a la Mano del Rey, Cuervo de Sangre) o al Dragón Negro (Daemon Fuegoscuro, sus hijos y su valedor, Aegor Ríos, conocido como Aceroamargo), Martin nos situa en medio de una serie de tramas y acontecimientos que van a marcar la historia de Poniente, todo ello con un toque que recuerda a los acontecimientos de la Guerra de las Dos Rosas, elementos que se extenderían por toda la saga de Canción de Hielo y Fuego. En esta novela, además de a Dunk y a Egg, conocemos a otros personajes que pasaron a formar parte de la leyenda de Poniente, como Baelor Rompelanzas, la Bestia de Bracken, el príncipe Maekar Targaryen o el propio Cuervo de Sangre; asistimos a eventos históricos como la rebelión de la Casa Fossoway, y nos acercamos a la curiosa relación que se establecerá entre Ser Duncan el Alto y Egg... una relación que marcaría el futuro de los Siete Reinos...
Lo cierto es que, en espera de Vientos de Invierno, El Caballero de los Siete Reinos se convierte en una lectura amena y entretenida, que nos recuerda lo grande que es Poniente... y nos hace odiar un poco más a Martin por no ser un poquito más efectivo...

viernes, enero 08, 2016

Los atacantes, Alberto Chimal


Páginas de Espuma, Madrid, 2015. 120 pp. 14 €

José Miguel López-Astilleros

Alberto Chimal (1970) es un escritor mexicano no muy conocido aún en España, donde sólo se han publicado tres de sus libros, a pesar de poseer una nutrida obra, principalmente narrativa. Ha cultivado la novela, el ensayo, las minificciones y sobre todo el cuento, además de haber hecho incursiones en otros géneros. Se le considera un especialista en literatura fantástica y en la red, donde es muy activo, sobre todo en su muy recomendable página http://www.lashistorias.com.mx/
Vivimos en un mundo donde los poderes ocultos campan a sus anchas, somos vigilados constantemente, los desórdenes mentales son frecuentes, se ejerce todo tipo de violencia contra otros seres humanos… en definitiva, donde tenemos que cuidarnos del acoso de atacantes de muy diversa naturaleza. De todo esto y más tratan los siete cuentos que conforman este libro: las leyendas urbanas, el aislamiento, la alienación, el sexo, la identidad, la suplantación de la personalidad, la corrupción, las redes sociales, los narcos, etc. Para tratar estos temas Chimal parte de la realidad y la cuestiona sin abandonarla, pero lo hace desde el género de lo fantástico, así dice Antonio Jiménez Morato en el prólogo de la antología de cuentos del mismo autor titulada Siete (Salto de Página) «Chimal trabaja desde la ficción como un género o un recurso más para hablar de cosas muy reales y reconocibles, no para escapar de ellas [...] Lo maravilloso como recurso y no como finalidad, podría decirse», esto le permite crear atalayas aéreas y subterráneas desde las que observar perspectivas insólitas y ocultas a ese otro procedimiento tradicionalmente realista, para referirse con profundidad a esa terrible actualidad cambiante y huidiza de cualquier lugar y no sólo mexicana, aunque obviamente la delicada situación por la que atraviesa su país es determinante en su creación, de hecho ha manifestado en alguna ocasión que estos relatos parten del testimonio de experiencias suyas y de sus amigos, como por ejemplo haber sido víctima en propia carne de acoso mediante correo electrónico por parte de una perturbada. No obstante, ya H. P. Lovecraft en El Horror Sobrenatural en la Literatura advertía «Los cuentos sobrenaturales modernos, por su perfecta consistencia y fidelidad a la naturaleza son intensamente realistas, excepto en la única desviación mágica que se permite el artista», aquí es donde se sitúan los siete cuentos de Los atacantes, en un espacio sólo apto para escritores audaces, donde la verdad que interesa es la literaria, la narrativa, al modo en que su admirado Mario Levrero declaraba sobre su propia obra, pero no confundamos esta última con la verosimilitud, que radica en la coherencia interna y no se opone a lo fantástico, como apunta Tzvetan Todorov en Introducción a la literatura fantástica, coherencia interna que estos textos resistirían ante cualquier embate crítico.
Dada la frágil cuerda sobre la que se mueve y se confunde lo fantástico con lo maravilloso y lo extraño, Chimal prefiere hablar de “literatura de la imaginación” para liberarse de costuras empobrecedoras sobre todo a la hora de inventar sin trabas clasificatorias. Pero volviendo al libro, hay algo común a todas las historias que es el terror, son por tanto cuentos de terror, de horror, en los que aparecen elementos de la cultura popular como zombis, vampiros, locos, asesinos, catástrofes apocalípticas, etc. El tratamiento de estos elementos es una de las contribuciones de Chimal a la renovación del género, puesto que estos personajes y circunstancias han sido sometidos a una actualización, a una nueva contextualización de la que se obtiene una lectura más contemporánea, lejos quedan esos apolillados, aunque maravillosos, zombis de las películas La legión de los hombres sin alma de Víctor Halperin o Yo anduve con un zombie de Jacques Tourneur, por ejemplo, que nada tienen que ver con los del excelente cuento Los salvajes, donde el escritor desaparecido Roberto Bolaño es uno de ellos. El miedo, el temor, aunque no es un ingrediente necesario de lo fantástico, según Todorov, en estos relatos sí es un componente fundamental, que depende del efecto que tenga sobre el lector, como señala Lovecraft, para lo cual la atmósfera inquietante, el desasosiego y la incertidumbre creada por Chimal en la indefensión ante la amenaza (difusa en muchas ocasiones) de unos atacantes que son los que tienen el poder, es capital («Qué daño puede haber si de todas formas puede usted hacerle lo que quiera a quien quiera?», se puede leer en Connie Mulligan), pero acaso ¿no son estructuras de poder las empresas donde trabajamos, las relaciones que establecemos con los demás o cualquier entorno donde haya más de un ser humano?, por eso a los atacantes a veces cuesta verlos, son indefinidos, porque con frecuencia están a nuestro lado («¿Cómo va a saber la gente que debe tener miedo si los monstruos no son como los que ya conoce?», se dice en Tú sabes quién eres).
La violencia impregna todos y cada una de las piezas de este libro. La clave se nos ofrece en el relato central Aquí sí se entiende todo, que cumple una determinante función donde está situado, del cual se puede deducir que la violencia en la realidad no es admisible, pero sí en la ficción, porque la violencia real termina siendo asumida, por eso buscamos otras formas de violencia en la ficción que nos conmuevan y hasta nos diviertan, y que parezcan amenazas reales. Como vamos viendo estos cuentos están formados por un conglomerado de ideas que se repiten y que sirven de amalgama entre ellos, aun siendo historias independientes, cuyo ambiente opresivo y negativo, como dice el mismo autor, nos deja sumidos en un profundo pesimismo fruto de la reflexión sobre el poder o los poderes a la que nos aboca la lectura de cada uno de ellos. No son cuentos complacientes y fáciles de leer, quizás, pero cuando se penetra en ellos, en su estructura narrativa de precisión y en sus significados, adquieren proporciones artísticas y hasta morales enormes. Sin contar lo divertidos que son por la ironía y el gran sentido del humor, negro con frecuencia, que derrocha su autor. Si del principio de indeterminación de Heisenberg se puede colegir que el observador siempre modifica lo observado, será el propio lector, en todo caso, quien con su lectura determine hasta qué punto estas historias revelan y desenmascaran una realidad imposible de conocer en su totalidad. Pero no querríamos dejar de mencionar uno de los relatos que particularmente, junto con Los salvajes, nos ha llamado particularmente la atención por su juego metaliterario y de perspectivas, se trata de Arte. En estas narraciones mayormente breves pero densas se pueden atisbar algunos referentes literarios del autor como Mario Levrero, Borges, Francisco Tario, Cortázar o Arreola, entre otros.
Alberto Chimal es un escritor con una poderosísima y exuberante imaginación, que dedica no poco esfuerzo a trabajar los aspectos formales. El resultado son cuentos como los de Los atacantes, de una formidable originalidad. Es de agradecer que una editorial como Páginas de Espuma se sume a la difusión en nuestro país de la obra de este creador, que no deja de sorprender y hacernos gozar con cada una de sus nuevas obras.

miércoles, enero 06, 2016

Una historia crepuscular, Stefan Zweig


Trad. Joan Fontcuberta. Acantilado, Barcelona, 2015. 66 pp. 11 €

Miguel Baquero

Dentro de su proyecto de rescatar para el lector español la obra completa del escritor austriaco Stefan Zweig (1881-1942), uno de los autores fundamentales de la Centroeuropa de principios de siglo XX, la editorial barcelonesa Acantilado acaba de publicar Una historia crepuscular, pequeño volumen de poco más de cincuenta páginas en las que, sin embargo, pese a su brevedad, podemos encontrar muchas de las características artísticas y de la indudable calidad que distinguen al autor austriaco.
Una historia crepuscular cuenta el suceso de un joven muchacho que, estando de vacaciones, en medio de la pereza y la desidia de esas jornadas veraniegas, una noche en que pasea sin rumbo fijo de pronto es asaltado por una turbia figura femenina que le asalta con arrebatada pasión, y luego huye sin darse a conocer. A partir de ese encuentro súbito, que en un primer momento le deja anonadado, y de otros que se producen en noches posteriores, el joven protagonista se marca el propósito de descubrir quién es, entre las invitadas al lugar donde pasa las vacaciones, esa enigmática figura que le asalta por las noches, le besa y le abraza con la mayor lascivia, y luego desaparece sin decir una palabra.
A partir de una historia tan sencilla, y en último término incluso tan predecible —porque es de suponer que habrá confusión entre quien el joven supone que es la desconocida y su verdadera identidad final—, Zweig acierta a trazar una historia delicada, elegante, decadente en el cuidado de las palabras y en la contención de las situaciones, «crepuscular», en suma, como su título indica. Lo importante de esta mínima novela no es, por tanto, el descubrimiento del enigma que la sustenta, sino el planteamiento del propio enigma en sí.
En este sentido, el autor austriaco muestra de nuevo sus facultades para ir directamente al «hueso» literario sin demorarse en la ambientación. Precursor de otro escritor centroeuropeo como Kafka, que llegaría pocos años después mostrándonos castillos de imposible acceso, o tribunales que deciden sobre crímenes inconcretos a los que se ha llegado de alguna manera que nadie podría explicar, en esta novela de Zweig nos encontramos con una situación literaria lo más desnuda posible: un castillo con unos veraneantes… apenas unas pinceladas nos permiten deducir su posición social, la edad del protagonista… y poca cosa más. Lo que interesa al autor es la irrupción de esa mujer deseable, desconocida y esquiva. Todo lo demás, lo que suele acompañar a una narración, todo el «adorno» literario previo, es accesorio, y Zweig, en efecto, prescinde de él para sumergirse sin más preámbulos en el interior de su protagonista.
Novela pequeña, menor si se quiere dentro de la inmensa —por su calidad— obra de Zweig, se trata, sin embargo, de una narración de la que los admiradores del autor de Novela de ajedrez, Carta de una desconocida, El mundo de ayer o de estremecedoras biografías como la de María Antonieta, no saldrán defraudados.

lunes, enero 04, 2016

Perder ciudades. Dos viajes en el siglo XXI, Hilario J. Rodríguez


NewCastle Ediciones, Murcia, 2015. 74 pp. 6 €

Miguel Sanfeliu

Hilario J. Rodríguez no se detiene. Y menos mal. Es un espíritu nómada, con una curiosidad, una voracidad y una energía envidiables y, también, un poco contagiosas. Encontrarnos con su estilo ameno, desenfadado a veces, ágil, al servicio de un texto inteligente que requiere de un lector activo, dispuesto a entrar en el juego, a buscar las claves de su propuesta, es encontrarse con el placer puro de la literatura.
Newcastle Ediciones acaba de sacar el libro Perder ciudades. Dos viajes en el siglo XXI. Un libro breve, apenas 70 páginas, en el que se reúnen dos textos y un prólogo. Los textos son dos relatos de viajes con fuerte contenido autobiográfico, siguiendo la estela de Ryszard Kapuscinski o W. G. Sebald.
En el primero de ellos nos cuenta un viaje a Rusia acompañado por su madre. Los intereses literarios de él, con las consiguientes visitas a las casas-museo de escritores como Tolstoi, Chéjov, Pushkin o Dostoievski, se complementan con los de la madre, que consisten básicamente en disfrutar del entorno, sumergirse en el ambiente de las ciudad. Las charlas traen el recuerdo de familiares y, de este modo, el viaje a Rusia se convierte en el relato de Luis Bazal, tío abuelo del narrador, la historia de los que nos precedieron.
La visita al archivo de Eisenstein enfrentará luego al narrador con el caos de una biblioteca ante la que siente el impulso de averiguar su orden secreto: «Sí, se trata de un orden secreto e íntimo, tan difícil como prescindible, un enigma que pone a prueba a quienes no se conforman con la quietud de los objetos y siempre se hacen preguntas». En este punto, miro a mi alrededor y me enfrento a mi propia y caótica biblioteca, que también oculta un orden secreto, indescifrable en su totalidad incluso para mí mismo, baldas clasificadas por editoriales, otras por autores, otras por temáticas y, otras, simplemente, por capricho personal, pues no puedo definir de otra manera esos libros que se ubican justo a mi espalda con el objetivo común de ser leídos prioritariamente respecto a otros, aunque su número creciente indique que no será tarea fácil.
El segundo texto reunido en Perder ciudades narra un viaje a África: Gambia y Senegal. Lugares misteriosos, de comportamientos extraños, que curiosamente nos obligan a mirar hacia lo que a nuestro alrededor nos parece normal. En esta ocasión al narrador lo acompaña en el viaje su hijo. Viajar a África tiene algo de viaje al absurdo, a lo misterioso, un lugar donde todo resulta nuevo y, por desconocido, se convierte en amenazante. «Lo que a nosotros nos interesa, a ellos la mayoría de las veces les trae sin cuidado». País de contrastes, donde la tecnología y lo primitivo coinciden de un modo casi impostado.
Aspectos complementarios entre los dos textos: la madre y el hijo, el frío y el calor, la rigidez y la improvisación, la memoria y el presente, lo moderno y lo ancestral... Y, a la vez, las dos caras de una misma moneda. El personaje como hijo y el personaje como padre. El viaje a lugares lejanos en los que, sin embargo, se siente más cerca de sus seres queridos. Estar en otro lugar para encontrar nuestro lugar.
Hay muchas formas de viajar, parece decirnos Hilario. Existe el viaje físico, que consiste en acumular imágenes que se asemejan más a las postales que a nuestro itinerario vital, el viaje que forma parte de nosotros mismos y nos obliga a revisar nuestras ideas, el viaje de la memoria, aquel que, de alguna manera, intenta averiguar por qué somos como somos, el viaje intelectual, que dirige nuestra mente de un punto a otro, muchos viajes diferentes, ya digo, aunque se produzcan a veces de un modo simultáneo, sin que apenas nos demos cuenta, enfrascados de forma inconsciente en ese gran viaje que es la vida.

viernes, enero 01, 2016

El ocaso de la aristocracia rusa, Douglas Smith


Trad. Jesús Cuéllar Menezo. Tusquets, Barcelona, 2015. 512 pp. 24 €

Ángeles Prieto Barba

Nos estamos acostumbrando a emplear la palabra “genocidio” para aplicarla a cualquier matanza colectiva. Es un error, pues este término jurídico propio del siglo XX, tiene como fin identificar al delito que resulta de la persecución sistemática y criminal de un determinado grupo social, étnico o religioso, buscando su completa aniquilación. Fue el caso claro de judíos y armenios, con sobradas pruebas documentales de lo ocurrido que han sido ampliamente difundidas, muy especialmente en el caso de los primeros: el Holocausto. Pero hubo otros. La Segunda Guerra Mundial, la Guerra Fría y el aislamiento internacional contribuyeron a que sólo después de la glasnost, en la tardía fecha de 1988, comenzáramos lenta y masivamente a conocer en Occidente los salvajes atentados a los derechos humanos ocurridos en la URSS. Poco a poco, llegaron a nuestras manos los testimonios escalofriantes de Solzhenitzyn, Grossman o Shalámov para dejar constancia de lo ocurrido allí de 1934 a 1953, periodo en el que fue masacrado en los campos de Siberia un millón largo de personas. Es por ello que, con toda propiedad, a lo ocurrido con la nobleza rusa, grupo social que fue sistemáticamente expoliado, perseguido y asesinado hasta su completa aniquilación, puede y debe denominarse genocidio.
A esta idea responde el título original del gran estudio historiográfico que aquí analizamos: Former people. The final days of the russian aristocracy. Algo más largo y menos formal que el elegido para su traducción española, pero que sin embargo responde mejor a lo que nos quiere transmitir, puesto que hablamos de personas despojadas no sólo de sus riquezas, sino de todo lo que fueron, de sus vidas y sus cuerpos. A estas alturas de la Historia tomar constancia de lo ocurrido es necesario, aunque nos parezca inconcebible que un Estado, máxime en la situación de analfabetismo masivo y crisis de subsistencia permanente en que se encontraba la recién creada URSS, prescindiera de sus ciudadanos más útiles y mejor formados, con mayor dominio de idiomas extranjeros, médicos, abogados y profesores que fueron asesinados tan sólo por haber nacido en el seno de una familia nobiliaria. Como si uno pudiera elegir donde y cómo nace.
Este libro no es un manual de historia clásico y tradicional, huye acertadamente de macrocifras y generalizaciones, ya que contamos con estudios colectivos serios sobre la época, el estalinismo o el Gulag. Por el contrario, obedece más bien a los criterios de la Escuela de Annales y podemos encuadrarlo claramente en la Historia de las Mentalidades. Elaborado por un historiador norteamericano especializado, analista durante más de treinta años de asuntos soviéticos, el libro nos detalla el destino de dos familias nobiliarias características: los Sheremétev y los Golitzin. Los primeros se cuentan entre los más antiguos, ricos e influyentes representantes de la aristocracia rusa; los segundos conformaron una familia mucho más extensa y modesta pero en cuyas filas se encontraba Serguéi, que nos dejó un testimonio excepcional, e imprescindible para este trabajo, sobre las terribles vicisitudes sufridas por los suyos.
Un aspecto a destacar es la estructuración del libro detallando lo ocurrido a ambas familias por estricto orden cronológico para no perdernos, ya que se inicia con el proceso de descomposición del Imperio desde el Domingo Sangriento (enero 1905) hasta la actualidad. Así, la participación rusa en la Primera Guerra Mundial, donde la nobleza jugó un papel destacado, la crisis de subsistencia inmediata y la generalización de las huelgas, el asesinato de Rasputín, la Revolución de febrero, el fracaso del gobierno moderado de Kerenski, la Revolución de octubre y el inicio de las purgas, el asesinato del zar, la Guerra Civil, la muerte de Lenin, la colectivización agraria y el Gulag se nos presentan por etapas progresivas en la escala del horror, para todos aquellos que no quisieron abandonar su país, despojados por ello de toda riqueza y de todo derecho humano hasta la aniquilación. Historias que nos encolerizan por el afán de rapiña que llevan aparejadas, ya que ni a los cadáveres respetaron, pero que también nos impresionan por las lecciones de dignidad y pundonor de las víctimas, fieles a su tierra en todo momento.
Pasearnos por el impoluto y lujoso metro de Moscú, sabiendo que el marmóreo suelo de sus estaciones más antiguas está conformado por las lápidas arrancadas de las tumbas de estos nobles olvidados, no será lo mismo tras leer este libro. Conocer este episodio sepultado de la historia de la humanidad nos parece primordial para no repetir sangrientos errores totalitarios.