lunes, enero 18, 2016

El cuerpo secreto, Mariana Torres


Páginas de Espuma, Madrid, 2015. 136 pp. 14 €

David Vicente

Después de ser antologada en algunos libros colectivos como Segunda parábola de los talentos, impartir clases de escritura creativa y dirigir algunos cortometrajes, Mariana Torres se presenta en sociedad (literariamente hablando) con El cuerpo secreto. Se trata de un falso libro de relatos. Y explico lo de falso. El cuerpo secreto se compone de un buen puñado de relatos breves (algunos apenas ocupan un párrafo), pero también es un ejercicio de estilo donde las palabras se buscan las unas a las otras para fundirse en imágenes que impacten en la cabeza del lector con el objetivo de sacudirle y evocar en él sensaciones diversas. A veces de ternura, a veces de dolor, otras de crueldad… Casi siempre todas ellas unidas.
Su estética traspasa lo meramente narrativo. Desde la primera página nos enfrentamos a un híbrido, no ya entre la prosa y la poesía, que también. Sino entre un sinfín de artes, donde conviven casi a partes iguales la literatura, la fotografía, la pintura y, por qué no, la música.
El cuerpo secreto bien podría disfrutarse como una exposición de pintura, como un álbum fotográfico, o escucharse como un disco de canciones, que uno puede oír de una sola sentada, provocando un efecto psicodélico, anestésico, o seleccionar un tema concreto en el vinilo para paladearlo por separado.
Al igual que en esas otras artes, en esta ópera prima de Mariana no hace falta entenderlo todo para que nuestros sentimientos afloren. Para que nos plantemos delante del lienzo y una lágrima asome a nuestro rostro, una sonrisa se dibuje en nuestra cara, o un escalofrío nos sobrecoja. Y esa es, a fin de cuentas, la virtud del arte, que consigue explicar sin dar explicaciones, que consigue llegar donde las palabras no llegan.
Mariana Torres en su caso, en una vuelta de tuerca, trata de convertir las palabras que conforman sus historias en otra cosa: en trazos, en notas melódicas, en focos de luz (o de oscuridad)… para poder alcanzar lo que anida en nuestro subconsciente.
En lo que a la temática se refiere hay una cierta obsesión por la infancia a la menara de gótica de Mary Shelley, Edgar Allan Poe, Gustavo Adolfo Bécquer, y tantos otros. Niños atormentados, niños que se desangran en mundos oníricos con los pies amputados, o niños árboles a los que les crecen ramas desde el interior de su cuerpo y se entristecen cuando vuelven a convertirse en niños.
Mariana Torres se posiciona en su primera obra como una narradora dotada de una estética muy personal a la que habrá que seguir muy de cerca.

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