lunes, octubre 31, 2016

El bombardero azul, Julio Jurado


Ilust. Norberto Fuentes
Adeshoras, Madrid, 2016. 212 pp. 14 €

Pedro M. Domene

Algún que otro eco de Gómez de la Serna, y bastantes escenas esperpénticas del mejor Valle-Inclán motiva al curioso lector a la lectura de una excelente colección de cuentos con un no menos curioso título, tan vanguardista como absurdo, y de tan extensa tradición literaria, El bombardero azul (2016), una calculada y acertada segunda entrega de Julio Jurado (Madrid, 1958), que antes había publicado Andar por el aire (2010). Sirva este apunte de obligada referencia literaria, pero no debe advertirse intención alguna en cuantificar una deuda con toda una estela de nuestros clásicos sino que, en realidad, el narrador madrileño ha aprendido bien la lección, ha bebido de las mejores fuentes, y opta por una narración que, en su caso, describe una sociedad contemporánea de la que, a sus personajes, no se les permite formar parte aunque, y a pesar de todo eso, de la sabia mano del narrador, estos protagonista no se muestran o sienten ajenos a la esperanza, como tampoco renuncian a lo esencial de la vida.
Julio Jurado se postula, desde las primeras líneas, como «un héroe al que imaginaron cobarde» y se atreve en «Traer a cuento» a declarar sus intenciones respecto a su libro, «unos cuentos que trasciendan de una manera impulsiva las fronteras de lo racional y lo lógico, incluso en la extensión de alguno de ellos (…) relatos que se hunden sin remedio en un futuro ilógico e imperfecto, en la ambición y el desamor, en el crimen como una de las bellas artes, en la confusión como magia y locura, en el sueño o la pesadilla (…) historias que pretenden ser un arriesgado homenaje dirigido a personas inteligentes (porque nunca se parecerán a los personajes de estos relatos)». Pero, en realidad, esta especie de prólogo, es un relato en sí, y además uno de los más conseguidos, porque anuncia esa suerte de collage de esos sentimientos e inquietudes que conforman las palabras y, en su conjunto, El bombardero azul, contiene bastante de estas pretensiones.
Como el sabio Dostoievski, el narrador Jurado se pregunta cómo a alguien se le ocurre pensar que el hombre necesita inevitablemente lo racional y provechoso, y tal vez motivado por ese escepticismo o ejercicio de desfascinación, como señala Zapata, y asumiendo el riesgo de descubrir esas falsas apariencias para luego desenmascararlas desde ángulos tan diversos como los practicados por el autor, solo así se entiende cómo distribuye sus cuentos en tres partes, y la Primera de ellas, la más amplia, formada por siete relatos que se convierten en el cuaderno diario de unas vidas tan cotidianas como fragmentarias, protagonizadas por unos personajes que dudan aunque su existencia, y en un momento dado, se verá asaltada por unos deseos en los que irrumpen elementos insólitos, o extraños. El enamoramiento de una camarera, La Chunga, ejemplar ejercicio de cuento tradicional, titulado, “El coleccionista de carteras”; la búsqueda de un empleo para sobrevivir en un apocalíptico ¿futuro donde ya no existen los sentimientos?, la asunción de ser rechazado, el magnífico diálogo entre un hombre quejumbroso y la mujer con espinas, la inseguridad de una relación, o la fabula del lobo feroz, esa animalidad irrenunciable como parte de la naturaleza del ser humano, un buen ejemplo de envidia entre hermanos, con una perfecta ejecución y de consecuencias fatales, un amor desenfrenado y poco edificante, y la constatación de la soledad y decrepitud de la vejez en el cuento, “Hoy he visto un perro”, conforman el mundo que Jurado brinda a sus lectores, ejemplos de una aguda irónica visión, cierto cuestionamiento y rebeldía sobre las normas que rigen nuestra sociedad y que, en el madrileño, se muestran en total decadencia y señalan la perversidad de quienes forman parte de esa otra realidad.
La Segunda, formada por un solo cuento, y el más extenso, da título al volumen y el autor despliega toda una suerte de características narrativas en un relato distópico de ciencia ficción, tan extraño como un sueño o una pesadilla con una sugestiva atmósfera opresiva e intemporal de algunas de las mejores obras de Kafka. El protagonista, sin nombre, abandona una granja, atraviesa un puente e inicia un viaje hacia M. portando gambas perladas que cultiva sin agua y que tienen la propiedad de calmar el hambre a una persona con un solo ejemplar. Su viaje es un intento de huir de una realidad que le imponen los Respetables porque no entiende el mundo que le ha tocado habitar y muestra como a lo largo del relato se le escapa de las manos y, en medio del caos y en un mundo en extinción, hay sin embargo lugar para el amor con la sargento Rosario que comanda, y navega en El bombardero azul.
La Tercera parte cierra el libro con dos relatos muy diferentes en cuanto a estructura y ejecución: “Falsa moneda”, narra como un personaje incita al narrador (abstenerse cuentistas) a crear una historia larga, avanzar en el número de páginas escritas y abandonar así ese concepto de relato breve; y “Encuentro cultural” es una pequeña pieza de teatro con la que el autor pretende, como queda explicitado, homenajear a Ionesco, en ese sentimiento de limitado o alienado como olvidos momentáneos de todo un proceso alienatorio.
Para Julio Jurado, la escritura resulta algo imprevisible, de ahí su interés por suscitar emociones en el lector, y provocar al mismo tiempo una desproporcionada cantidad de significados tras la lectura de sus textos, esta y tal vez no otra podría ajustarse a una calculada y posible definición de un libro que sin lugar a dudas nos descubre que siempre es posible destruir el mundo, y El bombardero azul es una buena muestra de ello.

viernes, octubre 28, 2016

De noche, bajo el puente de piedra, Leo Perutz


Trad. Cristina García Ohlrich
Libros del Asteroide, Barcelona, 2016. 283 pp. 18,95 €

Care Santos

Confieso que nunca antes había leído a Leo Perutz, a pesar de que varios de sus libros están desde hace años disponibles en castellano. De este mismo, sin ir más lejos, existía una edición en El Aleph con menos de una década de antigüedad. Si le he leído ahora ha sido atraída por la hermosa edición de Libros del Asteroide y por el buen criterio con que este sello independiente nos presentan autores y obras. No hay un solo libro suyo que no haya disfrutado de un modo sobresaliente, y algunos de sus descubrimientos se han convertido para mí en autores de cabecera, como el caso de Robertson Davies. De modo que concedo credibilidad a lo que me presentan y celebro, una y otra vez, que aún queden editores como ellos, cuyo catálogo es capaz de educarnos, en el mejor sentido del término.
En fin, que no había leído nunca a Perutz, este judío checo (nació en Praga en 1882) que siempre escribió en alemán, matemático de profesión, compañero de oficina de Franz Kafka, amigo de Borges, esquiador aficionado y autor de un manual de bridge. Cronológicamente, Perutz es contemporáneo de Franz Kafka, James Joyce y Sherwood Anderson. Nació en una Europa convulsa donde todas las convivencias eran posibles, también las estéticas más disparejas. Perutz no comparte con sus referentes más cercanos ningún signo de modernidad. Su obra fácilmente podría considerarse romántica, mucho más próxima a los narradores ingleses del XIX que a sus compatriotas. Curiosamente, tiene mucho más en común con Anderson, un remoto señor de Ohio, autor de un libro de relatos maravilloso titulado Winesburg, Ohio, al que esta novela recuerda inexorablemente. Ignoro si Anderson y Perutz se leyeron mutuamente, pero si lo hicieron, debieron de gustarse mucho. Tal vez Anderson le habría discutido lo mismo que yo voy a poner en duda ahora: que De noche, bajo el puente de piedra sea una novela. A mí me parece mucho más un libro de relatos. Relatos que se comunican entre sí mediante estrechos pasadizos secretos o grandes puentes colgantes, que comparten personajes y escenarios, que remiten unos a otros y terminan por construir un pequeño universo: el del barrio judío de Praga, un lugar que en el libro tiene ese aire legendario, a medio camino entre el misterio y la nostalgia que recuerda el espíritu romántico.
Praga es, desde luego, un personaje más en estas historias, todas fascinantes. Lo es el Emperador del Sacro Imperio Romano, Rodolfo II, que no atraviesa por su mejor momento. Pero, sobretodo, lo son el judío Mordejai Meisl —acaso el protagonista— y su mujer Esther. El primer relato es ya una declaración de intenciones, un aviso para desprevenidos: se trata de una historia de fantasmas subyugante en que las almas de unos niños se aparecen a unos mendigos en el cementerio viejo de Praga. Originalidad y refinamiento para una temática de las más trilladas de la literatura de todos los tiempos, un terreno resbaladizo del que sin embargo Perutz logra salir no sólo ileso, sino airoso. A partir de ahí, al lector le interesan ya las peripecias de estas gentes que viven una vida arcaica, como lo es el estilo del libro, condenada a desaparecer y recordada con tristeza. Lógica tristeza: el libro, considerado la obra maestra de su autor, fue escrito en su forzoso exilio palestino, muchos años después de su huida de la vieja Europa.
Perutz es un narrador detallista, que mima todo lo que cuenta, que construye con minuciosidad un entramado de relaciones e historias que el lector irá descubriendo poco a poco, con fascinación, casi hipnotizado por esa precisión de relojero. En algunos cuentos aparecen personajes reales, como Johannes Kepler o Tycho Brahe, como el mismo emperador y sus intrigas. Si no fuera por ellos, parecería que estamos en un territorio imaginario, a medio camino entre el infierno y el mundo. Un territorio donde lo sobrenatural y lo mágico conviven sin estridencias con lo humano. Un lugar donde un rabino puede plantar un rosal y un romero en los cimientos de un puente de piedra y esparcir sobre ellos un conjuro que perpetúe su amor imposible por los siglos de los siglos.
En el último capítulo, vemos caer las casas que hemos conocido a lo largo de casi 300 páginas. Este mundo en desaparición es el que lo explica todo. Se nos ha contado algo que ya no existe. Los fantasmas del primer cuento eran reales, dolorosos. El barrio judío de Praga, sus plazas, sus cruces de caminos, sus habitantes, ya sólo perviven en nuestra memoria, pero lo hacen de un modo vivo, concreto. De ese modo en que la Literatura devuelve a la vida lo que está muerto.

miércoles, octubre 26, 2016

Los nombres del fuego, Fernando J. López.


Santillana Loqueleo, Madrid, 2016. 320 pp. 11 €

Ariadna G. García

¿Cuántas novelas españolas, de aventuras, recuerdan que estén protagonizadas por mujeres adultas o adolescentes? Dentro del mundo de la narrativa juvenil no es extraño encontrar historias donde las jóvenes lleven la voz cantante, pero cuando el asunto a tratar supone desafiar al sistema, sacar lustre a la valentía, enrollar el sendero conocido y desplegar un camino ignoto, defender a tu pueblo de una amenaza exterior, usurpar un cargo ajeno a tu destino y hacerlo con esfuerzo, como quien soporta sobre los hombros una lona muy gruesa, o recorrer la cara oscura de la vida, entonces el número de mujeres heroínas desciende de modo escandaloso. La isla de Bowen supone un continente aparte construido por César Mallorquí. Donde los árboles cantan es otra bendita rareza, en este caso de Laura Gallego, un emblema de que los tiempos cambian y de que las mujeres están (nos estamos) reinventando a pasos de gigante. A ese todavía escaso listado de obras sumamos ahora un nuevo título: Los nombres del fuego, del novelista y dramaturgo Fernando J. López. Escritor y docente, Fernando aborda en su novela varios temas de peso, esos que otros prefieren evitar o por ignorancia o por falta de sensibilidad o porque piensan que les restará lectores: el bullying homófobo, la reivindicación de la libertad de la mujer, o la defensa de la igualdad entre sexos. Pocos autores de narrativa juvenil incluyen en sus relatos personajes homosexuales. Javier Ruescas tuvo los arrestos de hacerlo en la trilogía Play. Y basta de contar. Se agradece, pues, que en Los nombres del fuego, novela destinada a lectores adolescentes, aparezca una pareja de chicos y que se visibilicen las dificultades que atraviesan. Dificultades que ponen en jaque la democracia en Europa, en esta Europa que afila los cuchillos en lugar de los lápices. Pero más allá de los temas que trata el libro, su atractivo descansa en la estructura y en la hilvanación de dos mundos diferentes separados por quinientos años. Echando de mano de conceptos matemáticos como la física cuántica, la entropía, o la teoría de las cuerdas, Fernando teje un libro con dos lanas. Una procede del Imperio azteca de Moctezuma, Xalaquia, y la otra de la España de hoy, Abril. Ambas adolescentes se cuestionan su identidad en una batalla asimétrica contra su propio tiempo. Xalaquia es una heroína, una figura legendaria que se duele de su destino adverso. Abril no se enfrenta a la realidad exterior, sino sólo a la íntima. Su mundo civil no se tambalea, si bien es cierto que al final de la obra se barrunta un futuro de sangre que no necesariamente caerá sobre ella, como sí lo hace sobre Xalaquia. Sumamente recomendable, Los nombres del fuego promete acción y entretenimiento, a la vez que facilita un censo de prejuicios a erradicar, un albarán de bolladuras e imperfecciones de un mundo que podrá mejorar cuando los adolescentes lectores de este libro, entre otros lo hereden.

lunes, octubre 24, 2016

El secreto de las Beguinas, Pedro M. Domene


Trifaldi,  Madrid, 2016. 232 pp. 15 €

Miguel Sanfeliu

En 2013 murió la hermana Marcella Pattyn a los noventa y dos años. Era la última representante de las beguinas, mujeres cristianas que en el siglo XII decidieron asociarse al margen de la iglesia para vivir juntas una vida de entrega a Dios y a los más necesitados, además de desempeñar labores intelectuales. Cumplían promesa de castidad y pobreza durante el tiempo que durase su pertenencia a la comunidad. Este movimiento se extendió rápidamente desde Flandes y los Países Bajos al sur de Europa, por lo que pronto llamó la atención de la alta cúpula de la iglesia. Pasaron a ser investigadas por la Inquisición, a ser acusadas de herejes y de brujas. Este movimiento es precisamente en el que se centra la última novela publicada por Pedro M. Domene.
Pedro M. Domene (Huércal-Overa, Almería, 1954) es uno de esos escritores casi secretos que van elaborando su obra sin prisa pero sin pausa. Lector compulsivo, escritor, crítico y teórico de la literatura, colabora con numerosos medios tanto en papel como digitales. Fue el creador de la revista Batarro. Ha publicado los ensayos Imposturas (2000) y Disidencias. Ensayos sobre literatura española del siglo XX (2010); y las novelas juveniles Después de Praga nada fue igual (2004 y 2008), Conexión Helsinki (2009), y Las ratas del Titanic (2014). Ahora aparece su último trabajo en la editorial Trifaldi: la novela titulada El secreto de las Beguinas.
Este libro cuenta la historia desde varios ejes narrativos. Por una parte, nos habla de la comunidad de beguinas de Flandes, en el siglo XVII, con el sitio de la ciudad de Ostende por parte de los tercios españoles como telón de fondo. Allí se refugia una mujer casada que se integra en la comunidad y será la encargada de atender a un hombre que ha sido herido en el frente, un soldado español por el que irá sintiendo cada vez mayor aprecio. Por otra parte, esta comunidad es sometida a un auto de fe, investigada por la Inquisición española, y este episodio es el que presenta los pasajes más duros de la narración. Por último, la historia se sitúa en la actualidad y se centra en la investigación de dos hermanos que pretenden desentrañar el secreto que, intuyen, ocultaba dicha comunidad de beguinas. Esta parte está narrada por uno de los hermanos y tiene un tono más desenfadado. Seguimos su investigación y los roces que sus diferentes caracteres les acarrean. Esta novela es de esas que enganchan al lector, tanto por lo que cuenta como por el modo en que nos lo cuenta. Pedro M. Domene maneja con habilidad las herramientas narrativas, dosifica la información para mantener la atención y se mueve con habilidad en una historia que, al situarse en dos épocas distintas, podría haberse dispersado.
Personalmente, me parece impagable la descripción del proceso y los interrogatorios al que son sometidas estas mujeres por parte de la Inquisición, que es capaz de cortarte la respiración sin caer nunca en la truculencia o el mal gusto, sólo por esas páginas ya valdría la pena la lectura de esta novela. Un libro, pues, que combina perfectamente el género histórico y la intriga detectivesca.

viernes, octubre 21, 2016

David Bowie. Starman, Paul Trynka


Trad. María Pildain
Alba Editorial, Barcelona, 2011 (re-ed. 2015). 624 pp. 29,50 €

Victoria R. Gil

Creímos que era inmortal, casi divino. Si hacemos caso de las crónicas periodísticas que anunciaron la noticia al mundo el pasado 10 de enero, en realidad, él ni siquiera está muerto; el hombre de las estrellas, simplemente, regresó a su planeta.
«Los extraterrestres son inmortales», escribe Paul Trynka en esta biografía de David Bowie, achacando esta idea a los fans del artista, ansiosos debido al infarto que sufrió el 25 de junio de 2004, tras cantar Ziggy Stardust en el festival alemán de Hurricane y desplomarse un momento después tras el escenario. Y precisamente con Starman, la canción que da título al libro, comienza Trynka esta obra intensa y prolija, que reconstruye con retazos de la memoria ajena la vida de quien es, para muchos de nosotros, el artista con más talento del último medio siglo, en permanente cambio, provocador, revolucionario y siempre subversivo.
Todo ese potencial, junto y a la vez, explotó el 6 de julio de 1972, ante los quince millones de telespectadores del programa Top of The Pops de la BBC que asistieron a la presentación de Ziggy Stardust y sus arañas marcianas cantando al hombre de las estrellas. «Mientras el público, formado por adolescentes excitados y padres escandalizados, trata de asimilar ese mono guateado y multicolor, eso pelo exuberante y naranja, esos dientes puntiagudos y esos ojos soñolientos pintados con rímel, él entona una sucesión de imágenes fascinantes: radio, extraterrestres y rock and roll». Y en un país donde tan sólo cinco años antes se había despenalizado parcialmente la homosexualidad, Bowie se atreve a ir aún más lejos: «se apoya la mano, delgada y grácil, en la mejilla y su compañero de pelo rubio platino se una a él al micrófono. En ese instante, con tranquilidad y descaro, Bowie rodea el cuello del guitarrista con el brazo y acerca a Ronson cariñosamente hacia él».
Con aquella actuación, el artista no sólo rompía para siempre la imagen de cantante de un único éxito (Space Oddity, 1969) que lo había perseguido hasta entonces, sino que mostró que había un camino por el que huir de los límites musicales, terrenales, sexuales… Paul Trynka describe los tres minutos que duró la canción como el momento exacto en que «para toda una generación de adolescentes se acaba de hacer la luz: aquellos noventa segundos de una tarde soleada de julio de 1972 alteraron el ritmo de sus vidas». Y nada volvió a ser igual, ni en el rock ni en nosotros.
Desde The Rise and Fall of Ziggy Stardust and the Spiders from Mars, el álbum que lo lanzó en 1972 a una fama tantos años perseguida, el cantante y compositor experimentaría a lo largo de su vida con todo tipo de ritmos y experiencias, uniendo los unos a las otras en una actuación total que se prolongaba más allá del escenario y que perfeccionó hasta el extremo con esos alter egos en los que resulta imposible saber dónde termina la verdad y comienza el artificio.
Este libro se subtitula «la biografía definitiva» y aunque sería imposible resumir en 600 páginas cincuenta años de carrerea artística, el trabajo de documentación que ha realizado Trynka es digno de admiración. El aficionado más exigente quedará satisfecho con los minuciosos detalles y las anécdotas más personales que nos revelan a un joven ambicioso y promiscuo, obsesionado con el éxito y empeñado en ser el mejor. No falta nada de lo que cualquier seguidor espera: sus amantes; sus esposas; las drogas; Lindsay Kemp; el tiempo de Berlín; la amistad con George Underwood (responsable de su pupila permanentemente dilatada), Lou Reed o Iggy Pop; sus trabajos con Brian Eno; la primera película, cómo no, interpretando a un extraterrestre… Todo está aquí, menos su último trabajo.
Tras años de silencio, ahora sabemos que a causa del progresivo deterioro de su salud, el artista volvía a la actualidad con un musical y un disco que compartían un mismo tema, Lazarus, en el que recuperaba a aquel extraterrestre de su primera película, The Man Who Fell to Earth, quizás para devolverlo a su planeta de origen. El álbum se publicaba el 8 de enero de 2016, el día de su 69 cumpleaños, y dos días después supimos que este críptico y surrealista trabajo era también su herencia musical, perfectamente orquestado para coincidir con su despedida final.
David Bowie trascendió todos los límites hasta dejar su huella en la moda, las artes plásticas, el teatro, el cine, la danza y, por supuesto, la música. Su influencia es tan poderosa que ha llegado aún más allá, a la vocación transgresora, la libertad sexual o la identidad de género. Y aunque descubrimos que no era inmortal, a cambio sabemos que será eterno.

miércoles, octubre 19, 2016

La magia de los días, Antonio Báez


Talentura, Málaga, 2016. 180 pp. 14,50 €

Angeles Prieto Barba


Es preciso iniciar esta reseña avisando que, bajo este título, nos vamos a encontrar con cinco cuentos, un prefacio y un relato largo o novela corta. De no tener esta circunstancia presente, empezaríamos una narración con demasiados inicios, distintos personajes y muy desconcertante. Ignoro por qué los cuentos no van al final, pero es indudable que participan todos de un mismo ambiente contemporáneo y desesperanzado, que desde luego da pie y cobijo a la narración posterior, más larga. Pues en efecto, este conjunto literario busca retratar la época en que vivimos, tiempo que aparece reflejado mediante un recurso ya clásico, como es la figura del antihéroe enfrentado a una sociedad con la que no se entiende en absoluto y que le castiga continuamente. El mal de este siglo nuestro, la crisis general de creencias y valores, que tiene poco que ver con el Werther del Romanticismo de acuerdo a lo aquí reflejado. El vacío existencial de Werther estaba provocado por el exceso de racionalismo hijo de la Ilustración; las desventuras de Adán tienen causa y motivo en las desigualdades sociales y económicas. Desde el inicio hasta el sorprendente final, ese que no vamos a desvelar.
Pues en efecto Adán, el protagonista de la nouvelle, parte de orígenes muy humildes y familia desestructurada tras el temprano abandono paterno. Esta dura circunstancia conducirá más tarde al fracaso en los estudios y a la renuncia de esa vida convencional a la que todos hemos estado abocados. Trauma al que se unirá otro, no menos importante, fruto de la casualidad. Sin embargo y pese a todo, Adán no llora, ni clama por todos sus infortunios en la novela. Es un tipo alegre que vive como puede, al albur de las circunstancias. Este es quizá, junto con un estilo narrativo muy vivaz, de frases cortas y contundentes, el logro más destacado de esta novela que nos conduce a preguntarnos por el sentido de la existencia en nuestros días, tal y como nos la han inculcado. Precisamente será el final, casual y sorprendente, el que nos refrendará la necesidad que tenemos todos de cambios importantes como remedio necesario. No solo en la política o en la sociedad, también en esa actitud individualista, consumista y poco generosa, que sin embargo aplaudimos y refrendamos como socialmente óptima y deseable y que viene a estar representada por el personaje de Paco Vacas o Paco Tierra que no es en modo alguno quien parece. Por otra parte, queda claro también que las mujeres han dejado de ser protectoras, tabla de salvación o solución mágica para los problemas.
Con esta crítica social, no exenta de humor en todo momento, el mundo se nos antoja ancho y ajeno, un antro lleno de fieras, donde solo podemos encontrar “La magia de los días” dentro de nosotros mismos, en esa actitud de Adán afrontando toda clase de traumas, dificultades y obstáculos sin renuncia ni rendición a dejar de ser lo que es. Como lección, no es poca.

lunes, octubre 17, 2016

Solo con invitación: Haru: Cada día es una vida entera, Flavia Company


Catedral, Barcelona, 2016. 380 pp. 21,95 €

Eduardo Cruz Acillona

Empezar una reseña literaria con la frase “este libro es muy bonito” no parece muy profesional, lo sé. Pero es que lo primero que se puede decir de este libro cuando se tiene en las manos es que es muy bonito. La cubierta está hecha con cartulina Modigliani Cándido de 90 gramos, las hojas interiores son Supersnowbright de 90 gramos y están cortadas como si se hubiera utilizado un abrecartas. Más allá de nombres técnicos, tocar este libro ya es un auténtico placer, algo que hay que agradecer por partes iguales al empeño de la autora y a la generosidad de la editorial.
El interior, vamos a centrarnos ya en la reseña, no desmerece en absoluto al exterior. Haru cuenta la vida de una persona, desde que tiene cinco años hasta la vejez, de una manera exquisita. Cada párrafo es una caricia y cada frase es un motivo para detenerse y reflexionar. Más allá de los avatares por los que transita la vida de la protagonista, Flavia Company ha sabido trasladar a través de las palabras todo el espíritu que puede envolverse en la filosofía oriental, la meditación y el silencio. Porque esta es una novela llena de silencios, páginas y páginas enteras se suceden llenas de palabras que describen silencios. Cada detalle cuenta, cada adjetivo es fundamental y el texto, que da irregulares saltos en el tiempo, fluye con una suavidad y un dejarse llevar muy difícil de sostener en una novela de la extensión de Haru.
Ambientada en un lugar indeterminado de Oriente, la novela cuenta la historia de Haru, una niña que al morir su madre, es enviada como interna a un dojo, una escuela donde aprenderá la técnica del tiro con arco, meditación y, sobre todo, a enfrentarse a la vida. Se trata pues de una novela de iniciación, de aprendizaje, de madurez. Leer Haru supone también leerse a uno mismo. Nadie sale indiferente de esta novela: llegado el punto final, cerrada ya la última página, un breve texto en la contraportada nos advierte: «Después de leer la historia de Haru, leerás tu vida de otra manera». Doy fe.


Flavia Company: «Haru somos todos»


En japonés, Haru significa “Primavera”. Sin embargo, la novela refleja el ciclo vital de una persona, con sus primaveras pero también con sus inviernos…
Haru se llama así porque lo importante de su trayectoria es el fruto obtenido tras plantar la semilla y regar la tierra y esperar los ciclos necesarios para que lo sembrado florezca. Quizás demasiado a menudo relacionamos primavera con juventud y madurez con otoño o vejez con invierno. Pero, ¿cuál es la verdadera primavera? ¿No deberíamos verla allí donde nace o brota al fin aquello que brilla por su esencia? ¿Y puede llegarse a lo esencial antes de hacer el camino?

¿Cómo se crea el personaje de Haru, de quien empezamos a saber cosas desde sus cinco años hasta su vejez?
Haru somos todos. Podríamos decir que he procurado reunir en su camino aquello que nos identifica, nos une, nos iguala, nos despoja de adornos, nos aleja de imágenes. Haru se enfrenta al orgullo, al miedo, a la soberbia, a la impaciencia. Al dolor, al desconcierto, a la ambición, a la rebeldía. Al odio, al amor, a la indiferencia. Vicisitudes que, en uno u otro momento, todos conocemos. Nuestras vidas son todas iguales. Lo único que cambia es el orden en que experimentamos las distintas vicisitudes a las que debemos enfrentarnos.


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viernes, octubre 14, 2016

Cinco llaves del mundo secreto de Remedios Varo, VV.AA.


Atalanta, Girona, 2015. 224 pp. 45 €

Luis Manuel Ruiz

LA OBRA. Siempre en estancias vacías, con suelo de ajedrez, personajes solitarios realizan tareas que no es posible comprender a primera vista. Uno arregla relojes mientras contempla la ventana; otro disecciona pájaros sobre un tablero cubierto de herramientas; otro hila un ovillo de cuya punta se devana la sombra de un hombre, de un fantasma, de un recuerdo. Ninguno de esos protagonistas es hombre del todo; uno es un extraño híbrido de adolescente y ave, otro muestra rodelas y engranajes en los puntos que deberían ocupar las articulaciones, e incluso los más corrientes, los más cercanos, muestran un semblante de cera o talco que los aleja extrañamente de los rostros que estamos habituados a presenciar todos los días. Después, están los paisajes: los bosques, las ciudades. Junglas de barro o helechos que envuelven a los principales personajes del drama intentando borrar sus contornos, alimentarse de su precaria identidad; calles y barrios y patios y terrazas apilados unos sobre otros, en una curiosa distorsión de la perspectiva que niega toda salida. Un aire incierto a desvarío, a sueño, a revelación; un secreto a punto de brotar en la punta de la lengua y que inmediatamente se desvanece. Signos.
LA AUTORA. Remedios Varo y Uranga nació en Gerona en 1908 y se ejercitó como pintora en su Cataluña natal hasta los veintitantos años. En la Barcelona que orillaba la Guerra Civil, practicó el surrealismo, o una variante ibérica del mismo que le habían permitido desarrollar intermitentes visitas a París y un fugaz contacto con los principales mandarines del movimiento. De esta fecha y de su relación con artistas de uno y otro lado de los Pirineos, como Óscar Domínguez, Esteban Francés y Marcel Jean, datan sus primeras obras conocidas: collages de época, no demasiado distantes de esos jugueteos de Ernst o Ray que pueblan célebremente los libros de historia de las vanguardias y donde recortes de revista convierten brazos en pistolas que son sombreros que son perfiles de mujeres que son paisajes vistos desde la lejanía. Expulsada por la guerra, Varo huye a París, en que la ortodoxia surrealista, más que incentivar su creatividad, la asfixia: ella misma contará, años más tarde, cómo se sentará cohibida a la mesa del Café de Flore sin posibilidad de replicar una sola sílaba, en presencia de tantos artistas tremebundos. La guerra, encarnada esta vez en la Alemania de Hitler, vuelve a pisarle los talones y ella vuelve a huir: esta vez a México, donde coincidirá con parte del exilio republicano español y con parte del otro, surrealista y europeo, y donde se relacionará, entre otros, con la pintora con la que suele confundirse y a la que la ligan más vínculos existenciales y temáticos, Leonora Carrington. La eclosión surrealista en México no tuvo más remedio que sentar las bases para posteriores desarrollos autóctonos, como el de Frida Kahlo: entre sus ciudades y desiertos, amparada por un benévolo mecenazgo, Remedios Varo pudo dedicarse a la tarea exclusiva de explorar su arte y entresacar de sus pesadillas, vacilaciones, atisbos, todo lo que había que alegar. Un ataque al corazón la mató prematuramente, a los cincuenta y cinco años, dos semanas después de terminar su último cuadro y de que un sueño lleno de flecos tratara de advertirla de algo.
EL LIBRO. Hasta la fecha, el lector contaba con dos fuentes escuetas para asomarse a la vida y obra de Remedios Varo. Una, el monumental Catálogo razonado de Walter Gruen y Ricardo Ovalle, que recorre uno a uno sus trabajos pictóricos y literarios, al menos los que se conocen, y les da fecha, aclara su génesis y objetivos y los enmarca dentro del panorama del universo de la autora. Otra, la biografía de Janet A. Kaplan, Unexpected Journeys: the Art and life of Remedios Varo, el único intento registrado, hablando con propiedad, por establecer un hilo conductor entre los sucesos, logros y agonías que jalonaron la existencia de la pintora y le dieron un puesto capital en la historia del surrealismo americano, europeo y mundial, aunque esto, lo del surrealismo, se preste a muchas matizaciones. El problema que plantean ambos libros, el de Gruen/Ovalle y el de Kaplan, es que son difíciles de encontrar, caros y muy especializados. Por tanto, este volumen de Atalanta, compuesto por siete de los mayores especialistas en el asunto, tiene todo el derecho de erigirse en el libro de primera mano, el título por excelencia, en torno al mundo, singular y resbaladizo, de Remedios Varo y todos sus afluentes y recovecos, que son muchos. Contribuye a ello, aparte de la calidad de los artículos, la cuidadísima selección de ilustraciones, lienzos reproducidos con una nitidez de catálogo que puede servir al curioso, también, como álbum de láminas en que empaparse de la personalísima atmósfera de la autora.
LOS CAPÍTULOS. Aparte de una cronología, que servirá para contextualizar los principales acontecimientos de la vida de Varo y encajarlos en su producción, el volumen consta de seis secciones, dedicadas a los diversos ángulos desde los que ésta puede ser abordada. Puesto que una de dichas secciones es una ampliación de otra previa, el contenido reproduce lo que ya anuncia el título y, por tanto, nos hallamos frente a un intento de interpretación ramificado en cinco vías, claves o llaves de lectura. La llave arquitectónica, de Peter Engel, traduce el interés por el urbanismo, las galerías, los pórticos, las arcadas que pueblan los cuadros de Varo y les sirven de decorado. La llave surrealista, a cargo de Janet A. Kaplan, es quizá la más evidente de todas: más por afán de clasificar que de penetrar en profundidad el sentido de su mensaje, las escenas de Varo suelen ser despachadas sumariamente como surrealistas y el intento de análisis suele diluirse en una previsible comparación con autores de uno y otro lado del Atlántico como Ernst, Carrington (sobre todo), Magritte o Kahlo; en este sentido, la aportación de Kaplan consiste en elucidar las relaciones de la autora con el movimiento, sobre todo durante su estadía en París, antes del divorcio definitivo y de hallar su senda individual en la etapa mejicana. La llave literaria, troceada en dos partes entre Jaime Moreno y Sandra Lisci, revisa la biblioteca privada de Varo, donde abundaban la poesía y el ensayo metafísico, y rastrea citas y subrayados entre los paisajes de sus telas. Algo similar a lo que realiza Fariba Bogzaran con sus sueños en la llave onírica: se da la circunstancia de que la pintora tenía el hábito de anotar sus visiones nocturnas y de tratar de analizarlas, buscando signos y correspondencias; esto explicaría la fuerte carga simbólica de muchos de sus trabajos.
EL ESOTERISMO. Pero la piedra de toque del volumen es, sin lugar a dudas, el primer ensayo, a cargo de Tere Arcq, y centrado en la tradición esotérica. Suele descuidarse, por no decir que ni mencionarse siquiera, que Remedios Varo estaba muy interesada en el hermetismo, algunos de cuyos clásicos engrosaban su biblioteca, y que de manera irregular, en París y luego en México, estuvo vinculada al círculo de Gurdjieff. Mirados desde el prisma de las enseñanzas del santón georgiano, muchas de las propuestas de Varo cobran un nuevo relieve: así, todas las imágenes de híbridos entre hombre y máquina, que corresponderían al estado (según Gurdjieff) en que el individuo aún es inconsciente de sus propios impulsos y se entrega al automatismo de la carne; así, la importancia de la música en diversos lienzos, verdadera potencia primigenia que ayuda a animar el universo y le sirve de cifra y cartografía; la presencia expresa, en diversas escenas, del eneagrama, el esquema fundamental que para Gurdjieff resume el movimiento de fuerzas cósmicas y a la vez personales; incluso el particular evolucionismo según el cual el ser humano constituye sólo un instrumento en manos del planeta Tierra en vista a alimentar la luna y hacer de ella un mundo renacido. Sólo por este breve texto de setenta páginas, que abre merecidamente la antología, su lectura, su compra, su relectura, su presencia en el mejor de nuestros anaqueles está más que disculpada.
Un logro más de Atalanta. Y uno pierde la cuenta.

miércoles, octubre 12, 2016

La isla de los condenados, Stid Dagerman


Trad. Carmen Montes
Sexto Piso, Barcelona, 2016. 296 pp. 22 €

Pedro Pujante

Stig Dagerman (1923-1954), a pesar de su breve vida, fue considerado un niño prodigio y dejó escritas cuatro novelas, cuatro obras de teatro y un gran número de relatos y novelas breves. Ahora, la editorial Sexto Piso rescata, nunca mejor dicho, La isla de los condenados, una novela densa y oscura.
En ella se nos narran los avatares de un grupo de náufragos que acaban en una isla desierta, extraña, simbólica y poblada por lagartos. Entendemos, como ocurría en El señor de las moscas, que el escenario de la isla funciona como un teatro en el que se representa el crudo drama del hombre tratando de sobrevivir en un medio hostil. La desnudez de siete personas desesperadas que se enfrentan a un reto físico, moral y emocional. Pero también, a sí mismos.
La novela está construida de un modo artificioso pero elegante. En el texto avanza la trama de los náufragos al mismo tiempo que se puntea con prolongadas prolepsis en las que se presentan fragmentos de las vidas de los personajes. Siempre teñidos de dolor, frustración y tinieblas. Un espejo de sus almas que refleja los rincones pretéritos más oscuros.
En este sentido la novela mantiene un ritmo moroso que se traduce en una angustiosa prórroga. La existencia común de los náufragos parece estar detenida en un infierno nebuloso del que no hay salida. Tan solo, parecemos entender, mediante la expiación de sus pecados y la consumación de sus fantasmas personales lograrán salvarse del abismo que los sofoca.
La voz narrativa, a veces cercana al monólogo interior, es barroca, intrincada pero fluida y absorbente. Recuerda a las novelas-monólogo de László Krasznahorkai, pero con el aliento de Beckett o Camus. Los acontecimientos se entremezclan con los sueños y los sentimientos, confundiendo la realidad con la conciencia de los personajes dotando al libro un tono lúgubre y turbio. En ningún momento se da pie a a creer en que elementos fantásticos perturben la realidad. Al contrario, las pesadillas parecen acrecentar más si cabe lo funesto y realista de la situación en la que los náufragos se hallan.
Esta es una novela extraña y compleja, pero con una textura sólida. No es complaciente el autor con sus criaturas. Las hace sufrir, experimentar dolores y angustias profundos, como si de un dios justiciero se tratase.
Stig Dagerman se suicidó debido a una fuerte depresión. Los oscuros demonios que asolaron su mente revolotean por esta angustiosa novela, metafísica, descarnada y onírica que parece haber sida escrita por un desolado Lautréamont kafkiano.

lunes, octubre 10, 2016

Juegos de artificio, Antonio Toribios


Fotografías de María Gómez
La Armonía de las Letras, León, 2016. 236 pp. 20 €

José Miguel López-Astilleros

El género del microrrelato se ha popularizado tanto que no sólo están aumentando sus lectores, sino quienes se internan en las procelosas aguas de su creación, quizás por considerar, en numerosos casos, que sólo hace falta un poco de ingenio, cuando en realidad no basta con eso. De esto dan fe las numerosas publicaciones que están apareciendo y los numerosos portales de internet que dan cobijo sobre todo a escritores aficionados, además de la creciente atención que la crítica le está dispensando a esta particular manera de contar una historia.
Antonio Toribios (León, 1960) lleva escribiendo microcuentos desde hace décadas, no es un recién llegado al género ni un escritor accidental ni ocasional. Es más, su llegada al género obedece a una evolución desde el cuento más o menos largo, que en su día le proporcionó algunos premios y reconocimiento, sin que por ello haya dejado de frecuentar las narraciones de mayor extensión que las presentes. Las piezas que nutren este volumen representan el trabajo de varios años, algunas de las cuales han sido publicadas en distintos medios.
Debido a la gran cantidad de microhistorias y de años durante los cuales fueron pergeñadas, el contenido es muy heterogéneo, quizás por eso el autor o el editor han renunciado a clasificarlas. Sin embargo hay en todas ellas una cohesión que tiene como núcleo aglutinador la propia personalidad del escritor, puesto que en todo momento se nos está revelando una manera de interpretar el mundo. Otro rasgo que intensifica dicha cohesión y facilita la identificación tanto de los temas y su tratamiento con el autor, es la condensación temporal, que en muchas ocasiones nos transporta al pasado, a su infancia concretamente, tan importante y decisiva a lo largo de toda su producción. Y si es frecuente esa fuga del tiempo presente, aunque no siempre, es obvio que el esquematismo espacial también tendrá que ver con el lugar donde pasó dicha etapa de su vida, la ciudad de León, así como sus personajes. Por esa razón suelen tener todos estos “cuentines”, como le gusta llamarlos a Antonio Toribios, un trasfondo vivencial más o menos cercano. Incluso la utilización del lenguaje es coherente con este planteamiento, constituyendo todo ello una indeleble marca de estilo. Hay características formales como la ausencia de complejidad, la mínima caracterización de los personajes, el lenguaje connotativo o la importancia del inicio y el cierre con finales sorprendentes, típicos del género —según señala Irene Andrés-Suárez en la introducción de Antología del microrrelato español (1906-1911), editorial Cátedra—, cuyo planteamiento clásico viene regido por el principio de funcionalidad de todos los elementos narrativos, para que así surta el efecto deseado en el lector. Todo esto no impide que muchos relatos estén transido de una ambigüedad, que desembocará en una reflexión, una sonrisa o incluso una carcajada.
El humor es quizás las característica más sobresaliente de los mejores textos. Son numerosos los registros que podemos encontrar, desde el humor negro, el absurdo, la ironía o la parodia. No es un humor cruel y desalmado, ácido ni despiadado, porque Toribios trata a sus personajes con grandeza cervantina, con la humanidad de quien pasa por la vida sin herir a nadie, con el propósito de hacer comprensible las debilidades. Un ejemplo de esto podemos verlo en el relato titulado Que ayer (pág. 161), donde la total transformación estética de la madre de unos niños es vista con sorpresa pero sin dramatismo, a pesar de la confusión creada por no reconocerla.
Un procedimiento muy utilizado es la intertextualidad, mediante la que nos adentramos en sus referencias culturales. Pero concretando más este aspecto, es crucial la enorme influencia del cine en muchas narraciones, así abundan con profusión las alusiones a películas, personaje y actores, sea para caracterizar a un personaje, una época o un ambiente. En el titulado Mi vida: cuadro sinóptico (pág. 17) traza una brevísima biografía indirecta a través de dos héroes cinematográficos, Tarzán e Indiana Jones. Un elemento recurrente de raíz biográfica son las ventanas, tras las que se apostan los personajes, a veces trasuntos suyos. Pero no sólo el cine y la propia literatura, sino la televisión y los demás medios audiovisuales, como por ejemplo la radio, muy del gusto del autor, suelen aparecen como elementos centrales o marginales, así se cuenta en Trueque (pág 20) la historia de un ordenador portátil y su sorprendente final a través de la descontextualización originaria que lanza el significado hacia interpretaciones distópicas y humorísticas.
El lector de estos “cuentines” no debe ser un lector pasivo, sino que ha de colaborar con el texto para llegar al significado o significados últimos. Mucho más fácil lo tendrá un lector de su propia generación o aledañas, puesto que en muchos hay claves culturales que lectores más jóvenes no poseen, a menos que las hayan adquirido de otro modo, aunque dicho aspecto no representa ninguna dificultad para saborearlos con intensidad. Estos Fuegos de artificio de Antonio Toribios son microhistorias que cuentan la vida concentrándola en unas pocas palabras precisas, en una depuración del lenguaje que las acercan a procedimientos cercanos a la poesía. Lo triste es que la distribución de la edición se quede en el ámbito local.

viernes, octubre 07, 2016

El amor del revés, Luisgé Martín


Anagrama, Barcelona, 2016. 272 pp. 18,90 €

Care Santos

Lo más increíble de todo es que nadie hubiera escrito aún este libro. Leerlo es darse cuenta, página tras página, de lo muy necesario que era: alguien tenía que contar el atraso en el que hemos vivido, la ranciedad de la moral que nos ha cimentado la vida, la nociva influencia de la educación religiosa. Su lectura provoca estupor pero también indignación. Por eso su lectura es imprescindible.
Luisgé Martín nació en 1962, en una España aún lastrada por sus males más antiguos —que sólo en los últimos tiempos han comenzado a erradicarse—, en el seno de una familia madrileña de clase media. Era homosexual. Lo era sin atreverse a serlo, avergonzado por su condición, sintiéndose, como él mismo dice varias veces en su relato, «un insecto». La cucaracha de Kafka (que en realidad no sabemos muy bien qué clase de bicho era). En su juventud Martín prometió no revelarle nunca a nadie su secreto. Hace diez años se casó con un hombre ante su familia y amigos. Este libro cuenta qué largo camino anduvo entre la promesa de 1977 y la boda de 2006. Un camino tortuoso, lleno de dolor, de culpa, de pasos del Rubicón y de autoconocimiento. De la negación y el secreto al último baluarte: el orgullo y la reivindicación. Es —no resulta difícil adivinarlo— un libro valiente, que actúa como un espejo terrible de nuestra sociedad. También es una reflexión profunda sobre la identidad —uno de los temas más importantes en la obra novelística del autor— y sobre cómo lo que somos no es sólo lo visible, lo que aflora a la superficie, sino (sobre todo) lo oculto, lo secreto. Del viaje a las catacumbas de uno mismo, del viaje a la oscuridad, a la carnalidad o la lujuria se retorna siempre mucho más sabio. Aunque a menudo la sabiduría tampoco sirva de mucho.
En ningún momento se esconde el autor tras la ficción. Se trata de un relato memorialístico tan desnudo como las emociones y las peripecias que en él se describen. Los lectores de Luisgé Martín disfrutarán, además, al reconocer los mimbres con los que ha tejido su obra. Sabido es que la ficción es el único lugar donde es posible decir toda la verdad. Parte de estas verdades ya las ha ido contando el autor en sus ficciones novelescas. Se nos aportan detalles muy precisos al respecto, y también sumamente interesantes para cualquiera que quiera conocer los intersticios de la creación. También sabemos qué rasgos de su temperamento, nacidos de qué fatalidades o de qué maniobras de defensa, han dado forma a sus personajes. Y de qué modo la literatura fue para el herido insecto que era Martín de jovencito, un modo de calmar sus tribulaciones. En ese sentido, estamos también ante sus memorias como escritor: desde el compulsivo escritor de cartas y diarios de todo comienzo al novelista preocupado por el desdoblamiento de la personalidad y los rincones oscuros del alma.
Es increíble que nadie hubiera escrito aún este libro, pero es fabuloso que lo haya escrito Luisgé Martín. En primer lugar, porque no soy capaz de imaginar en nadie esta valentía suya, que acaso tenga que ver con la edad, o con la felicidad, o con el arte de llamar a las cosas por su nombre sin manías. «Aprender a vivir es aprender a nombrar», nos dice. Y este libro es un ejemplo meridiano de que su aprendizaje ha llegado a cotas altísimas. Siguiendo las premisas del escritor francés Michel Leiris, el autor se comporta «como el torero ante el toro: arriesgando su vida, exponiéndose a la cornada, corriendo el riesgo de que el lector encuentre en él lo vergonzoso o lo infame». Su relato emociona, sobrecoge, a ratos avergüenza porque evidencia la cortedad moral y la estupidez de la época, como cuando, a instancia de un amigo de juventud, decidió someterse a un tratamiento de psicoanálisis para transformarse en heterosexual.
Por fortuna, muchos homosexuales jóvenes no se sentirán ya identificados con estas peripecias. Para los de más edad (digamos los nacidos antes de 1980) se convertirá con toda justicia en un libro de referencia. Debería serlo para todos los demás. Homófobos incluidos. Especialmente para estos últimos.

miércoles, octubre 05, 2016

Cobijarme en una palabra, Cesare Zavattini


Edición trilingüe
Trad. / Prol. Juan Vicente Piqueras. Epil. Alonso Ibarrola
Bartleby Editores, Madrid, 2016. 161 pp. 13 €

Rubén Romero Sánchez

Nos encontramos ante el que es, sin duda, uno de los libros de poesía más interesantes de los que se han publicado o publicarán este año. Y no es porque Zavattini sea uno de los grandes poetas europeos del siglo XX, sino porque es uno de los grandes escritores europeos del siglo XX. Él fue el artífice de textos imprescindibles en la cultura contemporánea, como los guiones de la inmensa mayoría de las películas de De Sica, empezando por El limpiabotas (1946) o Ladrón de bicicletas (1948), las cuales fueron galardonadas con el Oscar a la mejor película de habla no inglesa, y continuando con las también imprescindibles Milagro en Milán (1951), a la que homenajearía Roberto Benigni en La vida es bella (1997), o Umberto D (1952).
Zavattini fue un intelectual de los que no se hacen notar, creador sin aspavientos, trabajador incansable en múltiples facetas artísticas (fue poeta, narrador, dramaturgo, cineasta, pintor…) y, sobre todo, humorista genial que supo plasmar en su obra la crudeza de la realidad europea y, por ende, italiana que le tocó vivir mezclándola con un finísimo sentido de lo jocoso y el absurdo con que trascendía la tragedia.
En su poesía, a veces cercana a los patrones del neorrealismo en su retrato de las condiciones de vida de la gente humilde, en la que siempre se percibe un rasgo de grandeza (quietos, muelen / humillaciones de ahora y de antaño, / esperanzas, miradas que podrían / haber tenido incluso los aqueos), a veces epigramática e hija de Catulo o Marcial (Ay, la vida, ¿qué es? Mejor callar. / No quisiera molestar a aquellos dos / que están gozando en la hierba), se adivina siempre una pulsión extrema por el amor a cuanto forma parte del mundo, de la vida y del hombre, una celebración del hecho de existir, aunque a veces nos encontremos solos y desamparados, perdidos en la inmensidad del sinsentido (El presente parece siempre menos solemne que el pasado. / Qué torpemente vivimos / el misterio de la vida). Católico como la mayoría de los directores en su época (De Sica, Rossellini, Fellini), Zavattini se plantea en su obra poética, también, la existencia de ese Dios que no aparece cuando se le espera (Dios entró sigiloso impalpable en mi cuarto / y me dijo: a ti, sólo a ti, / te hago saber que no existo), y se rebela contra su omnipotencia enfrentándose en su individualidad de ser único (me da pena Dios porque aunque quisiera / hacerme diferente de lo que he sido / no lo conseguiría). El mejor Za, como le llamaban los amigos, sin embargo, es para mí el filósofo que de un sagaz latigazo condensa toda una forma de ser y estar en el mundo: ¿Y si fuéramos todos inocentes?, o Solamente con existir / nos ganamos enemigos, o Creedme, cada vez somos menos / y nos acostumbramos, reflexionando sobre la vejez y la muerte.
Tremenda la importancia del rescate de este autor, más aún en una edición tan cuidada como esta de Bartleby, que nos ofrece los textos originales en dialecto y su traducción al castellano y al italiano.
Una joya en tiempos oscuros.

lunes, octubre 03, 2016

Mujeres, Isabel Ruiz Ruiz


Ilustropos, Madrid, 2015, 44 pp. 15 €

María Dolores García Pastor

Mujeres de ojos grandes y un cierto aire nostálgico pueblan el libro de la ilustradora Isabel Ruiz Ruiz, Licenciada en Bellas Artes y Diplomada en Dirección de fotografía. Mujeres es el título de este libro que entra por los ojos desde la misma portada de tapa dura y que nos lleva a saborear sus páginas de papel estucado semimate, todo ello guardado con una encuadernación en cartoné cosido, el resultado es una verdadera obra de arte. Predominan en la paleta de esta artista los tonos grises y azules que acentúan la sensación de melancolía que desprenden las ilustraciones.
Las mujeres que protagonizan este libro son Clara Campoamor, Isadora Duncan, Marie Curie, Florence Nightingale, María Montessori, Alice Guy-Blanché, Frida Kahlo, Virginia Woolf, Hellen Keller, Hipatia, Amelia Mary Earhart, Rosa Parks, Concepción Arenal, Margaret Bourke-White, Gertrude Ederle, Irena Sendler, Miriam Makeba y Diane Fossey, dieciocho en total. Todas “merecen un lugar en la Historia” por su aportación en diferentes campos. Todas son referentes, espejos en los que mirarse.
Según la propia autora el libro “es un ideario”, su “homenaje personal a estas grandes luchadoras”. El objetivo de la obra es rescatarlas del olvido, aunque algunas de ellas son de sobras conocidas y célebres, al tiempo que ofrecer a los padres y educadores una serie de referentes femeninos que mostrar a los más pequeños. En realidad no se trata de un álbum ilustrado al uso, no es exclusivamente para niños, es más bien una obra que funciona si los adultos se lo muestra a los niños e interaccionar con ellos usándolo como pretexto ya que los textos no son los propios de los cuentos ilustrados.
El esquema del libro es simple: las páginas pares acogen una pequeña biografía y una frase célebre de cada protagonista. Las impares están ilustradas con el retrato de cada mujer en gran formato y con el estilo inconfundible de Isabel Ruiz Ruiz. Este álbum ilustrado en una preciosa encuadernación de lujo con tapa dura e ilustraciones a página completa y en color es una interesante herramienta pedagógica para una educación en igualdad y un precioso objeto en sí mismo.
La autora prepara en estos momentos la edición del segundo volumen de esta obra, Mujeres 2, con la presencia de protagonistas tan emblemáticas como Valentina Tereshkova, Violeta Parra, Gerda Taro, María Moliner o Hedy Lamarr.