viernes, noviembre 18, 2016

Tres días y una vida, Pierre Lemaitre


Trad. José Antonio Soriano Marco
Salamandra, Barcelona, 2016. 224 pp. 18 €

Ángeles Prieto Barba

Tras obtener Pierre Lemaitre en 2013 el Premio Goncourt, el más prestigioso de las letras galas, por la excepcional Nos vemos ahí arriba (Salamandra, mismo traductor), el público español ha ido conociendo progresivamente sus novelas, cuatro de ellas policíacas constituyendo un ciclo en torno al comisario Camille Verhoeven, comandante de la Brigada Criminal de París. Pero fue con Vestido de novia (Alfaguara, 2014), thriller psicológico al margen de esta serie, cuando volvió de nuevo a alcanzar el éxito y las ventas masivas, dotada como estaba dicha novela de un ritmo trepidante y adictivo, pero también de ambigüedad psicológica sin moralina, invitando al lector a sacar conclusiones propias. Y en Tres días y una vida, la novela corta que ahora presentamos, nos vamos a encontrar en buena parte con repetición de fórmula (ritmo y ambigüedad), por lo que los lectores habituales de Lemaitre deben sentirse contentos, de enhorabuena. Y los que no, también.
Tres días y una vida, no obstante, más que un thriller novelado parece un cuento largo muy bien cerrado, con personajes importantes de comportamientos inusuales que nos llamarán mucho la atención y a los que podremos encontrar explicación solo al final, acabando el relato. Se trata pues de una nouvelle muy bien planificada en tres partes, que pivota en torno al clásico Crimen y Castigo de Fiodor Dostoievsky, con la particularidad de que el crimen no es premeditado sino accidental y de que el asesino protagonista es un crío de tan solo doce años. Y hasta aquí puedo desvelar lo que sé sobre la trama, para que no decaiga el interés.
Mucho más podemos contar sobre el personaje principal y el significado final que esta narración entraña. No cabe duda de que a Pierre Lemaitre le impactaría en 1993 el caso de Robert Thompson y John Venables, dos críos británicos de diez años que, tras robar en unos grandes almacenes juguetes y dulces, decidieron atrapar a un pequeño de dos años al que torturaron hasta matarlo. Acto seguido, depositaron el cadáver sobre las vías de un tren para que este le pasara por encima y así eludir responsabilidades. Es solo que las cámaras de seguridad del centro comercial grabaron el rapto y a los culpables, a la vez que los forenses identificaban las múltiples heridas que presentaba el cuerpo cercenado del niño asesinado. Tras las detenciones, todos los medios de comunicación reprodujeron una noticia que rompía brutalmente con la imagen de inocencia, candor, esperanza y futuro que relacionamos siempre con la infancia. Y los dos niños fueron sentenciados a pena de prisión hasta alcanzar la mayoría de edad. Alcanzada esta, en junio de 2001 salieron de la cárcel, pero de 2010 a 2013 uno de ellos, John Venables, volvió de nuevo tras las rejas acusado de posesión y distribución de pornografía infantil, demostración de que hubo evidente motivación sexual patológica en aquel crimen temprano, lacra de la que el culpable no pudo sustraerse más tarde. Pues bien, de esta historia real a la ficción que nos presenta Lemaitre, un hecho nos parece incontrovertible: La inexorabilidad de nuestros actos que siempre dejan huella, mucho más en esta época (cámaras de vigilancia, testigos, móviles por doquier, restos de ADN). Y cabría otra cuestión importante para someter a discusión tras la lectura de esta novela. No ya si recibir condena por un crimen sea inevitable, sino si ese castigo impuesto, como medio de escarmiento y de redención, sirve para algo, o no. De ahí la ambigüedad moral del tema que el narrador nos presenta hábilmente en tercera persona, pero siempre bajo el prisma y la óptica del menor homicida con el que tal vez lleguemos a simpatizar. Quizá demasiado maduro, perspicaz y precavido para sus doce años. Ya veremos la evolución que sufre.
Lemaitre ha tenido la habilidad de componer una nueva novela de lectura subyugante, de esas que no podemos soltar hasta haberla terminado. Y también de proponernos otro tema psicológico serio sobre el que reflexionar. En los tiempos que corren, mucho supone. Lo suficiente para seguir incrementando el numeroso grupo de lectores, atentos y fieles, que ya posee.

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