lunes, marzo 20, 2017

Cuando aparecen los hombres, Marian Izaguirre


Lumen, Barcelona, 2017. 390 pp. 21,90 €

Maria Dolores García Pastor

Esta es una historia sobre mujeres, sobre cómo construimos nuestra identidad a través de los otros, sobre el peso de la culpa. Una novela escrita de manera elegante y sencilla pero con una estructura compleja, un juego de espejos en el que la protagonista se construye a sí misma a través de otras dos mujeres, numerosas matrioskas que se abren para mostrar nuevos elementos que complican la trama. Pero vayamos por pasos.
Teresa Mendieta es la propietaria de un hotel que, acabada la temporada, tiene que cerrar a causa de la crisis. El hotel Arana, la Casa de los Cuatro Relojes, en otro tiempo residencia de la familia Dennistoun, sin duda un personaje más de la novela. En ella vivió Elizabeth Babel, una muchacha sorda, hijastra del primer dueño de la casa, a la que iremos conociendo a través de las cartas que se escribió a sí misma, a modo de diario, y que quedaron guardadas en una caja de lata de membrillo La Tropical y que, un siglo después, recuperará Mendieta. Otro personaje importante es Ángela, la madre de Teresa, una mujer desinhibida y adelantada a su época. Todas ellas son mujeres fuertes, contradictorias, decididas y, sobre todo, libres.
La autora se mueve en el tiempo para llevarnos a la infancia de Teresa y, aún más lejos, a conocer lo que sucedía hace cien años en la Casa de los Relojes cuando Elizabeth vivía en ella. Viajamos adelante y atrás en el tiempo sin fisuras, sin que eso distraiga o confunda al lector porque el hilo conductor de la narración es sólido. Y así entramos en el juego de espejos. Teresa tiene dos ejemplos en los que mirarse. Elizabeth es el positivo. Ángela el negativo. A través de las vivencias de Teresa narradas en tercera persona y a través de los testimonios de quienes la conocieron y de las cartas de Elizabeth, en primera persona, vamos desgranando la historia. También viajamos en el espacio, entre Catalunya, Francia y el País Vasco. El mar tiene un papel importante en la novela, los mares Cantábrico y Mediterráneo. El paisaje como un elemento más en la narración de las situaciones y estados de ánimo de las protagonistas, y las casas (Can Ferrer, Punta Carbó, Pedernales) también personajes en cierto modo y elementos clave en el juego de espejos que preside la trama.
Todo ello está aderezado, como los buenos guisos, con infinidad de pequeños detalles que hacen que el todo de la novela sea más potente. Las recetas de cocina juegan un papel importante en la historia, así como los personajes famosos de esa época a los que se hace mención (Salvador Dalí, Tennessee Williams) o a los que sin llegar a nombrar sugiere (Truman Capote, Harper Lee). Sin dejar de lado que irremediablemente la historia de Elizabeth nos trae a la memoria a la maestra Anne Sullivan y a su alumna más conocida, Hellen Keller, que pese a ser sorda y ciega llegó a convertirse en oradora, escritora y política.
Con estos ingredientes Marian Izaguirre da forma a una novela que, si bien al principio parece intrascendente, rápidamente seduce y atrapa. La historia se divide en tres partes que se corresponden con las tres partes de la estructura argumental.  El lector se deja llevar de la mano por la complicada trama, la autora nos guía con maestría hacia un final que convence y que, según ha desvelado en algunas entrevistas, puede ser el germen de futuras novelas.

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